Tuesday, February 4, 2014

LA OBSESIÓN POR EL PODER NO VARÍA


La condición humana, en lo esencial, es la misma desde el comienzo de los tiempos. Claro que ha habido cambios positivos sobre todo en lo que respecta al respeto a la vida, pero en general sigue la misma en cuanto a la visión sobre la concepción de lo bueno y lo malo.
Hasta el advenimiento de la cultura judeo cristiana, el menosprecio por la vida del prójimo era generalizado. Y no solo en lo concerniente a batallas y guerras, sino al sacrificio en rituales de seres inocentes, mujeres y niños o la tortura y martirologio de rebeldes o delincuentes.
Por cierto que en el transcurso de los 2.000 años de judeo cristianismo en el mundo occidental se han registrado incontables horrores de torturas y martirios, no solo de delincuentes sino de hombres de fé o renuentes a la aceptación de tiranías. Pero a diferencia del pasado, estos sacrificios no se han celebrado, al menos últimamente, con festejos populares como antaño.
Algo que permanece inmanente es la imposibilidad de que las sociedades logren estructurarse establemente con la noción de que el poder absoluto o el poder absorbente, son perjudiciales para esa buena convivencia y que hay que aplicar mecanismos para disuadir y fracturar cualquier intento por concentrar el poder, sin responsabilidad, en manos de pocos.
La lucha ha sido eterna, pero la prevalencia de esa concepción de convivencia humana ha tropezado con gente, acaso bien intencionada, que cree que las falencias siempre presentes en toda comunidad, han de superarse con gobiernos autoritarios, con limitada o nula posibilidad de réplica por parte de ciudadanos, grupos u organizaciones de culaquier tipo.
A medida que los individuos se asocian y crean comunidades y ciudades, surge la necesidad obvia de idear un liderazgo que regule y organice las relaciones internas y con el exterior. Con anterioridad a la colonización de los normandos y sajones, el ahora Reino Unido y la Republica de Irlanda no eran sino un conglomerado disperso de tribus.
Paulatinamente, con el influjo de los anglosajones, se fueron forjando formas de gobierno que se transformaron en reinados. Lo que caracterizó y diferenció a estos reinados era el afán de gobernar buscando modos de consenso con los súbditos. Esa concepción cultural heredada dio origen más tarde a la Mesa Redonda, al Parlamento Bicameral y, en definitiva, a la primera monarquía democrática de la historia.
Fue semilla para la modernización del concepto de gobernar con ideólogos como Hobbes, Rousseau y los fundadores de los Estados Unidos, primer país en aplicar el principio de la división de poderes en las tres ramas clásicas de Ejecutivo, Legislativo y Judicial. La experiencia, que muchos creen tuvo inspiración providencial, continúa sólida aunque siempre amenazada por fuerzas internas y externas.
El actual presidente, Barack Hussein Obama, pertenece al grupo que no se alinea con los principios de democracia, libertad y capitalismo, sustentos de la estructura política de los Estado Unidos y explicación del progreso constante desde que se fundó hace más de 200 años.
Sus argumentos son los mismos de todos los que creen que un régimen fuerte es necesario para remediar los males que perdurarn (y perdurarán para siempre) en la sociedad. Aparentan condolerse de los marginados y desvalidos de la sociedad, pero la receta que propungan para redimirlos invariablemente acentúan la pobreza y las desigualdades.
Casi sin excepciones, la riqueza de las naciones se ha cimentado en la captura de la riqueza de las naciones sojuzgadas por la fuerza. Eso ocurrió en Roma, donde la cultura floreció de modo impresionante con los tesoros  extraídos durante casi tres siglos de los pueblos que integraron el vasto imperio latino.
El esquema comenzó a fallar cuando estimuló el ocio y la corrupción y advinieron líderes desorbitados por el poder, como Julio César. La imparable máquina de guerra, debilitada, fue impotente para resistir la invasión de los denominados “bárabaros” y cayó el imperio. Roma y la Grecia que le precedió, no pudieron gozar de su democracia sino por un breve lapso de la historia.
Francia, cuna de Rousseau y Montesquieu, guillotinó a Luis XVI en 1789  y  tras ello advino la época de terror. Y Bonaparte que quiso ampliar su égida, pero fracasó con Rusia y Gran Bretaña. Desde entonces Francia vivió turbulencias, con restauración de monarquías, nuevas repúblicas, colonias, guerras, hasta desembocar en la democracia actual más o menos estable.
En el siglo XX hay las experiencias trágicas de las dos Guerras Mundiales  sofocadas con el aporte del principal enemigo de las autarquías autoras de esos conflictos: los Estados Unidos. En ambos casos los caudillos buscaban esparcir la felicidad por igual, a cambio “tan solo” de la renuncia de los pueblos a sus libertades individuales.
Nunca esa visión seudo protectora y autárquica ha sido fructífera. Todo lo contrario, ha empeorado los niveles de vida de todos y principalmente de los más débiles. Pero el problema se agudiza en la época actual, cuando los dirigentes utopistas y sus adláteres optan no por la imposición forzada de sus credos, sino la manipulación desde dentro del sistema democrático.
Ejemplo vívido de lo que está ocurriendo en esa dirección es Obama. Lo ha dicho en incontables ocasiones, el actual sistema en USA es opresivo y basa su potencial en la explotación de los trabajadores y la extracción de la riqueza de las naciones bajo su dominación, que según ellos es una nueva forma de colonización imperial. 
Quienes así piensan no reflexionan que la creación de riqueza en este país no ha seguido el mismo curso o diseño que otras potencias de la historia. Los Fundadores de esta nación forjaron una esturctura tal que descarte la creación de riqueza por robo como en tiempos de Roma, España o el Reino Unido y la sustituya con el esfuerzo propio. 
Quienes asi acumulen riqueza, serán exaltados como triunfadores a los que hay que imitar, no como asaltantes. Son ellos, a su vez, los que generan más riqueza con la multiplicación de empleos para la producción y el comercio de bienes y servicios. Obama  no lo entiende así y desde hace cinco años está resuelto a transformar de manera “profunda” a este país.
Si no se lo frena en noviembre próximo con las elecciones parciales para senadores, congresistas y gobernadores y en en el 2016 para designar a su sucesor, su propósito de demoler la cultura norteamericana es probable que continúe afianzándose.
Las muestras de su posición ant democrática son múltiples: la aprobación sin apoyo popular ni republicano del Obamacare; la suspensión a su antojo de cláusulas y artículos de esta ley; la elevación a 17 trillones de dólares de la deuda pública, que amenaza con quebrar la economía nacional e internacional; la promesa formal ante el Congreso de gobernar por decreto en los asuntos que la mayoría niegue; el colapso en política externa.
Son estas acciones y declaraciones las que han convertido a Obama en el jefe de Estado más impopular y antinorteamericano desde que se instauró la República con Gerge Washington el 30 de abril de 1789. La lógica indicaría que el ciclo ideológico de Obama y los suyos está condenado a la  desaparición en el 2014. Pero al parecer, la lógica no funciona con él.
 

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