Saturday, December 28, 2013

EL AÑO DE LA MENTIRA


El 2013 ha sido el año de la mentira. Una mentira que se ha esparcido por el orbe, incluídos los Estados Unidos que parecían no contaminables, dada la historia de sus orígenes y de su constante evolución en libertad por casi tres centurias. 
La gran mentira repite la utopía de que la injusticia propia de la relación humana en sociedad ha de desaparecer como por ensalmo mediante la aplicación de reglas autoritarias inapelables orientadas a la igualación de resultados.
La visión, que no es nueva, afirma que hay pobres porque hay ricos. Son éstos los que explotan a los desposeídos, para así incrementar sin límite sus alcancías. A fin de remediar la injusticia, dice la teoría, urge una mano fuerte que transfiera esa riqueza a los pobres y logre la igualdad.
Ese simplismo, que implica hurto de bienes y de libertad y que algunos califican de idealista, es el que orienta al jefe de Estado actual de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama y el que se advierte en un líder de infinita mayor trascendencia espiritual, el Papa Francisco.
Obama va por su quinto año de gobierno, con una reelección en el 2012 y su viaje se ha deslizado por un camino de mentiras. Mintió acerca del sitio de su nacimiento, de su documento de identidad (Social Security), de dónde cursó sus estudios y ha ocultado información clave sobre su vida en el extranjero y en este país.
En su doble campaña electoral jamás dijo con claridad las verdaderas intenciones de su promesa de “transformar” a esta nación. Si decía que lo que realmente se proponía era cambiar el modelo liberal capitalista por el estatista fascista/socialista, no ganaba en los comicios, inclusive frente a nulidades como John McCain y Mitt Romney.
Las mentiras han seguido multiplicándose en su administración. Juró Biblia en mano (la de Jefferson) defender la Constitución y las leyes, pero sus perjurios son incontables. Para eludir el escrutinio del Congreso nombró un enjambre de ministros “zares” que ejercen sus cargos con los mismos jugosos sueldos pero sin responsabilidad pública. 
Ofreció un gobierno de conciliación, pero ha sido el más displicente de los gobernantes de este país con la oposición. En cuatro años nunca logró un consenso para aprobar el Presupuesto y gobernó a dedo. Al quinto año al fin se logró un acuerdo, pero gracias a una audaz y eficiente maniobra de los republicanos.
Muchos norteamericanos votaron por él debido al color de su piel, en la esperanza de que seriviría de factor para consolidar la armonía entre  los negros y el resto de la comunidad. Ocurrió lo contrario pues Obama no perdió incidente racial alguno para ir a las cámaras y acusar sin fundamento a los blancos de “odio racial”, exacerbando a las partes.
Prometió reducir la inequidad de ingresos, pero no creando más empleo, sino con la transferencia de la riqueza de los creadores de empleo supuestamente hacia los pobres, pero en realidad hacia al fisco vía impuestos. Esa transferencia no se da, salvo con subsidios al desempleo que no lo solucionan, pero aumentan el gasto público y la burocracia.
Como candidato acusó a George W. Bush de inmoral por permitir que la deuda pública creciera a 11 trillones de dólares (con la guerra antiterrorista y la crisis hipotecaria) y prometió reducirla. Mintió, pues esa deuda ha subido a 17 trillones de dólares, con 6 millones “inyectados” por Obama y sin que haya ninguna previsión cierta para reducirla.
Como negro, más bien mulato (su padre de Kenya nunca fue víctima del esclavismo y su madre fue una blanca de Kansas), se pensaba que los de esa raza mejorarían en sus niveles de vida y empleo. Ha ocurrido lo contrario pues la tasa general de desempleo de anteaño de casi el 8% aumentó hasta el triple con su administración.
Como candidato e inicialmente como gobernante ocultó su pensamiento real sobre el matrimonio gay y el homosexualismo. Como senador por Illinois se opuso a que se salve la vida a los fetos que sobreviven un aborto y luego no ocultó su apoyo añ aborto, uno de los pocos temas en que siempre ha sido consistente. 
Ahora se ha convertido en el promotor en jefe de la opción gay en todas sus formas y en el derecho de la mujer a disponer de la vida de un ser humano que no le pertenece. Esta doctrina ha impactado especialmente en las Fuerzas Armadas, en las que se está imponiendo la feminización del personal.
La obesión del igualitarismo lo ha llevado a neutralizar el papel de los Estados Unidos como líder del mundo libre. Obama no le asigna a este país característica alguna que lo distinga del resto de las naciones por su defensa de la libertad y su participación en dos guerras mundiales y en otras para frenar la expansión de tiranías.
De otro lado, una de las ambiciones mayores en procura de la “transformación” de esta nación ha sido y sigue siendo el control estatal de los servicios de salud. La oposición a su proyecto de ley, llamado Obamacare, fue y continúa siendo mayoritario en la población (62%), pero logró que se aprobara en el Congreso sin un solo voto de los republicanos.
Cuando George W Bush quiso pasar una ley sensata de reformas a  la ley de inmigración, los demócratas y muchos republicanos se opusieron. Ante esta realidad, Bush retiró el proyecto. Igual ocurrió antes con Clinton y un proyecto socialista como el actual sobre la salud. Su cónyuge Hillary la promovió, pero fracasó y el proyecto se archivó.
Pero Obama no cree en el consenso, sustantivo del sistema. Cree en su agenda del igualitarismo como dogma y para imponerla no se para en remilgos legalistas o insitucionalistas. Se impuso con coimas, con mentiras y la aplicación inicial de la ley desde octubre, es un fracaso.
Si hubiese hecho campaña con los verdaderos alcances del proyecto, ni sus enceguecidos seguidores demócratas lo hubiesen respaldado. Por ejemplo, dijo que los costos de las pólizas bajarían y en promedio suben en el doble, el triple o más. Engañó afirmando que los que están contentos con sus pólizas actuales y sus médicos pueden conservarlos.
Todo resultó falso. El portal del Internet para optar por el Obamacare sigue defectuoso y los que logran ingresar, encuentran que las condiciones son mucho peores. Se esperaba una afiliación de 50 millones de personas y no más de 2 millones se han registrado. La mayoría es de adultos y viejos que se inclinan por el Medicaid, subsidiado por el fisco.
La idea de Obama era atraer a los jóvenes para que ayuden con sus aportes a subsidiar a los viejos, so pena de recibir multas de montos crecientes. Este concepto de obligatoriedad es contrario a la Constitución, pero la Corte Suprema, en fallo incomprensible, dijo que no lo era. Pero pese a la amenaza de multas, jóvenes sanos se niegan al Obamacare.
¿Qué pasa si fallan los cálculos de financiación por esa vía? Obama tiene la fórmula mágica: seguir elevando la deuda pública para llenar el vacío, imprimir más dinero sin respaldo, dar paso a la inflación y el descalabro. Al propio tiempo, conquistar el objetivo opuesto del proyecto: menos médicos, menos horas de atención, desaliento a la invención y la inversión en el sector.
Obama y el Papa Francisco parecen coincidir en sus críticas al sistema de libre mercado, cuando señalan que hay muchos errores que perjudican o dejan sin amparo a los más débiles. El Papa acaba de declarar en un documento oficial que esas debilidades del sistema son resultantes de un capitalismo desenfrenado, sin control.
Nadie podría alegar que el sistema capitalista liberal es perfecto. Adolece de errores como todo lo humano, pero para que funcione en condiciones óptimas precisa de leyes y reglas claras y fundamentalmente de un “fair play” o código moral y ético de conducta. Si hay carencia de estos valores, sobrevienen los abusos y los yerros. Mas la propuesta de arrasar con el sistema para sustituirlo con la utopía igualitaria es todavia un yerro mayor. 
Cuando los Estados Unidos se robustecían espectacularmente con el brote de las grandes corporaciones del acero, el petróleo, la electricidad y el automóvil a comienzos del siglo XX, el exceso de poder que adquirieron les condujo a abusos en el trato a los obreros y empleados y en maniobras no ética ni legales para aplastar la competencia.
Surgieron los monopolios y la necesidad de controlar los excesos. Nadie, como hoy, pensó en eliminar las fuentes de riqueza que tanta prosperidad habían traído a la nación, sino en regularlas. Lejos de sugerir redistribuir la riqueza acumulada con tanta inventiva y liderazgo, se decidió corregir lo que estaba mal y quebrar los monopolios. 
Quien lo hizo no fue un demócrata, fue el republicano Theodore Roosevelt quien prefirió enmendar y no alterar el sistema. Curiosamente, medio siglo más tarde, un pariente suyo, Franklin D Roosevelt, demócrata, inició la corriente estatista anti sistema, que se acentuó con su coideario Lyndon B. Johnson y que está alcanzando su clímax con Obama.  
Todo basado en mentiras. Mentiras para llegar al poder y llegar al objetivo manipulando el sistema, no para mejorarlo sino para transformarlo de raíz. No se necesitan revueltas militares, el nuevo estilo lo marcan los Chávez, Correas, Ortegas y Obamas. La historia no sirve para nada y las utopías vuelven a aflorar en sus diversas formas, derivadas de la de Platón.
Según esta tendencia, la homosexualidad no es aberración, es buena y honorable y hay que promoverla. Todos somos iguales, los valoes intrínsecos y complementarios entre lo femenino y  masculino hay que borrar. Competir es pernicioso, el Estado debe regularlo todo. El libre mercado debe quedar bajo control absoluto de una autoridad inapelable.
Nadie cede voluntariamente a sus libertades, salvo parcialmente cuando su ejercicio se encuadra dentro de regulaciones mutuamente aceptadas. La cesión forzada de libertades no siempre ocurre de manera violenta y abierta. Puede darse de manera ominosa, paulatina y artera, como en el caso de la administración actual. 
Al menos en los Estados Unidos no hay que aspirar a una rebelión armada para evitarlo. Todavía existe el recurso de la persuasión y el voto libre en las urnas. La esperanza se afinca una vez más en los comicios parciales del próximo noviembre para renovar el Congreso y las presidenciales del 2016. ¿Será posible frenar esta nueva fiebre utopista impulsada por una minoría ínfima de la humanidad?

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