Friday, February 7, 2014

EL GOP Y LA INMIGRACIÓN


Todavía la gente sigue especulando acerca de las posibles causas por las cuales fue reelegido el presidente Barack Hussein Obama en el 2012, pese a que sus primeros cuatros años de gobierno habían llevado a los Estados Unidos al más alto nivel de desempleo y deuda pública.
Durante la campaña para la reelección, no prometió ningún cambio en su estilo ni en su propósito de ahondar la “transformación profunda” de este país, entendida como un alejamiento de los principios sustentados en una democracia de amplias libertades políticas y económicas.
Esa transformación se tradujo en una intervención cada vez mayor del Estado en la vida cotidiana de los ciudadanos, lo cual ha acarreado una absorción creciente de recursos fiscales en buroracia y en proyectos nada rentables, factores que han incidido en el debilitamiento del sector privado, la inversión y el empleo.
Lo obvio era suponer que la mayoría de electores repudiaría a Obama por sus políticas (no por su condición racial mixta, como aseveran algunos). Los resultados de la mala gestión estaban y están a la vista, sobre todo porque no se crean empleos, aumentan los subsidios de alimentos y no hay perspectivas de rectificación sino de ahondamiento de errores.
Para muchos, el factor determinante de la victoria fue la debilidad del contendor, el republicano Mitt Romney. Se le acusa de no haber utilizado armas legítimas para proyectar al electorado las falencias y falsías de Obama, como en el caso del más fresco de los escándalos a la época culminante de la campaña, el ataque terrorista de Benghazi del 11 de septiembre del 2012.
Romney, en el segundo de los tres debates por TV y luego de haber vapuleado a su rival en el primero, se negó a acusarlo de responsable directo de la masacre, en la que murieron el embajador en Líbano y tres otros diplomáticos y militares a manos de una horda terrorista, que no tuvo la resistencia armada denegada por Obama.
Nadie ha planteado a Obama por qué se inhibió de decir cosa tan obvia en esa entrevista y él jamás lo ha explicado de mutuo propio. Pero lo cierto es que quienes lo observaron en esa ocasión, suspiraron diciendo: “la pelea está perdida”. El tercer debate lo probó, al ver enfrentados a un Obama envalentonado y a un Romney en retirada.
Otros sostienen que aparte de la falta de un líder de mayor robustez, influyó el hecho racial. Todos los ciudadanos de la raza negra votaron por él, sin reflexión ni análisis de su conducta. Obama es negro (mulato) y votamos por él a como de lugar, parecía ser el consenso unánime de sus congéneres de raza.
Pero no fue solo la minoría negra la que votó hechizada por Obama. Hubo otra minoría significativa que lo hizo: la hispana, la proveniente de México y demás países latinoamericanos, que tan solo en la elección anterior del republicano George W Bush inclinó su voto por el GOP.
Sin duda la explicación de este fenómeno debe hallarse en la actitud obcecada de una fracción del partido republicano, que no quiso ni quiere saber nada de proponer una fórmula factible que de curso a la legalización de 11 o más millones de inmigrantes que están en el país sin documentos.
La existencia de los indocumentados es algo real, no una ficción. No cabe ignorarla ni tampoco sugerir soluciones al problema que no son tales. El propio Romney, en la campaña, llegó a plantear la repatriación voluntaria a los ilegales, para que retornen “una vez cumplidos con los requisitos de ley”. Una idea cantinflesca.
George W Bush comprendió que no cabía esquivar el problema y propuso una reforma a la ley sensata y comprensiva. Pero como era del GOP, los demócratas se opusieron, lo cual era de esperar. Lo que si fue inesperada fue la obstrucción irrazonada de muchos de los propios líderes del GOP.
En tales circunstancias Bush, un republicano demócratico, retiró el proyecto, lo que contrasta con la conducta de Obama, demócrata poco demócratico, que utilizó todos los recursos legales e ilegales a su alcance para lograr que se apruebe el Obamacare, al cual se oponía y opone el GOP y más del 60% del electorado. No hubo un solo voto republicano a favor, algo sin antecedentes en la historia política de este país.
El GOP perdió la oportunidad de marchar con Bush hacia la rectificación de los vacíos de la ley inmigratoria, con lo cual hubiera continuado con el respaldo de esa minoría que ya es la mayor entre las minorías incluída la negra. Los ilegales no votan, pero si sus familiares.
La oportunidad perdida por la GOP ahora está en manos de los demócratas, que basan su propuesta en lo esencial en la misma de Bush. En suma, se trataría de reforzar el control de fronteras y al mismo tiempo idear un mecanismo de paulatina transición hacia la legalidad de los ilegales, incluídas multas y otros requisitos.
Ciertos líderes del GOP y comentaristas de esa línea afirman que eso equivaldría a conceder nuevamente la amnistía a los ilegales, en perjuicio de los que esperan la ciudadanía o ya lo hicieron, sujetándose al trámite de las leyes vigentes. Primero, dicen, resguardemos las fronteras.
Se refieren a la frontera terrestre con México. Se han invertido billones de dólares en construir paredones y sistemas electrónicos de control, pero poco positivo se logra. La mayoría que inmigra (salvo narcotraficantes y terroristas) busca trabajo que no existe o es precario en sus países de origen y muchos quisieran no quedarse sino ir y venir por temporadas.
Ello ha estado ocurriendo normalmente desde hace algún tiempo, hasta que advino el abuso. Lo lógico es, pues, regular con eficiencia el flujo de inmigrantes, legalizar su ingreso, garantizar el control de su destino y de su posible temporalidad o deseo de residencia plena. La medida no es solo compasiva, es pragmática y de beneficio mutuo para los que buscan trabajo y para los que necesitan de su mano de obra.
Cuando el republicano Reagan decretó, él si, la amnistía a los ilegales en 1986, lo hizo justamente con la esperanza de que en el futuro la llegada de inmigrantes siga por cauces racionales y controlables. Pero no ocurrió tal y la responsabilidad recae por igual en regímenes y congresos tanto republicanos como demócratas. 
Consecuentemente, es obligación de ambos partidos cooperar para una solución viable. No la deportación voluntaria o forzada, porque es ilusa e irrealizable. Ni el aplazamiento indefinido “hasta que se cierren las fronteras”, no solo porque es imposible con la línea de 2.000 millas con México sino porque hay otras intapables por aire, agua y con Canadá.
El GOP dejó solo a Marco Rubio, el joven líder republicano que, como hijo de inmigrantes cubanos, quiso aportar algo en el caso. Por desgracia, quedó envuelto en las garras del demócrata Charles Schummer y otros de su laya y el proyecto derivó hacia fines exclusivamente de beneficio para ese partido. Rubio se eclipsó tras esa aventura.
Luego han surgido otros republicanos, encabezados por el líder de la Cámara de Representantes, John Boehner, con una propuesta que simplifica el proyecto demócrata, lo encauza más en la línea Bush y despeja toda duda de que los demos concedan la amnistía ya, para conseguir más votos de los ilegales (que no pueden votar, salvo con fraude).
Pero la obstinación persiste. Rush Limbaugh, la estrella de radio del ala conservadora ha llegado a decir que la contrapropuesta republicana solo persigue distanciarle más al electorado noteamericano del GOP, porque en realidad el “establishment” del GOP no quiere ganar “con mucho” las próximas elecciones de noviembre ni las presidenciales del 2016.
Sorprende que un comentarista con talento tan espléndido diga semejante disparate. Su premisa, tomada de algún columnista, es que la ganancia del GOP está más allá de garantizada debido a tantos errores cometidos por Obama. ¿Y qué pasó en el 2012? Con jugadores tan avezados como Obama y su pandilla, nadie puede estar seguro de ganarlo.
El Wall Street Journal publicó el artículo de un especialista que sostenía que si el peor temor del GOP es a la amnistía de 11 millones o más de ilegales, pues su obecada posición lo que va a conseguir es precisamente la amnistía de facto, por inmutable, de esa millonada de personas ilegales.
Entre los opositores a un entendimiento figuran muchos cubanos que prefirieron exiliarse a USA antes que sacrificarse y establecer la resistencia en su país. Pero también irrita que entre los críticos se incluya a jefes de Estado de los  países de los que fugan los ilegales.
Nadie, salvo excepciones, decide emigrar si las condiciones de vida en su habitat son aceptables. Una de las peores sanciones en Grecia era el ostracismo. Los individuos huyen para mejorar. Nadie emigra a Cuba, por ejemplo, ni a Venezuela, Norcorea o países similares. Lo hacen hacia zonas prósperas y libres y la meta principal es USA.
Los Estados Unidos han sido el país más generoso y hospitalario de la historia y en la cual, por su sistema y cultura políticos, más oportunidades de prosperar ha ofrecido a los inmigrantes. La corriente migratoria no tiene que frenar, pero si regularse y controlarse y pasar por un filtro que impida el acceso de maleantes e indeseables.
Boehner acaba de anunciar que, dados los tropiezos, no cree que en este año se aprueben reformas a la ley de inmigración. Queda por verse, si se da esa circunstancia, que el vaticinio de Limbaugh (quien se vanagloria en su programa radial de acertar en el 99.7% de lo que dice) se cumple también esta vez.

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