El presidente ecuatoriano Rafael Correa viajó a Mar del Plata para recibir una extraña presea relacionada con el periodismo, concedida nada menos que por una universidad plagada de “juventudes peronistas”, extraña especie política que equivaldría a decir que en el Ecuador hay “juventudes velasquistas”.
El premio le otorgan por defeder lo que ellos llaman “el derecho popular a la libre información”. ¿Que ha hecho Correa en favor de esa causa? Un permanente acoso al libre ejercicio del periodismo, el asedio a medios y periodistas renuentes, su enjuiciamiento y multas por descomunales sumas, la confiscación y control de varios diarios y emisoras.
Para agradecer y complacer a las “juventudes peronistas”, Correa les endilgó una verborrea “sabatina” de más de una hora, bajo un calor inclemente y guiándose de teleprompters cuyo uso ha imitado a Obama, el presidente demócrata de Estados Unidos con el cual comparte mucho de su cosmovisión socialista/fascistoide.
En su arenga Correa planteó ante un auditorio internacional la tesis, según él original, de que los medios de comunicación escritos y adiovisuales no deben continuar en manos de los empresarios privados, sino del Estado. La información, dijo, es un bien público que no debe ser manipulado por el capital y los caprichos del mercado, sino ser operada como cualquiera otra función estatal.
Comparó a la información con la administración de justicia y preguntó a su auditorio: ¿pueden imaginarse ustedes una justicia administrada por los empresarios privados? Por cierto que no, sería un absurdo, se contestó a si mismo. Pues igual consideración debe regir en torno al flujo de la información, para evitar -son sus palabras-, que distorsionen la democracia movidos por un insaciable afán de lucro.
Lanzo esta idea audaz y revolucionaria, añadió Correa, para que se la discuta y se llegue a un consenso universal sobre la necesidad de evitar el peligro de seguir dejando en libertad a los empresarios y al mercado en el manejo del bien preciado de la información y sus consecuentes análisis y artículos de opinión.
Con seguridad Correa cree que su planteamiento es original y con fuerza suficiente para que se lo discuta y eventualmente culmine con sus recomendaciones. Puesto que él está rodeado solo de esbirros, nadie en su círculo le hará reflexionar que bloquear la libre divulgación de informaciones y opiniones no es nuevo, pues siempre ha habido y habrá déspotas empeñados en acallar a la oposición.
El caudillo ecuatoriano, como todos los de su estirpe, parte del concepto de que el derecho a la libertad (incluída la de expresión) es una dádiva concedida graciosamente por los gobernantes. Acaso lo fue y sigue siendo en regímenes autárquicos, pero no en las democracias liberales que han sustituído a monarquías y dictaduras fascistas/socialistas.
En una democracia liberal, la libertad no nace de los gobiernos, reside en el pueblo. Cuando ese pueblo elige a gobernantes, el primer mandato que reciben es garantizar la vigencia de esa libertad, lo que no siempre ocurre por debilidad propia de la condición humana. De ahí que el mandato es transitorio y sujeto al examen de las otras fuentes de poder, la legislativa y judicial.
Los mandatarios son responsables ante su mandante, el pueblo. En todo instante deben sujetarse al escrutinio, indagación y pesquisa de sus actos por parte de quienes los eligieron. Unas veces a través de organismos de control como el Congreso. Otras, las más, a través de la constante vigilancia de los medios de comunicación.
Caudillos como Correa no tienen prerrogativa alguna para evadir al examen crítico de los periodistas, ni para ordenar que hagan lo propio otros funcionarios del Ejecutivo. La acción de los mandatarios es y debe ser de transparencia cristalina, diaria y permanente. Y si hay excesos en la presentación o análisis de las informaciones, son las leyes y no los gobernantes los que pueden regularlo y evitarlo.
El periodismo, en esencia, no hace sino reflejar lo que la gente piensa de sus gobernantes. Lo fue así en tiempos remotos, en Grecia, en Roma, en el Medievo, en los tiempos coloniales de las Américas y sigue siéndolo en las cuatro puntos cardinales. Es ese su objetivo central y todo lo adicional en materia de entretenimiento, no es sino complementario.
El periodismo hace mucho que dejó de ser artesanal. En época de la Revolución Americana The Federalist Papers se imprimían manualmente y se difundían “a pie”, algo que también le ocurrió a Espejo con sus Primicias de la Cultura de Quito. Ahora la situación es distinta y se requiere no solo de habilidad para escribir (o perorar como Correa), sino del montaje de una industria compleja para elaborar y divulgar los mensajes.
Ello implica dinero, inversión de capital e ingenio empresarial para imponerse en el mercado. Capital, mercado, conceptos que aborrece Correa, “economista” que parece desconocer su significado, pero sin los cuales las sociedades actuales dejarían de funcionar. En Mar del Plata el presidente se expresó despectivamente del mercado, sugiriendo que dejaría de ser malo si es controlado por el Estado.
El mercado es la conjunción del que demanda un bien o un servicio y el que está en capacidad de ofrecerlo. Mientras mayor sea la multiplicación de los dos actores, mayor y más rica será la diversidad de la producción. Esa deseable multiplicación, que a todos beneficia, se la logra a plenitud si existe un ambiente de libertad, lo cual no es ausencia de responsabilidad, ya que esta se halla regulada por las leyes para evitar abusos y distorsiones de ese mercado.
Si un grupo empresarial ha levantado recursos para formar una empresa periodística escrita o audiovisual, es obvio que aspire a recuperar el capital y obtener lucro por sus inversiones. Es lógico y sano en un sistema democrático y capitalista. El lucro deviene de la venta de ejemplares en el caso de medios escritos, de avisos en todos ellos. No de la manipulación de la información, como mentes enfermas como la de Correa lo creen.
Una radio, TV, diario o revista logra afincarse en el mercado si el producto es atractivo y el mensaje periodístico que divulgan es confiable. Como de toda obra humana se espera, habrá fallas intencionales o no que pueden y deben rectificarse espontáneamente o con aplicación de la ley. Si esos errores persisten, el propio mercado determinará su extinción.
A Correa le exasperan las críticas. No las tolera y no desperdicia ocasión para referirse en tono ofensivo a las empresas “capitalistas” que “manipulan” la información, como acaba de hacerlo en Mar del Plata. Al igual que cualquier dictador, sugiere estatizar dichas empresas como en Cuba, la Alemania nazi, la antigua Unión Soviética, Corea del Norte o el Irán que tanto admira.
En el Ecuador hay ya como 15 medios de comunicación bajo total control del gobierno. Se supone que allí se está aplicando su receta de información popular para el buen vivir de los ecuatorianos. ¿Han prosperado esos medios? ¿Los lectores se lanzan a las calles a comprarlos? ¿Se autofinancian o sobreviven con el subsidio estatal, esto es impuestos gravados inclusive a quienes no quieren leer ni escuchar tales medios cautivos?
En el Ecuador existen gremios de periodistas y asociaciones de propietarios de medios de comunicación. ¿Han protestado ya por esta nueva declaratoria de guerra contra la profesión y las libertades, dicha por el caudillo esta vez ante un foro internacional?
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