En su afán obsesivo de arremeter contra los “ricos” con más impuestos, el presidente Barack Hussein Obama parece estar dispuesto a seguir tácticas propias de caudillos tercermundistas como Chávez de Venezuela o Correa del Ecuador para conseguir su objetivo.
Se ha demostrado hasta la saciedad que más gravámenes en tiempos de crisis económica como la que viven los Estados Unidos tras los cuatro primeros años de Obama, no harían sino agudizar la crisis al reducir la inversión y aumentar el desempleo y la deuda pública.
Pero Obama y sus huestes siguen impertérritos en su propósito, que ya lo proclamaron en la campaña electoral que culminó con la reelección del presidente. Obama les ha recordado a los opositores que las elecciones tienen consecuencias, que para él implica la anulación de la oposición.
En términos democráticos, a los que es tan poco adepto el actual inquilino de la Casa Blanca, su afirmación es falsa. El candidato demócrata ganó, es verdad, pero por estrecho margen y la voz de los derrotados tiene que ser respetada pues su influjo es clave para la toma de decisiones. En un sistema democrático, la facción ganadora negocia con la oposición.
Obama, como cualquiera de los líderes autoriatarios citados, no quiere negociar como lo han hecho sus predecesores de ambos partidos. Busca imponer su criterio. Eso lo demostró con el Obamacare que nacionaliza los servicios de salud y que se transformó en ley pese a la total negativa de los republicanos y de la opinión mayoritaria del país.
Igual ha ocurrido con las proformas presupuestarias de Obama. Por tres años consecutivos el Congreso las ha negado por inaplicables, inclusive con cero votos de apoyo de los demócratas. El país se ha gobernado sin la guía ni el marco regulador de un presupuesto desde que se inició el régimen en el 2009, absurdo no observado ni en Macondo.
En los comicios del mes pasado, los republicanos pudieron conservar la mayoría en la Cámara de Representantes, que es la sala donde se originan los impuestos. Paul Ryan, el candidato republicano a la vicepresidencia con Mitt Romney, es quien preside la comisión de presupuesto de la Cámara y junto con sus colegas de partido han reiterado a Obama que no tolerarán más impuestos.
A raíz del ataque del 9/11 en el 2001, la economía se deterioró, más aún con las acciones militares en Aganistán e Irak. Para superar los escollos, el entonces presidente George W Bush, republicano, persuadió al Congreso para que se decrete una suspensión del pago de impuestos a todos los contribuyentes, sin discriminación de ingresos.
Los resultados positivos fueron inmediatos y la economía, lejos de entrar en receso, se expandió y creció casi al 4.7% con una tasa de desempleo que no llegaba al 6%. Los benéficos resultados convencieron a republicanos y demócratas a prorrogar el corte de impuestos años tras año, inclusive con Obama en la Casa Blanca.
El año pasado Obama admitió que no prorrogar el corte, o sea, el volver a más impuestos, era desaconsejado cuando el desempleo era de más del 9% y la deuda bordeaba los 16 trilllones de dólares. Apoyó la prórroga pero advino la campaña y su argumento favorito contra Romney, multimillonario confeso, era que esta vez había que obligarles a los “ricos” a pagar.
Surgía un obstáculo. La suspensión de aumentos de Bush era para todos. Y Obama quería y quiere aparecer solo como enemigo de los ricos, no de los “pobres” de la clase media. Planteó entonces que el Congreso elimine el corte a los ricos pero mantenga la suspensión para todos aquellos cuyos ingresos no pasen de 250.000 dólares anuales.
Los republicanos han probado que el problema fiscal no es por falta de recursos, sino por exceso de gasto y endeudamiento. Si se captara la riqueza de todos los ricos, se llegaría a unos 83.000 millones de dólares que no servirían para aceitar la maquinaria estatal ni por un par de semanas. La deuda, en cambio, aumenta y ha llegado a los 16.3 trillones de dólares, que excede con mucho a la riqueza nacional.
Si no se reduce el gasto en el área de los beneficios sociales como food stamps, subsidios sin límite al desempleo, pensiones de retiro desfinanciadas, burocracia innecesariamente abultada y con salarios más altos que en el sector pivado y si no se adoptan medidas para evitar la quiebra a corto plazo del seguro social, Medicare y Medicaid, el descalabro económico será inevitable y total.
La oposición republicana objeta la prórroga de la suspensión tributaria con discrimen para los “ricos”, no por defensa de los “ricos” como arguyen Obama y los suyos, sino porque la solución al problema está en el gasto, lo que demanda una drástica reducción y paralelamente facilitar el ahorro, la inversión y la consiguiente creación de empleo.
Castigar a los “ricos” es un castigo al sentido común, pues si se ahuyenta al capital, bajan las tributaciones y sube el desempleo. La crisis no mejora, empeora. La reflexión no es ilusoria: se la está viviendo en Europa, donde los regímenes de bienestar social sin respaldo financiero han fracasado. El dinero para la pensiones y subisidios generosos no brota de milagro e imprimirlo sin respaldo, tiene un límite real.
Obama ofrece al Congreso hacer recortes del gasto a futuro, sin precisarlos, pero pide al mismo tiempo que se le autorice más gastos extraordinarios por 50.000 millones de dólares para educación e infraestructura. Al inicio de su régimen manejó un subisidio por 850.000 millones de dólares, que no hicieron sino agravar la crisis y la deuda.
Lo que propone el presidente es demostración de que no quiere negociar con el Congreso. Si no se llega a un acuerdo, como se vaticina, el 1 de enero próximo la suspensión de los impuestos no se prorrogará y ello implicaría una cascada de impuestos para todos, a los que se suman los del Obamacare, que encarece y deteriora todos los servicios de salud.
Nada difícil que Obama sorprenda con algún decreto ejecutivo para gravar a los “ricos”, con prescindencia del Congreso y exonerar a los que ganen menos de 250.000 dólares. Aparecería como un baluarte de la clase media y justiciero con los explotadores. El frenesí del gasto y el aumento de la deuda continuarían...hasta el estallido probablemente caótico de la farsa.
En todo caso, si Obama y su ideología persisten, el sistema democrático y capitaslista de los Estados Unidos se quebrantaría. Es eso lo que quieren él y la rama radical que controla el partido demócrata. La juez de la Corte Suprema Ruth Ginsburg ya lo dijo: la Constitución de este país es obsoleta y no es recomendable que traten de imitarla países que buscan la democracia, como Egipto.
Ellos querrían una Constitución como las de Venezuela y Ecuador. Allí la clásica fragmentación del poder en tres ramas se ha desvanecido: el jefe del Ejecutivo lo controla todo. Correa todavía fue mas allá cuando dijo que esos conceptos de división son falsos: porque es el gobernante (uno como él) quien realmente preside todas las funciones del Estado.
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