Lo más probable es que fracase la reacción institucional y popular contra el presidente Manuela Zelaya de Honduras, ¿La razón? No la prevalencia de la democracia, sino del influjo de la calidad del liderazgo externo e interno de ese país.
Si se analiza con estrictez los mecanismos legales que se cumplieron o no en la crisis hondureña, prima el criterio de que el Congreso, la Corte Suprema, el Tribunal Electoral y a la postre los militares no se ciñeron con puridad a los procedimientos.
El menos indicado para señalarlo ha sido el presidente venezolano Hugo Chávez, coreado por sus incondicionales Humberto Ortega de Nicaragua, Rafael Correa del Ecuador, Evo Morales de Bolivia y, ¡O! sorpresa, el jefe de Estado de los Estados Unidos, Barack Hussein Obama.
Que Zelaya violó la Constitución y leyes al tratar de imponer a la fuerza un referendo pasó a segundo plano. Lo que que buscaba es una asamblea que reforme la Constitución y le permita ser reelegido indefinidamente como en Venezuela y Ecuador. Pero a ello se opuso el Congreso.
Ahora se revelan documentos que indican que Zelaya estaba dispuesto a disolver al Congreso si persistía la oposición, tal como lo hizo Correa en el Ecuador (con la complicidad, por propia confesión, de su hermano mayor Fabricio). La disolución en Honduras no se produjo, pero si el arresto y exilio del mandatario, medida de último recurso para impedir el referendo.
Los puristas especulan que lo democráticamente correcto habría sido que el Congreso y la Corte Suprema interpelen a Zelaya y lo destituyan, si lo encontraban culpable. Sin duda esa habría sido la opción ideal. Pero en países como Honduras, Ecuador o Venezuela las situaciones ideales no se dan. Por ello y conocida la amenaza de Zelaya, los militares actuaron.
Lo que se evidencia es una falta de liderazgo en Honduras. El presidente encargado Marchetti luce tan vacilante y endeble como Pedro Carmona, quien asumió el mando en abril del 2002 para derrocar a Hugo Chávez. Carmona no supo comandar y la revuelta se extinguió cuando Chávez ya había dimitido.
Desde entonces Chávez se entregó a Fidel Castro y puso en práctica, con su consejo, una estrategia para destruir el sistema democrático, valiéndose de las propias falencias del sistema y sin inspiraciones del “Che”. La doctrina llamada “socialismo del siglo XXI” comenzó a contaminar la América Latina. La víctima escogida esta vez es Honduras.
Chávez, el golpista que intentó derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez en 1992, es el menos calificado para hablar de respeto a la democracia en Honduras. En Venezuela su autoritarismo sigue creciente y la libertad empresarial y de opinión expiran.
Lo que defienden Chávez, Correa y Ortega no es el modelo democrático dentro del cual Zelaya fue elegido y que aborrecen, sino su propio modelo fascista/socialista de absorción de todos los poderes en uno. Hablan de revolución, pero es una involución a prácticas absolutistas que fracasaron en el siglo XX tras cruentas guerras, exterminio y pauperización de los pueblos.
Lo que sorprende es que Obama se sume a Chávez en la defensa sin condiciones de Zelaya. No ha mencionado que el origen de la crisis fue su asociación servil a Chávez y a su directriz para aplicar en Honduras la hoja de ruta hacia la “revolución del siglo XXI”, que funcionó con éxito en otros países del área latinoamericana.
Pero Obama es el líder de los Estados Unidos y supuestamente defensor de su condición de primera potencia democrática en el mundo. Es por ello que desconcierta su falta de liderazgo para defender los principios básicos y sustantivos de esta nación frente a los enemigos.
La humanidad se libró del caos de la I Guerra Mundial por la intervención de los Estados Unidos. Igual ocurrió en la II Guerra Mundial, cuando el eje nazi fascista arrasaba en todos los frentes. Y fueron dirigentes demócratas y republicanos los que frenaron la expansión comunista durante la Guerra Fría, que culminó con la disolución del imperio soviético en 1989.
Con el presidente demócrata Obama, se ha debilitado la defensa de esos principios. Si no hay rectificaciones, se vislumbra un ocaso de Occidente y la victoria del islamismo absolutista, al que se ha unido el “socialismo del Siglo XXI”. Esa posición derrotista se refleja en las genuflexiones de Obama ante el islamismo, en sus repetidos pedidos de perdón urbi et orbi por supuestas fallas americanas - lo que le ha valido el mote de Apologizer in Chief - promesas de desarme unilateral convencional y nuclear, en su tácito respaldo a la represión en Irán y en su inacción ante el desarrollo nuclear de Teheran.
En Irak hizo lo que dijo en su campaña anti intervención militar para derrocar a Hussein: ordenó el retiro de las tropas antes de consolidar a plenitud la institucionalidad gubernamental en ese país. Nada difícil que caiga el régimen de Malik, advenga un aliado de Irán y se pierda el sacrificio de miles de vidas y recursos para dar libertad a ese país. Hay allí 10 mil iraníes listos para estimular el caos tan pronto se complete el retiro de las tropas (las remanentes son de asesoría, no de apoyo militar).
La retirada de los Estados Unidos se extiende ahora a América Latina. La simpatía de Obama por Chávez fue clara cuando le aceptó en una cita de la OEA un libro en que se acusa a los Estados Unidos, desde luego sin fudamento, de todos los males del mundo. Obama jamás objetó el regalo ni su contenido. Es como si Franklin D. Roosevelt hubiese aceptado de las manos de Hitler su “Mein Kempf” (Mi Lucha) en una parecida reunión internacional.
Ese acto y el de aliarse a Chávez para defender a Zelaya, no se entiende venido del jefe de Estado de los Estados Unidos. Su misión primordial es defender a esta nación de sus enemigos. Chávez es enemigo declarado, como lo son sus imitadores, como lo son los terroristas árabes, como lo es el Irán.
No son discrepantes, son enemigos que le han declarado la guerra a los Estados Unidos. Con ellos no cabe dialogar ni intercambiar regalos sino vencerlos o ser vencidos. Chávez tiene aliados para esa guerra en Bolivia, Ecuador, Nicaragua. El siguiente aliado era y acaso llegue a ser Honduras.
¿No lo entiende así Obama? Chávez (con Fidel) busca expandirse como lo hacía la URSS. Cuba cayó en las redes soviéticas en 1959. Y ese bastión sobrevive por la vacilación de John F. Kennedy y ahora por el oxígeno que le ofrece Chávez. Lo menos que podría hacer Obama en esta coyuntura es frenar las ambiciones de Chávez y no aliarse con él para restituir sin más a Zelaya en Tegucigalpa ideando algún mecanismo para recticar los errores de trámite. Hacerle el juego a Chávez y su pandilla será criminal.
A menos que su agenda le señale precisamente batirse en retirada ante el avance enemigo en la región para claudicar, una vez más. Si es así, se confirmaría que el liderazgo obamista llevará al ocaso a esta nación. Hay síntomas en lo interno, en política y economía. Ahora en el frente externo.
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