En el Ecuador, dada la situación institucional vigente, las acciones del presidente Rafael Correa no pueden ser juzgadas ni evaluadas por ningún organismo competente del Estado, como ocurre en una democracia formal.
El Congreso fue destruído por Correa al comienzo de su gobierno y luego sustituido por una asamblea constituyente y ahora por otra que no tiene ninguna independencia del Ejecutivo. La Corte Suprema de Justicia y el Tribunal Electoral han corrido suerte parecida.
Las violaciones a la Constitución previa a la actual resultaron impunes. Ni las protestas de las víctimas directamente afectadas por el abuso ni la reacción de los medios de comunicación aún a salvo del control estatal fueron suficientes para frenar los cambios.
Tantos atropellos de Correa contra la ley debieron generar interpelaciones en el Congreso e, inevitablemente, su censura y destitución. Nada de ello ha ocurrido, sino lo contrario. Ha sido reelecto presidente y aún goza de gran respaldo popular que podría garantizarle reelecciones indefinidas, como en Vernezuela con Chávez.
Puesto que se ha borrado el sistema de equilibrio y contrapeso de poderes en el Ecuador, la última esperanza que queda de análisis y oposición a Correa y su autoritarismo, es el periodismo. Eso lo entienden muy bien los tiranuelos de todos los niveles y épocas. De ahí que Hugo Chávez y Rafael Correa se hallen en una cruzada permanente para acallar y eliminar a los medios todavía independientes.
Los diarios y medios audivisuales aún no afectados hacen malabares para poder decir su voz de información y opinión, sin generar la ira y represalia de Correa, quien acaso haya superado a Abdala Bucaram en su capacidad de insulto patanesco y procaz.
Hay varios columnistas de diarios que con mucho mérito analizan sin temor al autócrata y que con ahorro de adjetivos exponen hechos con los cuales prueban las infracciones y abusos del régimen. Pero dentro del área periodística se echa de menos algo fundamental: el encuentro de los periodistas con el presidente.
Las conferencias de prensa deben ser restablecidas en el Ecuador. No como las quiere Correa, pre seleccionando a tres o cuatro reporteros a los que somete a un rígido esquema de diálogo en la televisión. Ni tampoco esas charadas radiales de los sábados cuyo formato ridículo queda de manifiesto en el relato que al respecto trae hoy el diario El Comercio.
En el Reino Unido es admirable la rutina a la que son sometidos el Primer Ministro y otros altos funcionarios del gobierno, para que respondan a viva voz las preguntas de todo género planeadas por los parlamentarios. Claro, se trata de una organización política distinta, la parlamentaria.
Pero en ausencia del equilibrio de poderes del sistema republicano en el Ecuador, el último resquicio democrático sería la restituición de las ruedas de prensa, como siempre se las ha entendido allí y en cualquier otro país donde los gobernantes responden ante el elector y ante los representantes de la opinión pública, los periodistas y sus medios.
Tan pronto Correa regresó de su fracasada gestión por reinstalar a Zelaya como presidente chavista en Honduras, el gobernante debió enfrentarse al cuestionamiento de los periodistas en un diálogo abierto y sin preferencias o no para tal o cual medio, para tal o cual periodista.
¿Qué se le podría haber preguntado a Correa al volver de su fracasada misión? Muchas cosas, por ejemplo:
Señor presidente: ¿Tuvo usted autorización del Congreso (o Asamblea) para decidir intervenir en los asuntos internos de Honduras?
Si usted justifica la intervención de la Alba y la OEA en Honduras para restablecer allí la democracia ¿por qué no aboga en el mismo sentido para restablecer la democracia en Cuba, ausente desde hace 50 años?
Usted se sintió humillado y ofendido cuando hace algún tiempo voló a Miami y fue detenido brevemente en el aeropuerto porque no tenía visa de entrada. Usted montó en cólera y anunció que se compraría un avión para no volver a pisar suelo norteamericano. Acaba de hacerlo en Washington. ¿Obtuvo visa para ello?
Su mentor Chávez creó la Alba para oponerse a los Estados Unidos y usted lo ha seguido a pie juntillas. Pero Chávez, según se acaba de saber, llamó a la Casa Blanca para pedirle que interceda en favor de Zelaya. ¿Qué opina al respecto? ¿Ha sido Chávez coherente?
Usted dijo que iría con Zelaya a Tegucigalpa para reinstalarlo en el poder y que si había riesgos, estaba incluso dispuesto a inmolarse por la causa chavista. ¿Por qué se arrepintió a último momento?
Todo parece indicar que Roberto Micheletti, el reemplazo de Zelaya, se quedará interinamente en el poder hasta que un nuevo presidente elegido por voto popular lo sustituya a comienzos del próximo año. ¿Se ha resignado a esta realidad o planea con Chávez alguna otra acción en favor del depuesto gobernante?
Si usted favorece la intervención para fortalecer o rescatar la democracia en un país extranjero ¿por qué, con o sin Chávez, no se pronuncia en respaldo de los iraníes que protestan contra la represión brutal de la teocracia de los ayatolas?
Las preguntas de los periodistas fluirían con vivo interés sobre éste y otros temas y las respuestas, cualesquiera que fueren, harían noticia en las primeras páginas de todos los diarios y con gran despliegue.
Las respuestas de un mandatario, además, originan nuevas preguntas y nuevas respuestas, todo lo cual permite a los ciudadanos comprender con más claridad y profundidad el pensamiento del portagonista. Es lo menos que se le puede exigir a quien se le está confiando el manejo del poder de toda una nación.
Estas conferencias de prensa no las ha habido durante los dos o más años del régimen de Correa y lo más probable es que no se vayan a dar jamás. A pesar de lo cual los periodistas y los medios tendrán que presionar sin descanso para que se restablezcan estos eventos indispensables en una democracia auténtica (o simulada).
Sin ellas, la misión del periodismo queda incompleta.
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