En el Ecuador acaba de implantarse, por orden del Presidente, una ley tributaria “progresiva” (o sea confiscatoria), el alza en un quinto del salario mínimo vigente y a partir del miércoles los topes a las tasas de interés bancario.
Es como si el autor de estas decisiones hubiese decretado la pena de muerte al mercado. Casi lo dice así según la versión de su perorata radial de ayer aparecida en el diario El Nuevo Herald de Miami, cuando afirma que en el Ecuador no existe el mercado competitivo, por lo que el Estado tendrá que regularlo.
¿Qué mercado en si mismo no es competitivo? El mandatario ecuatoriano Rafael Correa, con títulos académicos en Economía, debe entender que su afirmación es una tontería. Porque el mercado simplemente es un encuentro entre quien ofrece un bien o un servicio y otro que lo demanda.
La transacción, en tiempos modernos, se pacta a través del dinero y sus diversas formas, como medida del valor de la transacción de dichos bienes. Los valores fluctúan permanentemente y están sujetos a los volúmenes de la oferta y la demanda y, por cierto, a la calidad. El mercado intrínsicamente implica competencia entre oferta y demanda y puede ser más o menos competitivo con otros mercados, que oferten bienes y servicios similares.
Pretender “matar” al mercado es risible, porque el mercado es algo inherente a la condición humana. Es como respirar, dialogar, caminar, pensar, crear. Lo que Correa quiere es coartar al mercado y controlarlo rígidamente con decisiones emanadas del Ejecutivo, frente a las cuales nadie tenga capacidad de discutir.
Para impedir el debate o la disensión, el Ejecutivo tiene que recurrir a la fuerza para reprimir esa libertad. Tal tendencia autocrática se ha observado con frecuencia en Correa. La última fue con relación a la aprobación absurda de la absurda ley tributaria por la Asamblea Constituyente. El proyecto no fue debatido y se obstruyó a los alcaldes del país que expongan los fundamentos que tenían para oponerse.
El mercado florece cuando mayor es la libertad que le rodea. Esta libertad no es ilimitada, se la regula para impedir que afecte a otros individuos y a través de ello a la comunidad. Una libertad primitiva de mercado es proclive a los abusos de quienes acumulen mayor poder económico. Eses temor da origen a leyes anti monopolio y conexas.
En el Ecuador es probable que el mercado no sea transparente, porque el cumplimiento de la ley no rige para todos. Un sistema democrático imperfecto es campo propicio para la corrupción, tanto de parte de quienes tienen que cumplir la ley como de quienes tienen que hacerla cumplir.
La solución no está en trasladar toda la fuerza y todo el control del mercado a un Ejecutivo autocrático, como es el de Correa. Si le ley tributaria aprobada sin objeción ni discusión grava y castiga más a los que más tienen y libera del pago al 85% de los contribuyentes, los resultados serán desastrosos. Caerán los ingresos fiscales, contrariamente a lo que cree su autor, pues proliferarán las “trampas” para optar por deducciones para pagar menos o nada.
Y no hay que ser suspicaces para advertir lo que sucederá con el alza en los tributos para los bienes considerados suntuarios. Aumentarán el contrabando y los ingresos para quienes lo ejerzan, que además no pagarán un solo centavo de impuestos.
Correa dispuso que el salario vital aumento de 170 a 200 dólares por mes y para los empleados domésticos de 120 dólares a 170 dólares por mes. Los que no cumplan con la ley serán sancionados. Si la cumplen, la mayoría se verá forzada a despedir empleados o a no contratar nuevos si tenían proyectado una expansión del negocio. En el área de las domésticas, aumentará el desempleo o la trampa.
El manejo de los salarios por el Ejecutivo es otra intromisión condenable en el mercado. No cabe que cada año el gobierno fije, con o sin aceptación de las partes, un aumento salarial inflexible y general para todo el país. Lo ideal, lo técnico, sería que el mercado oriente el flujo de los salarios hacia arriba o hacia abajo, según la demanda y la oferta.
Ciertamente que cabe una tasa mínima, un pago de cierta suma por hora que sirva como pauta general y que podría revisarse cada cierto lapso amplio con margen de seguridad para las fluctuaciones. Pero no es aceptable que cada año haya un aumento que tenga que aplicarse por igual en empresas grandes o pequeñas, eficientes o ineficientes, nuevas o experimentadas, de los grandes centros urbanos o de áreas rurales.
Es una intervención gubernamental que distorsiona y desalienta el empleo y la inversión. Si la idea de Correa es favorecer a los pobres y desempleados, con estas medidas conseguirá lo opuesto. Peor aún si hace cierta su amenaza de enviar a la cárcel a quienes no paguen los nuevos tributos o sancione, acaso no solo pecuniariamente, a quienes no acaten las alzas salariales.
Dentro del mismo esquema mental revanchista de Correa está su iracundia contra las fundaciones. Éstas han funcionado muy bien en sociedades de mercado liberales. La idea es exonerar del pago del impuesto a la renta a las personas y corporaciones que donen dinero a instituciones sin fines de lucro, cuya misión sean de beneficio a la comunidad en las artes, la salud, la lucha contra epidemias, el saneamiento ambiental y otras obras caritativas.
El impacto benéfico es múltiple: por un lado las personas individuales y las empresas o corporaciones ven reducido el peso tributario con las donaciones. Si bien el fisco merma un tanto sus ingresos por esta causa, en cambio el impacto en la comunidad es inmenso por las obras que las fundaciones realizan en los distintos géneros, sin la interferencia estatal ni su burocracia.
No faltan rompimientos de la ley, como en toda acción humana. Hay ocasiones en que se detectan abusos por dilapidación de fondos en sueldos, viajes u otros gastos no autorizables por la ley de fundaciones. Pero los abusos se detectan y sancionan y el sistema sigue boyante.
Nada de esto le interesa a Correa y a sus vasallos. La ley tributaria fue aprobada ya no por únicamente los 80 asambleístas oficialistas vasallos del total de 130, sino por 90. El autócrata cuenta ahora con 10 nuevos vasallos. (Hitler y Mussolini también tuvieron congresos serviles en sus marchas hacia el fascismo, que tanto dolor y muerte causó a la humanidad)
¿Cuál fue el comentario de Correa a esta regalona ganancia de votos en la Asamblea? Pues: “Qué paliza les hemos dado a los “pelucones”…”
Sunday, December 30, 2007
Friday, December 28, 2007
¿EL PRESIDENTE CORREA ES IRREAL?
El líder de los ecuatorianos Rafael Correa, en el poder desde hace casi un año, dice y comete tantos disparates en una carrera insana contra reloj, que parece por momentos un personaje irreal.
Irreal porque con tantos atropellos verbales y jurídicos, este ciudadano ya debió haber sido sustituido hace tiempo por alguien más cuerdo, para ser internado en algún sanatorio, mejor si seleccionado en algún remoto pueblito de Bélgica.
No ha caído aún, pero quizás es momento de hacer apuestas: ¿durará un par de meses más, llegará a los seis? Difícil predecirlo. Pero si eso no ocurre la manera de interpretarlo sería por la ausencia de un líder que galvanice a la oposición, pero con talento.
Que Correa ha tenido talento es innegable. La gente en el Ecuador estaba frustrada por un sistema de estructura democrática imperfecta, que se traslucía por todos los poros del sistema: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Pero Correa, si bien captó esa frustración para si derrotando a su rival Álvaro Noboa con largueza, en cambio no tenía el propósito de corregir errores del sistema para favorecerlo. Lo que se proponía hacer y lo ha logrado, es la total destrucción del remedo de democracia que existía.
Ecuador necesita un líder, si, pero no de esas características, que por lo demás han pululado a lo largo de la historia ecuatoriana y latinoamericana. Requiere de alguien sensato, tranquilo, que tenga seguridad en sí mismo y en los principios democráticos que anuncie defender.
Álvaro Noboa, por desgracia, se halla distante de ese ideal. No porque haya heredado la mayor fortuna del país, sino por su conducta y su lenguaje. Su aseveración de que Correa es “un diablo con cuernos” al que hay que desnudar y descubrir, sin duda no le ganará partidarios, sino risa.
Que Correa sea maligno, no hay duda. Todo lo que ha hecho hasta el momento ha sido destructivo. La reforma tributaria que ha ordenado aprobar a la Asamblea en tiempo récord, es confiscatoria. No importa que sus vasallos le hayan pedido aceptar mínimas enmiendas para disimular su vasallaje. La objeción al proceso es de fondo.
La reforma tributaria, con o sin enmiendas, así como todas las demás leyes nuevas o rectificadas por la Asamblea carecen de validez. La Asamblea no fue convocada ni se instaló para sustituir al Congreso en la tarea de colegisladora. Su exclusivo fin era proponer enmiendas a la Constitución, para que se las pruebe o rechace en referendo.
De ahí que la presencia de los asambleístas no entregados sumisamente a los dictados de Correa, sea extremadamente precaria. Para el caso de la ley sobre impuestos, aún si arguyen y votan en contra la estarán avalando con su sola presencia.
La protesta de los no oficialistas ha probado ser inútil. Tal el caso del uso dictatorial de las fuerzas armadas para doblegar a los rebeldes en Dayuma, población oriental. Las protestas no sirvieron para nada. Cuando el presidente de la asamblea, Alberto Acosta, hizo un amago de solidarizarse con la protesta, Correa lo increpó y todo quedó archivado.
Idéntica suerte ha corrido la acción dictatorial para impedir a los alcaldes que se reúnan en Manabí y expongan sus puntos de vista contra la ley tributaria, que perjudicará a las rentas municipales y a las fundaciones conexas. La policía, por orden de Correa, bloqueó las carreteras y les impidió marchar por tierra a más de un centenar de alcaldes de todo el país.
Los no oficialistas de la Asamblea sugirieron que ésta proteste por estos actos e incluso Noboa pidió que se interpele a Correa. Nada consiguieron. Por un instante el bloque de oposición decidió abandonar el pleno para reafirmar su protesta. Pero se informa que minutos más tarde, todos retornaron como manso rebaño.
Correa -qué sorpresa- fue recibido la víspera con ovación en Montecristi, sitio al que fue junto a sus fieles y asalariados para respaldar a la Asamblea y su facultad de dictar leyes sin tener tal facultad. Con el tono desafiante de matón de barrio, pidió a la oposición que se le enfrente allí mismo, para probar fuerzas.
Hasta en ese detalle, inaceptable en un estadista, mintió. Ya había dispuesto que la Policía “blinde” al edificio de la asamblea y que se impida por la fuerza a los alcaldes y acompañantes que se encaminen a Montecristi.
(El “picarón” de Alberto Acosta llegó a anunciar que pedirá un informe al gobierno acerca de las razones por las cuales se prohibió la marcha de los alcaldes. ¿Acaso quiere exponerse a otra halada de orejas de su jefe?)
Asombra que Correa, quien pese a sus títulos en economía parecería estar incapacitado hasta para administrar una tienda de barrio, diga tantos disparates en materia tributaria. Afirma que los nuevos tributos, que gravarán a los ricos, darán un respiro al 85% de los contribuyentes que así “no pagarán nada”.
Es una declaratoria nebulosa, falsa, sin sustento ni pruebas, sin cálculos. Lo que trasunta es su odio a los que han acumulado dinero. Ahora ya no dice que el dinero favorecerá a los pobres, sino a la clase media. ¿Cómo? No lo aclara. Lo que busca es humillar a los que más tienen, como con su impuesto del 70% a la herencia.
Sin un claro concepto y una clara defensa de los derechos a la propiedad privada, el sistema capitalista, democrático y liberal simplemente no funciona. La abolición de la propiedad privada, radical o paulatina, tiene sus orígenes en un socialismo utópico de corte marxista y fascista. En todo lugar donde se ha intentado aplicarlo, ha fracasado.
Cuando Correa estigmatiza a los “pelucones”, habla de los ricos y, para él, no hay posibilidad de hacer fortuna sino a través del robo, el abuso, la violación de las leyes y la complicidad de las autoridades encargadas de hacerlas cumplir. Es probable que muchas fortunas en el Ecuador (y en otras partes) tengan esa génesis.
Pero el remedio no es degollar al sistema capitalista democrático y reemplazarlo por un capitalismo de Estado. El Estado no crea riqueza. Absorbe impuestos en determinada proporción –que previamente se debaten intensamente en cámaras legislativas para en ciertos casos someterlas a referendo- para invertir ese dinero que recaude en servicios a la comunidad.
Los impuestos no redistribuyen la riqueza. Su principal uso es garantizar la seguridad interna y externa de las naciones. Y luego para crear infraestructura básica en caminos, puertos, comunicaciones, energía. La idea es crear esos servicios y esa infraestructura para uso de los verdaderos creadores de riqueza: los ciudadanos, solos o asociados.
Para que el ciudadano común cree riqueza, hay que adicionalmente rodearle de un marco de libertad a su inventiva y para su inversión. Toda restricción en esos campos limita y constriñe los resultados. La libertad individual no debe cruzar el umbral de la libertad ajena. Para evitarlo, se crean leyes que igualmente son discutidas y aprobadas por consenso.
En ese plano ideal del consenso en libertad, resulta absurdo que Correa prometa la falsía de exonerar del pago de impuestos al 85% de la población (no lo dice, pero se supone que se refiere al impuesto a la renta). Una sociedad sana no debería excluir a nadie del pago de tributos, salvo los casos de excepción obvia.
Lo que debió proponer Correa, pero no a la Asamblea que no tiene atribuciones para ello sino al Congreso que clausuró, es varias opciones de reforma a la ley tributaria. Si hay una evasión del 60%, es elemental suponer que el que la falla no está en el contribuyente, sino el sistema impositivo. En lugar de castigar más el evasor, incluso con la cárcel, hay que revisar el sistema para hacerlo realista y eficiente.
En todo caso, el impuesto exorbitante e inconsulto, como a la herencia, es robo y el robo está penado por la ley ordinaria. Si yo acumulo fortuna ciñéndome a la ley, puedo hacer de ella lo que me plazca: dilapidarla o dejarla como legado a mis descendientes. El Estado no tiene porqué intervenir en ello ni tocarla, ni reducirla ni castigarme mediante impuestos confiscatorios.
La equidad jurídica según Correa es a la postre una desigualdad monstruosa que grava más a los que más tienen y pretende liberar parte o todo del pago a los que menos tienen. El impuesto, si es a la renta, deber tener el mismo peso tributario proporcional para todos los ingresos. La recaudación, en ese sentido, será mayor mientras mayores sean los ingresos de los contribuyentes.
Lo contrario tiene la fetidez del fetichismo y la envidia. Es perverso instigar en la gente al revanchismo cuando un sistema democrático imperfecto la ha frustrado. Lo que se debe aspirar es a dar mayores oportunidades a esa gente para que pueda progresar, crecer y capitalizar en base a sus propios talentos y no a través de repartir la riqueza de otros, que por cierto nunca les llegará, pues se quedará en manos del fisco.
Correa está navegando por cauces distintos. Es la ruta equivocada que lo llevará al abismo, acaso más temprano que tarde. Sobre todo si aparece el líder adecuado que canalice con sabiduría y decisión el descontento que ya comienza a esparcirse por la República.
El Alcalde de Guayaquil Jaime Nebot, el principal humillado por Rafael Correa en el incidente de la marcha, dice que no lo perdonará esta vez y anuncia que habrá vendavales contra él a partir del próximo año. Hasta la fecha, Nebot ha sido complaciente con el mandatario, dándole muestras de urbanidad y deseos de diálogo. Con seres así, es imposible.
¿Tendrá Jaime Nebot la entereza suficiente para enfrentarle de verdad a este “diablo”, como lo quisiera el magnate Noboa?
Irreal porque con tantos atropellos verbales y jurídicos, este ciudadano ya debió haber sido sustituido hace tiempo por alguien más cuerdo, para ser internado en algún sanatorio, mejor si seleccionado en algún remoto pueblito de Bélgica.
No ha caído aún, pero quizás es momento de hacer apuestas: ¿durará un par de meses más, llegará a los seis? Difícil predecirlo. Pero si eso no ocurre la manera de interpretarlo sería por la ausencia de un líder que galvanice a la oposición, pero con talento.
Que Correa ha tenido talento es innegable. La gente en el Ecuador estaba frustrada por un sistema de estructura democrática imperfecta, que se traslucía por todos los poros del sistema: Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
Pero Correa, si bien captó esa frustración para si derrotando a su rival Álvaro Noboa con largueza, en cambio no tenía el propósito de corregir errores del sistema para favorecerlo. Lo que se proponía hacer y lo ha logrado, es la total destrucción del remedo de democracia que existía.
Ecuador necesita un líder, si, pero no de esas características, que por lo demás han pululado a lo largo de la historia ecuatoriana y latinoamericana. Requiere de alguien sensato, tranquilo, que tenga seguridad en sí mismo y en los principios democráticos que anuncie defender.
Álvaro Noboa, por desgracia, se halla distante de ese ideal. No porque haya heredado la mayor fortuna del país, sino por su conducta y su lenguaje. Su aseveración de que Correa es “un diablo con cuernos” al que hay que desnudar y descubrir, sin duda no le ganará partidarios, sino risa.
Que Correa sea maligno, no hay duda. Todo lo que ha hecho hasta el momento ha sido destructivo. La reforma tributaria que ha ordenado aprobar a la Asamblea en tiempo récord, es confiscatoria. No importa que sus vasallos le hayan pedido aceptar mínimas enmiendas para disimular su vasallaje. La objeción al proceso es de fondo.
La reforma tributaria, con o sin enmiendas, así como todas las demás leyes nuevas o rectificadas por la Asamblea carecen de validez. La Asamblea no fue convocada ni se instaló para sustituir al Congreso en la tarea de colegisladora. Su exclusivo fin era proponer enmiendas a la Constitución, para que se las pruebe o rechace en referendo.
De ahí que la presencia de los asambleístas no entregados sumisamente a los dictados de Correa, sea extremadamente precaria. Para el caso de la ley sobre impuestos, aún si arguyen y votan en contra la estarán avalando con su sola presencia.
La protesta de los no oficialistas ha probado ser inútil. Tal el caso del uso dictatorial de las fuerzas armadas para doblegar a los rebeldes en Dayuma, población oriental. Las protestas no sirvieron para nada. Cuando el presidente de la asamblea, Alberto Acosta, hizo un amago de solidarizarse con la protesta, Correa lo increpó y todo quedó archivado.
Idéntica suerte ha corrido la acción dictatorial para impedir a los alcaldes que se reúnan en Manabí y expongan sus puntos de vista contra la ley tributaria, que perjudicará a las rentas municipales y a las fundaciones conexas. La policía, por orden de Correa, bloqueó las carreteras y les impidió marchar por tierra a más de un centenar de alcaldes de todo el país.
Los no oficialistas de la Asamblea sugirieron que ésta proteste por estos actos e incluso Noboa pidió que se interpele a Correa. Nada consiguieron. Por un instante el bloque de oposición decidió abandonar el pleno para reafirmar su protesta. Pero se informa que minutos más tarde, todos retornaron como manso rebaño.
Correa -qué sorpresa- fue recibido la víspera con ovación en Montecristi, sitio al que fue junto a sus fieles y asalariados para respaldar a la Asamblea y su facultad de dictar leyes sin tener tal facultad. Con el tono desafiante de matón de barrio, pidió a la oposición que se le enfrente allí mismo, para probar fuerzas.
Hasta en ese detalle, inaceptable en un estadista, mintió. Ya había dispuesto que la Policía “blinde” al edificio de la asamblea y que se impida por la fuerza a los alcaldes y acompañantes que se encaminen a Montecristi.
(El “picarón” de Alberto Acosta llegó a anunciar que pedirá un informe al gobierno acerca de las razones por las cuales se prohibió la marcha de los alcaldes. ¿Acaso quiere exponerse a otra halada de orejas de su jefe?)
Asombra que Correa, quien pese a sus títulos en economía parecería estar incapacitado hasta para administrar una tienda de barrio, diga tantos disparates en materia tributaria. Afirma que los nuevos tributos, que gravarán a los ricos, darán un respiro al 85% de los contribuyentes que así “no pagarán nada”.
Es una declaratoria nebulosa, falsa, sin sustento ni pruebas, sin cálculos. Lo que trasunta es su odio a los que han acumulado dinero. Ahora ya no dice que el dinero favorecerá a los pobres, sino a la clase media. ¿Cómo? No lo aclara. Lo que busca es humillar a los que más tienen, como con su impuesto del 70% a la herencia.
Sin un claro concepto y una clara defensa de los derechos a la propiedad privada, el sistema capitalista, democrático y liberal simplemente no funciona. La abolición de la propiedad privada, radical o paulatina, tiene sus orígenes en un socialismo utópico de corte marxista y fascista. En todo lugar donde se ha intentado aplicarlo, ha fracasado.
Cuando Correa estigmatiza a los “pelucones”, habla de los ricos y, para él, no hay posibilidad de hacer fortuna sino a través del robo, el abuso, la violación de las leyes y la complicidad de las autoridades encargadas de hacerlas cumplir. Es probable que muchas fortunas en el Ecuador (y en otras partes) tengan esa génesis.
Pero el remedio no es degollar al sistema capitalista democrático y reemplazarlo por un capitalismo de Estado. El Estado no crea riqueza. Absorbe impuestos en determinada proporción –que previamente se debaten intensamente en cámaras legislativas para en ciertos casos someterlas a referendo- para invertir ese dinero que recaude en servicios a la comunidad.
Los impuestos no redistribuyen la riqueza. Su principal uso es garantizar la seguridad interna y externa de las naciones. Y luego para crear infraestructura básica en caminos, puertos, comunicaciones, energía. La idea es crear esos servicios y esa infraestructura para uso de los verdaderos creadores de riqueza: los ciudadanos, solos o asociados.
Para que el ciudadano común cree riqueza, hay que adicionalmente rodearle de un marco de libertad a su inventiva y para su inversión. Toda restricción en esos campos limita y constriñe los resultados. La libertad individual no debe cruzar el umbral de la libertad ajena. Para evitarlo, se crean leyes que igualmente son discutidas y aprobadas por consenso.
En ese plano ideal del consenso en libertad, resulta absurdo que Correa prometa la falsía de exonerar del pago de impuestos al 85% de la población (no lo dice, pero se supone que se refiere al impuesto a la renta). Una sociedad sana no debería excluir a nadie del pago de tributos, salvo los casos de excepción obvia.
Lo que debió proponer Correa, pero no a la Asamblea que no tiene atribuciones para ello sino al Congreso que clausuró, es varias opciones de reforma a la ley tributaria. Si hay una evasión del 60%, es elemental suponer que el que la falla no está en el contribuyente, sino el sistema impositivo. En lugar de castigar más el evasor, incluso con la cárcel, hay que revisar el sistema para hacerlo realista y eficiente.
En todo caso, el impuesto exorbitante e inconsulto, como a la herencia, es robo y el robo está penado por la ley ordinaria. Si yo acumulo fortuna ciñéndome a la ley, puedo hacer de ella lo que me plazca: dilapidarla o dejarla como legado a mis descendientes. El Estado no tiene porqué intervenir en ello ni tocarla, ni reducirla ni castigarme mediante impuestos confiscatorios.
La equidad jurídica según Correa es a la postre una desigualdad monstruosa que grava más a los que más tienen y pretende liberar parte o todo del pago a los que menos tienen. El impuesto, si es a la renta, deber tener el mismo peso tributario proporcional para todos los ingresos. La recaudación, en ese sentido, será mayor mientras mayores sean los ingresos de los contribuyentes.
Lo contrario tiene la fetidez del fetichismo y la envidia. Es perverso instigar en la gente al revanchismo cuando un sistema democrático imperfecto la ha frustrado. Lo que se debe aspirar es a dar mayores oportunidades a esa gente para que pueda progresar, crecer y capitalizar en base a sus propios talentos y no a través de repartir la riqueza de otros, que por cierto nunca les llegará, pues se quedará en manos del fisco.
Correa está navegando por cauces distintos. Es la ruta equivocada que lo llevará al abismo, acaso más temprano que tarde. Sobre todo si aparece el líder adecuado que canalice con sabiduría y decisión el descontento que ya comienza a esparcirse por la República.
El Alcalde de Guayaquil Jaime Nebot, el principal humillado por Rafael Correa en el incidente de la marcha, dice que no lo perdonará esta vez y anuncia que habrá vendavales contra él a partir del próximo año. Hasta la fecha, Nebot ha sido complaciente con el mandatario, dándole muestras de urbanidad y deseos de diálogo. Con seres así, es imposible.
¿Tendrá Jaime Nebot la entereza suficiente para enfrentarle de verdad a este “diablo”, como lo quisiera el magnate Noboa?
Saturday, December 22, 2007
¿CON MÁS IMPUESTOS MENOS POBREZA?
Líderes populistas de corte fascista, como el presidente ecuatoriano Rafael Correa, creen que las desigualdades en el ingreso deben corregirse con más impuestos que graven a las personas y empresas más adineradas en una sociedad.
Suponen estos caudillos que mediante una tributación “más justa” que castigue a los “ricos” causantes de la desigualdad se producirá una redistribución a favor de los sectores más pobres de manera automática. Pero no mencionan con qué mecanismo prodigioso.
Los pobres de las naciones castigadas por gobiernos corruptos e ineficientes, como tantos en la América Latina y el tercer mundo, no obstante depositan su fe en estos “iluminados”. Pero no tardan en decepcionarse pues el mecanismo milagroso de la redistribución nunca aparece. Al contrario, la pobreza se generaliza y la corrupción de los burócratas aumenta.
El presidente Correa ha expresado su doctrina en el mensaje navideño. Afirma que si bien en el Ecuador el 90% de la población es cristiana, la sociedad no lo es debido a las desigualdades del ingreso. Promete superar la contradicción entre otras fórmulas con la reforma tributaria. Se deduce que con esos cambios él está convencido de que la sociedad ecuatoriana se volverá más cristiana.
Según algunos de los escasos datos biográficos del mandatario, en sus años de adolescente estuvo cercano a la Iglesia Católica, inclusive se hizo monaguillo. Pero aparentemente no asimiló bien las enseñanzas religiosas ya que las confunde y politiza. Como ocurre con sus nociones sobre Economía, pese a sus cursos en universidades de prestigio.
Cuando Jesús habla (en Mateo 20:24) de que más difícil será que un rico pase por el ojo de una aguja, no estaba condenando a los ricos por ser tales, sino por descuidar de la moral, obnubilados por su opulencia.
La Iglesia es la iglesia de los pobres, si, pero no en el sentido populista de Correa sino desde el punto de vista espiritual. Imposible utilizar artilugios retóricos para suponer que Jesucristo detestaba a los ricos y los estigmatizaba para sugerir que se los despoje de sus riquezas para trasladarlas a los pobres.
Correa, como Chávez y tantos otros autócratas de la historia reciente del siglo XX y actual, pretenden jugar a sustituir a Dios e implantar en la tierra paraísos imposibles, como el propio Papa Benedicto XVI acaba de expresarlo en una de sus últimas encíclicas (links en inglés y en español): “Un mundo marcado por tantas injusticias, sufrimiento inocente y cinismo de poder no puede ser el trabajo de un Dios Bueno», escribe el Papa. Sin embargo, afirma que la solución de éste sufrimiento no corresponde al ser humano, una idea «tan atrevida como intrínsecamente falsa», puesto que entender que el hombre es capaz de hacer lo que no realiza Dios y crear una nueva salvación en la Tierra es falso”.
Lo que corresponde a un buen gobernante, en naciones hasta mal gobernadas, es comprender que su papel no es fomentar el resentimiento y la envidia entre los sectores menos afortunados en contra de quienes han tenido mayor fortuna sino tratar establecer un sistema de convivencia que para abrir paulatinamente el acceso a mejores condiciones de vida a la mayor parte de la población excluida de ello, precisamente por efecto de los gobiernos ineficaces.
Correa y demás caudillos populistas generalmente se auto califican como revolucionarios. La revolución que proclaman es de redención de los pobres pero a la postre, su objetivo es concentrar el poder en sus manos. La riqueza de los acaudalados podrá disminuir, pero no se trasladará a los pobres sino al Estado. La inversión declinará y así el empleo, la oferta de bienes y servicios. La miseria y la pobreza se generalizarán.
La revolución propuesta es, en suma, una involución o regresión. Rafael Correa y sus súbditos en el gobierno y la Asamblea Constituyente, no está reformando nada en el sentido revolucionario hacia delante. Es un retroceso. Cuando una economía está en mala situación, como la ecuatoriana (tiene el índice más bajo de crecimiento en América Latina, por debajo del 3%), lo menos aconsejable es elevar impuestos.
El presidente George W Bush lo entendió así. Heredó de su predecesor Clinton una economía en crisis y redujo los impuestos. No solo a los “pobres” o a los de la clase media, sino a “todos”. Los resultados han sido fantásticos. La economía se recuperó, las recaudaciones rompieron los cálculos más optimistas y ni los gastos de guerra contra el terrorismo internacional determinaron una recesión.
Todo lo contrario. El déficit presupuestario se ha reducido, las ventas este año han sido las mayores en tres años y medio, el crecimiento ha sido del 4.9%, el nivel de desempleo el más bajo en un decenio, lo cual para la mayor economía industrial del planeta es algo colosal. La gente está satisfecha, la pobreza supera el nivel de riqueza de la clase media del decenio de 1960 y las inversiones internas y extranjeras siguen en aumento creciente.
Bush ha enfrentado a un Congreso demócrata durante el 2007, pero ha salido airoso en la confrontación. El respaldo a la guerra antiterrorista dentro de las organizaciones OTAN en Afganistán y ONU en Irak salió incólume pese a la oposición demócrata. En Alemania, Francia, Corea del Sur, Gran Bretaña la solidaridad en la causa antiterrorista no solo no se ha debilitado sino que se ha robustecido.
Pero Correa, economista estudiado en los Estados Unidos, cree que la receta para salir de la pobreza es elevar impuestos a las personas y las corporaciones de altos ingresos, a las herencias, a las tierras, a determinados consumos, a las importaciones, a las remesas de capitales al exterior. No tiene un Congreso adverso, tiene una asamblea sumisa.
Si quería una revolución hacia delante en materia tributaria, pudo haber estudiado lo que han hecho los países que se desligaron de la Unión Soviética comunista, a la que mira Correa con tanta nostalgia. Estonia, Lituania, Latvia, Ucrania e inclusive la misma Rusia de Putin decidieron echar al tacho de basura la noción fascista de los tributos imperante en la ex URSS y los sustituyeron de un solo tajo por el impuesto único “flat-tax”, por sus palabras en inglés.
Una vez en práctica ese sistema impositivo, las economías de aquellos países dejaron atrás “la larga noche del socialismo” y se abrieron al capitalismo, al libre mercado, a la libre inversión y competencia. El crecimiento fue y sigue siendo espectacular, al punto que Bush ha nombrado una comisión para tratar de imitar el flat-tax en los Estados Unidos agobiado por una red impositiva complicadísima y exasperante.
Gonzalo Sánchez de Lozada, en su primera administración, también impuso una innovación. Abolió escalas en la imposición a la renta y las sustituyó por una sola tasa del 10%. La recaudación tributaria se decuplicó, las finanzas del fisco y del sector privado mejoraron. El laberinto político de esa nación, que subsiste hasta la fecha, terminó dando al traste con el esfuerzo liberador de la economía.
Correa no solo no piensa en innovaciones, sino que quiere retornar a las épocas anteriores a las de su héroe Eloy Alfaro. Con el consejo del economista Stignitz, Premio Nobel, quiere endurecer las penas y retaliaciones contra los evasores de impuestos. Su asesor yanqui propone cárcel. ¿No fue Alfaro quien prohibió la prisión por deudas a comienzos del siglo pasado?
Si hay tanta evasión tributaria, debería estudiarse las causas y enmendarlas. Lo contrario, es decir incrementar el castigo al tiempo que se elevan los impuestos no significará sino mayor evasión por medios nuevos y tradicionales y, por cierto, una mayor desinversión.
La gente, ilusionada con la oferta Correa de alcanzar el paraíso a través de la Asamblea, ya está arrepentida. Las encuestas revelan que el 53% de los encuestados considera malas las gestiones del gobierno y su asamblea, solo el 14% los respalda. El presidente ha estado en el poder casi 12 meses, sin visible oposición. Ergo, su popularidad continuará en picada con el paso de los días.
¿Quién apoyará a Correa, por ejemplo, en su orden a la Asamblea para que dicte una ley de indulto a las “mulas”, o sea a quienes se prestan a transportar estupefacientes a los centros de consumo de Estados Unidos y Europa? Considera él que las multas, “impuestas por los Estados Unidos”, no guardan relación con el delito de transportar “apenas unos pocos gramos” de cocaína.
¿El indulto será total u ordenará a sus asambleístas que gradúen las penas a tanto en dinero y cárcel, según el peso de la droga que las “pobres madres sin empleo” se ven forzadas a transportar? Es una percepción innoble y maldita del problema y acaso solo se explique, sin justificarlo, por el hecho de que su padre fue encarcelado en USA por “mula” y condenado allí a tres años de prisión.
Suponen estos caudillos que mediante una tributación “más justa” que castigue a los “ricos” causantes de la desigualdad se producirá una redistribución a favor de los sectores más pobres de manera automática. Pero no mencionan con qué mecanismo prodigioso.
Los pobres de las naciones castigadas por gobiernos corruptos e ineficientes, como tantos en la América Latina y el tercer mundo, no obstante depositan su fe en estos “iluminados”. Pero no tardan en decepcionarse pues el mecanismo milagroso de la redistribución nunca aparece. Al contrario, la pobreza se generaliza y la corrupción de los burócratas aumenta.
El presidente Correa ha expresado su doctrina en el mensaje navideño. Afirma que si bien en el Ecuador el 90% de la población es cristiana, la sociedad no lo es debido a las desigualdades del ingreso. Promete superar la contradicción entre otras fórmulas con la reforma tributaria. Se deduce que con esos cambios él está convencido de que la sociedad ecuatoriana se volverá más cristiana.
Según algunos de los escasos datos biográficos del mandatario, en sus años de adolescente estuvo cercano a la Iglesia Católica, inclusive se hizo monaguillo. Pero aparentemente no asimiló bien las enseñanzas religiosas ya que las confunde y politiza. Como ocurre con sus nociones sobre Economía, pese a sus cursos en universidades de prestigio.
Cuando Jesús habla (en Mateo 20:24) de que más difícil será que un rico pase por el ojo de una aguja, no estaba condenando a los ricos por ser tales, sino por descuidar de la moral, obnubilados por su opulencia.
La Iglesia es la iglesia de los pobres, si, pero no en el sentido populista de Correa sino desde el punto de vista espiritual. Imposible utilizar artilugios retóricos para suponer que Jesucristo detestaba a los ricos y los estigmatizaba para sugerir que se los despoje de sus riquezas para trasladarlas a los pobres.
Correa, como Chávez y tantos otros autócratas de la historia reciente del siglo XX y actual, pretenden jugar a sustituir a Dios e implantar en la tierra paraísos imposibles, como el propio Papa Benedicto XVI acaba de expresarlo en una de sus últimas encíclicas (links en inglés y en español): “Un mundo marcado por tantas injusticias, sufrimiento inocente y cinismo de poder no puede ser el trabajo de un Dios Bueno», escribe el Papa. Sin embargo, afirma que la solución de éste sufrimiento no corresponde al ser humano, una idea «tan atrevida como intrínsecamente falsa», puesto que entender que el hombre es capaz de hacer lo que no realiza Dios y crear una nueva salvación en la Tierra es falso”.
Lo que corresponde a un buen gobernante, en naciones hasta mal gobernadas, es comprender que su papel no es fomentar el resentimiento y la envidia entre los sectores menos afortunados en contra de quienes han tenido mayor fortuna sino tratar establecer un sistema de convivencia que para abrir paulatinamente el acceso a mejores condiciones de vida a la mayor parte de la población excluida de ello, precisamente por efecto de los gobiernos ineficaces.
Correa y demás caudillos populistas generalmente se auto califican como revolucionarios. La revolución que proclaman es de redención de los pobres pero a la postre, su objetivo es concentrar el poder en sus manos. La riqueza de los acaudalados podrá disminuir, pero no se trasladará a los pobres sino al Estado. La inversión declinará y así el empleo, la oferta de bienes y servicios. La miseria y la pobreza se generalizarán.
La revolución propuesta es, en suma, una involución o regresión. Rafael Correa y sus súbditos en el gobierno y la Asamblea Constituyente, no está reformando nada en el sentido revolucionario hacia delante. Es un retroceso. Cuando una economía está en mala situación, como la ecuatoriana (tiene el índice más bajo de crecimiento en América Latina, por debajo del 3%), lo menos aconsejable es elevar impuestos.
El presidente George W Bush lo entendió así. Heredó de su predecesor Clinton una economía en crisis y redujo los impuestos. No solo a los “pobres” o a los de la clase media, sino a “todos”. Los resultados han sido fantásticos. La economía se recuperó, las recaudaciones rompieron los cálculos más optimistas y ni los gastos de guerra contra el terrorismo internacional determinaron una recesión.
Todo lo contrario. El déficit presupuestario se ha reducido, las ventas este año han sido las mayores en tres años y medio, el crecimiento ha sido del 4.9%, el nivel de desempleo el más bajo en un decenio, lo cual para la mayor economía industrial del planeta es algo colosal. La gente está satisfecha, la pobreza supera el nivel de riqueza de la clase media del decenio de 1960 y las inversiones internas y extranjeras siguen en aumento creciente.
Bush ha enfrentado a un Congreso demócrata durante el 2007, pero ha salido airoso en la confrontación. El respaldo a la guerra antiterrorista dentro de las organizaciones OTAN en Afganistán y ONU en Irak salió incólume pese a la oposición demócrata. En Alemania, Francia, Corea del Sur, Gran Bretaña la solidaridad en la causa antiterrorista no solo no se ha debilitado sino que se ha robustecido.
Pero Correa, economista estudiado en los Estados Unidos, cree que la receta para salir de la pobreza es elevar impuestos a las personas y las corporaciones de altos ingresos, a las herencias, a las tierras, a determinados consumos, a las importaciones, a las remesas de capitales al exterior. No tiene un Congreso adverso, tiene una asamblea sumisa.
Si quería una revolución hacia delante en materia tributaria, pudo haber estudiado lo que han hecho los países que se desligaron de la Unión Soviética comunista, a la que mira Correa con tanta nostalgia. Estonia, Lituania, Latvia, Ucrania e inclusive la misma Rusia de Putin decidieron echar al tacho de basura la noción fascista de los tributos imperante en la ex URSS y los sustituyeron de un solo tajo por el impuesto único “flat-tax”, por sus palabras en inglés.
Una vez en práctica ese sistema impositivo, las economías de aquellos países dejaron atrás “la larga noche del socialismo” y se abrieron al capitalismo, al libre mercado, a la libre inversión y competencia. El crecimiento fue y sigue siendo espectacular, al punto que Bush ha nombrado una comisión para tratar de imitar el flat-tax en los Estados Unidos agobiado por una red impositiva complicadísima y exasperante.
Gonzalo Sánchez de Lozada, en su primera administración, también impuso una innovación. Abolió escalas en la imposición a la renta y las sustituyó por una sola tasa del 10%. La recaudación tributaria se decuplicó, las finanzas del fisco y del sector privado mejoraron. El laberinto político de esa nación, que subsiste hasta la fecha, terminó dando al traste con el esfuerzo liberador de la economía.
Correa no solo no piensa en innovaciones, sino que quiere retornar a las épocas anteriores a las de su héroe Eloy Alfaro. Con el consejo del economista Stignitz, Premio Nobel, quiere endurecer las penas y retaliaciones contra los evasores de impuestos. Su asesor yanqui propone cárcel. ¿No fue Alfaro quien prohibió la prisión por deudas a comienzos del siglo pasado?
Si hay tanta evasión tributaria, debería estudiarse las causas y enmendarlas. Lo contrario, es decir incrementar el castigo al tiempo que se elevan los impuestos no significará sino mayor evasión por medios nuevos y tradicionales y, por cierto, una mayor desinversión.
La gente, ilusionada con la oferta Correa de alcanzar el paraíso a través de la Asamblea, ya está arrepentida. Las encuestas revelan que el 53% de los encuestados considera malas las gestiones del gobierno y su asamblea, solo el 14% los respalda. El presidente ha estado en el poder casi 12 meses, sin visible oposición. Ergo, su popularidad continuará en picada con el paso de los días.
¿Quién apoyará a Correa, por ejemplo, en su orden a la Asamblea para que dicte una ley de indulto a las “mulas”, o sea a quienes se prestan a transportar estupefacientes a los centros de consumo de Estados Unidos y Europa? Considera él que las multas, “impuestas por los Estados Unidos”, no guardan relación con el delito de transportar “apenas unos pocos gramos” de cocaína.
¿El indulto será total u ordenará a sus asambleístas que gradúen las penas a tanto en dinero y cárcel, según el peso de la droga que las “pobres madres sin empleo” se ven forzadas a transportar? Es una percepción innoble y maldita del problema y acaso solo se explique, sin justificarlo, por el hecho de que su padre fue encarcelado en USA por “mula” y condenado allí a tres años de prisión.
Friday, December 14, 2007
EL PODER NO ES COMPARTIDO
Aparentemente Alberto Acosta, presidente de la Asamblea Constituyente del Ecuador, no capta bien las sutilezas del sentido de humor y “fina” ironía de su gran jefe, el presidente Rafael Correa.
Cuando Alberto fue ratificado como presidente de la Asamblea, por gracia del mandatario y luego de la auto declaratoria de los asambleístas de asumir “los plenos poderes”, Correa le dijo: “muchacho, ahora te has convertido en el hombre más poderoso del Ecuador…”
Y Acosta le creyó, al menos por unas horas. Cuando familiares de las víctimas de la represión militar en el pequeño pueblo amazónico de Dayuma lo visitaron para quejarse por los atropellos, Alberto se creyó con facultades de “redentor” de los humildes y les ofreció hacer justicia.
Designó una comisión para que investigue las denuncias y acaso pensó que su gesto sería una prueba innegable de lo que había ofrecido con insistencia antes y después de la instalación de la Asamblea: que ésta sería independiente del Ejecutivo y por tanto autónoma.
Fue entonces que Rafael Correa se irritó y los llamó al orden tanto a Acosta como a sus súbditos oficialistas, que hacen mayoría en la Asamblea. Pareció decirles ¿no entienden que eso de los “poderes supremos” vale solo para mí y en ningún caso para ustedes? Mi referencia a Acosta solo era una broma…
Para mayor clarificación, el “muchacho más poderoso del Ecuador” recibió la orden de que se presente en el despacho en Quito, de súbito. ¿El hombre con los “plenos poderes” obedeciendo a alguien? Al menos debió haber fijado un campo neutral para el encuentro.
Pero no parece importarle a Alberto la imagen que proyecta. Si tenía dignidad, no solo no debió ir manso y vergonzoso a implorar perdón a Correa, sino que debió haber renunciado. En el caso de la percepción de dignidad y auto estima o no existe o tiene dimensiones desconocida para el común de los mortales. Él sigue en el cargo, sin el menor sonrojo.
Las fotografías que publicaron El Universo y El Comercio con Alberto Acosta eludiendo con salto atlético a los periodistas para refugiarse en un coche oficial, que sus guardaespaldas le tienen listo con las puertas abiertas, son elocuentes. Reflejan, sin palabras, la cobardía del personaje.
Alguna organización periodística debería premiar al autor de las fotos con algún galardón, por la expresividad, oportunidad y calidad profesional. Con seguridad no será el gremio de los periodistas profesionales, que ha optado también por la sumisión a Correa.
Acosta huía de los periodistas que cubren la Asamblea y que buscaban como era obvio interrogarlo acerca de lo que trató en Quito con el Presidente. Acaso por sentimiento de culpa o porque no había recibido instrucciones aún del jefe, prefirió no afrontar a los reporteros y hacer mutis por el foro. Pero los fotógrafos lo sorprendieron.
Al día siguiente, ya con libreto, Acosta declaró que todo se había superado entre él y Correa. Faltó comunicación, dijo, con respecto a Dayuma y ahora las cosas están claras. La Asamblea no volverá a interferir en las decisiones del Ejecutivo ni hará justicia por sus propias manos. Se limitará a legislar y a introducir reformas a la Constitución, conforme a… ¿a qué? A la voluntad de una sola persona: Rafael Correa.
Porque nada ni nadie, excepto el presidente, ha dispuesto que la Asamblea legisle en ausencia del Congreso clausurado. Tampoco nada ni nadie ha dispuesto que la Asamblea destituya y nombre a altos funcionarios públicos, acatando órdenes de Correa. La Asamblea se convocó e instaló exclusivamente para reformar la Constitución. Así reza el estatuto aprobado por voto popular.
La falta de comunicación a que alude Acosta probablemente deba entenderse como una comunicación en una sola vía: de Correa a Acosta, con órdenes, sin réplicas. Esa es la manera como el oficialismo interpreta la unidad “íntima” entre Asamblea y Gobierno, que permitirá la acción conjunta para “salvar” al país de la “la larga y triste noche del neoliberalismo”.
Lo de Dayuma, pues, se archivó. Correa insiste en que en la insurgencia hubo sabotaje terrorista y ahora cree instigado por la FARC, guerrilla narcoterrorista de Colombia que hasta hace poco calificó como grupo de “luchadores por la libertad”. Nunca quiso tildarlos como terroristas, que lo son y jamás aceptó colaborar con el presidente Uribe para combatirlos.
La prefecta de Orellana, Guadalupe Llori, fue detenida por los militares en Dayuma y trasladada a Quito. Ésta quiso acogerse al Habeas Corpus para recuperar la libertad, pero no pudo. El “héroe” del Cenepa, General Francisco Moncayo, alcalde de Quito, una vez más delegó esta responsabilidad a su subalterna Margarita Carranco y ésta complació a Correa denegando el recurso.
Anteriormente, Moncayo tampoco tuvo el coraje de aceptar el pedido de Habeas Corques de quien difundió los videos con las inmoralidades del ministro Patiño. Se fue al Asia y dejó instruida a la misma señora Carranco para que falle, pero en contra. ¿Dónde estuvo escondido Moncayo esta vez?
La Asamblea tiene despejada la ruta a seguir con su timonel Acosta, ahora ya bien informado y educado por su superior. El organismo será una costosa y farragosa falange del Ejecutivo que hará todo lo que a Correa le venga en gana. Nada de “dos cabezas”, como algunos ilusos comenzaron a lucubrar. Hay una sola, cobriza, nada pelucona, implacable, inflexible.
Desde el próximo lunes la maquinaria asambleísta comenzará a moler las leyes que el patrón de Carondelet necesita para “re fundar” la nación. La primera será la tributaria, con la que se propone dar la estocada final a la economía de libre mercado y reemplazarla por una en que las sutiles fuerzas del mercado sean reemplazadas por las dictatoriales del Ejecutivo. En un año de gobierno de Correa la economía del país registró el peor crecimiento en América Latina. Con su doctrina, la situación será peor.
A la tributaria seguirán otras leyes. Consagrarán con seguridad la militarización de sectores clave, como el petrolero, vial y similares, que ya está en curso por el capricho autócrata de Correa. Ninguna de las resoluciones legislativas venidas del Ejecutivo y aprobadas por la Asamblea podrá ser vetada ni modificada por organismo alguno del sistema actual. El referéndum que aprobará las reformas constitucionales, no podrá incluir consultas sobre dichas leyes.
Acaso en otra muestra de su sentido del humor, Correa ha prometido que las leyes que envíe a la Asamblea no vulnerarán la Constitución. ¿A qué Constitución se refiere? La que teóricamente debería estar en vigencia ha sido tantas violadas por él, que es un instrumento en desuso. ¿La próxima? No ha sido aprobada aún e incluso si alguna de las nuevas leyes no se ajusta a la nueva Carta, nada podrá hacerse pues “nadie” queda con facultades para ello, según así lo ha dispuesto la Asamblea de…Correa.
Cuando Alberto fue ratificado como presidente de la Asamblea, por gracia del mandatario y luego de la auto declaratoria de los asambleístas de asumir “los plenos poderes”, Correa le dijo: “muchacho, ahora te has convertido en el hombre más poderoso del Ecuador…”
Y Acosta le creyó, al menos por unas horas. Cuando familiares de las víctimas de la represión militar en el pequeño pueblo amazónico de Dayuma lo visitaron para quejarse por los atropellos, Alberto se creyó con facultades de “redentor” de los humildes y les ofreció hacer justicia.
Designó una comisión para que investigue las denuncias y acaso pensó que su gesto sería una prueba innegable de lo que había ofrecido con insistencia antes y después de la instalación de la Asamblea: que ésta sería independiente del Ejecutivo y por tanto autónoma.
Fue entonces que Rafael Correa se irritó y los llamó al orden tanto a Acosta como a sus súbditos oficialistas, que hacen mayoría en la Asamblea. Pareció decirles ¿no entienden que eso de los “poderes supremos” vale solo para mí y en ningún caso para ustedes? Mi referencia a Acosta solo era una broma…
Para mayor clarificación, el “muchacho más poderoso del Ecuador” recibió la orden de que se presente en el despacho en Quito, de súbito. ¿El hombre con los “plenos poderes” obedeciendo a alguien? Al menos debió haber fijado un campo neutral para el encuentro.
Pero no parece importarle a Alberto la imagen que proyecta. Si tenía dignidad, no solo no debió ir manso y vergonzoso a implorar perdón a Correa, sino que debió haber renunciado. En el caso de la percepción de dignidad y auto estima o no existe o tiene dimensiones desconocida para el común de los mortales. Él sigue en el cargo, sin el menor sonrojo.
Las fotografías que publicaron El Universo y El Comercio con Alberto Acosta eludiendo con salto atlético a los periodistas para refugiarse en un coche oficial, que sus guardaespaldas le tienen listo con las puertas abiertas, son elocuentes. Reflejan, sin palabras, la cobardía del personaje.
Alguna organización periodística debería premiar al autor de las fotos con algún galardón, por la expresividad, oportunidad y calidad profesional. Con seguridad no será el gremio de los periodistas profesionales, que ha optado también por la sumisión a Correa.
Acosta huía de los periodistas que cubren la Asamblea y que buscaban como era obvio interrogarlo acerca de lo que trató en Quito con el Presidente. Acaso por sentimiento de culpa o porque no había recibido instrucciones aún del jefe, prefirió no afrontar a los reporteros y hacer mutis por el foro. Pero los fotógrafos lo sorprendieron.
Al día siguiente, ya con libreto, Acosta declaró que todo se había superado entre él y Correa. Faltó comunicación, dijo, con respecto a Dayuma y ahora las cosas están claras. La Asamblea no volverá a interferir en las decisiones del Ejecutivo ni hará justicia por sus propias manos. Se limitará a legislar y a introducir reformas a la Constitución, conforme a… ¿a qué? A la voluntad de una sola persona: Rafael Correa.
Porque nada ni nadie, excepto el presidente, ha dispuesto que la Asamblea legisle en ausencia del Congreso clausurado. Tampoco nada ni nadie ha dispuesto que la Asamblea destituya y nombre a altos funcionarios públicos, acatando órdenes de Correa. La Asamblea se convocó e instaló exclusivamente para reformar la Constitución. Así reza el estatuto aprobado por voto popular.
La falta de comunicación a que alude Acosta probablemente deba entenderse como una comunicación en una sola vía: de Correa a Acosta, con órdenes, sin réplicas. Esa es la manera como el oficialismo interpreta la unidad “íntima” entre Asamblea y Gobierno, que permitirá la acción conjunta para “salvar” al país de la “la larga y triste noche del neoliberalismo”.
Lo de Dayuma, pues, se archivó. Correa insiste en que en la insurgencia hubo sabotaje terrorista y ahora cree instigado por la FARC, guerrilla narcoterrorista de Colombia que hasta hace poco calificó como grupo de “luchadores por la libertad”. Nunca quiso tildarlos como terroristas, que lo son y jamás aceptó colaborar con el presidente Uribe para combatirlos.
La prefecta de Orellana, Guadalupe Llori, fue detenida por los militares en Dayuma y trasladada a Quito. Ésta quiso acogerse al Habeas Corpus para recuperar la libertad, pero no pudo. El “héroe” del Cenepa, General Francisco Moncayo, alcalde de Quito, una vez más delegó esta responsabilidad a su subalterna Margarita Carranco y ésta complació a Correa denegando el recurso.
Anteriormente, Moncayo tampoco tuvo el coraje de aceptar el pedido de Habeas Corques de quien difundió los videos con las inmoralidades del ministro Patiño. Se fue al Asia y dejó instruida a la misma señora Carranco para que falle, pero en contra. ¿Dónde estuvo escondido Moncayo esta vez?
La Asamblea tiene despejada la ruta a seguir con su timonel Acosta, ahora ya bien informado y educado por su superior. El organismo será una costosa y farragosa falange del Ejecutivo que hará todo lo que a Correa le venga en gana. Nada de “dos cabezas”, como algunos ilusos comenzaron a lucubrar. Hay una sola, cobriza, nada pelucona, implacable, inflexible.
Desde el próximo lunes la maquinaria asambleísta comenzará a moler las leyes que el patrón de Carondelet necesita para “re fundar” la nación. La primera será la tributaria, con la que se propone dar la estocada final a la economía de libre mercado y reemplazarla por una en que las sutiles fuerzas del mercado sean reemplazadas por las dictatoriales del Ejecutivo. En un año de gobierno de Correa la economía del país registró el peor crecimiento en América Latina. Con su doctrina, la situación será peor.
A la tributaria seguirán otras leyes. Consagrarán con seguridad la militarización de sectores clave, como el petrolero, vial y similares, que ya está en curso por el capricho autócrata de Correa. Ninguna de las resoluciones legislativas venidas del Ejecutivo y aprobadas por la Asamblea podrá ser vetada ni modificada por organismo alguno del sistema actual. El referéndum que aprobará las reformas constitucionales, no podrá incluir consultas sobre dichas leyes.
Acaso en otra muestra de su sentido del humor, Correa ha prometido que las leyes que envíe a la Asamblea no vulnerarán la Constitución. ¿A qué Constitución se refiere? La que teóricamente debería estar en vigencia ha sido tantas violadas por él, que es un instrumento en desuso. ¿La próxima? No ha sido aprobada aún e incluso si alguna de las nuevas leyes no se ajusta a la nueva Carta, nada podrá hacerse pues “nadie” queda con facultades para ello, según así lo ha dispuesto la Asamblea de…Correa.
Sunday, December 9, 2007
¿PARA QUÉ LA ASAMBLEA?
¿Para qué la Asamblea Constituyente en el Ecuador?
Es otro de los caprichos del autoritario presidente Rafael Correa. La existencia de la asamblea se debe a su deseo de clausurar el Congreso Nacional para sustituirlo por ese organismo. El pueblo le dio la razón con una votación del 80%.
¿Dónde instalar la asamblea? Ya lo tenía pensado: en Montecristi, un pueblito célebre para los ecuatorianos porque allí nació Eloy Alfaro y célebre en el exterior porque allí se tejen los sombreros Panama Hats, llamados así porque la comercialización internacional se originó en ese país.
¿Por qué Montecristi? Porque él se cree descendiente biológico e ideológico de Alfaro, por la línea familiar Delgado (se ignora si hay información genealógica que lo confirme, lo cual en todo caso carece de importancia).
¿Por qué afinidad ideológica? Este detalle es más conflictivo. Si Alfaro es el “gran luchador” de las causas liberales, Correa está configurándose como el gran campeón de la destrucción de los principios liberales. Probablemente la afinidad que los una sea el autoritarismo. En el caso de Alfaro fruto de la fuerza y el fraude, en el caso de Correa por la manipulación de la Constitución y las leyes, respaldado por el sufragio popular.
En todo caso, Correa ordenó que se construya el edificio en Montecristi sin las molestas sujeciones a concursos y a un costo de 360 millones de dólares, mientras quedó vacío y sin uso el edificio del Congreso Nacional en Quito. Se requerirán casi 500 millones de dólares más para pagar sueldos a los 130 delegados a la Asamblea, empleados y mantenimiento.
Pero la dilapidación de los fondos fiscales, si bien condenable, no lo es tanto como la dilapidación del concepto y práctica de la democracia devenida con este organismo. La asamblea que acaba de instalarse en el Ecuador no es sino un instrumento servil del Ejecutivo, de Correa, según así se colige desde sus primeras resoluciones.
En una pueril declaratoria inicial la Asamblea asume poderes supremos que se superponen a los de toda otra autoridad e institución. Sería ingenuo suponer que incluso el propio Correa se someta a ello, en el supuesto de que alguna de las decisiones de los asambleístas pudiera contrariar su voluntad.
Acaba de demostrarlo. Si la Asamblea se inmiscuye en la tragedia de Dayuma en el Oriente, donde la población se levantó en protesta contra el gobierno y fue doblegada a sangre y fuego por los militares, Correa ha dicho que renunciará. Si la Asamblea de todos modos revisara las denuncias y emitiera decisiones de desafío al Presidente, sería muy hipotético que Correa renuncie.
El mandatario aludió concretamente a la posibilidad de que los 24 presos de ese villorrio sean indultados por la Asamblea. Los detenidos son ciudadanos modestos del lugar, acusados por Correa de “terroristas y saboteadores”. Aún no han sido sometidos a juicio ni peor sentenciados, pero el jefe de Estado se ha adelantado con la amenaza de renunciar si alguien en la Asamblea los defiende.
Correa ha estado pronto a defender a los terroristas de la FARC y a gobiernos que fomentan al terrorismo internacional como el de Irán. Pero califica a unos insignificantes campesinos de terroristas y está dispuesto a que se los condene hasta a 12 años de prisión, incluida la prefecta Guadalupe Llori. ¿Qué motivó la protesta de los habitantes? El incumplimiento de obras ofrecidas por gobiernos ineficientes y corruptos, tanto el actual como los precedentes. “La Patria ya es de todos” es el eslogan de esta administración, pero en la lista no cuentan ni los ricos ni los disidentes.
La asamblea se convocó para rehacer la constitución. Algunos ingenuos se ilusionaron y pensaron que era una buena receta para curar los males de un sistema democrático debilitado e inoperante. Pero ahora el tema “Constitución” es secundario. Con la asunción de todos los poderes comenzará a reformar al país contra reloj, en todas las instancias y en todos los niveles, sin que exista el peligro o la “molestia” de debates, discusiones ni oposiciones que interfieran.
Así lo quería y así lo quiere Correa. Y así actuarán los 80 asambleístas sumisos más algunos de los 50 restantes oportunistas y “genuflexos”. En tal situación ¿para que la Asamblea, para qué tanto gasto y pérdida de tiempo? Correa, un economista, pudo y aún puede ahorrarle al país si gobierna dictatorialmente de modo directo, sin la charada de esta asamblea inútil.
Algunos analistas creen que se ha producido una fisura en Acción País, el movimiento populista que ha respaldado a Correa desde el inicio de su aplastante marcha hacia el poder. Afirman que hay quienes quisieran darle un viso de legitimidad e independencia, bajo el liderazgo del presidente del organismo, Alberto Acosta, el asambleísta más votado. Pero el otro grupo es el de los incondicionales, al mando de Trajano Andrade, el más votado en Manabí.
Si la hipótesis funcionara a favor de Acosta, la Asamblea desoiría las amenazas de Correa y continuaría en la investigación de lo ocurrido en Dayuma. Si se confirmara que hubo excesos en el uso de la fuerza y sancionara a los culpables liberando a los presos, entonces Correa en cumplimiento de su palabra debería quedarse exiliado en Argentina. ¿Para que lo sustituya quién? ¿Acosta o Lenín Moreno el Vice de Correa?
Obviamente se trata de una hipótesis improbable, por pintorescos que sean los juegos especulativos en caso de cumplirse. En el país no hay, por el momento al menos, espacio para la disidencia, ni fuera y menos dentro del grupo populista del “césar” Correa. Éste es el supremo. Quien pretenda erguirse y criticarlo, o se prosterna y retracta, o es políticamente degollado, no importa cómo.
Mientras tanto, los asambleístas continuarán accediendo sin protesta a los pedidos del Presidente. Se dice que mañana darán paso al pedido de Correa para que la Constitución reformada se apruebe en referendo con la mayoría de votos válidos, excluyendo los nulos y en blanco. De esa manera creen que el Si tendrá una más fácil confirmación. (Correa, según él mismo lo dijo, tuvo la “viveza” de evitar los peligros de la Constituyente de Bolivia, ordenando que las reformas se aprueben con la mitad más uno de los votos, no con los 2/3)
A renglón seguido la Asamblea aprobará sin chistar una ley tributaria cuyos detalles nadie conoce, pero que se orienta a quitar la plata a los ricos para darla a los pobres. Esa es la imagen que quieren proyectar al “pueblo popular”. La nueva ley tendría el efecto de vasos comunicantes según el cual el dinero de los ricos fluye desde arriba hacia los pobres, como por arte de magia, física o gravedad.
Lo cual es, por cierto, a infantil. El dinero que se confisca a los “ricos” vía impuestos a la tierra, los depósitos bancarios y en general a los ingresos y patrimonio de los ciudadanos y el sector privado no va a fluir ni directa ni indirectamente a los pobres. Irá a engrosar las arcas del fisco corrupto y reducirá la riqueza colectiva, desalentando el ahorro y la inversión y agravando la pobreza del sector más empobrecido.
La Asamblea arrodillada también aprobará en tiempo récord la amnistía a las mujeres apresadas por narcotráfico. Correa revive así su frustración y rencor por el hecho de que su padre, ya fallecido, fue encarcelado en los Estados Unidos por actuar como “mula” para transportar cocaína.
Dolido por ese hecho, irrazonablemente quiere redimir a su padre y a los que han sido sorprendidos en similares acciones, sosteniendo que la sanción por tráfico ilícito de drogas es desproporcionada con respecto a la falta. Añade que el perdón se justificaría porque narcotraficantes como su padre no tuvieron mejor opción para colectar dólares con que alimentar a sus hijos, debido al alto desempleo.
Específicamente se conduele de las madres apresadas en las cárceles del Ecuador, que cayeron porque no tuvieron otro camino para atender a su prole. No reflexiona que si ese dinero mal habido pudiera dar pan los hijos de esas madres, en cambio la acción ilegal está contribuyendo a una red internacional de narcotráfico que envenena y mata, casi sin posibilidad de recuperación a millones de seres humanos en el mundo entero, sin excluir a niños y adolescentes.
Otra ley que Correa impondrá a la Asamblea será la que disponga más trabas y sanciones para el ejercicio de la libre expresión del pensamiento. Un individuo que no acepta sino el adulo y la venia a su modo de pensar y actuar, no quiere una prensa libre. La quiere subyugada y temerosa de la represión y represalias en el campo tributario, laboral, empresarial. La ley que va a enviar a la asamblea contemplará puntos específicos en esas áreas, según públicamente lo tiene anunciado.
Entre los 50 asambleístas que no pertenecen al oficialismo, hay gente ilustre que con seguridad argumentará con brillantez en contra de las arbitrarias propuestas de Correa. Pero su papel no pasará de allí pues prevalecerá la dictadura de la mayoría. ¿Cuál la alternativa, entonces? Un asambleísta disidente, Xavier Ledesma, de sinuosa trayectoria política, ha optado por dimitir al cargo, vista la impotencia. ¿Será una alternativa válida?
Algunos disidentes preferirán no abandonar y afrontar la lucha desigual con idealismo y coraje. A otros probablemente les sea difícil renunciar al jugoso salario de 4.100 dólares por mes y la oportunidad de la publicidad en diarios, radio y TV. El magnate Álvaro Noboa dice que asistirá en tanto no se viole la Constitución vigente. Pero la Constitución ya quedó rota con la clausura del Congreso y cuando la asamblea asumió los plenos poderes. ¿Hasta cuántas rupturas estará dispuesto a aceptar el heredero del imperio bananero?
La hipótesis del abandono de la Asamblea por parte de los 50 asambleístas no correístas sería espectacular. El organismo y su jefe, Rafael Correa, quedarían en ridículo interna e internacionalmente y todo lo que aprueben tendría la misma durabilidad efímera que se vislumbra tendrá este extraño experimento dictatorial en que es copartícipe una Constituyente, tal como en Venezuela. Porque aparte de sus victorias electorales, el gobierno de Correa no tiene nada positivo en su favor, ninguna promesa electoral cumplida.
Pero el pueblo venezolano reaccionó y votó en contra de Hugo Chávez a tiempo para frenar sus aberraciones socialistas del siglo XXI. Los universitarios y los militares, una vez más, jugaron el papel decisorio. El pueblo ecuatoriano podría quizás también despertar de su letargo si los asambleístas disidentes dejaran sus curules y abandonaran a Correa y los suyos, privándoles así del aval que su presencia y sus votos pudieran darle a la Asamblea.
Es otro de los caprichos del autoritario presidente Rafael Correa. La existencia de la asamblea se debe a su deseo de clausurar el Congreso Nacional para sustituirlo por ese organismo. El pueblo le dio la razón con una votación del 80%.
¿Dónde instalar la asamblea? Ya lo tenía pensado: en Montecristi, un pueblito célebre para los ecuatorianos porque allí nació Eloy Alfaro y célebre en el exterior porque allí se tejen los sombreros Panama Hats, llamados así porque la comercialización internacional se originó en ese país.
¿Por qué Montecristi? Porque él se cree descendiente biológico e ideológico de Alfaro, por la línea familiar Delgado (se ignora si hay información genealógica que lo confirme, lo cual en todo caso carece de importancia).
¿Por qué afinidad ideológica? Este detalle es más conflictivo. Si Alfaro es el “gran luchador” de las causas liberales, Correa está configurándose como el gran campeón de la destrucción de los principios liberales. Probablemente la afinidad que los una sea el autoritarismo. En el caso de Alfaro fruto de la fuerza y el fraude, en el caso de Correa por la manipulación de la Constitución y las leyes, respaldado por el sufragio popular.
En todo caso, Correa ordenó que se construya el edificio en Montecristi sin las molestas sujeciones a concursos y a un costo de 360 millones de dólares, mientras quedó vacío y sin uso el edificio del Congreso Nacional en Quito. Se requerirán casi 500 millones de dólares más para pagar sueldos a los 130 delegados a la Asamblea, empleados y mantenimiento.
Pero la dilapidación de los fondos fiscales, si bien condenable, no lo es tanto como la dilapidación del concepto y práctica de la democracia devenida con este organismo. La asamblea que acaba de instalarse en el Ecuador no es sino un instrumento servil del Ejecutivo, de Correa, según así se colige desde sus primeras resoluciones.
En una pueril declaratoria inicial la Asamblea asume poderes supremos que se superponen a los de toda otra autoridad e institución. Sería ingenuo suponer que incluso el propio Correa se someta a ello, en el supuesto de que alguna de las decisiones de los asambleístas pudiera contrariar su voluntad.
Acaba de demostrarlo. Si la Asamblea se inmiscuye en la tragedia de Dayuma en el Oriente, donde la población se levantó en protesta contra el gobierno y fue doblegada a sangre y fuego por los militares, Correa ha dicho que renunciará. Si la Asamblea de todos modos revisara las denuncias y emitiera decisiones de desafío al Presidente, sería muy hipotético que Correa renuncie.
El mandatario aludió concretamente a la posibilidad de que los 24 presos de ese villorrio sean indultados por la Asamblea. Los detenidos son ciudadanos modestos del lugar, acusados por Correa de “terroristas y saboteadores”. Aún no han sido sometidos a juicio ni peor sentenciados, pero el jefe de Estado se ha adelantado con la amenaza de renunciar si alguien en la Asamblea los defiende.
Correa ha estado pronto a defender a los terroristas de la FARC y a gobiernos que fomentan al terrorismo internacional como el de Irán. Pero califica a unos insignificantes campesinos de terroristas y está dispuesto a que se los condene hasta a 12 años de prisión, incluida la prefecta Guadalupe Llori. ¿Qué motivó la protesta de los habitantes? El incumplimiento de obras ofrecidas por gobiernos ineficientes y corruptos, tanto el actual como los precedentes. “La Patria ya es de todos” es el eslogan de esta administración, pero en la lista no cuentan ni los ricos ni los disidentes.
La asamblea se convocó para rehacer la constitución. Algunos ingenuos se ilusionaron y pensaron que era una buena receta para curar los males de un sistema democrático debilitado e inoperante. Pero ahora el tema “Constitución” es secundario. Con la asunción de todos los poderes comenzará a reformar al país contra reloj, en todas las instancias y en todos los niveles, sin que exista el peligro o la “molestia” de debates, discusiones ni oposiciones que interfieran.
Así lo quería y así lo quiere Correa. Y así actuarán los 80 asambleístas sumisos más algunos de los 50 restantes oportunistas y “genuflexos”. En tal situación ¿para que la Asamblea, para qué tanto gasto y pérdida de tiempo? Correa, un economista, pudo y aún puede ahorrarle al país si gobierna dictatorialmente de modo directo, sin la charada de esta asamblea inútil.
Algunos analistas creen que se ha producido una fisura en Acción País, el movimiento populista que ha respaldado a Correa desde el inicio de su aplastante marcha hacia el poder. Afirman que hay quienes quisieran darle un viso de legitimidad e independencia, bajo el liderazgo del presidente del organismo, Alberto Acosta, el asambleísta más votado. Pero el otro grupo es el de los incondicionales, al mando de Trajano Andrade, el más votado en Manabí.
Si la hipótesis funcionara a favor de Acosta, la Asamblea desoiría las amenazas de Correa y continuaría en la investigación de lo ocurrido en Dayuma. Si se confirmara que hubo excesos en el uso de la fuerza y sancionara a los culpables liberando a los presos, entonces Correa en cumplimiento de su palabra debería quedarse exiliado en Argentina. ¿Para que lo sustituya quién? ¿Acosta o Lenín Moreno el Vice de Correa?
Obviamente se trata de una hipótesis improbable, por pintorescos que sean los juegos especulativos en caso de cumplirse. En el país no hay, por el momento al menos, espacio para la disidencia, ni fuera y menos dentro del grupo populista del “césar” Correa. Éste es el supremo. Quien pretenda erguirse y criticarlo, o se prosterna y retracta, o es políticamente degollado, no importa cómo.
Mientras tanto, los asambleístas continuarán accediendo sin protesta a los pedidos del Presidente. Se dice que mañana darán paso al pedido de Correa para que la Constitución reformada se apruebe en referendo con la mayoría de votos válidos, excluyendo los nulos y en blanco. De esa manera creen que el Si tendrá una más fácil confirmación. (Correa, según él mismo lo dijo, tuvo la “viveza” de evitar los peligros de la Constituyente de Bolivia, ordenando que las reformas se aprueben con la mitad más uno de los votos, no con los 2/3)
A renglón seguido la Asamblea aprobará sin chistar una ley tributaria cuyos detalles nadie conoce, pero que se orienta a quitar la plata a los ricos para darla a los pobres. Esa es la imagen que quieren proyectar al “pueblo popular”. La nueva ley tendría el efecto de vasos comunicantes según el cual el dinero de los ricos fluye desde arriba hacia los pobres, como por arte de magia, física o gravedad.
Lo cual es, por cierto, a infantil. El dinero que se confisca a los “ricos” vía impuestos a la tierra, los depósitos bancarios y en general a los ingresos y patrimonio de los ciudadanos y el sector privado no va a fluir ni directa ni indirectamente a los pobres. Irá a engrosar las arcas del fisco corrupto y reducirá la riqueza colectiva, desalentando el ahorro y la inversión y agravando la pobreza del sector más empobrecido.
La Asamblea arrodillada también aprobará en tiempo récord la amnistía a las mujeres apresadas por narcotráfico. Correa revive así su frustración y rencor por el hecho de que su padre, ya fallecido, fue encarcelado en los Estados Unidos por actuar como “mula” para transportar cocaína.
Dolido por ese hecho, irrazonablemente quiere redimir a su padre y a los que han sido sorprendidos en similares acciones, sosteniendo que la sanción por tráfico ilícito de drogas es desproporcionada con respecto a la falta. Añade que el perdón se justificaría porque narcotraficantes como su padre no tuvieron mejor opción para colectar dólares con que alimentar a sus hijos, debido al alto desempleo.
Específicamente se conduele de las madres apresadas en las cárceles del Ecuador, que cayeron porque no tuvieron otro camino para atender a su prole. No reflexiona que si ese dinero mal habido pudiera dar pan los hijos de esas madres, en cambio la acción ilegal está contribuyendo a una red internacional de narcotráfico que envenena y mata, casi sin posibilidad de recuperación a millones de seres humanos en el mundo entero, sin excluir a niños y adolescentes.
Otra ley que Correa impondrá a la Asamblea será la que disponga más trabas y sanciones para el ejercicio de la libre expresión del pensamiento. Un individuo que no acepta sino el adulo y la venia a su modo de pensar y actuar, no quiere una prensa libre. La quiere subyugada y temerosa de la represión y represalias en el campo tributario, laboral, empresarial. La ley que va a enviar a la asamblea contemplará puntos específicos en esas áreas, según públicamente lo tiene anunciado.
Entre los 50 asambleístas que no pertenecen al oficialismo, hay gente ilustre que con seguridad argumentará con brillantez en contra de las arbitrarias propuestas de Correa. Pero su papel no pasará de allí pues prevalecerá la dictadura de la mayoría. ¿Cuál la alternativa, entonces? Un asambleísta disidente, Xavier Ledesma, de sinuosa trayectoria política, ha optado por dimitir al cargo, vista la impotencia. ¿Será una alternativa válida?
Algunos disidentes preferirán no abandonar y afrontar la lucha desigual con idealismo y coraje. A otros probablemente les sea difícil renunciar al jugoso salario de 4.100 dólares por mes y la oportunidad de la publicidad en diarios, radio y TV. El magnate Álvaro Noboa dice que asistirá en tanto no se viole la Constitución vigente. Pero la Constitución ya quedó rota con la clausura del Congreso y cuando la asamblea asumió los plenos poderes. ¿Hasta cuántas rupturas estará dispuesto a aceptar el heredero del imperio bananero?
La hipótesis del abandono de la Asamblea por parte de los 50 asambleístas no correístas sería espectacular. El organismo y su jefe, Rafael Correa, quedarían en ridículo interna e internacionalmente y todo lo que aprueben tendría la misma durabilidad efímera que se vislumbra tendrá este extraño experimento dictatorial en que es copartícipe una Constituyente, tal como en Venezuela. Porque aparte de sus victorias electorales, el gobierno de Correa no tiene nada positivo en su favor, ninguna promesa electoral cumplida.
Pero el pueblo venezolano reaccionó y votó en contra de Hugo Chávez a tiempo para frenar sus aberraciones socialistas del siglo XXI. Los universitarios y los militares, una vez más, jugaron el papel decisorio. El pueblo ecuatoriano podría quizás también despertar de su letargo si los asambleístas disidentes dejaran sus curules y abandonaran a Correa y los suyos, privándoles así del aval que su presencia y sus votos pudieran darle a la Asamblea.
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