Sunday, May 20, 2007

¿MERECE EL ECUADOR UN PRESIDENTE COMO CORREA?

Las distintas reseñas de lo ocurrido durante la conferencia radial de ayer en el Palacio Presidencial de Quito, con el gobernante como protagonista, causan estupor e inclusive incredibilidad.
¿Se merece el Ecuador un presidente tan poco calificado para ostentar esta dignidad como Rafael Correa? La interrogante surge pese y precisamente por las encuestas que indican que aún cuenta él con un enorme respaldo popular, cercano al 80%.
Si ese porcentaje es verídico, entonces la respuesta a la pregunta sería obvia, si, el pueblo lo respalda. Pero no es aceptable. Correa, en los escasos cinco meses de gobierno, se ha perfilado como el líder con menor capacidad de estadista en la historia del país, sin exceptuar dictadores.
En el breve lapso de su gestión, que por lo general los nuevos gobernantes aprovechan para poner en marcha sus más preciados proyectos de campaña respaldados por un “capital político” intacto, Correa no ha exhibido ni una sola acción positiva, original, merecedora de aprecio.
Se diría que realmente no está gobernando y que continúa en campaña electoral no ya para “coronarse” como presidente, sino para consolidar su “corona” con la asamblea constituyente que se propone controlar y manejar a su antojo para que le otorgue facultades omnímodas.
En ese afán se ha dedicado a insultar y vejar a todo aquel que emita opiniones que no sean de su agrado o sobre las cuales no fue consultado, como en el caso de sus hermanos. Aún antes de alcanzar los plenos poderes de la Asamblea, se ha convertido en el árbitro de la verdad en todos los campos de la economía, las relaciones internacionales, la libertad de expresión.
Sigue resuelto a ignorar los reclamos nacionales e internacionales por sus amenazas contra los medios de comunicación y ha entablado juicio contra el director de uno de ellos, Francisco Vivanco de La Hora, por un editorial en que se censuró su abusiva intromisión en la Superintendencia de Bancos para imponer el nombramiento de alguien incondicional en la junta directiva.
Correa espera que el juez acepte el juicio y ordene la prisión preventiva del acusado, que podría ser sentenciado hasta a dos años de prisión, por el solo delito de disentir con el jefe de Carondelet. En la conferencia radial de ayer el presidente volvió a fustigar a la prensa “mentirosa” y exhortó al pueblo a que lo imite e instaure juicios similares contra los periodistas.
La cita de ayer en el palacio para la emisión de su ira radial sabatina excedió las expectativas que ha llegado a suscitar este “show”. En un enfrentamiento verbal con un periodista de opinión de El Universo, que estaba defendiendo la libertad de expresión amenazada, montó en cólera ante una pregunta por él planteada y ordenó a los guardias que lo expulsen de la sala.
Agradezca que estoy ahora de Presidente, le dijo al periodista, porque si no lo hubiese sacado de otro modo -se entiende que a patadas y trompones. ¿Cuál era la pregunta que desató la furia del “coronado”? Simplemente que aclare o ratifique si el dinero que piensa colectar con los juicios que gane lo destinará o no a ayudar a su familia, como ya una vez lo dijo dubitativamente.
En otro fragmento de la borrascosa sesión radial, Correa insultó a otro periodista presente, esta vez del diario Hoy. Le dio lecciones acerca de cómo se debe o no poner títulos a las informaciones, seguramente para evitar que disgusten al jefe de Carondelet. Y se enfrascó en una analogía, a su juicio chistosa, con la palabra náutica verga y su connotación sexual masculina.
Sin que nadie lo supiera de antemano, aparte de menos de media docena de periodistas de opinión estaban presentes adolescentes de un colegio secundario de la capital. Habían sido llevados por Correa para que aplaudan sus vejámenes a los periodistas y festejen sus juegos verbales de corte sexual.
Vuelve uno a preguntarse ¿serán ciertas las encuestas que revelan tan amplio respaldo popular para un líder que ha degradado a tal extremo la majestad de las funciones de Jefe de Estado? Cabe resistirse, pues admitirlo equivaldría a aceptar como cierta la máxima de que los pueblos tienen los gobernantes que se merecen.
Aparte de insultar y dividir ¿qué ha hecho Correa como gobernante, aparte de su victoria aplastante a favor de la constituyente y sus acciones inconstitucionales para castrar al Congreso, el Tribunal Supremo Electoral, el de Garantías Constitucionales, la función judicial y atemorizar a los medios de comunicación y sus comunicadores?
Anuncia una “gran” reforma tributaria, consistente en la reducción en dos puntos al 10% del impuesto a las ventas. La baja de ingresos para el fisco compensará con el alza de tributos al consumo de bienes suntuarios. Su ministro ha dicho al respecto: “…solo a través de un sistema distributivo de la riqueza se hace la verdadera democracia…”
Con lo cual reitera el credo de este gobierno: la riqueza de los ricos es riqueza mal habida y por tanto hay que arrebatarla y transferirla a los pobres. La fórmula, claro, lo que conseguiría es generalizar la pobreza y asfixiar todo mecanismo de producción, generación de capital y empleo y, por ende, de riqueza.
Los impuestos a los bienes suntuarios no harán sino estimular el contrabando. Una reforma tributaria realista y práctica sería reducir los impuestos para todos, ricos, pobres e intermedios. Y reducir el gasto fiscal innecesario.
En todos los países con mentalidad moderna y sin prejuicios demenciales contra la noción de mercado como los tienen Correa y los suyos, la aplicación de la teoría ha funcionado y bien. En los Estados Unidos, en las naciones que se liberaron de la URSS, en las que emergieron del concepto socialista de preferir la interferencia estatal en el mercado libre de ideas, inversiones, capitales y mano de obra.
Correa busca vías opuestas. Quiere multiplicar la intervención del Estado en todos los campos, no obstante el fracaso evidente de entes estatales como Petroecuador. Y quiere, además, que las empresas privadas de medios de comunicación pasen a manos de sus trabajadores o, en última instancia, del Estado.
Si la gente sensata no reacciona a tiempo para detener a este individuo que se ha encaramado en el poder, llegará la asamblea de Montecristi y ya nada ni nadie se le opondrá, al menos por un buen lapso. El rebaño de asambleístas seguirá servil a su pastor y el país iniciará su tránsito hacia el despeñadero de otra dictadura más, acaso la peor y de la que tendrá que salir penosamente cuando el descalabro ya sea total.

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