Quienes aborrecen al presidente George W Bush por todo lo que hace y dice y por todo lo que no hace ni dice, están por cierto en contra de su firmeza para combatir al terrorismo internacional en Irak, Afganistán y en cualquier sitio en el que se refugie y actúe.
Con respecto a Irak, los anti Bush le conminan a que ordene el retiro de las tropas de los Estados Unidos y con ellas las de la Coalición. Algunos piden que lo haga de inmediato, otros dan “generosos” plazos que varían entre semanas, meses y hasta un año.
El argumento que esgrimen es que Bush fue a la guerra por capricho y basado en informes falsos sobre los supuestos nexos de Saddam Hussein con Al Qaida, la destrucción de las Torres Gemelas y la posesión de armas nucleares, químicas y biológicas de exterminio masivo.
Pero además afirman que la Coalición militar que lideran los Estados Unidos se ha inmiscuido sin sentido en una guerra civil interna de Irak y que la solución a ese problema debe quedar en manos del gobierno iraquí. A éste le exigen, por tanto, que liquide tal guerra por su cuenta sin ayuda militar externa y en el plazo lo más corto posible.
Esos han sido los argumentos de los demócratas en el Congreso, en el cual tienen mayoría tras las elecciones de noviembre pasado. Para forzar a Bush a rendirse, pretendieron atar al proyecto de ley para asignar fondos a las fuerzas armadas un calendario con fechas fijas de retirada de Irak.
Bush vetó el proyecto y luego ejerció evidente habilidad para convencer a sus opositores a retirar el calendario de capitulación. Solo así el proyecto, llegado a la Casa Blanca, recibió la aprobación y firma del Presidente.
Los demócratas parten de varios supuestos falsos. Primeramente, en Irak no se libra una guerra civil. Lo que existe es el asedio pertinaz de los terroristas árabes financiados por Al Qaida, Irán y Siria para tratar de desestabilizar al gobierno iraquí, libremente elegido por el pueblo en comicios transparentes realizados pese al acoso terrorista.
El instrumento de oposición al régimen democrático son los ataques de terror perpetrados por suicidas o bombas improvisadas en escuelas, hospitales, mercados, calles, cuarteles y todo sitio donde se congregue el mayor número de ciudadanos inocentes, no necesariamente objetivos militares, ni extranjeros.
Por cierto entre las víctimas se cuentan militares de distintas nacionalidades, unidos para combatir al terror. El terrorismo no discute, no dialoga, el terrorismo mata y asesina con brutalidad sin precedentes. De ahí que la búsqueda de un diálogo sustitutivo de los operativos militares para garantizar la seguridad, son inaplicables.
Si los demócratas califican a la violencia en Irak como guerra civil, la población iraquí opina de otro modo. Según encuestas profesionales que se realizaron poco tiempo atrás, el 67% de los consultados dijeron que no hay guerra civil en Irak, sino luchas entre facciones shitas y sunis estimuladas por fuerzas terroristas extranjeras. ¿Qué habrían respondido los españoles a la época de la guerra civil en una encuesta similar?
En una guerra civil, como la de España, los objetivos se definen y dividen con claridad. Los “rojos” querían imponer su estilo socialista o comunista de gobierno y los franquistas lo contrario. La población se partió en dos y las luchas fueron salvajemente cruentas, en premonición de lo que habría de venir años más tarde con la debacle de la Segunda Guerra Mundial.
En Irak no existe nada similar. Las zonas donde prevalece la paz son extensas y los kurdos se hallan al margen de la lucha sectaria. La violencia terrorista se concentra en Bagdad y otras pocas ciudades clave y por cierto es allí donde se genera la noticia y su divulgación al mundo entero.
Lo último que quieren los extremistas de Irán o Siria, para no hablar de Al Qaida, Hamas, Talibanes y grupos paralelos es que el régimen democrático en Irak se consolide. La mayoría iraquí si lo desea, pues comprende que esa es la manera mejor de convivir entre seres humanos y el mejor marco para desarrollar las iniciativas privadas, intelectuales y empresariales y progresar en todo nivel.
Es lo que ha ocurrido en otra pequeña y poco poblada nación que se asienta en la misma región, Israel. Con menos de seis millones de habitantes ha dado ejemplo en cuanto a creatividad y poder defensivo militar y económico. La ínsula está cercada por países árabes regidos por gobiernos autocráticos medievales, que sin la riqueza petrolera todavía estarían gobernando a pueblos nómadas.
Otra falacia de los demócratas es la supuesta falsía de Bush para ir a la guerra. No hubo armas de destrucción masiva, dicen, no hubo vinculación concreta de Hussein con Al Qaida, el terrorismo ha aumentado. Pero la idea de las armas no fue invención de Bush. La dieron los servicios de inteligencia de USA y Europa. Y el propio Hussein las utilizó para exterminar a decenas de miles de kurdos por la vía química.
Es probable, además, que los componentes o las armas mismas fueran llevados a buen recaudo en el lapso transcurrido entre el anuncio de invadir a Irak y la invasión misma. Hay fotografías de convoyes sospechosos cruzando la frontera hacia Siria e Irán. Además, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas no aplicó las sanciones acordadas contra Hussein por su persistente negativa a revelar el escondrijo de tales armas de destrucción masiva.
En cuanto a la eventual retirada de las tropas de Irak, como lo quieren los que a si mismos se denominan “pacifistas”, la consecuencia sería el recrudecimiento de los ataques terroristas y la eventual caída del gobierno democrático iraquí. No hay que especular para concluir que el vacío sería llenado por los árabes de extrema apoyados por Mahmoud Ahmadinejad de Irán y Bashar Al Assad de Siria.
(Assad acaba de dar un “brillante” ejemplo de democracia a la árabe: fue ratificado ayer como presidente por el 97% de los votantes. ¿A quién derrotó de modo tan contundente? A nadie, pues no había opositores la oposición no existe en Siria. Probablemente ese es el tipo de “democracia socialista del siglo XXI” que quieren los Chávez y Correas del tercer mundo latinoamericano…)
De todas maneras, desconcierta que haya demócratas y republicanos que intenten manipular desde el Congreso las acciones y estrategias de las fuerzas armadas de los Estados Unidos, sobre todo en situación de guerra. Uno de las primeras acciones adoptadas por la naciente nación en la Guerra Americana, fue establecer claramente que la guerra tiene que conducirla el jefe de Estado en su condición de Comandante en Jefe de la institución militar.
Cuando una nación está en guerra, el objetivo es la victoria. Las negociaciones posibles con el enemigo pueden darse, pero después de la victoria. Eso fue lo que ocurrió en la segunda guerra mundial tras la derrota de Alemania y luego del Japón. El convenio al que los Estados Unidos llegaron no fue para resarcirse de los gastos de guerra, como ha sido lo usual en la historia, sino para que en las naciones derrotadas se implanten regímenes democráticos.
Hay destacamentos militares aún en Alemania, Japón, Corea. Pero no son tropas de ocupación sino de respaldo y asistencia. A las naciones derrotadas no se las esquilmó ni explotó: se las ayudó en la reconstrucción y acaso el modelo ejemplar de ello es el Plan Marshall.
Los objetivos son similares en Irak y Afganistán. El petróleo no es de Bush ni de la Exxon, es de los iraquíes. No se ha llegado a la plena capacidad productiva debido a los atentados terroristas, pero en la vigilancia y mantenimiento están permanentemente los expertos y militares de la Coalición. Sobre cómo distribuir los ingresos petroleros de modo justo y equitativo entre los iraquíes, aún se discute de manera abierta y democrática.
(Con Hussein, el programa humanitario de Naciones Unidas Petróleo por Alimentos fue festinado, con la complicidad de Rusia, Francia y Alemania, que no por casualidad se opusieron a una acción armada para derrocar a Hussein).
Cuando finalmente los terroristas en Irak sean derrotados, advendrá la democracia y las ventajas ya visibles en amplios sectores del país pero cuya cobertura escapa a los medios tradicionales de comunicación, se extenderán a las zonas hoy estremecidas por la violencia del terror.
¿Acaso los árabes de Irak y los árabes de toda la región no tienen derecho a vivir en libertad y democracia? ¿Es una chifladura de Bush el propugnarlo? ¿No está claro que hay diferencias culturales que lo impiden? Así razonan los anti Bush y los “pacifistas” de dentro y fuera de los Estados Unidos.
El negar a los árabes el derecho a ser libres es infame. Es, ciertamente, una actitud racista porque implica que ese privilegio es exclusivo de individuos con ciertas cualidades étnicas y culturales. El propio Irak está desmintiendo esa torcida aseveración cuando más de l2 millones de votantes acudieron a las urnas sin temor a las amenazas terroristas. Y allí están los kurdos que en sus territorios están fundando una sólida y próspera comunidad democrática.
Eso es a lo que temen los extremistas musulmanes, azuzados y financiados por los déspotas de la vecindad: que la democracia iraquí se afiance y prospere y sirva de ejemplo a la región. Que los demócratas exijan un repliegue de tropas, una declaratoria de derrota antes de que la guerra contra el terror termine, es un contrasentido, es una burla al término “demócrata” que ostentan, es, para decirlo sin circunloquios, una traición.
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No obstante que el sentido común debería inclinarse a respaldar a Bush, lo contrario es lo que se divulga y analiza en los principales medios de comunicación. Si Bush fuera un Correa o un Chávez, ya habría clausurado a muchos medios de comunicación y encarcelado a infinidad de reporteros y columnistas. Pero aquí en USA se vive en democracia y se respeta y tolera pensamientos contrarios.
Otro punto de disidencia es el de la inmigración. En este campo quienes se oponen a una ley para superar el problema existente son los republicanos, como en contra de la guerra antiterrorista están los demócratas.
Bush ha planteado un mecanismo que facilite paulatinamente a los 12 o más millones de inmigrantes ilegales ya en territorio norteamericano su paso a la legalidad. Al propio tiempo, ha propuesto un programa de trabajadores huéspedes, para quienes no buscan residir permanentemente en el país, sino visitarlo temporalmente para trabajar en cosechas o en otros menesteres cíclicos.
Al propio tiempo y sobre todo para complacer a los republicanos, Bush asigna creciente importancia al control físico de los inmigrantes por la frontera con México, erigiendo una valla cada vez más alta, aumentando el número de guardias fronterizos y adquiriendo y multiplicando métodos electrónicos de control y vigilancia de avanzada.
Con tales medidas, la meta es extraer de las sombras a millones de personas sin documentos, incorporarlos a la sociedad legal abierta, convertirlos en agentes reales de producción, consumo y pago de impuestos. Paralelamente, el flujo de nuevos inmigrantes se racionalizaría disminuyendo las medidas punitivas. Como corolario, se diseñarían esquemas para nacionalizar a futuro a quienes lo deseen, para seleccionar a futuros inmigrantes y para facilitar la llegada de familiares.
Los republicanos se alborotan. Dicen que lo que Bush propone es amnistía y que eso premiará a millones de ilegales y castigará a los que se han esforzado y esfuerzan por inmigrar siguiendo las reglas de juego en vigencia. Si esto se permite, dicen, las fronteras quedarán abiertas y la avalancha latina será tal, que la cultura anglosajona y angloparlante declinará hasta extinguirse.
Muchos de sus lamentos recuerdan los gritos de guerra de los “supremacistas” blancos agrupados en el Klu Klux Klan que invitaban a oponerse a las medidas contra la discriminación de los negros, justamente para evitar el deterioro de la gloriosa cultura anglosajona.
Los demócratas, que ahora quieren figurar como campeones de los derechos humanos, se opusieron a la liberación total de los negros. Cuando finalmente la esclavitud fue abolida por Lincoln y asesinado éste, al general Grant que le sucedió le fue imposible complementar el fruto de la guerra civil a favor de los negros por oposición de los demócratas del Sur. La discriminación fue abolida por ley tras las luchas de Martin L King, 100 años más tarde.
La xenofobia, por desgracia, es un fenómeno presente en toda sociedad. Aquí, en la nación de inmigrantes por excelencia, hubo hostilidad enorme contra los inmigrantes alemanes y sobre todo irlandeses en el siglo XIX, luego contra los italianos de fines de ese siglo y comienzos del XX. Ahora les ha tocado el turno a los latinos.
La hostilidad se atenuará, sin duda, con el paso de leyes como las que ahora se discuten y sobre todo con la asimilación persistente de los latinos a la cultura abierta y tolerante de esta nación. Los ejemplos se multiplican a diario y en todas las áreas: en política, literatura, música, periodismo, deporte o en las costumbres diarias como la alimentación con los restaurantes latinos cada vez más populares y bienvenidos por el “main stream” nacional. La cultura anglo no sufrirá merma ninguna: se enriquecerá como asi ha ocurrido a lo largo de esta nación.
(Hace pocos días, la Reina Isabel II vino a celebrar el cuarto centenario de la fundación de Jamestown, el primer pueblo fundado por los “anglos”. Eso estuvo muy bien. Pero ¿sabía usted que el primer pueblo europeo en los Estados Unidos fue fundado por los españoles en 1523 –mucho antes que Quito, 1534- y que su nombre es San Agustín, está situado al norte de la Florida y que se halla primorosamente preservado?)
La tesis republicana de primero seguridad de fronteras y luego trato con los 12 o más millones de indocumentados, es incongruente e inaplicable. Puede erigirse una muralla más alta y ancha que la de Berlín, que los inmigrantes en búsqueda de un mejor empleo y salario se las ingeniarán para vulnerarla. O para buscar otros modos de ingresar por mar, Canadá, por aire, por containers.
Mientras Estados Unidos continúe siendo una nación próspera, atraerá a latinos y no latinos del mundo entero. La solución no e impedir artificialmente su ingreso, sino regularlo como pide Bush. O, a largo plazo, confiar en que las economías empobrecidas del sur del Río Grande prosperen y desalienten a sus ciudadanos a emigrar.
Lo que indigna es que los gobiernos y los ciudadanos de países en los cuales se generan éxodos por las razones anotadas protesten e injurien a Bush y los Estados Unidos por los supuestos maltratos a los inmigrantes. Han llegado a la cobardía de abuchear por esos motivos a la candidata de Estados Unidos que fue al concurso de Miss Universo en México.
México es uno de los países con las leyes más severas contra los inmigrantes. Simplemente no se los tolera. Y quienes no hayan nacido mexicanos están prohibidos de ocupar cargos públicos y menos optar por la presidencia de la república o un cargo de ministro de Estado. (En el Ecuador aún está claro el recuerdo del cerco que se le tendió a Assad Bucaram para evitar que se postule a la presidencia, debido a su ancestro árabe libanés)
Pero el proyecto de ley para inmigración ha sido modificado con anuencia de los bandos demócrata y republicano en el comité senatorial pertinente. La lucha para aprobarlo será todavía feroz, pero hay optimismo de que las cámaras lo aprueben a la postre y que pase a la firma de Bush en la Casa Blanca.
Si tal ocurre será victoria de Bush y del sentido común -como en el caso de la guerra en Irak y contra el terrorismo- para enfrentar a una oposición, ahora de sus propios coidearios republicanos, que inicialmente parecía infranqueable.
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