El dictador de Corea del Norte, Kim Jong-Un, cruzó el Paralelo 38 que divide a la Península desde 1953 y saludó y se abrazó con el Presidente de Corea del Sur, Moon Jae-In, para seguidamente acordar la paz entre las dos fracciones y un sucesivo tratado de desnuclearización total.
La península coreana fue invadida por las fuerzas comunistas de China y la Unión Soviética a poco de concluída la II Guerra Mundial y las Naciones Unidas resolvieron repeler el ataque con los ejércitos de varios países, bajo el comando del general Douglas MacArthur y un mayor contigente militar de los Estados Unidos.
La guerra estuvo a punto de concluir coincidiendo con el azote de uno de los más crudos inviernos de la historia en 1952, cuando la ayuda militar china flaqueó y se replegó. MacArthur, héroe de la II Guerra Mundial y gestor de la pacificación y restauración del Japón, pidió autorización para asestar un golpe definitivo al enemigo, pero fue relevado del mando.
El Presidente Harry Truman, demócrata, el mismo que autorizó lanzar las bombas en Hiroshima y Nagasaki, temió que MacArthur llegase al extremo de recurrir a esa arma nuclear y lo despidió. Y ya cuando la victoria militar estaba ad portas sin necesidad de esa medida extrema, optó por el armisticio para acordar un cese de fuego sin sellar una paz duradera.
Corea del Norte, con el amparo y la protección sino soviética, eirigió en esa región de la península una cárcel orwelliana con supresión total de las libertades individuales. Más aún, en violación de los acuerdos de Naciones Unidas y con apoyo financiero y tecnológico comunista desarrolló una industria nuclear cuya tecnología a su vez transfirió a Irán y Siria.
Los intentos por disuadir a la dictadura norcoreana de su programa nuclear fracasaron, tanto de parte de las Naciones Unidas como de presidentes de los Estados Unidos, incluídos demócratas como Bill Clinton y Barack Hussein Obama como de los dos republicanos Bush. Clinton intentó halagar al dictador con obsequios de alimentos y préstamos, con resultados negativos.
Donald J. Trump, republicano, adoptó una política distinta. Invitó a China, a Rusia y a otros aliados a implantar severas sanciones económicas y comerciales a Corea del Norte, advirtiéndole que la opción militar no se descartaba si persistía en su obsesión de amedrentar a sus vecinos, a los Estados Unidos y al mundo con bombas nucleares.
Como de costumbre los demócratas progresistas de la oposición se mofaron de Trump y lo acusaron de provocador, irresponsable y posible causante de una lII Guerra Mundial. La verdad ha sido la opuesta. Los líderes de las dos Coreas se han unido, pronto los acuerdos de paz y renuncia a la nuclearización se concretarán y ratificarán y Trump estará en la ceremonia como el Invitado de Honor “gestor del milagro”.
Mientras el mundo observa deslumbrado ese “milagro”, que recuerda el de la reunificación de las dos Alemanias en circunstancias distintas y peor la derrota injustificada de Vietnam, los demoprogresistas le asestaron un nuevo golpe a Trump al obstruirle el nombramiento del Vicealmirante Ronny Jackson como Director de Departamento Para Veteranos, alegando acusaciones infundadas.
El candidato fue médico consecutivamente de tres presidentes en la Casa Blanca (Bush, Obama, Trump) y de los tres recibió las mejores calificaciones por su capacidad profesional y humana. Nada de ello sirvió a los enemigos de Trump, cuyo odio fue mayor que el criterio favorable de los tres Jefes de Estados de dos partidos políticos.
Jackson, que sirvió en Afganistán y nunca fue político, se vio forzado a declinar la nominación. Ninguno de los ex-Presidentes, especialmente el demócrata Obama, tuvo la entereza de respaldar con alguna declaración al eminente galeno y militar calumniado. Trump ha dicho que al ritmo actual de obstruccionismo, se requeriría de nueva años para que las personas por él nominadas sean aprobados por el Congreso.
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