Los opositores de Donald J. Trump continúan batiendo los récords de insania en su afán al precer inagotable de torpedear su gobierno y su presidencia con las más burdas mentiras, pese a que van siendo descartadas por los hechos, una tras una.
Una de las que por más tiempo se ha prolongado con miras a descalificar al líder republicano ha sido la supuesta colusión entre él y Putín de Rusia para interferir en las elecciones presidenciales del 2016, en perjuicio de la demócrata Hillary Clinton.
El ex-director del FBI Robert Mueller fue encargado de investigar qué ocurrió y al cabo de casi un año y millonadas de dólares en pagos a 17 de los más caros abogados, nunca surgió una prueba de colusión. Al contrario, el viernes pasado Mueller sorprendió con el anunció de trece rusos acusados, pero no de colusión sino de intrusión en los comicios.
Reveló con el “indictment” (acusación formal) que los rusos, seguramente por órdenes de Putin, utilizaron los medios sociales a un costo de 200 millones de dólares para desprestigiar el proceso eleccionario desde el 2014, hablando mal de Hilllary y organizando manifestaciones pro Trump, pero también pro Hillary y Sanders para confundir.
Destaca el anuncio mismo que la acción rusa, si bien condenable, no tuvo influjo en el resultado de las elecciones ni prueba colusión con Trump ni miembros de su campaña. El enjuiciamiento a los rusos jamás se dará, por la índole de las acusaciones, porque la mayoría de las interferencias se hicieron desde San Petersburgo y porque no hay tratados de extradición con Rusia.
Trump dijo en Tweets que el tal anuncio de Mueller confirmaba que nunca hubo colusión y que la teoría de la interferencia rusa en su victoria carecía de validez. Los demócratas y los progresistas montaron en cólera y en lugar de aceptar que en realidad no hay tal colusión, condenaron a Trump por no condenar la interferencia rusa en las elecciones...desde el 2014.
Aclaró Trump que en el 2014 gobernaba Hussein Obama y que las críticas por inacción contra la intervención rusa debían dirigirse a él por no frenarla. Y que se ratificaba en que cualquiera que hubiese sido la acción de interferencia encubierta por Obama hasta después de las elecciones, fue evidente que no alteraron los resultados.
Un legislador republicano, desorbitado en su odio, llegó a comparar la interferencia rusa (en Facebook y Twitter) con el bombardeo japonés a Pearl Harbor en 1941, reclamando a Donald J. Trump una acción como la de Franklin D.Roosevelt frente a la agresión. ¿Acaso declaratoria de la III Guerra Mundial? ¿Una guerra nuclear?
El odio obstruye todo intento de diálogo con los progresistas. Se constató una vez más con la masacre de Parkland, en la que 17 estudiantes y profesores fueron muertos por un ruso adoptivo de 19 años, armado de un rifle A-R 15 semiautomático. Culpa de Trump, dicen los progresistas, porque se opone a la regulación en la venta de armas, dizque azuzado por los cabilderos del NRA (Nation Riffle Association).
Las leyes y regulaciones existen pero no se cumplen. Nikolas Cruz, el asesino, debió haber sido fichado por el FBI desde hace tiempo pues recibió oportunas denuncias de su estado demencial y violento que debían consignarse en todas las computadores de los sitios de venta de armas de fuego en el país. Esa Oficina ha admitido la culpa y dice se sancionará a los culpables.
Más leyes y restricciones para la venta de armas no reducirá los actos de violencia. Ningún socio del NRA ha cometido jamás una masacre y ciudades como Chicago y Baltimore, con las leyes más restrictivas, tienen los índices de criminalidad con armas de fuego más altas de la nación. Los asesinatos los cometen maleantes o dementes que adquieren armas sin sujetarse a las leyes, en el mercado negro.
Las causas de las masacres como la de Parkland y similares no están en las armas, están en las mentes y espíritus de quienes las usan. El irrespeto a la vida tiene sus orígenes en la disolución del núcleo familiar cuya motivación surge del uso extendido y financiado por el Estado de los anticonceptivos y el aborto, derecho inconstitucionalmente sancionado por la Corte Suprema de Justicia en 1973.
La ley natural del matrimonio entre un hombre y una mujer para procrear ha declinado de manera abismal desde entonces, con proliferación de las madres solteras incapaces de proveer, salvo excepciones, la educación adecuada a sus hijos quienes, sin guía paterna, están expuestos al influjo de los pandillas callejeras y los peores lideratos delincuenciales del barrio.
La “revolución” sexual del decenio de 1960, que “floreció” y “engendró” la cultura de la muerte con los anticonceptivos y los abortos, ha debilitado la situación de la mujer en la comunidad y la ha convertido, en la mayoría de casos, paradógicamente en defensora del sistema que la tiene subyugada. Son ellas, potenciales madres engendradoras de la vida, las que luchan con símbolos obscenos sobre sus cabezas en favor del aborto.
En Parkland fueron asesinados 17 seres humanos. Desde 1973 han muerto en los Estados Unidos más de 60 millones de inocentes criaturas mediante el aborto inconstitucional. Esa cifra bastaría para poblar nuevas ciudades de los Estados Unidos, para rectificar el crecimiento vegetativo negativo de la población, que ninguna inmigración podría compensar.
El derecho a poseer armas que la II Enmienda de la Constitución garantiza para la defensa individual y para el hipotético caso de rebelión si surgieren regímenes dictatoriales, no es la causa de las masacres tipo Parkland. La causa está en la cultura de la muerte, en el desprecio a la vida humana que se derivan del aborto y el pre aborto de la anticoncepción.
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