La reforma fiscal, incluída la reducción general de impuestos, está a pocas horas de convertirse en realidad y el optimismo aumenta al observarse cómo la economía de los Estados Unidos se vigoriza y consolida.
Aún antes de que Donald Trump complete un año de gobierno y de que la ley fiscal se concrete, el ánimo de los inversionistas y de los hombres de negocios ha dado un giro positivo. La Bolsa de Valores experimentó un alza espectacular, inundando el mercado con trillones de dólares de inversión.
La reforma tributaria, tras lograr el consenso entre las dos cámaras y, según los expertos, fusionar lo mejor de ambas propuestas, será votada bicameralmente y luego enviada mañana al despacho del Presidente para que la firme. Se convertiría así en el mayor regalo de Navidad del Ejecutivo al pueblo y uno de los mayores logros en décadas en la materia.
Los demócratas se han opuesto a la rebaja de impuestos en bloque, pese a que fue el Presidente de ese partido, John F. Kennedy, quien impulsó la primera reforma en tal sentido acelerando notablemente la economía de la época. El otro admirable esfuerzo parecido lo dio el republicano Ronald Reagan, con similares resultados.
En ambos casos, los proyectos contaron con votos bipartidistas. Esta vez no, debido a que el partido demócrata, con Obama, se ha radicalizado a la izquierda, es decir hacia la doctrina en la que se da preeminencia al Estado sobre los derechos del individuo en una sociedad capitalista de libre mercado, según el modelo de la Constitución norteamericana.
El principal ataque de los demócratas al actual proyecto republicano se concentra en sostener que beneficia a los ricos y perjudica a los pobres y que, además, aumenta la deuda pública al reducir los ingresos fiscales. De nada sirven los argumentos demostrativos de que la reforma es general y que el mayor beneficio va a la clase media y la mediana empresa, núcleo central de la economía de este país.
En ocho años de gobierno de Obama, la deuda pública se duplicó de diez trillones de dólares a 20 trillones y la economía se estancó en el 2%, reduciéndose la inversión y el empleo. Para el grupo Trump, la mejor manera de contrarrestar el défict es estimulando el crecimiento de la economía y, por cierto, adicional y paralelamente disminuyendo el gasto.
Aún sin la vigencia de la reforma tributaria, la economía en el país ya ha crecido sostenidamente al 3% y más y muchos vaticinan que podría llegar a la seductora tasa del 4% el año venidero. El dinero que deja de recibir el fisco tiene, pues, un efecto multiplicador de la riqueza cuando queda en manos del contribuyente, según lo ha demostrado la historia.
El sonsonete de que se trata de una reforma “que solo favorece a los ricos” responde a la mentalidad “progresista” y colectivista en la que se ha sumido en años recientes el partido demócrata, que por cierto sería irreconocible para un John F. Kennedy. Según ellos, el dinero que se le quita al pueblo es dinero que se le quita al gobierno para debilitar su poder de imponer la “justicia social”.
Justicia social, en su concepto, es igualación de resultados mediante la redistribución de los ingresos. El mercado de libre competencia, movido, estimulado y orientado por el lucro, es a juicio de ellos una aberración que crea “injusticias sociales” al privilegiar a unos en desmedro de otros.
A la utopía de esa sociedad igualitaria quieren llegar los colectivistas/marxistas con aplicación de un Ejecutivo fuerte, que rompa las dificultades de acción creadas con la división de poderes de la Constitución, a fin de poder regular y forzar sin barreras medidas que trasvasen los ingresos excesivos de los ricos hacia las alcancías de los pobres.
Las experiencias en esa dirección han fracasado, por el hecho de que el Estado y los gobiernos no son creadores de riqueza, sino el sector privado. Cuando la burocracia confisca y administra empresas eficientes, a poco quiebran y la pobreza no la riqueza es la que se distribuye y generaliza, en última instancia con dictaduras nazifascistas, comunistas y variaciones.
Trump ha llegado para frenar esa tendencia por lo cual su popularidad se acrecienta, pese al feroz boicot de los mayores medios de comunicación audiovisual y escritos. Los demócratas están desesperados y los intentos por invalidar su victoria electoral van anulándos uno tras otro, rebasando en algunos casos del nivel de lo ridículo al nivel de lo criminal.
En el frente externo, el Califato que Obama ayudó a formar en el Medio Oriente está liquidado, el terrorismo musulmán está en retirada y Jerusalén ha sido formalmente reconocida como lo que es, la capital de Israel, con lo cual los palestinos tendrán que negociar sobre bases reales la paz con sus vecinos, sin chantajes ni actos de terror.
A los colectivistas les queda poco que exhibir como logros sobrevivientes de su obsoleta doctrina: la cincuentenaria dictadura castrista de Cuba, la de Corea del Norte, la ciénaga de Venezuela. Los Maduro, Correa/Lenin, Morales y más discípulos del castro/chavismo acaban de recibir una alerta de Chile con la victoria de Piñeras, sobre un rival con esa irreal manera de pensar que aún tiene seguidores en el continente.
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