El politólogo norteamericano con ancestro japonés Francis Fukuyama se hizo popular con su libro “El fin de la Historia y el Último Hombre” que publicó en 1992, prediciendo que con el derrumbe del Muro de Berlín en 1989 y la disolución de la URSS, la Guerra Fría y la lucha de ideologías había terminado.
A juicio suyo, a partir del hundimiento del imperio comunista de 70 años (y antes con la derrota de los intentos hegemónicos nazifascistas del siglo XX) ya no quedaba duda o no debía quedar duda de que el mejor sistema de convivencia y de gobierno era una democracia liberal capitalista, según el modelo occidental.
La realidad ha sido otra, pues si bien la URSS se deshizo y los países del Eje no se han vuelto a fusionar, las guerras ideológicas no han cesado y en algunos casos se han convertido en guerras violentas y de terror. Si bien Moscú ya no está rodeado de sus países satélites, en cambio el pensamiento colectivista/marxista que inspiró a Lenín y Stalin sigue vivo.
La mentalidad socialista/marxista/progresista perdura inclusive en países de alto desarrollo como los Estados Unidos y en otros se ha perpetuado en regímenes dictatoriales, cincuentenarios algunos como el de Cuba o en cárceles como Corea del Norte o en miseria como Venezuela. De modo que Fukuyama acaso erró solo a medias.
Porque si las ideologías liberal y comunista siguen en disputa, ha quedado muy en claro a estas alturas del siglo XXI que las diferencias se centran en dos visiones: la prosperidad ¿es alcanzable en un marco de libertad y libre competencia de ideas y comercio? ¿o es preferible dosificar esa prosperidad con un Ejecutivo/Gobierno fuerte a costa de las libertades?
En el primer caso, los gobiernos se forman por consenso popular que tienen la misión primordial de preservar las libertades individuales. El poder popular, así delegado, se autorregula y dispersa en tres ramas de gobierno que se controlan mutuamente para evitar excesos. Es la fórmula adoptada e básicamente intocada por los Estados Unidos desde 1776/1778.
El sistema ha convertido a esta nación en la más sólida del planeta y de la historia y todas las imperfecciones han sido corregidas y son corregibles sin alterarlo. En contraste, todos los demás sistemas que dan prioridad al Ejecutivo sobre el individuo han ahogado las libertades, la capacidad de invención y competencia y a la postre han sucumbido y creado miseria.
El fascismo de Mussolini, el nazismo de Hitler y las demás variaciones de la forma autoritaria de gobernar como el peronismo, el nasserismo y otros populismos a lo largo y ancho del globo, se han basado en la creencia utópica de que la prosperidad puede ser regulada y donada por iluminados con supuestamente cerebros superiores que intuyen mejor lo que el pueblo quiere y necesita.
En los Estados Unidos, el partido demócrata que apoyó a Hillary Clinton y a Bernie Sanders para la presidencia de la República en las elecciones del 8 de noviembre pasado, es presa hoy de los “progresistas” o colectivistas que persiguen ese ideal bobo de la “justicia social”, que aspira a quitar el dinero "malhabido" de los ricos para dárselo a los pobres.
Se han convertido en una poderosa fuerza ideológica, pues han acaparado los centros de educación hasta el nivel superior, de donde salen periodistas que dominan los principaldes medios de comunicación para difundir su doctrina en mensajes en que la noticia es manipulada, distorsionada o ignorada. El bombardeo ideológico se torna intolerable.
El republicano Donald J. Trump le salió al paso a Hillary y al “progresismo” y triunfó. La celebración de la victoria del 9 de noviembre se repitió ayer con la aprobación por el Congreso de una trascendental reforma tributaria que incluye significativa baja de impuestos y un repudio virtual al Obamacare, tras el intento fallido de meses atrás.
Ningún demócrata apoyó la reducción de impuestos. La primera reforma de importancia la hizo el demócrata John F. Kennedy en el decenio de 1960 y contó con votos republicanos. Igual bipartidismo se registró con el republicano Ronald Reagan. No esta vez, porque el influjo “colectivista” del partido es muy acentuado, pese a que irónicamente muchos de sus portavoces son multimillonarios.
Se calcula que el total de la baja de impuestos alcanza 1.5 trillones de dólares y beneficiará a todos, especialmente a las corporaciones que verán el peso de los tributos reducirse del 35% al 21%, lo que augura un alza acelerada en la reinversión, creación de empleos y retorno al país de centenares de empresas norteamericanas que buscaron invertir en países con una carga tributaria menor.
El Obamacare fue la punta de lanza de Obama para corromper aún más al sistema de libre empresa con la socialización de los servicios médicos. La ley aprobada ayer elimina la obligtoriedad de adquirir pólizas de seguro, so pena de multas crecientes. Para quienes demostraban no poder pagar pólizas ni multas, se creaban subsidios, esto es, más impuestos y más “redistribución de la riqueza”.
Trump anunció que se aumentarán las facilidades al mercado libre para que quienes deseen una póliza lo hagan en condiciones aceptables. Se abolirán barreras entre Estados para que compitan las aseguradoras y se ofrecrán facilidades tributarias a quienes compren pólizas. La socialización de los servicios no es la solución a los vacíos del sistema, sino la corrección de sus debilidades en un mercado libre y competitivo.
Lo cual es aplicable a todo el espectro de la vida humana. El mito de una sociedad igualitaria es antinatural y por ende inalcanzable. Intentarlo solo abre la ruta al despotismo, este si contrario a la ley natural. La economía con ocho años de Obama se estancó en el 2%, la deuda pública se duplicó a 20 trillones de dólares y aumentaron las dádivas y subsidios a costa de los dineros fiscales.
Trump, en menos de un año y con solo eliminar las regulaciones ejecutivas de Obama contrarias a la inversión privada, ha logrado que la economía se mantenga en el 3% en tres trimestres. Con la ley tributaria es posible que salte al 4% en el 2018. La pobreza no se combate con dictaduras ni tributos confiscatorios, sino ampliando las oportunidades para que la gente por su propio esfuerzo logre mejorar sus condiciones de vida.
El nuevo régimen lo está logrando. La Bolsa de Valores está al borde de alcanzar los 25.000 puntos, lo que significa que la gente está lanzando millones y millones de dólares extra al mercado, aún antes de que entre en vigencia la ley de reforma tributaria y reglamentos conexos. Es motivo de celebración, como lo fue el 9 de noviembre del 2016 con la victoria Trump.
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