No tiene precedentes el embate que ha tenido y sigue teniendo Donald J. Trump como candidato y ahora como Presidente de parte de los medios escritos y audiovisuales de mayor difusión de este país, a los que se han sumado algunos prominentes líderes de su propio partido republicano.
No obstante y pese a los pronósticos de la mayoría de quienes escriben entremezclados los análisis y noticias en dichos medios, Trump ganó con amplitud las elecciones y a menos de un año de gobierno no advino el desastre previsto por ellos sino una economía que volvió a crecer a más del 3% por sobre el 2% de ocho años del régimen de Obama.
El propio presidente demócrata Jimmy Carter, calificado como el peor de los últimos decenios, admitió públicamente que nunca había presenciado una prensa tan hostil como la actual contra Donald Trump. Éste no desea, según lo ha dicho, una prensa sumisa o acrítica, sino objetiva. Pero es ésta cualidad la que no existe, en perjuicio del lector.
Muchos se preguntan cómo Trump ha logrado sobreponerse a esta muralla de oposición que manipula, desvía y omite la verdad con los principales medios de comunicación, todos favorables al partido demócrata cuya candidata Hillary Clinton fue derrotada en jornada de la cual aún no logran reponerse. La respuesta es la fortaleza de su personalidad.
Trump tiene una clara visión de la Historia de esta nación y sus principios y lo dice en forma directa y convincente a millones de personas que no se han dejado seducir por la retórica “progresista” de los demócratas y que han encontrado en él al líder de la restauración de los valores constantes en la Declaración de la Independencia de 1776 y su reflejo estructrural en la Constitución de 1778.
Paulatinamente uno de los objetivos esenciales de tales documentos, la formación de un gobierno por consenso y la división del poder popular en las tres ramas mutuamente controlables, se ha ido diluyendo. El Congreso, fuente de la creación de leyes, ha cedido cada vez más esa atribución al Ejecutivo, permitiendo la creación de agencias que legislan, juzgan y penalizan por si mismas.
La Corte Supema y las Cortes Federales, en parecida tendencia, perdieron independencia y se sumaron al “progresismo” comandado por el Ejecutivo para legislar en contra de la Constitución. Con Trump esa distorsión de la idea primaria de hacer gobierno, legislar y convivir comienza a dar un giro positivo mediante el desmantelamiento de regulaciones, pero aún falta una más decidida cooperación del Congreso en la cruzada.
Todos esperaban que el Congreso comenzaría por derogar el Obamacare, uno de los intentos más audaces por socializar la economía nacional. Pero la oposición demócrata fue tenaz, con ayuda de algunos republicanos miopes o traidores, como John McCain y el proyecto de Trump tuvo que aplazarse. Está en curso una gran reforma tributaria que incluiría la abolición del Obamacare y hay señales de que se apobaría este mes.
La mayoría que votó por Trump en la mayoría de los 50 Estados y que lo sigue apoyando sin vacilación, quiere que los Estados Unidos siga siendo grande, según el eslogan de campaña, basado en una sociedad abierta y liberal, de capitalismo competitivo, con gobiernos que garanticen las libertades individuales y el cumplimiento de la ley en general, incluídas por cierto las referentes a fronteras seguras.
En más de 250 años de aplicación de ese sistema, los Estados Unidos se han convertido en la potencia mundial más libre e imbatible. Los países que de un modo u otro han imitado este sistema, se encuentran entre los más prósperos del planeta. Mientras más se alejen y acerquen a la tiranía, más próximos estarán a la miseria moral, intelectual y económica.
El pensamiento Trump se ha proyectado al exterior. La utopía del globalismo ha ido a parar al cesto de basura. ISIS está derrotado. Los palestinos y sus seguidores terroristas tendrán que ceñirse a la realidad si quieren vivir en paz con Israel, cuya capital Jerusalén dejará de ser rehén de chantaje, una vez que Trump declaró lo que obviamente es desde hace 3.000 y más años, la capital israelí.
Otros chantajes similares van aniquilándose poco a poco con Trump, como aquel del cambio climático, el mundo sin fronteras, el elogio al homosexualismo, el transgénero y el matrimonio gay que han sido puntales en la lucha por el “modernismo” y parte de la “justicia social” y la anulación de las individualidades preconizados por el “progresismo”.
Es dable señalar que dichos postulados “progresistas” tienen su origen todos en la izquierda marxista, que es a su vez fuente matriz del fascismo y del nazismo. Pero la táctica demócrata es acusar a Trump de nazifascista, suponiendo quizás que Hitler declaraba a Jerusalén capital de Israel, al tiempo que propiciaba el Holocausto de los judíos.
El Papa Francisco se opone Trump en el tema de Jerusalén, acaso desconociendo que la Religión Católica y Jesucristo tienen su matriz en Israel y que el drama de Jesús se desarrolló principalmente en Jerusalén y Judea. Irónico que sea Vladimir Putin, ex-Director de la KGB del ex-imperio soviético ateo quien le objete al Papa Francisco su fe y su comportamiento. Y que el jefe de El Vaticano no sea quien primero respalde a Trump en su defensa de Israel.
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