Tuesday, October 24, 2017

LOS NEGROS HUMILLADOS

Uno de los dramas más lamentables y bochornosos es el que se vive en los Estados Unidos como resultado del esfuerzo más que centenario de los demócratas/progresistas por mantener humillados a los ciudadanos de la raza negra.
El último episodio fue la farsa urdida en torno a una llamada telefónica de condolencia del Presidente Donald Trump a la viuda de uno de los cuatros soldados muertos en una emboscada en Niger, tendida por terroristas musulmanes del ISIS.
El fallecido, sargento La David Johnson, era negro. La llamada se supone que debía ser íntima y confidencial y dirigida a la viuda, pero fue recibida cuando ésta iba en un automóvil con la congresista de la Florida Frederica Wilson,   ambas de la raza negra.
El teléfono tenía abierto el parlante y la congresista dice que el mensaje del Presidente fue irrespetuoso propio, según dijo a la TV, de los blancos supremacistas que oprimen a los negros. La denunciante es estrafalaria, con sombreros de paja de color cambiante, carnavalesca.
Alguien ha insinuado que se le tendió una trampa a Trump, que alguien advirtió a la viuda que se iba a producir la llamada a determinada hora para que esté acompañada de aquella legisladora anti Trump. Éste reaccionó indignado y así lo hizo también su Jefe de Despacho, el general de los Marines de cuatro estrellas John Kelly.
La viuda tardó varios días en sumarse públicamente a los agravios, indicativo de que se resistía a mentir. Pero cedió a la presión de un movimiento que perdura desde la terminación de la Guerra Civil en el siglo XIX que acabó con la esclavitud, pero no con la discriminación racial contra los negros.
Abraham Lincoln, que doblegó a los sureños demócratas esclavistas, se proponía extender los derechos constitucionales en toda su extensión a los negros luego de la victoria militar. Pero fue asesinado por un demócrata y sus sueños se frustraron. Prevaleció la prohibición del voto a los negros y el acceso a servicios de educación, transporte, hotelería, libre matrimonio.
Los negros eran de raza inferior, según la ley Jim Crow que perduró hasta el siglo siguiente. Las uniones birraciales eran prohibidas, se crearon fuerzas de choque del KKK para linchar a los negros rebeldes, surgió la idea de purificar la raza mediante la eugenesia y la eutanasia con instituciones que luego serían los Planned Parenthood para abortar negros y no blancos.
Asombra, con esa historia, que se haya producido una suerte de síndrome colectivo de Estocolomo en la mayoría de la población negra de los Estados Unidos, según la cual los secuestrados o los oprimidos se vuelven adoradores de sus opresores. Tal es el caso, por ejemplo, del senador por Maryland Elijah Cummings.
Con frecuencia se recuerdan escenas de la Marcha de Selma con Martin Luther King Jr., a las que se sumaba el joven Cummings. Se organizaban con el gran líder negro pro derechos civiles para todos como manda la Constitución, sin distintivo del color de la piel. La marcha fue disuelta a palos y gases por el gobernador demócrata de Alabama. 
El senador y muchos negros como él y la viuda del sargento y la diputada son fervientes demócratas progresistas. Acusan a Trump y a los republicanos de racistas, fascistas, neonazis, extremistas. Son los atributos precisamente que los demócratas ahora “progresistas” utilizaban desde el siglo pasado contra ellos.
¿Qué pasó? ¿A qué obedece la transición? Dinesh D´Souza, autor del libro “The Big Lie” (La Gran Mentira), Una Exposición de las Raíces Nazis de la Izquierda en los Estados Unidos, lo explica documentadamente. A la postre el marxismo, el fascismo y el comunismo tienen en común la convicción de que el Estado prevalece sobre los individuos.
Lenin admiraba a Mussolini y viceversa, más tarde Hitler se alió a Mussolini . El marxismo de Mussolini se trocó en fascismo y el de Lenín y luego Stalin en una feroz dictadura comunista, que sacrificó centenas de millones por fusilamientos y hambre. Hitler se obsesionó por la purificación de la raza y el exterminio de los judíos. En un principio fue admirado por Franklin D. Roosevelt y a Mussolini le fascinaba el New Deal.
Entre los ideólogos de Hitler hubo judíos marxistas que desertaron y llegaron a los Estados Unidos para formar la escuela Frankfurt. Con la derrota nazi, la estrategia doctrinaria de Heidegger y Marcuse cambió: no podían utilizar esa insignia para divulgar la causa marxista, pero utilizaron sus tácticas para amedrentar a los opositores republicanos e independientes.
Desde el decenio de 1960 se popularizó la creencia de que la extrema derecha reprimía al individuo con las inhibiciones sexuales burguesas de origen cristiano y sobrevino la “revolución” sexual. Igualmente se propaló la idea de que el capitalismo, el libre mercado y el libre pensamiento son insdtrumentos de opresión de los débiles, por lo que había que sustituirlos por un pensamiento y doctrina colectivistas.
La máxima “cero intolerancia a la intolerancia”, creada por Goebbels para la nazificación de Alemania, comenzó a implantarse aquí y en estos días opera con apoyo de Soros mediante Antifa, Black Lives Matter y otros que se embozan para palear y aporrear a los que disienten con la idea única. 
Los negros, por supuesto, según esa perspectiva, son víctimas del sistema y hay que tratarlos como minusválidos, subcapacitados mentalmente y asignarles privilegios especiales anticonstitucionales para el ingreso a instituciones educativas, lugares de empleo y acceso a subsidios estatales.
La izquierda progresista, de raíces nazifascistas y marxistas, se ha tomado el control de los mayores medios de comunicación, Hollywood y el sistema público de educación y ha causado inmenso daño en la cultura nacional. ¿Serán sus efectos reversibles? La elección de Donald D. Trump es alentadora.
La “biblia” de los medios impresos “liberals”, The New York Times, había predicho días antes de las elecciones presidenciales de noviembre pasado, que la candidata demócrata Hillary Clinton ganaría con el 93% de los votos. Trump la derrrotó y acaparó la mayoría en el Senado, la Cámara de Diputados y las gobernaciones y congresos estatales. 
Y se mantiene incólume en su posición de aplicar el mayor antídoto contra la izquierda de orígenes marxistas nazi fascistas: la Constitución de los Estados Unidos, que se basa en esa deslumbrante, luminosa Declaración de Independencia que dio un vuelco a la concepción de cómo organizar la sociedad, basada en  que es en el pueblo donde reside la soberanía, no en monarcas ni en círculos autócratas inapelables que controlan el Estado.

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