Desconcierta que la oposición al Presidentre Donald Trump provenga no solo del partido demócrata y de columnistas de la gran prensa que profesa la misma ideología, sino también de quienes aunque inicialmiente no lo respaldaron, luego le declararon su total apoyo.
Entre ellos figuran el “semidios” de la radio Rush Limbaugh y la columnista y escritora Ann Coulter. Ambos se mofaron de Trump en un prinicipio con el mismo clisé de que era un impreparado y un bufón y prefirieron enfilar sus artillerías verbales en favor de Ted Cruz.
Luego cambiaron y se deshicieron en elogios para Trump, a medida que en la campaña de las primarias del GOP iba demoliendo uno a uno a sus 16 rivales, hasta enfrentarse en la elección final a la candidata de los demócratas Hillary Clinton, odiada en dosis iguales por los dos.
Muchos otros se han sumado a las críticas de estos comentaristas, que eso si son los más notorios por presumir de sentar cátedra acerca de en qué consiste ser un buen conservador, para enfrentar y derrotar el avance agresivo de la izquierda “progresista”, en este país y fuera de él.
¿Por qué están irritados? Porque si bien admiten que Trump ha logrado en algo más de 100 días de gobierno aciertos como el nombramiento de un impecable nuevo juez para la Corte Suprema de Justicia y el inicio del desmantelamiento del “Estado Administrativo” que se regula no con leyes del Congreso sino por Decretos del Ejecutivo, en cambio ha cedido ante a los demócratas en cuanto al Obamacare y el Presupuesto.
Desde que anunció su candidatura presidencial en junio del 2015 y a lo largo de toda la campaña y al posesionarse de la Presidencia, Trump ha sido insistente en que su propósito es restituir a plenitud la vigencia de la ley y la Constitución en este país. El movimiento demócrata/progresista ha ido minando paulatinamente ese respeto desde hace varias décadas.
A la Constitución, inspirada por la Declaración de la Independencia de 1776, la consideran obsoleta porque no responde a las necesidades del mundo actual, que ellos resumen en igualdad no de oportunidades sino de resultados. Lo cual no se obtiene, según su doctrina, sino suprimiendo o coartando las libertades individuales y fortaleciendo al Ejecutivo.
Trump fue elegido para evitar que avance esa tendencia. El Obamacare era y es otro de los instrumentos del “progresismo” para quebrar y debilitar el sistema de libre empresa creado por los Fundadores. El nuevo líder dijo que anularía esa ley tan pronto se posesionara. Así lo hizo pero un grupo republicano en la Cámara de Representantes opuso resistencia al proyecto original.
Fue un duro golpe, pero a Trump no le quedó otra opción que negociar y al parecer un proyecto modificado será aprobado esta tarde y luego por el Senado. El Obamacare fue aprobado atropelladamente, con el rechazo de la mayoría popular y sin un solo voto republicano. Su destino previsible era el fracaso y ahora la ley sustitutiva, basada en el mercado, vendrá en su rescate.
La batalla para la aprobación de la Proforma Presupuestaria también parece que ha sido superada y que será aprobada mañana con apoyo demócrata. El consenso se logró con algunas cesiones al partido de oposición, que no significa en modo alguno derrota republicana. La alternativa habría sido la congelación de fondos fiscales, perjudicial politicamente para un gobierno en ciernes.
La nueva Proforma se examinará en octubre. Será vital para la aprobación de proyectos trascendentales como la reforma tributaria. Para entonces, el gobierno se habrá consolidado y, si cabe, será factible recurrir a métodos de presión como la “nuclear option” y otras en el Senado para sacar avante los postulados del GOP si persiste la obstrucción demócrata.
Esa obstrucción parece que no cederá a corto plazo mientras continúen al mando del partido demócrata los líderes que acompañaron a Hillary al fracaso en las elecciones del 2016. Comienzan a surgir nuevos rostros de gente que podría sustituir a esa generación pero tomará tiempo. Mientras tanto, hace bien Trump en moderar sus impulsos y desoir a quienes quisieran lograrlo todo ya, porque el GOP tiene mayoría en la Casa Blanca, las dos cámaras, las gobernaciones y congresos estatales.
La Constitución lo predijo: en este país el poder del pueblo se delega a un gobierno que actúa por consenso, es alternativo y responsable. Las leyes con las que opera las dicta exclusivamente un Congreso con legisladores elegidos por voto popular. En casos de duda o discrepancia en la aplicación de la ley, hay una rama judicial que examina para dirimir, jamás para legislar.
Las leyes, aprobadas y dictadas por consenso (Obamacare es lo opuesto), se crean para estabilizar y armonizar la convivencia. El prinicipio vale igual tanto para el ámbito interno como externo. Trump está empeñado en que la paz internacional se preserve doblegando a los infractores de las leyes existentes para evitar la guerra y el terrorismo.
Mientras tanto, busca dialogar con toda suerte de líderes para inducirles a reflexionar y llegar a acuerdos que faciliten la paz y superar conflictos. Lo ha hecho con los de Autoridad Palestina, Egipto, Arabia Saudita, pronto lo hará con Putin y acaso con Duterte. Lo ha hecho con Merkel, May. No cesa el desfile de gobernantes en número récord por la Casa Blanca.
Es probable que su don de persuasión como Gran Negociador fracase con algunos de ellos pero el esfuerzo se justifica. En esa línea de pensamiento, Trump en una entrevista por TV opinó que si el presidente Andrew Jackson se hubiese hecho cargo del conflicto surgido con el Sur antes del estallido de la Guerra Civil, acaso ésta se habría evitado o atenuado.
Los epítetos contra Trump no han cesado desde entonces, calificándolo de ignorante y estúpido. No hay tal. La secesión no era amenaza nueva en 1860. Durante el mandato de Jackson (1829/1837), Carolina del Sur quiso hacerlo y Jackson lo evitó con la fuerza de la ley y la Constitución. Buchanan, antecesor de Lincoln, fue pusilánime y 6 estados sureños se sumaron, dificultando la situación.
He aquí la nota publicada al respecto por The Wall Street Journal:
President Trump delved into speculative history this week when he asserted that “had Andrew Jackson been a little bit later you wouldn’t have had the Civil War.” Mr. Trump’s critics pounced, calling his conjecture puzzling, ignorant and bizarre. But the president has a point.
President Jackson’s able handling of the Nullification Crisis in 1832-33 was a common topic of discussion when South Carolina seceded from the U.S. in December 1860. Jackson, through a combination of threats and persuasion, had convinced South Carolina to retract a law that purportedly allowed the state to nullify federal laws—in particular protective tariffs. The New York Times noted in 1860 that those who had been alive then “cannot fail to be impressed with the various points in common, and points of contrast, between the events of that period and those of the present day.”
The critical contrast was the man in the White House. Jackson was a daring military hero and frontiersman, brave and indomitable. When South Carolina fomented the Nullification Crisis mere weeks after his landslide re-election, Jackson swore to hold the Union together at any cost.
President James Buchanan, on the other hand, was a mild-mannered lawyer and diplomat. The secession crisis came when he was a lame duck, waiting for Abraham Lincoln to take office. Buchanan triangulated, saying secession was illegal but he was powerless to stop it. Consequently, six other states followed South Carolina in leaving the Union before Lincoln’s inauguration on March 4, 1861.
Some believed this could have been nipped in the bud if Old Hickory still had been in charge. As the crisis broke, the pro-Union Louisville (Ky.) Journal asked: “Will James Buchanan, who occupies the chair of Andrew Jackson, emulate the energy of the great Tennessean, or will he like a craven, cower before . . . the mad antics of those over excited fanatics?” Unfortunately, we know the answer.
Buchanan’s secretary of state, Lewis Cass, had a front-row seat for both crises. A former Army general, Cass was Jackson’s secretary of war during the Nullification Crisis and oversaw military preparations in case things went south in South Carolina. In 1860 he advised Buchanan to do exactly what Jackson had readied to do: beef up the presence of federal troops, move customs collection to the offshore forts, and send in warships to make the point. After Buchanan rejected his counsel, Cass resigned rather than see the Union dissolve on his watch. He probably wished he had his old boss back.
When Lincoln took office, he tried to reverse Buchanan’s disastrous course. He consulted Jackson’s proclamation against nullification when writing his inaugural address, which pleaded for patience and invoked the “mystic chords of memory” in hopes of swelling affection for the Union and avoiding civil war. But at that point conflict was inevitable. The crisis might not have gotten so far had James Buchanan been a tough leader like Andrew Jackson.