La abrumadora derrota de la candidata presidencial Marine Le Pen en en las elecciones de ayer en Francia no debería intepretarse como un rechazo a muchos de sus postulados, sino a la calidad de su liderazgo.
El pueblo francés no es ni tonto ni masoquista. Prefirió, aunque con un tercio de abstención en las urnas, votar por Emmanuel Macron, un banquero de 39 años de edad de personalidad e ideología imprecisas, pero que en todo caso lo hacía más atractivo y confiable que su rival.
Le Pen no pudo deshacerse de la carga extremista de su padre que terció años atrás en las elecciones presidenciales con un mensaje cargado de antisemitismo. Marine borró todo intento de distanciarse de él cuando pretendió justificar a Vichy por el envío de judíos franceses a Auschwitz.
Jean-Marie Le Pen, el padre, obtuvo en el 2002 el 12% de la votación al mando del Frente Nacional que fundó y heredó su hija Marine. Ésta ha triplicado ahora la cuota al 36%, lo que le da esperanzas de insistir en la lid para el 2021, con su plataforma nacionalista y anti inmigratoria.
Macron, si busca responder a las expectativas tendrá que asimilar algunas de las propuestas de Le Pen, singularmente las referentes a restringir la inmigración indiscriminada proveniente de países que promueven abierta u encubiertamente el terrorismo. Francia ha sido víctima de los peores ataques terroristas en Europa en los últimos tres años.
Deberá impulsar cambios al gobierno del “social welfare” o de bienestar social, que ha generado baja productividad y una alta tasa de desempleo, demandando reformas tributarias y fiscales para que la economía sea más competitiva. Y entender que la burocracia intervencionista de Bruselas, cada vez más rechazada en Europa, tiene que ser frenada.
La Comunidad Económica Europea surgió tras la II Guerra Mundial para abolir barreras comerciales y estimular el flujo de capitales y empleos. Funcionó de maravilla y el entrelazamiento de intereses económicos alejó el peligro de nuevas guerras en el continente más belicista del planeta. Fue en el último tercio del pasado siglo que a la CEE se la politizó.
Se quiso hacer de ella una nueva USA con su capital en Bruselas. Pero las 27 naciones adherentes no eran las 13 Colonias norteamericanas sino muy diversas en sus orígenes, culturas, lenguas y proyecciones. El intento de forzar la Unión Europa con moneda única, sin fronteras y con gobierno central en Bélgica comenzó a fracturarse con el Brexit del Reino Unido.
Si en lugar de Marine Le Pen había al frente un Donald Trump, el frágil Emmanuel hubiera sido triturado y hoy Francia estaría celebrando el anuncio del Franxit, o sea una segunda salida de la UE, lo que habría significado el colapso de esta artificiosa ficción política, que de todos modos está destinada a diluirse más temprano que tarde.
En su discurso de anoche frente al Museo de Louvre, Emmanuel Macron vivó a la Republique Francaise y al motto de la Revolución de 1789: Liberté, Fraternité, Egalité. Tres objetivos que, lo sabemos bien, no pueden ir de la mano, pues si se impone la Igualdad, se sacrifica la Libertad y sin Libertad, no hay Fraternidad.
El mito de la Egalité ha fascinado a parte de la humanidad desde tiempos remotos. Con Platón y su República ideal gobernada por los más sabios hasta la época moderna con seguidores de Marx como Lenín, Stalin y nazifascistas como Hitler y la hilera de dictadorzuelos del Socialismo del siglo XXI de nuestros días, fieles discípulos de Fidel.
“Todos los hombres nacen iguales” dice en contraste la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos y su Constitución. Pero ahí termina toda igualdad, advirtió Abraham Lincoln, el Presidente que decidió ir a la Guerra Civil por defender ese principio de igualdad para abolir la esclavitud y preservar la Unión.
No hay dos seres humanos idénticos, ni en entre siameses. Ni en especies animales o vegetales. Todos tienen rasgos comunes, pero al propio tiempo diversos. Unos menos aptos que otros, algunos con talentos diferentes para el arte y la ciencia, el comercio, el deporte. Hay hombres, hay mujeres, cada uno con sus cualidades complementarias. La diversidad y la competencia es creativa, estimula la imaginación.
La especie humana no está integrada por ángeles. Para que convivan en paz, hay que establecer leyes y gobiernos. El sistema de gobierno ideal es el que se aprueba por consenso, como lo propone la Constitución de los Estados Unidos. Allí se considera que los hombre nacen iguales, pero ante la ley y que la ley rige para todos. No habla de igualdad de resultados
La pretensión utopista de imponer la igualdad de resultados ha significado la pérdida de cientos de millones de vidas humanas a lo largo de la historia y de hambrunas y miseria y, por supuesto, la abolición de las libertades individuales. Las estadísticas son inequívocas, están en el Internet y están en la memoria de sobrevivientes y en documentales.
Por desgracia a la historia se la maltrata y distorsiona y el mito o la utopía de alcanzar la Egalité mediante la fuerza y una univisión que no admite ser discutida, persiste incluso en democracias como las de Estados Unidos. En Francia, la victoria le concede a Macron la oportunidad única de dar un paso (“En Marche” era su slogan) hacia el sentido común. Caso contrario, como lo aseguró Le Pen, habría optado por la continuidad, lo cual equivaldría a esquivar una realidad en quiebra que se estaría negando a rectificar.
Por desgracia a la historia se la maltrata y distorsiona y el mito o la utopía de alcanzar la Egalité mediante la fuerza y una univisión que no admite ser discutida, persiste incluso en democracias como las de Estados Unidos. En Francia, la victoria le concede a Macron la oportunidad única de dar un paso (“En Marche” era su slogan) hacia el sentido común. Caso contrario, como lo aseguró Le Pen, habría optado por la continuidad, lo cual equivaldría a esquivar una realidad en quiebra que se estaría negando a rectificar.
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