Han sido continuas las quejas del Presidente Donald Trump por la falta de profesionalismo de los principales medios de comunicación de este país, en cuanto a la cobertura y análisis de sus actividades durante la campaña electoral y ahora como gobernante.
A la mayoría los acusa de idear y divulgar “fake news”, noticias falsas, por lo cual inclusive les llegó a tildar de “partido de oposición” y como “enemigos del pueblo”. Los aludidos han reaccionado indignados diciendo que está atentando contra “la Primera Enmienda”.
Se refieren a la primera de las diez enmiendas incoporadas en The Bill of Rights de la Constitución de los Estados Unidos, aprobadas en 1791 y que garantizan la libertad religiosa, la libre expresión y de prensa, de reunión y de petición.
La enmienda prohibe específicamente al Congreso dictar ley o regulación alguna que coarte o limite tales derechos y libertades, lo cual concuerda con el principio de la Constitución y la Declaración de la Independencia de que los gobiernos se forman para garantizar los derechos inidividuales, no para sofocarlos ni regularlos.
La libre expresión, vocal y escrita, es indispensable para recordar de modo permanente a los gobiernos que sus representantes son responsables ante sus electores, que son temporales y alternativos y que su gestión está en vigilancia para evitar abusos de poder y corrupción.
Pero la I Enmienda no ampara la mentira, mucho menos si se la utiliza como arma manipulada por una coalición de medios audivisuales corporarativos que se unen para desestabilizar a un Presidente elegido legítimamente, con apenas pocas semanas de posesionado.
Trump no se queja de los medios de oposición, les da la bienvenida porque comprende que son parte del sistema democrático. Lo que reclama es honestidad y profesionalismo, con rechazo a la imbricación de la noticia con una opinión sesgada en contra del que genera la noticia.
Los ejemplos son múltiples. Cuando Trump censura a los medios de difundir “fake news”, los medios aludidos suprimen el adjetivo “fake” o falsos y afirman que Trump se ha declarado enemigo “de los medios (en general) que los critican”, lo cual sería violatorio de las garantías de la Primera Enmienda Constitucional.
De allí parten para sostener que Trump es autoritario, que su intención es suprimir la libertad de prensa, acaso para convertirse en un Lenín o Hitler. No mencionan que durante y después de la campaña electoral, ningún otro candidato fue tan abierto a las conferencias de prensa como él, actitud que la mantuvo más tarde como Electo y Posesionado.
Desde un comienzo Trump prometió poner freno al ingreso de inmigrantes ilegales y, que si triunfaba en las elecciones, que los expulsaría iniciando la batida contra los que hubieren cometido crímenes. Siempre ha argumentado que su decisión está basada en la ley.
Los medios han distorsionado su pensamiento. Afirman que aborrece de la inmigración y que quiere suprimirla. Cuando pide énfasis en el control de la llegada de refugiados de países terroristas y la veda temporal desde algunos de ellos, sostienen que está prohibiendo el ingresos de musulmanes, solo por su condición religiosa.
En el tema de comercio, dijo en la campaña que revisará los tratados que no estén generando beneficios a los Estados Unidos y que más bien estimulan la fuga de capitales y pérdida de empleos. La intepretación de los medios es que Trump busca el aislacionismo y una retaliación tributaria que podría conducir a una guerra comercial global.
Cuando se refiere a terminar la construcción del muro divisorio con México, autorizada por el Congreso en el 2006, Trump dijo que era necesario para reducir el flujo de ilegales de ese país, de otros de Latinoamérica, de Asia y Europa. Entre los que se filtran, dijo, es innegable que hay maleantes, violadores, narcotraficantes, gente que quiere hacer daño al país.
De inmediato vino la hipérbole de los medios de oposición. Trump acusa a los mexicanos que cruzan la frontera de ser todos delincuentes, violadores y narcotraficantes, dijeron. Desde entonces no cesan las notas y documentales que tratan de demonizar a Trump como verdugo de las víctimas inocentes que violan la frontera tras huir de sus países de origen.
La histeria sube de punto con el caso de Rusia y Putin. Derrotada la demócrata Hillary Clinton, que ellos apoyaban, no encontraron mejor explicación para el inesperado fracaso que la supuesta intervención de Putin en las elecciones en favor de Trump. La aparente pista la encontraron en los WikiLeaks que difundieron los emails de la directiva de la campaña de Hillary.
Esa pista es absurda y toda la trama subsiguiente es igual. Los emails no fueron entregados por la inteligencia rusa a WikiLeaks sino por agentes de la inteligencia norteamericana. No tenían el propósito de favorecer al billonario Trump sino poner al descubierto la corrupción de Hillary y su entorno, con el caso por añadidura de los 33.000 emails que ella ocultó cuando era Secretaria de Estado.
Putin ha negado toda complicidad en el asunto, como lo ha hecho Trump. Obama y Hillary, los medios y políticos de oposición de ambos partidos reclaman una investigación, pero nadie tiene ninguna prueba ni cierta ni nebulosa. Nancy Pelosi, demócrata de la Cámara de Representantes, inclusive pide que se investigue cuánto dinero le dio Putin al multibillonario Trump para la campaña.
¿Qué afinidad podría existir entre Putin, el ex Director de la KGB y Trump? Más bien podría suponerse que Sanders, que pasó su luna de miel en Moscú o Hillary, discípula del marxista Saul Alinsky y sobre cuya doctrina escribió su tesis de grado, serían más afines a la Rusia comunista que el burgués por antonomasia de Trump.
Pero si se adentra un poco en la historia de Putin se descubre que entre él y Trump hay ciertamente más puntos de acuerdo que entre Putin y Obama o entre Putin y Hillary. Vale decir, es probable que Putin secunde más los valores tradicionales de Occidente que lo que pretenden los “anti Rusia” de nuevo cuño de hoy.
Putin se ha autoproclamado conservador, como estrategia para evitar el retorno a la barbarie. Se opone al globalismo convencido de que cada nación y cada cultura son únicas, que valoran y tienen derecho a defender su identidad. Condena que en tiempos de la URSS el papel del Estado haya sido absoluto, impidiendo que haya una economía competitiva.
Por lo mismo, se ha declarado en favor de los negocios empresariales y de un mercado de libre competencia. Nos costó mucho la experiencia soviética, ha dicho y nadie quiere repetirla. En Rusia rige el 13% del flat tax, no hay impuesto a las ganancias de capital, tiene una de las más bajas deudas públicas.
De otro lado, mientras Obama aumentó trabas a la inversión, fomentó el aborto y el gay marriage, alentó al Islam en desmedro del Cristainismo, Putin promueve los valores judeocristianos, condena al extremismo islámico, aborrece el genocidio de Stalin y fomenta la lectura obligatoria en las escuelas del “Archipiélago Gulag” de Solzhenitsyn.
¿Por qué CNN, MSNBC, CBS, The New York Times y demás “partidos de oposición”, como dice Trump, no se financian un viaje a Moscú para entrevistar a Vladimir Putin? Con seguridad que los recibiría con los brazos abiertos.