Fue un error táctico de Donald Trump, en el debate con Hillary Clinton la noche del lunes pasado, no descargar todas sus baterías contra su rival, aconsejado acaso para que no aparezca “temperalmente muy violento”.
En lo sustantivo, ganó el debate pero inclusive entre sus partidarios quedó la frustración de que pudo demoler a Hillary exhibiéndola como lo que es, una política profesional con más de treinta años de experiencia basada en la mentira y el usufructo de la función pública.
Cuando Hillary le acusó a Donald de sexista y de insultar a la mujer, él se abstuvo de recordar que ella es el peor ejemplo de maltrato a los seres de su género. Su cónyuge, Bill, ha tenido incontables meretrices y ella no solo que nunca le pidió el divorcio sino que lo encubrió e insultó a sus amantes.
El peor incidente fue el ultraje a la dignidad del ejercicio de la Presidencia de la República, cuando Bill Clinton tuvo sexo con Mónica Lewinsky en la Oficina Oval y mintió acerca de ello bajo juramento. La interpelación en el Congreso no prosperó pero fue luego despojado de su derecho a ejercer la profesión de abogado, por perjuro.
Si Hillary, por respeto a sí misma, a su condición de mujer y a la institución del matrimonio lo hubiese abandonado, terminaba su carrera política. Pero su trampolín fue siempre Bill con la meta de llegar a la Casa Blanca. Trump no destacó nada de esta realidad, según explicó porque en el auditorio se hallaban su esposo multiadúltero y su hija Chelsea.
Gran equivocación. Con los Clinton no caben cortesías. Es una pareja sin escrúpulos que recurre a cualquier artimaña para acumular poder en la burocracia, en la que se han involucrado tras egresar de las universidades. Hay versiones documentadas de personas que han perdido la vida al intentar interponerse en sus ambiciones.
La conducta de los Clinton es comparable a la de la mafia y ha sido el propio Trump quien ha dicho que con ese tipo de enemigos no cabe transacción alguna, peor gestos de cortesía. Para el caso del jihad y el terrorismo en general, la contención no es sustitutiva de la victoria. Con Hillary, la derrota completa debió haberse dado con en el primer debate.
Aún hay dos debates antes de los comicios del 8 de noviembre y se espera que Trump sea más Trump en el trato a Hillary, estén o no en el auditorio Bill y Chelsea. No tiene que referirse a las infidelidades de su marido en forma grotesca o insultante, pero si de modo claro y factual, de suerte que se esclarezca el verdadero carácter de la pareja.
Y si el moderador o moderadora de los próximos debates se inclinan, como se espera, en favor de Hillary, Donald tendrá que forzar el curso del diálogo hacia temas trascendentes que se eludieron en el primer dabate, tales como la tragedia de Benghazi, la inmigración ilimitada de ilegales, la deuda pública duplicada con Obama, el aumento de la criminalidad y el aborto y, por cierto, el escándalo de los email.
El moderador minimizó este tópico, al que se refirió Trump. Es clave, pues resume la personalidad mentirosa y peligrosa de Hillary, que es la primera candidata (o candidato) presidencial sujeta a investigación presidencial criminal por 16 meses en plena campaña, con la protección y amparo del jefe de la Casa Blanca y del FBI.
Habrá que volver también a la afirmación de Hillary de que se debe reeducar a los policías blancos para que maten a menos negros. Trump le replicó que hay que restaurar la vigencia de The Rule of Law, que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, que es inconstitucional conceder privilegios a unos, por ser negros, para cumplir la ley.
Si Bill Clinton y Hillary están inmersos en problemas con los emails y con el manejo de la Fundación Clinton y similares, es porque no se han sujetado a la Ley. Si los Estados Unidos se han convertido en la nación más próspera en la Historia es porque durante 240 años se han respetado la Constitución y las leyes. Los que inmigran provienen de países que en su mayoría se han corrompido por irrespeto a las leyes.
Por casi ocho años ha gobernado este país por primera vez un mulato y Obama, muy lejos de alentar los esfuerzos hacia la integración racial que predicaba Martin Luther King, ha acentuado la discrimnación y el odio hacia los blancos, alimentando el deseo aburdo de “reparaciones”, de lo que acaba de hacerse eco un comité de las Naciones Unidas.
Un museo de la Cultura Negra en Estados Unidos acaba de inaugurarse en Washingont D.C. y Obama le ha aconsejado a Trump que lo visite, para que aprenda sobre la esclavitud en este país. El primero en hacerlo debe ser él, que no tiene ningún ancestro de esclavos pues su padre negro fue de Kenya y su madre blanca de Kansas.
Un personaje muy ilustrado, negro, revela la verdad sobre el tráfico de los esclavos hacia las Américas. Los artífices fueron musulmanes, dice. Los negros encontraron la libertad en América, no en África. Don King, el promotor de boxeo de Mohamed Alí, dijo al pisar suelo africano: “cuánto me alegra que mis antecesores viajaron en esos barcos y no se quedaron aquí...”
Con Hillary en la Casa Blanca, continuaría el régimen de mentiras y corrupción de Obama. La gente no lo quiere, prefiere la alternativa más diáfana y promisoria de Donald Trump. En los dos próximos debates y en lo que resta de campaña, Trump tiene que figurar como lo que es: ganador total, sin concesiones de género ni apariencias cortesanas.
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