Así son tildados los seguidores del candidato presidencial republicano Donald Trump por muchos dirigentes no solo del partido demócrata sino de su propio partido, así como por reporteros y columnistas de los más importantes medios de comunicación audiovisual.
Trump los tiene desconcertados, porque a pesar de ser billonario no está alineado con la clase dominante empeñada en torcer el curso republicano de esta nación, para encauzarla dentro de un glabalismo de tipo autárquico.
Desde que anunció su candidatura en junio del año pasado, nadie de ese grupo elitario le dio más de un par de semanas de vida. Pero derrotó a sus 16 contrincantes en las primarias, no obstante todas las maniobra para cerrarle el paso.
Esta vez no saben qué hacer para detenerlo y evitar su victoria en la votación del 8 de noviembre próximo. Han experimentado toda suerte de improperios, de distorsiones de su biografía, de sus pronunciamientos y de sus propuestas y han echado a vuelo las campanas cada vez que Hillary le saca un punto de ventaja en las encuestas.
Cualquiera supondría que con tan descomunal artillería de los medios, Hillary Clinton le aventajaría con no menos de unos 20 puntos. Pero no hay tal. Trump dice burlonamente que esa sería la ventaja que él tendría si la prensa fuera imparcial.
Para justificarse, los “sabios” analistas anti Trump dicen repetidamente que los seguidores del candidato republicano, que llenan hasta los bordes los estadios cada vez que se presenta, son de baja cultura, “undergraduates” o sea sin títulos universitarios, blancos, de la clase media o media baja.
Lo dicen con convicción y su desprecio “por esa clase de gente” es sincero y muy propio de la mentalidad “liberal”/demócrata/progresista. La verdad es que entre quienes respaldan a Trump hay de todo: undergraduates así como graduates, hombres y mujeres de toda edad y etnia y de todo tipo de ingreso, jubilados y veteranos.
Constituyen la esencia del pueblo norteamericano que el establishment de los dos partidos (o elite) y los periodistas de los principales medios ignoran y escarnecen. Si fuera posible, harían lo que sardónicamente aconsejaba Bertolt Brecht en 1953 a los soviéticos en Berlín Oriental cuando reprimían a los rebeldes: disuelvan al pueblo y elijan a otro. (El artículo pertinente, en inglés, se transcribe al final)
Trump pronunció ayer otro discurso formal, esta vez sobre su estrategia para acabar con la amenaza del ISIS y el terrorismo islámico. Tradujo lo que la gente piensa sobre el tema y lo que quiere para exterminarlo. Ellos, los jihadistas, han declarado la guerra a los Estados Unidos y Occidente y ya es hora de enfrentarlos sin rodeos hasta la derrota.
Obama/Clinton auparon al ISIS, la formación del Califato y la expansión del terrorismo por el Medio Oriente, África y el mundo. La OTAN, creada con el fin de frenar al imperio sino/soviético, acaba de reorientar su objetivo (a pedido de Trump) para luchar contra el terrorismo. El candidato anunció que trabajará con esta organización en la lucha común.
Durante la Guerra Fría existía prohibición rígida del ingreso de comunistas, simpatizantes o agentes encubiertos a los Estados Unidos. Se detrminó que Moscú/Pekín buscaban expandir sus dominios más allá de la Cortina de Hierrro como lo hicieron en Corea, Vietnam, Cuba y otras naciones y no se quería infiltrados en territorio norteamericano.
Trump propone una política inmigratoria similar, contraria a la auspiciada por la dupleta Obama/Clinton de fronteras abiertas para los terroristas de origen musulmán. El candidato presidencial aboga también por verificar las intenciones de los aspirantes en cuanto a asimilarse y aceptar la Constitución y leyes de este país.
En París y otras ciudades de Europa los musulmanes no se asimilan. Se aislan y forman gettos impenetrables por la Policía. Trump no aceptará ello y, aún más, expulsará a los musulmanes residentes que insistan en tratar de imponer la ley Sharia (como en Texas y otros Estados) por sobre la Constitución.
Contrariamente a Obama/Clinton, Trump dijo que conservaría la prisión de Guantánamo para encarcelar y juzgar con trubunales militares a radicales islámicos, enemigos declarados de los Estados Unidos y Occidente de larga data, muy anterior al 9/11. Obama, “fundador” del ISIS, anunció ayer la libertad de otros 19 extremistas de Guantánamo, pese a que la guerra no termina.
La “partida de idiotas” que apoya a Trump, concuerda con la visión que tiene sobre seguridad nacional y concuerda también con su propuesta sobre economía, que básicamente busca reducir el control y regulaciones del gobierno para que florezca en libertad y pujanza la competencia de libre mercado.
Los “progresistas”, desde Woodrow Wilson hasta la fecha, aborrecen del equilibrio de poderes creado por los Fundadores de esta nación y pugnan por seguir fortaleciendo a un Ejecutivo que legisle, juzgue y ejecute con una camarilla de “sabios”, que “saben” más que una “partida de idiotas” que “ni tienen título universitario”.
Platón hablaba de una república gobernada por un comité de filósofos que crearían la república ideal. Era una utopía, era la república platónica. Los “progresistas” de hoy lo saben, pero la quieren para asirse del poder. Hitler, Stalin, Mao, Fidel y toda la retahila de dictadores y dictadorzuelos lo saben y sabía pero no les importó el sacrificio de centenares de millones de seres humanas para saciar su sed de poder.
Bernie Sanders, el comunista que técnicamente le ganó en las primarias a Hillary, quería la revolución para cambiar el sistema. Lloraba por la injusta distribución del ingreso, quería la igualación. Si hubiera triunfado, se habría ubicado en la “nomina”. Ahora se retiró de la campaña a descansar en su residencia de verano, una tercera residencia de su propiedad que acaba de comprar en la playa, por 600.000 dólares.
Trump es billonario y no busca la presidencia para enriquecerse como lo han hecho los Clinton ni para absorber poderes dictatoriales. Como lo ha dicho en varias ocasiones, se siente simplemente un “mensajero” del pueblo cansado de la manipulación de las elites para transformar a esta nación.
No quiere la “revolución” sino la restitución de los valores trascendentes de este país, que ha llegado a ser la más próspera gracias al marco de libertad, tolerancia y repeto a la Constitución y las leyes, hoy vulneradas. Eso lo entienden los que respaldan a Trump y lo quieren en la Casa Blanca para silenciar a las “elites”.
(Artículo publicado por el The Wall Street Journal, hoy)
Por
lunes, 15 de agosto de 2016 19:29 EDT
William McGurn
In the land of NeverTrump, it turns out one American is more reviled than Donald Trump. This would be the Donald Trump voter.
Lincoln famously described government as of, by, and for the people. Even so, the people are now getting a hard lesson about what happens when they reject the advice of their betters and go with a nominee of their own choosing. What happens is an outpouring of condescension and contempt.
This contempt is most naked on the left. No surprise here, for two reasons. First, since at least Woodrow Wilson progressives have always preferred rule by a technocratic elite over democracy. Second, today’s Democratic Party routinely portrays its Republican Party rivals as an assortment of nasty ists (racists, sexists, nativists, etc.) making war on minorities, women, foreigners and innocent goatherds who somehow end up in Guantanamo.
Thus Mr. Trump confirms to many on the left what they have always told themselves about the GOP. A New York Times writer put it this way: “Donald Trump’s supporters know exactly what he stands for: hatred of immigrants, racial superiority, a sneering disregard of the basic civility that binds a society.”
Still, the contempt for the great Republican unwashed does not emanate exclusively from liberals or Democrats. Thanks to Mr. Trump’s run for office, it is now ascendant in conservative and Republican quarters as well.
Start with the fondness for the word “Trumpkin,” meant at once to describe and demean his supporters. Or consider an article from National Review, which describes a “vicious, selfish culture whose main products are misery and used heroin needles” and whose members find that “Donald Trump’s speeches make them feel good. So does OxyContin.” Scarcely a day goes by without a fresh tweet or article taking the same tone, an echo of the old Washington Post slur against evangelicals as “largely poor, uneducated and easy to command.”
We get it: Trump voters are stupid whites who are embittered because they are losing out in the global economy.
But a new Gallup paper suggests this may be a caricature that misses the fuller picture. The analysis is by Gallup senior economist Jonathan Rothwell, who looked not only at Trump voters but where they lived:
“The results show mixed evidence that economic distress has motivated Trump support,” writes Mr. Rothwell. “His supporters are less educated and more likely to work in blue collar occupations, but they earn relative high household incomes, and living in areas more exposed to trade or immigration does not increase Trump support.”
In fact, in areas where people were more affected by immigration and competition from Chinese imports, support for Mr. Trump declined. By contrast, his support was stronger in areas low in intergenerational mobility. Could it be that what motivates Trump voters is not a purely selfish concern for how they themselves are faring but how well their children and their communities will do?
There are those, this columnist included, who would argue that the under 2% average growth rate of the past decade has done more to constrict income and opportunity for ordinary Americans than bugaboos such as the North American Free Trade Agreement or currency manipulation by China. In the same vein, there’s a strong case to be made that Paul Ryan’s “A Better Way” is the path to the Trump voter’s goal of “Making America Great Again.”
The people are not always right—even schoolboys know about the tyranny of the majority—but a self-governing society ought to welcome the engagement of its citizens. In this light, a more fruitful approach might start by taking note of the surprise popularity in these year’s primaries of an outsider businessman in the GOP and a socialist over in the Democratic Party.
The result? A conversation that opened not with a taunt but a question: “What are the American people trying to tell us?” Unfortunately, it’s hard to get there when ordinary people with concerns about the future for themselves and their families are hectored and lectured about how loathsome they are.
It all calls to mind a witticism from Bertolt Brecht from 1953, after East German workers who revolted over measures requiring more work for less pay were met with Soviet tanks. In a poem that was not published until years later, Brecht, a playwright who had publicly supported the crackdown, wryly defined the problem as a regime losing confidence in its people rather than the other way around.
“Would it not be easier in that case,” he quipped, “for the government to dissolve the people and elect another?”
On TV, through Twitter and in person Mr. Trump has long made clear that his epithet of choice for those who disagree with him is “loser.” How ironic that the same people most loudly complaining about what a vulgarian Donald Trump is are now using the same insult to dismiss the ordinary Republican voters who happen to disagree with them.
Write to mcgurn@wsj.com.
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