Ni un solo columnista en el Ecuador, de la vieja o nueva guardia, ha escrito un solo comentario objetivo sobre el candidato presidencial republicano y ahora Presidente Electo, Donald Trump.
Algunos son expertos en asuntos económicos, como Walter Spurrier, pero comete errores al describir el programa de creación de empleos de Trump. Otro, Rodrigo Borja, enciclopedista y ex Presidente, si bien predijo su triunfo, dijo disparates al explicar las causas de la victoria.
Respetables analistas políticos como Hernán Pérez, el banquero Abelardo Pachano, veteranos como Jorge Ribadeneira, también yerrran en los enfoques y se alinean con el clisé de que Trump es un bufón, un populista, alguien que atrajo “los más bajos instintos” del pueblo norteamericano.
Quizás hubo dirigentes políticos que se hayan expresado de modo distinto, pero sus declaraciones han sido difíciles de detectar a la distancia. No se esperaba ni de unos ni de otros elogios para el candidato, pero si objetividad en los análisis. En suma: apego a la verdad.
No es esa la virtud, todos lo saben, de Rafael Correa. Él está alineado con la moribunda, contradictoria y estúpida doctrina del Socialismo del Siglo XXI, la receta preparada por los hermanos Castro para extender el sistema centralista/socialista de su gobierno por América Latina.
La implantación de la fórmula ha empobrecido y despoblado a Cuba y en todos los países que la han imitado, la respuesta ha sido la catástrofe. En Venezuela uno mira absorto los resultados de Chávez/Maduro e igual es escalofriante la corrupción y miseria que afloran en Ecuador, Argentina, Bolivia o Nicaragua.
Los comentaristas de Trump han vaticinado que las relaciones de Estados Unidos con la América Latina se harán más conflictivas con Trump. Correa afirmó que servirá para “unir más” a la región contra el “imperio”. Pero hay individuos centrados, como el estudioso José Anzel de la Universidad de Miami, que creen todo lo contrario.
Según él, es probable que Estados Unidos y América Latina entren en un período de intercambio pragmático y por tanto benéfico para ambas partes, tanto desde el punto de vista económico como político y cultural. Hasta la fecha y sobre todo a raíz de Fidel, dice el autor, los latinoamericanos se han sentido “víctimas” del “imperialismo yanqui”.
A ese imperialismo y no a otra causa han atribuído la falta de desarrollo regional, con el agravante de que Washington ha caído en la trampa y ha creado sistemas de “ayuda”, como la Alianza para el Progreso, que poco o nada lograron ya que la ayuda se canalizó a través de gobiernos y sistemas que son la causa del atraso en la región.
Cuando desaparezca el mito de la “victimización” y se extinga ese otro mito que el autor llama “colectivización” (es decir socialización o fidelismo siglo XXI), las cosas mejorarán. El sentido empresarial en América Latina se expandirá libremente, fluirán las inversiones de capital interno y externo, el comercio se multiplicará, habrá más empleo, menos pobres y más ricos.
Algo parecido se propone Trump con los ciudadanos negros e hispanos de este país, a quienes los demócratas/progresistas siguen considerándolos ciudadanos de segunda clase, a los cuales hay que dar tratos especiales, subsidios, cuotas preferenciales en empleos y universidades, etc.
Los negros, como los latinoamericanos, son ciudadanos a los que no se debe menospreciar sino darles oportunidades para que, en un marco de libertad, desarrollen sus cualidades de inventiva en todo orden y nivel de la actividad humana. La actitud protectiva es humillante y opresiva.
A continuación se transcribe el artículo de José Anzel, publicado ayer por El Nuevo Herald, de Miami:
Con Fidel Castro muerto, Trump puede salvar a Latinoamérica del colectivismo
José Anzel
La intención del presidente electo Donald Trump de renegociar acuerdos comerciales, construir un muro en la frontera sur y deportar masivamente inmigrantes ilegales ha hecho convencional el criterio de que su administración tendrá una relación antagónica con Latinoamérica. Pero, de hecho, ahora existe una oportunidad excepcional para su administración de redefinir positivamente la relación de Estados Unidos con sus vecinos del sur.
Durante casi 60 años Estados Unidos intentó sin éxito redefinir su relación político-económica con América Latina, fundamentalmente con la Alianza para el Progreso del presidente John F Kennedy en 1961, y con el discurso del presidente Ronald Reagan en 1982 ante la Organización de Estados Americanos anunciando su Iniciativa de la Cuenca del Caribe. En la práctica esas políticas terminaron siendo no mucho más que éxitos de relaciones públicas de corta duración. En particular, la Alianza para el Progreso fue una suerte de respuesta fallida de EEUU a la revolución cubana.
Entre paréntesis, una evaluación de la Iniciativa de la Cuenca del Caribe fue el tema de mi disertación doctoral en 1988 sobre la formulación de la política económica exterior de EEUU.
Desde comienzos de los años 1960, trabajando intelectualmente contra los esfuerzos políticos de EEUU en América Latina, estaban los discípulos de la “teoría de la dependencia” que culpaba al “imperialismo” de Estados Unidos de todos los males del continente. El libro Dependencia y desarrollo en América Latina, escrito en 1965 por los sociólogos Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto, se convirtió en el texto teórico de la izquierda para el desarrollo económico. Era lectura obligatoria en las universidades latinoamericanas. Un Cardoso más sabio fue posteriormente presidente de Brasil (1995-2002) y reconoció lo poco que sabía sobre economía cuando escribió Dependencia y desarrollo.
Pero, más importante, fue la revolución cubana y la imagen de Robin Hood de Fidel Castro y su voluntad de confrontar a Estados Unidos, lo que dio contexto práctico a la postura antiyanqui de América Latina inspirada por la teoría de la dependencia.
Desde 1959 Fidel Castro fue no solo inspiración para la izquierda latinoamericana, sino su líder continental de facto. Con su muerte la izquierda latinoamericana perdió su campeón. Y con el abismal fracaso de su modelo económico la izquierda latinoamericana perdió también su rumbo estratégico.
No hay nadie hoy en América Latina con carisma y credenciales revolucionarias para reemplazar a Fidel Castro en el papel que jugó en el continente. Y el fracaso universal de los modelos de economía planificada centralizada deja a la región sin un paradigma político-económico viable. La izquierda latinoamericana es actualmente un huérfano político-económico.
Esta confluencia de eventos presenta en Estados Unidos la mejor oportunidad en sesenta años para redefinir positivamente su relación con el hemisferio sobre valores de gobernanza democrática, gobierno limitado, y mercados libres.
La política de EEUU hacia América Latina se ha movido históricamente de la negligencia a la participación paternalista. La administración entrante entiende que una América Latina emprendedora, próspera y orientada al libre mercado responde al interés de Estados Unidos en múltiples frentes: limita la influencia en la región de poderes hostiles como Irán y Rusia; comienza a afrontar las causas económicas en la raíz del problema migratorio; amplía los mercados y oportunidades para compañías americanas; y promueve gobiernos democráticos.
El presidente electo Trump reconoce que no necesariamente coinciden siempre los intereses nacionales de EEUU y Latinoamérica. Y ninguna nación, sea Estados Unidos o cualquier otra de América Latina, debería culparse por defender sus intereses nacionales. Los retos fundamentales de seguridad para EEUU en el hemisferio no son militares ni económicos; son retos incrustados en una fracasada ideología de colectivismo hostil que ahora puede ser arrancada de raíz.
Entender esto abre las puertas al diseño de políticas creativas que reconozcan que una relación productiva no es siempre una relación feliz. Con Fidel Castro muerto, y su ideología económica desacreditada, la administración Trump tiene una oportunidad de sacar a Latinoamérica del campo colectivista. Para ello necesita implementar políticas que permitan a los latinoamericanos percibir que resulta en su mejor interés escoger el lado de la innovación, emprendimiento y mercados libres. Que resulta, evidentemente, el lado de la prosperidad y la libertad.
Investigador Senior en ICCAS de UM, y autor del libro Mañana in Cuba.