Si alguna duda quedaba acerca de la posición política del Papa Francisco, su discurso pronunciado hoy ante las dos cámaras del Congreso Federal de los Estados Unidos la despejó por completo. Solo le faltó decir: soy demócrata y estoy con Obama.
Con su vestimenta blanca de pontífice, respaldó al líder de la Casa Blanca en su política pro amnistía, apelando al mandato cristiano de “amarás a tu prójimo como a ti mismo”, enfatizando que María y José eran refugiados y citando como iguales los conceptos de inmigrante, peregrino y refugiado.
En ninguna parte de sus discursos el Papa Francisco se detuvo a analizar las causas que motivan los movimientos migratorios. ¿No es acaso la búsqueda de mejores condiciones de vida? ¿O el deseo de huír de regímenes corrompidos, represivos y rehacios a sujetarse a las leyes?
La intención del Papa, obviamente, es sumarse a los esfuerzos de Obama por atacar a quienes le acusan de lenidad en la aplicación de las leyes para frenar la inmigración ilegal, con el propósito de ampliar el electorado de su partido demócrata para las próximas elecciones presidenciales.
¿Por qué el Papa no censura a los regímenes de los países que fomentan la emigración de sus ciudadanos, como por ejemplo Cuba? De este país han fugado más de dos millones de personas y lo siguen haciendo, incluso en condiciones precarias, desde hace más de 50 años de dictadura de los hermanos Castro.
Emigran, a los Estados Unidos y a otros países de América y de Europa, para escapar de un sistema policíaco que prevaleció a sangre y fuego, con miles de víctimas sacrificadas frente al paredón, de las cuales hay testimonios fílmicos como los hay de la Unión Soviética, China, la Alemania de Hitler o el Japón de Tojo.
Lejos de hablar de ello, el Papa fue a visitar a Fidel, a estrechar y acaso a abrazarse con Fidel Castro, consolidando así el perdón conjunto con Obama a todas las atrocidades cometidas y que se siguen cometiendo contra los cubanos que disienten de la opinión oficial. Si en lugar del terror en la Isla reverdeciese la libertad, no habría emigrantes.
El Papa Francisco, por alta que sea su magistratura, yerra al amonestar a los Estados Unidos en materia de hospitalidad a los inmigrantes. Los ha recibido desde la época de Jamestown, pero desde que se fundó la República en 1776 con la Declaración de la Independencia y en base a ella se creó la Constitución de 1787, floreció en estas tierras la sociedad más próspera, dinámica y libertaria de la historia.
La inmigración se aceleró y hacia fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX hubo necesidad de regularla (no impedirla). No obstante, la inmigración ilegal se dio y en tiempos del presidente Ronald Reagan alcanzó la suma de 3 millones de personas. En unidad con el Congreso, se convino en otorgarles la amnistía por esa sola vez, e impedir la ilegalidad a futuro.
Pero la desidia o lenidad de gobiernos de ambos partidos impidió cumplir con el compromiso y la inmigración ilegal aumentó por aire, mar y tierra hasta llegar a los 11, 12 o más millones de personas de todas partes del mundo, pero sobre todo de México y América Central. La necesidad de medidas más rígidas para evitarla era imperativa.
Obama ha sido renuente a ello, se ha negado a cooperar con el Congreso y ha preferido recurrir a Decretos Ejecutivos inconstitucionales para amparar a los ilegales a fin de facilitarles una amnistía virtual. En medio del debate, ha llegado el Papa para distorsionarlo, con gran regocijo de los demócratas.
En su prédica anticapitalista, en la que invocó a la monja Dorothy Day que dedicó su vida entera a aborrecer del capitalismo para sustituirlo por una utópica “redistribución de la riqueza”, al Papa poco le faltó para exhortar a los Estados Unidos a que declare abiertas sus fronteras a todos los pobres del mundo, para que compartan de su riqueza.
Como lo anotaba Rush Limbaugh, el pontífice da a entender así que la riqueza de los Estados Unidos nació milagrosamente y que por esa circunstancia tiene obligatoriamente que abrir las fronteras para que otros la gocen también, habida cuenta que en sus países de origen, menos afortunados, no se operó ese milagro.
El “milagro” al que quizás podría referirse el Papa radica en la Declaración de la Independencia y la Constitución de los Estados Unidos. Nunca antes se había convenido en formar una república basada en el consenso de los gobernados y no en el consenso del gobernante (rey, emperador, tirano). La libertad, según esa filosofía, no era don del monarca, sino privativa del pueblo.
Ha sido en base a esa libertad que el “milagro” de la grandeza de Estados Unidos ha florecido. En lugar de dirigir sus sermones pro Obama en materia de inmigración, mejor haría el Papa en exhortar a las naciones exportadoras de emigrantes a imitar el sistema de gobierno de Estados para prosperar. Si, para prosperar con capitalismo en libertad.
Hay espléndidos ejemplos donde la prosperidad ha florecido con variantes de ese sistema. Pero son muchos más y hórridos los de regímenes tiránicos de uno y otro tinte, verdaderas y miserables cárceles como Corea del Norte o Cuba o seudo democracias otrora prósperas que se autoextinguen, como Venezuela.
El Papa Francisco viene de Argentina, una de las naciones más ricas hasta mediados del siglo XX, que el peronismo arruinó y sigue arruinando. Allí no hubo ni hay capitalismo con libertad y verdadera aplicación de la ley. Hace mal el pontífice, hombre docto, en juzgar al capitalismo con lo que él ha vivido en su país natal. Si dicen que se resistió a las dictaduras ¿cómo se explica su identificación con Obama?
Si es persona ilustrada ¿cómo entender que caiga en el prejuicio del calentamiento global, que carece por completo de sustento científico? ¿Por qué aboga por la redistribución de la riqueza y al propio tiempo condena el principal instrumento de creación de riqueza y reducción de la pobreza que registra la historia, cual es el sistema liberal de capitalismo de mercado?
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