No consuela saber que Dilma Rousseff fuera reelegida presidenta del Brasil con una diferencia de solo el 3%. Lo penoso es que de todos modos más de la mitad del pueblo brasileño haya peferido continuar en la marcha hacia atrás que la impuso su predecesor, el populista Lula da Silva.
Lula recibió una economía pujante que hacia fines del siglo pasado llevó al Brasil a colocarse en quinto lugar entre las mayores potencias del planeta. La inversión y el empleo crecieron gracias a una apertura del mercado y al respeto a las libertades de comercio, tanto internas como internacionales.
Dilma, como Lula, tiene un pasado guerrillero/terrorista opuesto a toda concepción democrático/capitalista, porque comparte la ideología de que la pobreza y la miseria se originan en la explotación ocasionada por ese sistema. La sola opción de cambio, para los que así piensan, es la redistribución de la riqueza bajo control de un gobierno concentrador de los poderes.
Dilma y Lula, al igual que Chávez, Correa, Fernández o antes los Castro, siguen aferrados a la utopía de que el gobierno resolverá los defectos del ser humano y las sociedades que han conformado a través de los siglos. No es el individuo y sus libertades las que forjan el progreso, sino la sabiduría y magnanimidad de quien está al mando de un gobierno fuerte e infalible.
No bastaron los argumentos del rival de Dilma, Aecio Neves, que probaban lo absurdo de la conducción de la economía con cifras, datos y referencias puntuales de corrupción, como en el caso de Petrobras. Prevaleció el discurso populista/izquierdista que ofrecía continuar con las políticas no de estímulo a la inversión y el empleo, sino de subsidios a la pobreza.
La analista Anastasia O´Grady lo dice todo en su corto pero como siempre brillante artículo de análisis de lo ocurrido ayer en el Brasil (se lo puede leer en español en este enlace). Pocas esperanzas hay de que Dilma rectifique la dirección de sus políticas populistas como resultado del estrecho margen de victoria. Lo previsible, más bien, es que las acentuará.
Es lo que se ha observado en otros países que siguen la misma línea como Venezuela, ahora en el despeñadero con Maduro. Y Argentina con la señora Fernández. Correa está “acorralado” con su altísima deuda pública debido a la caída en los precios del crudo. Ha ido a Qatar a pedir plata y ha enviado a Estados Unidos a más emisarios para intentar mejorar su negativa imagen crediticia.
(En Qatar supo que una ecuatoriana residente en Israel fue asesinada por un terrorista del Hamas. Se lamentó y condenó ese acto de terror. En la reciente guerra Israel/Gaza Correa respaldó al Hamas causante de la guerra y condenó a Israel. ¿No sabía que Qatar, a cuyos sultanes pide dinero, financia (con otros países árabes, además de Turquía e Irán, a esa horda de musulmanes?)
Hernando de Soto, que iluminó al Perú, América Latina y al mundo con su libro de análisis acerca de las verdaderas trabas burocráticas que impiden el desarrollo del capitalismo democrático en su país (Perú), escribe en el mismo diario de O´Grady, The Wall Street Journal, otro artículo/ensayo de formidable importancia para entender mejor a la economía y el utopismo.
Luego de dos años de investigación en Egipto, ha llegado a constatar que en la primavera árabe las convulsiones y los suicidios no se originaron en móviles políticos ni religiosos, sino económicos. Como en el Perú, a la época del Sendero Luminoso, cuando Hernando de Soto formaba parte del gobierno de entonces.
De Soto sostiene que lo que la gente busca es mejorar sus condiciones de vida por propio esfuerzo, pero se ve impedida por las barreras burocráticas que estimulan la corrupción. Los suicidios en Egipto y otros países de Medio Oriente, dice De Soto o el aumento de guerrillas en el caso peruano, tienen su origen en la frustración de la gente por no poder ahorrar, invertir, comerciar y progresar con libertad.
El autor peruano, en consecuencia, cree que la solución para acabar con el terrorismo musulmán no es exclusivamente militar, sino económico en la medida de facilitar condiciones para que florezca en esas sociedades una atmósfera propicia al sistema capitalista de libre mercado. Se diría, en esa línea de pensamiento, que la libertad individual para crear una empresa es una ley natural.
Cuando se atenta contra una ley natural sobrevienen las distorsiones y la catástrofe. Ningún régimen estatista/utópico, de izquierda o derecha, más o menos dictatorial, ha hecho la felicidad de los pueblos. Ni en Cuba, ni en la Alemania nazi, ni en la URSS, ni en Corea del Norte. En utopismos menos obvios la declinación sin embargo es evidente: Europa, Estados Unidos, Argentina.
Estados Unidos tiene alguna esperanza de comenzar a rectificar rumbos en pro de la ley natural con las elecciones del próximo martes, cuando el partido republicano pudiera recuperar el control del Senado para afianzar la posibilidad de retomar la Casa Blanca en el 2016. Como en Brasil, aquí también han abundado pruebas de que la doctrina “progresista” de Obama es en realidad “regresiva” e igualmente contraproducente.
Pese a lo cual, no hay seguridad de una victoria republicana. Desconciertan, por ejemplo, desvergonzadas declaraciones como la del jueves pasado de Hillary Clinton, que aspira a reemplazar a Barack Hussein Obama. No se fíen, dijo a quienes oían uno de sus discursos por los que recibe más de 200.000 dólares, de quienes les cuenten que las empresas crean empleo: esa es una gran mentira...
Si las empresas no crean empleos ¿quiénes o qué los crean? ¿Qué es una empresa? Evidentemente lo que quiso decir es que los únicos empleos válidos son los del Estado, pues los del sector privado son una explotación del pobre por el rico. Su afirmación cae dentro de la retórica demonizadora del sector empresarial privado.
Que es la que quieren oir los votantes que reciben subsidios a la pobreza. Y los radicales utopistas y la mayoría de negros. No reflexionan que los gobiernos no crean por si mismos ninguna riqueza, sino que la extraen del sector privado mediante confiscación e impuestos. O la emisión de dinero sin respaldo oro, desde los tiempos de Nixon, lo que ha generado una inflación mundial desbocada.
La pregunta aún sin respuesta es si se repetirá o no en los Estados Unidos el mismo fracaso de insensatez y falta de sentido común que en el Brasil, este próximo martes. Aunque las encuestas parecen inclinarse en favor del sentido común, aún resuenan los resultados del 2012 cuando Obama fue reelecto contra todos los pronósticos... y el “sentido común”.
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