Por lo general las fuerzas armadas en los países de plena o mediana democracia juran defender la Constitución y las leyes. Se supone que no son dirimentes, pero en casos extremos y sobre todo en los países del tercer mundo, se han visto forzadas para restaurar el orden.
Es lo que acaba de suceder en Egipto y lo que ha ocurrido en incontables ocasiones desde la Grecia antigua hasta hoy por todos los confines del globo, con la excepción de pocos países, como los Estados Unidos.
En Egipto regía por años el régimen autárquico de Mubarak respaldado por los militares. En medio de lo negativo del origen de su poder, apoyaba a Occidente e Israel y mantenía en jaque a los islamistas radicales como los que se agrupaban en la Hermandad Musulmana.
Pero el pueblo egipcio se fatigó y salió a las calles a protestar. Fue cuando el presidente Barack Hussein Obama decidió intervenir para ofercer a los rebeldes un apoyo que no solicitaron, para derrocar a un Mubarak que se había mostrado solidario con USA y sus causas.
Cayó Mubarak y a él le scuedió, por voto popular, el líder Morsi de la Hermandad Musulmana. Según muchos predecían, el nuevo dirigente hizo todo lo que debía hacer para instituir el radicalizmo islámico. Obligó a aprobar la ley Shariah, sin un solo voto de la oposición en la asamblea y arremetió en sus amenazas contra Israel.
Su radicalización involucró odio y represalia contra religiones no alineadas con el Islam, particularmente la católica, cuyas iglesias fueron saqueadas e incendiadas, con la muerte de feligreses. La gente se indignó y se volcó nuevamente a las calles para exigir que el autócrata sea despedido y se reencauce a la nación por la vía democrática.
Fue duro para Obama que los militares expulsaran a su protegido, quien continuó recibiendo más de 1.600 millones de dólares de ayuda norteamericana, aparte de tanques y aviones de combate como se especificó en el acuerdo de paz con Arafat e Israel. Obama no atinó cómo reaccionar pero a la postre se resignó a perder a Morsi.
Con un añadido anodino: pidió que pronto se llame a elecciones, negándose a calificar como golpe militar a lo sucedido en Egipto. Salió con la perogrullada de sustituir “golpe” con “intervención militar”. Se ha negado también a llamar terroristas a los árabes terroristas, como Correa que no quiso llamar terroristas a los terroristas de las FARC sino “luchadores por la libertad”.
En los últimos tiempos se ha observado un cambio de posición en las fuerzas armadas en algunas naciones en las cuales han intervenido para detener la destrucción de constituciones y democracias. Cuando en Chile el socialista Salvador Allende destrozó la economía e intentó llevar al país hacia una dictadura al estilo de Cuba de la mano de Fidel Castro, los militares lo derrocaron sin vacilar.
Igualmene en Venezuela, Ecuador y otras naciones de América Latina (para solo hablar de esta región), si la situación quedaba fuera de control las fuerzas armadas asumían el mando para gobernar directamente, con civiles o con regímene mixtos hasta restablecer el orden y convocar a nuevas elecciones.
Mas ocurre que el nuevo estilo de quienes quieren el poder para llevar a las sociedades hacia el socialismo/fascismo, ha variado de estrategia. Tan pronto llegan a la presidencia por voto popular aparentemente normal, su objetivo inmediato es neutralizar a las fuerzas armadas y a los medios de comunicación.
A los militares, como en el Ecuador y Venezuela, ahora se les adula y otorga jugosos contratos para enriquecerlos, mantenerlos contentos y gratos y en silencio. A los medios se los humilla, amedrenta y en algunos casos se persigue a los periodistas críticos o se instauran juicios contra los empresarios, para aplastarlos con millonarias penas.
Con esos dos factores en jaque, proceden a vulnerar la Constitución para asumir el control las otras dos ramas del poder que escrutan, fiscalizan y balancean los excesos de poder del Ejecutivo. Disuelven congresos y cortes y reemplazan a sus integrantes con gente sumisa a la ideología del mandatario.
En esas circunstancias los atropellos y abusos contra la Constitución y las leyes fluyen sin contrapeso. Los medios de comunicación se amoldan al nuevo orden, se amilan y prometen ser críticos cuando el estatus quo sea otro, como antes. Los militares aparecen muy cómodos y como que prefirieran llevar a ultranza el principio de su neutralidad.
En los Estados Unidos lo que acontece no es saludable tampoco. El presidente demócrata Obama ha cometido atentados nada demócratas y la mayoría de medios, que lo respaldan, los han pasado por alto. Inclusive las fuerzas armadas se han dejado atropellar, sin que haya respuesta alguna de su parte.
Obama quebranta la Constitución al nombrar más de una treintena de “zares”, que actúan como ministros de Estado sin la obligatoria aceptación del Senado. Forza la aprobación de una ley que estatiza los cuidados de la salud, pese al rechazo del 64% de la población y de todos los congresistas republicanos de oposición.
La ley está parcialmente vigente porque la Corte Suprema desechó la demanda de inconstitucional, gracias a una pirueta verbal abominable del presidente de la Corte, John Roberts, supuestamente republicano. Pero la aplicación de la ley Obama acaba de aplazarla por propia decisión hasta luego de las elecciones de medio período, en el 2014, sin consenso del Congreso.
El Nobel de la Paz, que es eso Obama, resolvió ayudar a los rebeldes del Al Qaida que pugnan por derrocar a Asad de Siria, con armas y tropas, sin la autorización del Congreso. Y está firmemente resuelto a retirar las tropas de Afganistán e Iraq, sin que antes se haya ganado una guerra que costó tantas vidas humanas y dinero a los Estados Unidos.
Continua en su cruzada por debilitar y desmoralizar a las fuerzas armadas destruyendo toda oposición a admitir el homosexualismo como algo normal en sus filas y que las mujeres sean admitidas incluso en las fuerzas elite de los Navy Seals y otros grupos de asalto. La feminización de la institución militar conducirá a su auto destrucción.
Al asesino de Fort Wood, en Texas, aún se lo mantiene con sueldo y recluído en espera de juicio. De alto rango militar, este islámico mató a 13 de sus colegas en un destacamento militar. En condiciones normales, se lo habría instaurado un juicio militar sumario y condenado a muerte por traición. Pero Obama lo protege.
Los casos de delación de la información de inteligencia son sospechosos y no se los entiende sin aceptar que fueron premeditados por quienes están empeñados en podrir y desperestigiar la democracia en USA. A Snowden, a quien Correa le ofreció inicialmente asilo, Obama lo tildó solo de hacker y no de traidor como lo hicieran altos funcionarios de inteligencia de su gobierno.
Hay infinidad de casos de violaciones al sistema de leyes en la Venezuela de Chávez y Maduro, en el Ecuador de Correa, en los Estados Unidos de Obama. Pero en contraste con lo observado en Egipto, la rebelión popular, si la hay, no alcanza niveles de preocupación para quienes manejan el poder con la fórmula mágica de anular a las fuerzas armadas y domar a los medios de comunicación.
Si bien esa manipulación está dando frutos en los citados países del tercer mundo, sería catastrófico si prospera en los Estados Unidos. Porque si en la primera potencia, cuya democracia perdura inalterada desde 1776, la tendencia hacia la estatización socialista/fascistoide se impone, entonces la pandemia de las tiranías se esparciría urbi et orbi, en espera de su auto extinción.
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