Friday, August 3, 2012

BATALLA CONTRA LA REGRESIÓN


Desde inicios de la historia, la humanidad ha pugnado por alcanzar niveles cada vez más amplios de libertad. De libertad para pensar y comunicarse, para movilizarse, para crear y comerciar, para trabajar en fin según sus cualidades y talentos y lucrar por ello.
La lucha ha sido constante y no terminará jamás. Cada día que se vacile en defender lo alcanzado en esa brega, será un día perdido a favor de la regresión hacia la tiranía. De ahí que sorprenda que en esta época haya una tendencia marcada en contra de la consolidación de las libertades y una complacencia más bien para reducirlas. 
No se explica que en el Hemisferio Occidental, donde nacieron los primeros conceptos claros sobre la libertad, primero en Europa y luego en  los Estados Unidos y América Latina, se extienda como una epidemia un rechazo a los valores fundamentales de la democracia, en favor de  regímenes dictatoriales.
No se necesita demostrarlo en países como Cuba, donde sobrevive una tiranía por más de 50 años. O como Venezuela, Ecuador, Argentina, Boivia y Nicaragua donde los presidentes elegidos por voto popular han vapuleado y manipulado el sistema democrático para establecer gobiernos con poder único.
En la Europa de posguerra si bien no hay dictaduras fascistas, sus naciones y ciudadanos han caído entrampados en una Unión Europea que dejó de ser solo un acuerdo multinacional de libre comercio e inversión, para adoptar una forzada forma de gobierno supranacional que la ha llevado al desastre económico y político, con riesgo de sus libertades. 
En Estados Unidos, la democracia más estable y sólida de la historia, está en peligro también de debilitarse. Llegó a la Casa Blanca un misterioso personaje a quien solo se lo conocía a través de sus discursos por teleprompter. Prometió cambio y lo está logrando, pero en detrimento del sistema democrático que engrandeció a esta nación.
En casi cuatro años de gobierno Barack Hussein Obama ha destruído la economía, con efectos letales para la economía global. El desempleo se mantiene sobre el 8%, la deuda de 16 trillones de dólares supera el PNB, hay desasosiego general y sin embargo, su aspiración a ser reelegido en noviembre próximo cuenta con el respaldo de más de la mitad de los votantes encuestados.
¿Cómo se explica esta aparente contradicción? Quizás obedezca, como en otros países y regímenes, a la imposición de la mentalidad utopista del “welfare state” o “Estado benefactor”, según la cual el gobierno se convierte o pretende convertirse en árbitro de la voluntad colectiva y en principal administrador y distribuidor de la riqueza nacional.
Por centurias los pueblos han luchado para reducir los dictados de quienes tienen el poder político, sean reyes, emperadores, zares o dictócratas. Ha habido guerras y batallas con ingentes sacrificios humanos, pero paulatinamente ese poder central ha ido restringiéndose con la creación y aplicación de leyes de común aceptación.
Pero la libertad, con igualdad de oportunidades, conlleva el riesgo de la desigualdad de resultados. No hay dos seres humanos iguales, no hay talentos uniformados para el arte, el deporte, las ciencias, el comercio. Los mejores talentos descuellan en sus disciplinas y con justicia tienen opción y derecho a cosechar y disfrutar lo conquistado con sus propios esfuerzos.
Los utopistas no creen que ello sea justo y quieren nivelar los logros con la intervención de un gobierno autárquico, que redistribuya la riqueza y castigue a los más capacitados, arriesgados e imaginativos y premie el ocio. La Unión Soviética fracasó en ese empeño, igual en Cuba y en Corea del Norte o en Venezuela, Ecuador y otros países en similares condiciones.
Obama, en su campaña para la reelección, afirma que ningún empresario ha creado riqueza por si mismo, sino por el esfuerzo de otros y por las facilidades que le fueron dadas por los gobiernos en infraestructura, educación, etc.
Fue algo que dijo fuera del teleprompter, pero que revela su real formación fascista y anti empresarial, forjada por sus mentores socialistas durante su paso por las unviersidades, cuyos récords están sellados por decreto ejecutivo. Cita esa premisa para respaldar su permanente exigencia para aumentar los impuestos a los “ricos”, o sea aquellos con ingresos mayores a los 200.000 dólares por año.
En esa categoría están las medianas y pequeñas empresas, las que crean el mayor empleo en este país y que ahora están aplastadas por regulaciones y restricciones de crédito, a más de la amenaza de aplicación del Obamacare, con la que se estatizarían los servicios de salud, ahora en manos privadas.
La afirmación anti empresarial de Obama no resiste el menor análisis de la lógica. Han sido los grandes emprendedores de esta nación los que han abierto rutas férreas para unificar Este y Oeste, los que con Flagler habilitaron la Florida, los que crearon la aviación, las maquinarias industriales, el Internet, Apple, la producción en serie de automóviles.
No fue debido a la estructura del gobierno que surgieron los inventores y los que arriesgaron el capital para poner los ingenios al servicio de la humanidad. Y, por sobre todo, han sido y son los empresarios privados y el empleo que generan, los que sostienen a los gobiernos con impuestos, no al contrario. El gobierno no crea riqueza, la absorbe del sector privado.
No hay connotaciones anarquistas en el análisis. Sin autoridad para mantener el orden y aplicar la ley, las sociedades se desquiciarían. De ahí que con la evolución del pensamiento político ha sido concluyente que el sistema óptimo de convivencia es el democrático para evitar los abusos del poder, fragmentándolo en las funciones de legislar, ejecutar y juzgar.
Las tres funciones se entrelazan entre si pero se controlan entre si para fenar los excesos. Si éstos se producen, generalmente por el lado del Ejecutivo, la independencia de poderes se extingue e insurge la tiranía. En los países sin tradición democrática sólida, la dictocracia culmina en la corrupción y la miseria y la sola opción que queda es la revuelta popular. 
En otros países, como los Estados Unidos, el dilema puede resolverse por la vía pacífica del voto. Es la esperanza que queda para noviembre venidero, cuando Obama enfente en las urnas al republicano Mitt Romney. La victoria podría ser para Mitt si este definitivamente deja de lado el tono turbio de  “political correctness” (políticamente correcto), valla que le impide desenmascarar abiertamente y sin tapujos a su rival. 
En su reciente gira por Gran Bretaña, Israel y Polonia, Mitt estuvo brillante al  no vacilar en decir la verdad sin temor a lo “politically correct”. Dijo sin ambages que la Olimpiada de Londres tiene fallas, que Jerusalén es la capital de Israel, que Ahjmadinejad e Irán son un peligro para la paz mundial. Son verdades incontrovertibles, como lo fuera aquella frase de Ronald Reagan en la Berlín dividida: “Señor Gorbachov, derroque el muro!” que tanta zozobra causó a los partidarios del “political correctness”.
Si mantiene esa entereza, tendrá el triunfo asegurado. Obama le exige que haga pública su declaración de impuestos del 2011. Ya lo hará, pero antes debería forzar a Obama a levantar el embargo de todos sus récords universitarios, que aclare el origen fraudulento de su partida de nacimiento y de su cédula del Seguro Social (ID) y mas documentos sin los cuales no puede develarse su misteriosa identidad.
El arma de Obama para reelegirse no es ponderar su obra de gobierno y la promesa de continuarla en una segunda administración, pues es negativa.  Su artillería pesada, montada por la mafia de Chicago que lo escogió en el 2008, es intentar demoler la personalidad de Romney y explotar la envidia y el resentimiento social de los desempleados, que hoy son más por su mala gestión.
Su estribillo es que hay que obligar a los ricos a pagar lo que deben pagar, para beneficiar a los pobres. No entra en detalles ni estadísticas pues su afán es atizar la lucha de clases. Más del 50% de los “pobres” no paga impuesto a la renta y el 95% de lo recaudado por este impuesto lo pagan los “ricos”. Con más impuestos a los “ricos” hay menos inversión, menos empleo, menos recaudación de impuestos.
Para atraer a los desempleados, ha aumentado los food stamps y seguros por desempleo, incrementando la deuda pública. La deuda la tiene que pagar algún día el contribuyente, no Obama ni su séquito ni el gobierno, que solo puede imprimir más y más dinero cada vez más devaluado. 
La alternativa es clara entre el realismo y el utopismo. Éste último, si sigue apropiado del poder por otros cuatro años, podría desatar una crisis inflacionaria catastrófica para este país, como en la Alemania anterior a la II Guerra Mundial y las  consecuencias a nivel global serían impredecibles.
La receta realista es simple. Menos interferencia del gobierno para que los ciudadanos puedan desarrollar amplia y libremente sus facultades en todos los órdenes de la actividad humana. Lo que presupone, claro está, reducción del gasto público y de la astronómica cifra de la deuda, al par que aplicación de un control restrictivo en la emisión inorgánica de dinero, como antaño con el patrón oro.

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