Friday, August 31, 2012

LA CONVENCIÓN TERMINÓ, PERO...


Si, la Convención del GOP culminó anoche con la nominación oficial de Mitt Romney como candidato oficial para las elecciones del 6 de noviembre próximo, pero se mantiene la incertidumbre de que pueda derrotar a su rival, el actual presidente demócrata Barack Hussein Obama.
Los estrategas que rodean a Romney se han mantenido firmes en su táctica de campaña de no poner de relieve las falencias y falsías de Obama, con el objetivo de supuestamente ganarse así el voto de quienes le apoyaron en los comicios del 2008, cuando derrotó a John McCain. 
Ese mandato se reflejó en los discursos de los oradores de la Convención, inclusive del gobernador de New Jersey, Chris Christie, de quien se esperaba una arenga explosiva contra Obama, como la hecho con frecuencia. Pero lo que dijo en su discurso central, fue anodino.
Las mejores intervenciones se escucharon la noche del miércoles, con una magistral disertación de Condoleeza Rice, Secretaria de Estado (canciller) de George W. Bush y del candidato a la Vicepresidencia, Paul Ryan. La primera sentó cátedra acerca de por qué los Estados Unidos ha sido, es y debe seguir siendo líder del mundo libre.
Con el actual régimen la imagen de USA en el exterior se ha deteriorado y sus aliados no aciertan a comprender cuál es la exacta posición del país en conflictos externos como los del mundo islámico, Israel, Rusia y China. Los enemigos, por su parte, se percatan de la falta de liderazgo y extienden sus tentáculos antinorteamericanos sin obstrucción en Egipto, Libia, Rusia.
Ryan estuvo impecable por la calidad y profundidad de su mensaje, que se centró en su especialidad: economía y política fiscal. Reiteró que la única forma de salir del atolladero depresivo al que este régimen ha llevado a la nación, es deshacer lo hecho por Obama. Menos gasto fiscal, menos deuda, menos regulaciones asfixiantes para la inversión privada.
El discurso decisivo, sin embargo, tenía que darlo el candidato a la Presidencia, pues a él irán los votos, no a Ryan ni a Rice. Previamente, Jeb Bush, hermano de George, le había aconsejado a Romney que en su discurso de la noche, “se conecte con el público” para mejorar su imagen, acusándolo implícitamente de que esa conexión es frágil o inexistente.
Pero esa cualidad en un orador no es opcional. Se nace con ella, no se la forja. La tienen Ryan, Marco Rubio, Newt Gingrich, la tenía Reagan. Mitt, por desgracia, no la tiene. Anoche hizo esfuerzos, pero con poca fortuna. Como está inhibido de referirse a la verdadera personalidad y doctrina que mueve e inspira a Obama, se limitó a generalidades sobre las fallas de su gobierno, las virtudes de su propia vida familiar y lo bien que le iría al pueblo norteamericano si él llega a Presidente, sin especificar por qué.
Ningún orador y menos él, mencionó el fracaso de su gestión en la guerra de Irak y Afganistán, de su apoyo al extremismo musulmán en el mundo árabe (y dentro de USA), de su renuencia a respaldar a Israel frente a Irán y de su inacción frente a líderes  autoritarios como Chávez, Ortega y otros en la América Latina. 
Tampoco se dijo nada del bloqueo que él ha impuesto a la información de su niñez en Hawaii e Indonesia y al pasaporte de ese país con el que regresó a los Estados Unidos como estudiante becario extranjero dentro del programa de la Comisión Fulbright. El bloqueo lo ha extendido también a sus años de estudiante secundario y universitario.
Romney, como lo expresó anoche, no quiere herir a quienes votaron por Obama, señalándoles las verdaderas causas de su error. Prefiere darles una palmadita cariñosa y exhortarles a que ese romántico voto, con sus recuerdos tan dulces, se convierta en voto para él, una vez esfumado el hechizo del 2008.
Es de esperar que los estrategas de Romney no se equivoquen, porque en la Convención Demócrata que comienza la próxima semana en Charlotte, Carolina del Norte, la posición del candidato republicano será sometido a una intensa demolición, por su indefinición y debilidad. Los insultos y falsías se sucederán unas tras otras y si en la batalla no hay respuesta inmediata y eficaz, Obama podría terminar reelecto.
Porque una campaña electoral, sobre todo presidencial, es una batalla, es una guerra de ideas y de persuasión si, pero también de insultos y de recursos impropios para concursos de belleza o Señorita Simpatía. Así lo entendió Ronald Reagan, a quien los republicanos ahora endiosan. Pero no Romney.
Reagan atacó frontalmente a su rival Jimmy Carter, por su nombre y con cita precisa de sus errores. Lo derrotó en 49 de los 50 Estados. Y Carter era un demócrata formal. Obama no lo es. Es diferente porque detesta al sistema democrático capitalista y busca transformarlo por una economía centralizada. Mucho lo ha logrado en su primer período y terminaría por concretarlo si gana un segundo período.
Esta prohibición para hablar de estos temas en el lado republicano, es equivalente a ir a una guerra desarmado, o con las manos atadas. Como en Irak e Irán, en donde ha terminado por prevalecer el criterio de que al enemigo se lo puede derrotar no por las armas sino por la persuasión, el fair play, el respeto al código de Cabriñana.
Con ese criterio, la mayor potencia militar, tecnológica y económica de la historia no ha podido ganar una guerra desde la Segunda Mundial. En Corea, Vietnam (e incluso en la guerra del Golfo Pérsico), en Irak y Afganistán, a los soldados se les ha prohibido emplear todo su potencial bélico para vencer al enemigo, porque ello sería “politicamente incorrecto”.
Gracias a ello, aún sobrevive Corea del Norte y tras diez años de la presencia militar norteamericana en Irak y Afganistán, en lugar de la victoria se ha optado una vez más por la retirada. En el 2008 el ex héroe John McCain no quiso tocar a Obama “ni con el pétalo de una rosa” y perdió bochornosamente.
A menos que ocurra un milagro político, igual suerte podrían correr Romney y sus asesores en noviembre venidero. ¿Qué milagro? Que de todos modos la mayoría de ciudadanos norteamericanos entienda y valore en su verdadera dimensión a Obama y lo bloquee en los comicios, pese a la falta de vigor y entereza del establishment republicano.

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