La horrenda tragedia de Colorado tiene ya muchos voluntarios con ideas para evitar que tales crímenes colectivos se repitan: prohibir a los ciudadanos comunes la compra de armas de fuego.
Este es un derecho garantizado por la Constitución de los Estados Unidos desde que esta nación fue fundada hace más de 200 años. Se explica porque en la guerra americana por la independencia de Gran Bretaña participaron ciudadanos comunes, no organizados en ejércitos formales.
La lucha fue desigual, pues los británicos a la época disponían de las más poderosas fuerzas armadas del planeta y en la colonia había solo granjeros y pequeños comerciantes sin preparación militar. Los animaba, armados de cualquier manera para combatir, solo el deseo de libertad.
Las tácticas de guerra de guerrillas a la postre se impusieron a la fuerza militar profesional y experimentada, pero la independencia era muy frágil. Por ello los “founding fathers” o padres fundadores de la patria dispusieron la legalidad de la posesión de armas para enfrentar posibles contra ataques, como ocurrió en 1812.
La disposición constitucional ha sido ardientemente defendida por unos y execrada por otros, los republicanos ubicados generalmente entre los primeros, los demócratas en el bando opuesto. La disputa ha salido a relucir una vez más con la tragedia de Colorado.
Los demócratas creen que si se prohibe la compra de armas cesará la criminalidad, lo cual no es verdad. En Inglaterra se las prohibió y el crimen está en alza. La gente se arma no para atacar sino para defenderse (salvo para la cacería permitida). Existen leyes muy restrictivas que prohiben la venta de armas a los que tienen antecedentes delincuenciales.
Quienes se arman para atacar son los delincuentes y cuando el control de la policía no basta para impedir los atentados, les queda el recurso legítimo de defenderse con un arma de fuego. El criminal, por cierto, burla la ley para asirse de cualquier tipo de arma, dentro o fuera del país.
Se argumenta que el asesino de Aurora adquirió inclusive armas de alto poder, semiauotmáticas y que este tipo debe ser prohibido. Hay polémica al respecto, considerando los republicanos que ello abriría paso al objetivo demócrata, que es prohibir toda clase de armas, en violación de la Constitución.
En todo caso, no se necesitan más leyes para evitar el auge de la criminalidad, sino aplicarla con rigor y analizar el origen profundo de actos genocidas como el de Colorado, Columbine o Suecia. No es otro sino la quiebra de los principios morales permanentes.
El propio gobierno del demócrata Barack Hussein Obama ha promovido la venta ilícita de armas todo calibre a los narcoterroristas de México, en un operativo cuya investigación por el Congreso ha bloqueado mediante un Decreto Ejecutivo.
El plan, orquestado por el Procurador General Erirc Holder, también negro y demócrata, causó la muerte entre muchos otros, de un guardia de frontera norteamericano y se dice que su objetivo era apoyar la tesis de que la libre venta de armas en USA permite a los narcoguerrilleros mexicanos adquirirlas sin control, por lo que hay que prohibirla.
Tras la tragedia de Colorado, el presidente de México Felipe Calderón, ni bien expresaba su consternación por lo sucedido en Aurora, se apresuró a secundar a Obama y su séquito al repetir que la solución contra el mal es prohibir la venta libre de armas en los Estados Unidos. La criminalidad en ese país es espeluznante pero implícitamente está achacándola a USA.
Obama ha anunciado que irá hoy a condolerse con las víctimas de Aurora. Pero su acción no es sincera. Tiene la motivación política de campaña para fortalecer la presión para la abolición de la venta de armas. Si fuese sincero, habría ido a dolerse por la masacre hace varios meses de 17 soldados dentro del cuartel de Fort Hood, a manos de un extremista musulmán.
Por lo contrario, lo protegió y protege y desde un comienzo dijo que no hay que apresurar juicios sobre la conducta del asesino. Se ha probado que este oficial actuó de acuerdo con el Jihad islamista, pero aún no se lo juzga y probablemente recibirá la pena mínima o será absuelto por razones siquiátricas. (Cuando un policía de Chicago detuvo a un negro sospechoso que resultó ser profesor universitario, Obama adelantó su juicio y condenó al policía por racista. Éste fue absuelto del cargo).
Hay infinidad de casos, no siempre reseñados en los periódicos, de hombres y mujeres que han evitado robos, asaltos y muerte en sus hogares y en las calles, gracias al arma que tenían para defenderse. Si alguien hubiera portado legalmente una en el teatro donde actúo Holmes en Aurora, quizás la masacre o pudo evitarse o habría sido menor.
Filtraciones del Home Land Security señalan que el régimen de Obama no descarta, para garantizar su permanencia en el poder, promover una guerra con Irán y cancelar las elecciones del próximo noviembre. En esa eventualidad, le sería fácil confiscar y prohibir la venta de armas a los civiles.
Quizás pensando en ello o en parecidas opciones, es que los defensores de la segunda enmienda constitucional se oponen a más restricciones, pues el objetivo central es no solo la defensa personal, sino la defensa de la República. Una dictadura de Obama sería el final de la república y para evitarlo, será preciso recurrir a las armas para defenderla como contra el colonialismo británico.
La eliminación de las armas de alto o bajo poder de fuego no reprimiría el crimen y la violencia. El asesino en ciernes siempre podrá causar daño con sus manos, sus puños, un puñal, un cuchillo u otra arma cortopunzante o simplemene una piedra. Si se hubiese prohibido la venta de dagas ¿Julio César se habría librado del asesinato?
Si el asesino de Aurora compró sus armas y explosivos por Internet y UPS ¿se habría evitado la masacre si el Inernet o los servicios privados de correos estaban prohibidos? Si la gente no podía adquirir libremente leña ¿se hubiera evitado la “hoguera bárbara” de Eloy Alfaro?
La violencia y la criminalidad son consustanciales a la dualidad mal/bien de la naturaleza humana. Los medios para restringirlas no está en más leyes ni en más intervención del gobierno en las vidas privadas de la gente, sino en la restauración de los valores y principios permanentes judeocristianos que crearon a esta nación.
En días pasados, un Obama sin teleprompters dijo algo que revela con claridad lo que en realidad piensa de este país y su cultura: el individuo en si no cuenta, dijo, ni su ingenio, ni inventiva o sentido empresarial. Todo lo que crea y logra se lo debe a otros, se lo debe al gobierno.
Aquí no cabe el dilema de qué viene primero, si el huevo o la gallina. Porque entre gobierno e individuos, primero y siempre son y serán los individuos. En 1776 Estados Unidos se independizó de Gran Bretaña para garantizar la libertad de los individuos frente a tiranías y regímenes autárquicos.
Son los individuos los que, en uso de sus libertades, designan a quienes deberán gobernar temporalmente para dictar leyes, ejecutarlas y juzgar, siempre con el consenso ciudadano. Cuando esa regla se altera y los gobiernos transgreden el mandato en cualquiera de esas tres atribuciones, la respuesta es el voto o la rebelión.
La transgresión de estos principios clave ha ido en ascenso en los últimos años en este país y es el origen de la eclosión de la violencia. La “revolución sexual” iniciada en 1960 más el libre uso de los anticonceptivos y la legalización de los abortos, ha destruído la unidad familiar que es base para la inculcación y perpetuación de principios morales permanentes.
La cifra de matrimonios entre un hombre y una mujer está por debajo del de la de las uniones libres y el número de madres solteras es cada vez mayor que el de niños criados con padre y madre. Está comprobado que la delincuencia juvenil es infinitamente superior entre los que crecieron sin el amparo y la guía de la doble personalidad formal hombre/mujer.
La mujer, por el feminismo, está más desprotegida que antes al unirse al macho sexualmente, sin responsabilidad ninguna de parte del compañero, por esas razones efímero. Agréguese la exaltación del homosexualismo y se comprenderá cómo el núcleo familiar tradicional, válido desde siempre, se ha fracturado y ha corrompido las estructuras morales de este país.
Holmes, el asesino de Aurora, es una excepción. Proviene de un hogar de clase media alta, de estructura aparentemente tradicional y era un estudiante universitario brillante. Habrá que esperar el término de las investigaciones e interrogatorios para entende mejor sus motivaciones. Pero su caso, como similares, no abonan la tesis demócrata de prohibir la venta de armas.
La solución profunda es un autoanálisis de la tendencia, fomentada ahora desde la cúpula de poder en la Casa Blanca, de arremeter contra todos los principios culturales y morales con los que nació, se construyó y fortaleció esta nación hace más de dos centurias.
El poder de esta nación, sin paralelo en la historia, está basado no en la gestión de un emperador, tirano o líder al que hay que prosternarse. Se basa en una idea claramente transcrita en la Declaración de Indpendencia y la Constitución. Sus ciudadanos visitan continuamente las urnas de cristal que conservan los documentos originales. Reverencian la idea que ha unificado a este país no la imagen de un Lenín o un Napoleón.
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