Tradicionalmente los vicepresidentes de la República no han tenido poca o ninguna importancia en los gobiernos de los Estados Unidos. Y tampoco, como consecuencia, los candidatos a ese puesto en las campañas para las elecciones presidenciales.
El primer vicepresidene, John Adams (con George Washington como Presidente), dijo que se trataba de la más insignificante tarea pública que jamás pudo ocurrírsele al hombre. Y Thomas Marshall, el segundo de Woodrow Wilson, dijo que al retirarse no quisiera trabajar. En efecto, dijo, no me importaría ser vicepresidenre de nuevo.
En su última edición de este mes, la revista Smithsonian afirma que tan solo a partir del presidente Franklin D Roosevelt estas funciones comenzaron a tener notoriedad, pues el asignó a su vicepresidente Henry Wallace la misión de recorrer el mundo para abocar por la causa de los aliados en la II Guerra Mundial.
Con Harry Truman, su sucesor, el vicepresidente Alben Barkley pasó a integrar el Consejo Nacional de Seguridad, mejoró notablemene su sueldo, obtuvo el derecho a una residencia, una bandera y un himno. Quedó atrás la época de Adlai Stevenson (abuelo del célebre político izquierdista que aspiró a la presidencia), cuando vicepresidente de Cleveland.
Cuando los reporteros le preguntaron si el Presidente Stephen Grover Cleveland le había consultado para asuntos de importancia en su gobierno, contestó: nunca. Y añadió: pero aúna me quedan algunas semanas para terminar mi período. Marshall antes citado contaba el chiste de dos hermanos, uno se perdió en el mar y el otro fue nombrado vicepresidente. Jamás se volvió a oir de ellos...
En recientes generaciones, algunos vicepresidentes han sido notables por sus gazapos. Dan Quayle, que estuvo con George H Bush (papá de Georege W), alguna vez dijo “qué gran desperdicio es perder la razón. Pero el no tener juicio es un mayor desperdicio”.
Al presidente Barack Hussein Obama le acompaña el inefable John Biden, que compite con cualquier vicepresidente y con el mismo Obama en decir disparates. Él acaba de decir a un grupo de simpatizantes, en su mayoría negros, que Mitt Romney, el republicano que aspira a ganar la presidencia en noviembre, quiere volver a encadenar a los esclavos al desregular a los bancos.
También dijo a sus fans, en Viriginia, que “aquí ( o sea Virginia) ganaremos la reelección en Carolina del Norte”. Y en algún otro lugar, que con la General Motors la industria de automotores de este país (cuyos sindicatos fueron billoriamente subsididados por Obama) volverá a recuperar el liderazgo mindial de producción en lo que resta del siglo XX.
Con Paul Ryan, el joven congresista de 42 años que Romney acaba de seleccionar como su compañero de fórmula, las perspectivas de su papel en la campaña y si el binomio sale victorioso, de su papel en el gobierno, parece que serán completamente nuevas y dinámicas.
La nominación ha impreso desde los primeros días un curso radicalmente diverso a la campaña, no solo dentro del campo republicano, sino en el lado demócrata. El propio Romney parece haber recibido alguna inyección estimulante intravenosa, que lo ha sacado del sopor que había aletargado a la campaña luego de asegurada su ganancia en las primarias.
Ryan, con 18 años en la Cámara de Representantes por Wisconsin, ha sido un republicano de principios inalterable en todos los frentes: fiscal, moral, social y económico. Como presidente del Comité de Presupuesto ha ideado una proforma cuya aplicación sería determinante para corregir el curso errado de la economía nacional, impulsando la recuperación.
La Cámara, donde se originan las proformas, ha aprobado la propuesta por tres ocasiones pero se ha visto obstruída en el Senado, donde los demócratas son mayoría. En contraste, las proformas de Obama, basadas en más gasto y más impuestos, han sido rechazadas por las dos cámaras, con 0 votos de los dos partidos. En sus tres años Obama ha gobernado sin presupuesto, lo cual es inconstitucional.
El candidato a la vicepresidencia tiene gran elocuencia y transmite los más enredados temas fiscales y presupuestarios con claridad meridiana. Es, además, un “happy warrior”, un combatiente que no pierde compostura en los debates y que inclusive frente a contrincantes agrios, sonríe. Jamás rehuye preguntas o soslaya respuestas sobre economía, temas ideológicos o política externa.
Romney, que siempre opinó en favor del plan Ryan para la recuperación, se ha mostrado hasta antes de su selección bastante tímido y renuente a decir exactamente lo que piensa del rival y sus políticas. Ahora se ha dado el milagro del cambio en sus discursos, entrevistas y en la batalla de los avisos que estaba siendo ganada por Obama.
La táctica de lo “politically correct”, que hundió a John McCain en la campaña del 2008 frente a Obama, ya no es la de Romney. No está utilizando respuestas a la agresividad con mentiras, sino que ahora el binomio no tiene empacho en aclarar frontal y documentadamente las injurias y falsías articuladas por la mafia de Chicago y que encontraban eco en cierto segmento de la población, por la falta de respuesta rápida de los afectados.
Obama, con un desempleo por sobre el 8% (que es al menos del doble según expertos) y una deuda que subió en 5 trillones de dólares en sus tres años y medio de gestión para un total de 16 trillones de dólares, no puede hacer campaña sustentado en sus logros, que son negativos. Y ha recurrido, por ello, a insultar a los rivales.
No reclama, en sus discursos por teleprompter, el voto para cuatro años de lo mismo, sino para evitar que llegue al poder un candidato que dice dejará sin cobertura de salud a pobres y viejos, que liberará de impuestos a los más ricos y aumentará a los más pobres y de clase media y que frenará el el aborto y la liberalidad y exaltación del homosexualismo y el matrimonio gay.
El tono ya está cambiando. El tema a debatirse es ahora cómo evitar que la economía de Estados Unidos (vale decir del mundo) continúe en picada para desembocar en una crisis estilo Grecia. Y ofrecer soluciones viables para lograrlo. El binomio Romney/Ryan lo hace: reducir la deuda, frenar el gasto público, salvar al seguro social y el Medicare de la insolvencia, proponer cambios en el confuso e injusto sistema tributario.
Para ello el binomio frenará el obamacare que destruye el Medicare (de los jubilados) e implanta modelos estatales de atención a la salud que han, fracasado donde se los ha aplicado. Con el plan, el ahorro y la inversión retornarán para revitalizar la producción y generar riqueza y empleos.
Rush Limbaugh, el comentarista líder de la radio, se ha entusiasmado con Paul Ryan. Tiene optimismo de que el binomio derrotará a Obama con ventaja el 6 de noviembre próximo. El 7 de noviembre, pronostica, las Bolsas de Valores de Nueva York y el mundo se dispararán al alza, reflejando confianza en el futuro.
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