Saturday, July 21, 2012

RECETA SIMPLE PARA QUEBRAR


Los políticos, economistas y periodistas más brillantes del planeta se están devanando los sesos para tratar de explicar las razones de la crisis económica mundial, antes de plantear variadas y divergentes soluciones.
Mas si nos despojamos del temor a opinar porque no contamos con un PhD en alguna de las disciplinas académicas, la respuesta al enigma sería tan simple que cualquier ama de casa, en cuitas con su cónyuge, la podría decir:  marido,  estamos gastando más de lo que recibimos por los sueldos y así no podemos continuar.
La alternativa evasiva para seguir con el mismo ritmo de gasto sin que varíe el ingreso, sería endeudarse más. Pero el endeudamiento no es ni puede ser indefinido. Llegará un momento en que la deuda haya que pagarla, en su totalidad o fraccionándola en cuotas.
Igual ocurre con las instituciones públicas o privadas. En las privadas, sin embargo, cuando la deuda no se paga en todo o en partes, la sola opción legal es declararse en quiebra o liquidar la empresa con las consecuencias financieras obvias.
Con las instituciones públicas no siempre la quiebra es el resultado del endeudamiento ilimitado, porque quienes aportan con recursos no son individuos particulares (accionistas), sino los ciudadanos que pagan impuestos bajo coerción. Para equilibrar el desfinanciamiento, los entes públicos pueden recurrir al alza de los impuestos. 
En Europa y los Estados Unidos, así como en Argentina, Venezuela o el Ecuador, la deuda pública ha ascendido a niveles exorbitantes. Lo que un ama de casa sensata recomendaría a su marido para salir de deudas, sería frenar gastos superfluos, conversar con los acreedores y convenir en en alguna forma de pago para superar la negativa situación familiar.
Pero si se subyuga al marido y se allana a su irresponsable forma de gastar, se convertiría en cómplice de una quiebra cercana. Podrían jugar con las tarjetas de crédito por un tiempo pero no todo el tiempo y si no cambian de conducta, caerán en manos de agiotistas y terminarán en  quiebra.
Algo similar ocurre con la forma populista de gobernar de algunos jefes de Estado como los señalados, comparable con la mala gestión gerencial de una empresa privada: los gastos sobrepasan a los ingresos y esos gastos, casi siempre, son fruto de la presión de los sindicatos.
La General Motors, la más grande empresa de automotores del mundo, estuvo a punto de declararse en quiebra por tales motivos. No se llegó a ello porque intervino Barack Hussein Obama con un subsidio de 50.000 millones de dólares. No de su bolsillo, ni de un empréstito chino, sino de las arcas fiscales, o sea del dinero de los contribuyentes.
El recurso de quiebra es legal y se creó para evitar liquidaciones de las empresas en conflicto. Los acreedores esperan hasta que la gerencia corrija los defectos del manejo empresarial para acordar  entonces formas de pago que faciliten el pago y la recuperación y solvencia.
Con Obama no ocurrió así. Los motivos de la quiebra, excesivas prebendas para los trabajadores sindicados (la afiliación es mandatoria), no se alteraron y la enfermedad empresarial continúa, con grave perjuicio fiscal. ¿Cómo se explica este desaguisado?
Los sindicatos en los Estados Unidos, o “unions”, son poderosos en la política, alineados siempre con el partido demócrata. Contribuyen con millonarias sumas de dinero a las campañas electorales de los demócratas. Los obreros y empleados contribuyentes no tienen voz ni voto para cuestionar el destino de las donaciones.
En el juego sindical participan los ejecutivos empresariales. Ceden a los requerimientos de alzas salariales y más y más prebendas desorbitantes a cambio de asignarse a si mismos jugosos sueldos y pensiones. Las leyes laborales no cambian, porque hay políticos comprometidos a no hacerlo en retribución a las contribuciones de campaña.
GM dejó de ser competitiva porque otras empresas automotoras nacionales y extranjeras tenían y tienen menores costos de producción y artículos de gran aceptación en el mercado. A Obama y su clan no les gusta el mercado libre. Lo quieren manipulado por el Estado, lo que explica el absurdo subsidio a la GM, otrora paradigma de la industria automotriz.
Hay sindicatos no solo en el sector privado, sino en el público y su influjo es igualmente maligno. Los hay entre los profesores y otros empleados públicos impermeables a la realidad y el sentido común. Los sindicatos han estancado la evolución del sistema educativo hasta colocar a los Estados Unidos a la zaga de las naciones industrializadas en eficiencia del aprendizaje.
Lo que si cambia para ellos son sus sueldos y prebendas. Se oponen por ejemplo a reformar el sistema obligatorio de repartición de escuelas y colegios públicos por sectores, obstruyendo así la opción de poder escoger   una escuela particular eficente, pagado por el fisco en cuotas equivalentes. La competencia probablemente dejaría desiertas a muchas de las escuelas públicas.
Cuando se coarta al mercado, puede registrarse otro tipo de distorsiones, tal como en el mercado hipotecario, origen de la crisis financiera actual. Es obvio que nadie concede crédito a quien no tiene respaldo para pagarlo. Pero los demócratas en el poder, con la idea de dar “vivienda para todos,” forzaron a los bancos a prestar a todos los que lo solicitaran. Cuando la banca privada puso reparos el Gobierno les ofreció su garantía para casos de insolvencia. La burbuja, a poco, estalló en añicos. Obama quiere más impuestos para pagar la deuda inmobiliaria de centenares de billones de dólares.
El número de burócratas con Obama ha llegado a superar al número de obreros y empleados del sector privado. Los sueldos y beneficios de los empleados públicos son superiores entre un 10% y 15% a los privados. El dinero ganado por los públicos proviene de los impuestos de los privados. Puesto que el défict fiscal es cada vez más alto por esas y otras razones, Obama proponie alzar los impuestos, principalmente a los “ricos” que dice han basado su fortuna “en la explotación de los pobres”.
Los “ricos”, según él, son los que tienen ingresos entre 200.000 y 250.000 dólares al año y más. Lo cual es falso, ya que en ese rubro está la mayoría de empresarios medianos, fuente de la mayor creación de empleo en el país. Con más impuestos y más deuda pública, muchas de esas empresas desaparecerán, lo que reducirá el empleo y las contribuciones al fisco vía impuestos.
La deuda pública ya es de 16 trillones de dólares. Obama, en menos de cuatro años de gestión, la ha aumentado en 5 trillones, superando a la suma de todos sus predecesores. La cifra de 16 trillones luce abastracta, pero en todo caso ya supera a la riqueza nacional en un 30% (se gasta más de lo que se recibe). ¿Cómo sobreviven Obama y el país? Pues colocando bonos en China y Japón. 
¿Hasta cuándo? Si se reelige a Obama en noviembre próximo, la espiral de endeudamiento y gasto seguirá en alza hasta que se rompan los cimientos de la economía capitalista de esta nación, que el actual presidente se ha propuesto destruir. Cabe lucubrar: si el gasto y la deuda suben hasta que los bonos no encuentren mercado ¿qué recurso le quedan a Obama y su clan?
Seguir con la desbordada emisión inorgánica de moneda. Es lo que ha ocurrido aquí y en Europa y el resto del mundo. Desde que el presidente Nixon desligó a los Estados Unidos del patrón oro, los bancos centrales de cualquier país se vieron libres de emitir billetes sin respaldo para satisfacer la insaciable sed de aumento de beneficios sociales para todos.
Los salarios, con más dinero de papel, fácilmente podían incrementarse de forma periódica y automática, así como la extensión de vacaciones a dos meses por año, retiro a los 50 o 55 años de edad (no solo en Europa sino en la GM) y pensiones de seis cifras para policías, bomberos y millones de  ejecutivos bancarios y de grandes corporaciones.
El delirio inflacionario para imprimir dinero sigue vigente. Alemania acaba de ratificarlo con su apoyo a España para que salga de la crisis con reformas “a futuro”. El problema es que allá, en Grecia, en los Estados Unidos y en todas partes, los beneficios indebidos por excesivos se convierten en “derechos adquiridos” que ningún “reformista” puede atreverse a reducir. Las reacciones populares están a la vista.
¿Qué pudiera aconsejarle el ama de casa sensata a los jefes de Estado de éste y demás países en crisis en virtual peligro de quiebra? Lo mismo que recomendó a su marido: reducir los gastos superfluos, reordenar en general las finanzas y acordar una forma racional y factible para pagar la deuda que jamás fue impuesta, sino voluntaria. 
Con respecto a la emisión inorgánica, los sabios que ahora se devanan los sesos bien harían en recomendar un retorno al sentido común mediante un consenso para fijar algún freno, norma o patrón de conducta universal como lo fue el oro, para detener la impresión de billetes de papel como si se tratara de un inocente pero artificial juego de monopolio.
¿Y el consejo para los votantes en los Estados Unidos? Despedir de su cargo a Obama en las próximas elecciones, por ser el principal autor de la crisis interna e internacional de la economía.

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