La mayoría del pueblo norteamericano ha advertido con claridad al presidente Barack Hussein Obama que rechaza su postura anti capitalista y anti USA. Pero esas advertencias han caído en el vacío en quien la ideología izquierdista está por sobre toda otra consideración.
El primer gran repudio popular se dio en las elecciones de medio término en noviembre del 2010, cuando por abrumadora mayoría la gente le dijo no a la política de Obama. La oposición republicana recuperó la Cámara de Representantes y eligió a más gobernadores y legisladores federales y estatales de esa línea, que demócratas.
Cuando algo similar le ocurrió al demócrata Bill Clinton, éste modificó su conducta, conversó con los republicanos y finalizó su segundo mandato recortando gastos e impuestos y equilibrando el presupuesto. Dejó de insistir en la estatización de los servicios de salud y ello se tradujo en más confianza, inversión, empleo e incluso superavit.
Obama optó por el camino contrario de acentuar la radicalización, seguir en el gasto público hasta alcanzar una deuda de 5 trillones de dólares (récord superior al de todos los presidentes que le precedieron unidos), pedir más impuestos para los ricos, continuar en el obstruccionismo a la inversión privada. Los resultados han sido pérdida de confianza, aumento del desempleo y virtual recesión económica.
El ejemplo de Europa tampoco dio señales de cambio en Obama. La crisis alli se debió a que el estado de bienestar quebró por el exceso del gasto público, incluídos beneficios para empleados públicos y privados por sobre los ingresos, tal como está ocurriendo en los Estados Unidos con este régimen.
Los que votaron en las elecciones de noviembre del 2010, inspirados por la doctrina del sentido común del Tea Party, han continuado irritados con Obama por su testarudez. Acaban de demostrarlo de nuevo en el Estado de Wisconsin, al derrotar contundentemente a la ideología fascista/socialista en la elecciones del pasado martes.
El gobernador Scott Walker ganó en el 2010 la gobernación en ese Estado históricamente “azul” o demócrata. Su victoria la basó en una campaña para poner orden fiscal en Wisconsin, que debido a las políticas demócratas estaba al borde de la quiebra por los abusos del gasto público idénticos a los que Obama ha puesto en práctica en el país.
Uno de los cambios fundamentales de Walker fue poner freno a los sindicatos públicos, que mediante los contratos colectivos habían logrado privilegios infinanciables en cuanto a salarios, pensiones jubilares, vacaciones y otros. Cortó el gasto sin cancelar empleados, redujo impuestos y logró balancear el presupuesto generando más inversión y empleo.
No hizo nada que no hubiese prometido para ganar el cargo. Pero el solo hecho de que los sindicatos perdiesen fuerza sin los contratos colectivos y con el pedido de que contribuyan con mínimos porcentajes de sus salarios para financiar las pensiones de retiro, como ocurre en el sector privado, desató la furia de los dirigentes, que propusieron revocar su mandato en las urnas.
Los sindicatos y Obama orquestaron una campaña de difamación contra Walker a costos multimillonarios. Pero el gobernador no cejó y aunque carente de carisma tuvo a su lado la verdad y el apoyo no solo de activistas del Tea Party sino de muchos sindicalistas que optaron por la realidad antes que por el partidismo.
Esta última lección tampoco ha hecho mella en Obama. En rueda de prensa de hoy aceptó solo dos preguntas, ninguna de las cuales se refirió a Wisconsin. Insistió en culpar al Congreso por el mal estado de la economía aquí y en recomendar a Europa que se recupere no con menos sino con más gasto para resucitar al moribundo estado de bienestar.
No solo al Congreso culpó del desastre de la economía, sino a George WBush, su predecesor hasta el 2009. Si bien éste tuvo problemas en las postrimerías del mandato, la economía era saludable con un 5% de desempleo y endeudamiento bajo control. Obama prometió salir de la crisis del mal manejo del mercado hipotecario con un estímulo fiscal a los bancos de 870 mil millones de dólares.
Obama disponía además de un Congreso dócil, bajo control total de los demócratas en las dos Cámaras. Pero nada positivo sucedió. La deuda escaló a 16 trillones de dólares, el desempleo subió al 9% y no ha bajado del 8.2% (en realidad 10.9%) y la inversión, la incertidumbre y la desconfianza campean lo que se refleja en baja inversión.
Obama fue incapaz de lograr que el Congreso apruebe el presupuesto en tres años, no solo tras perder la Cámara de Representantes en el 2010. El rechazo ha sido bipartidista. ¿Cómo gobierna? Pues con la arbitrariedad de los decretos ejecutivos administrados por los zares, mas de treinta ministros de Estado nombrados sin la aprobación constitucional del Congreso.
Dadas las manifestaciones públicas de repudio al estilo socialista de Obama, se podría pensar que en los comicios de noviembre próximo, cuando aspire a la reelección, podría ser derrotado con una avalancha o “landslide” de votos. El vaticinio pudiera ser cierto, siempre que el candidato opositor tuviera el carisma y atractivo que Mitt Romney no tiene.
Su campaña, sin brillo aunque cada vez con más dinero, se limita a señalar lo obvio de los defectos del manejo de la economía y la política de Obama. Pero se necesita algo más, dado que éste explota el factor más irracional de sus políticas: la lucha de clases y la discriminación racial, esto es la supuesta existencia de una sociedad capitalista en la que los dueños del capital explotan sin piedad a la clase trabajadora.
La racionalización del debate para rebatir por falsas las premisas contra el capital, no surte efectos en demoliberals y utopistas. Los medios de TV adictos a Obama, por ejemplo, no se cansaron en repetir la escena de un sindicalista que lloraba por la pérdida en Wisconsin, asegurando que significaba la muerte de la democracia bajo el peso del capital de Walker y sus seguidores.
¿Habría esperanzas de convencerle que quienes más dinero invirtieron en la campaña eran los sindicatos y el gobierno de Obama? ¿Que ellos fueron derrotados en la más clara demostración de democracia? ¿Y que lo único que se trata es de proteger a los mismos sindicatos y sus futuras pensiones con un plan racional de financiamiento presupuestario y fiscal, pues de otro modo las pensiones desaparecerían?
¿Por qué los sindicatos públicos son demócratas? Es un juego que implica una suerte de lavado de dinero. Los demos apoyan a los sindicatos y entre otras medidas, aprueban el aporte obligatorio a las arcas sindicales de todo empleado y obrero. Los sindicatos públicos, sin excepción, a su vez aportan a las campañas de los demócratas con enormes sumas de dinero.
¿De dónde viene ese dinero? De los contribuyentes. En algunos Estados se han rebelado y se ha prohibe el aporte forzoso de los empleados a los sindicatos. Pero en la mayoría no, de suerte que son los contribuyentes los que respaldan a las candidaturas demócratas vía sindicatos, sean o no afines a esa ideología.
Eso sucedió en Wisonsin, donde los sindicalistas exigían no solo eliminar el aporte personal para las pensiones jubilares, sino aumentar sus sueldos. El salario promedio es de 86.000 dólares, frente a menos de 40.000 en el sector privado. El empleado privado gana menos, tiene menos privilegios, pero debe aportar con sus más bajos salarios al bienestar del sindicalista.
¿Hay que ser doctorado (PhD) en economía para entender que ese esquema es absurdo y que hay que eliminarlo? No para los demócratas. El demosocialista Hollande, en Francia, acaba de reducir la edad de jubilación de 62 a 60 años: envidiable austeridad. En Grecia hay protestas en contra de modificar los excesos, como subir la edad de jubilación, que es de 50 años. (En Alemania se busca elevarla a 70 años ¿para mejor subsidiar a griegos y franceses?).
En los Estados Unidos más de la mitad de contribuyentes no paga impuesto a la renta y los foodstamps se han emitido en cifra récord. Cada vez más un segmento de la población asume como derecho adquirido que el Estado (Obama) los proteja. Si para ello hay que aumentarles los impuestos a los ricos o confiscarles de algún otro modo la riqueza, bienevenido. Ello es justicia social.
No cabe tratar de explicarles cómo opera la creación de la riqueza en las naciones, ni cómo han fracasado todos los intentos de socialización y apropiación creciente de los medios de producción por el Estado. No es algo asimilable para ellos. Obama es nuestro hombre, parecen decir, nos quiere, nos protege y votaremos por él a ciegas y con oídos sordos.
De ahí que aparte de analizar y explicar la situación que se vive en USA, en Europa, Asia y América Latina para auditorios receptivos, la campaña contra Obama debería utilizar otras armas vedadas en la campaña del 2008 con el candidato John McCain y que lo son también ahora: el análisis por ejemplo de quién es en el fondo Obama y qué se propone con un segundo mandato.
¿Por qué no exigir la documentación exigida a todo candidato de cualquier nivel acerca de su pasado, comenzando con su partida real de nacimiento? En el 2008 McCain prohibió que se cite el nombre Hussein de Obama, para no ofenderle por su ancestro y prácticas musulmanas. Igualmente impidió a su candidata vicepresidencial Sarah Palin que mencione las falsedades de Obama sobre su Seguro Social (o cédula de identidad, en otros países) que la obtuvo en Connecticut, donde jamás vivió.
En sus dos libros autobiográficos que alguien le escribió y que le han dado millones de dólares, Obama confiesa que era adicto al alcohol y las drogas en el colegio y universidad. ¿Cómo pudo ingresar a Harvard, quién le financió, cuáles sus escritos, memorias, amigos y amigas? Todos estos datos permanecen ocultos y nadie logra filtrar la muralla de silencio impuesta férreamente por la Casa Blanca.
En estos días acaba de descubrirse la afiliación de Obama al New Party, en 1996. Es otro de los grupos políticos tras los cuales se escudan quienes creen que el capitalismo y la democracia no han funcionado, que son injustos por lo cual que hay que cambiar este sistema por otro en el cual un gobierno fuerte imponga justicia.
Obama ha dicho que al único partido que se ha afiliado es al demócrata. Es otra de sus innúmeras falsías. Ante estas evidencias, pocas dudas caben: si no se lo denuncia y presenta como el personaje que es, hay el peligro de que parte de la población, grata con sus dádivas e impermeable a la realidad y los razonamientos, lo reelija para un segundo cuatrienio.
Sería una tragedia.
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