El decano caricaturista Asdrúbal de la Torre publica en la edición de ayer del Diario Hoy de Quito una muy atractiva y elocuente caricatura, referida a la conferencia ambientalista que se desarrolla en Río de Janeiro, con asistencia entre otros del presidente Rafael Correa.
Los ambientalistas, dice Asdrúbal, en lugar de perder tiempo en discutir las fantasías de la nueva religión de los verdes, deberían concentrarse en tratar de salvar una especie en verdadero peligro de extinción, no solo en el Ecuador sino en la tierra: la libertad de expresión.
Los verdes, extinguido el imperio soviético, camuflaron la mitología marxista que no pueden abandonar, con la religión ambientalista, según la cual la diosa Natura es humillada, mancillada y explotada sin misericordia por el sistema capitalista, los cuales por sus deseos sin límite de lucro no vacilan en recalentarla, escarnecerla y contaminarla.
La ciencia ha demostrado que esas teorías no tienen sustento y que si bien es plausible buscar la descontaminación de ríos, mar, tierra y aire, es ridículo atribuir daños como el recalentamiento global a los esfuerzos del hombre en su afán de mejorar las condiciones de vida.
Las variaciones climáticas se han dado en todos los tiempos, con aumento de temperaturas y lluvias, explosiones volcánicas, terremotos y deslaves u otros fenómenos similares. Mas no como resultado de la minúscula acción del hombre o del anhidrido carbónico de la digestión animal, sino de alteraciones mayores e inescrutables del sistema solar.
Los verdaderos defensores del medio ambiente no son de ahora. Son los científicos y amantes de la naturaleza que sobre todo a raíz del siglo XIX se preocuparon por la acción depredadora del hombre en sectores específicos como la reducción de especies arbóreas y animales debida, eso si, a una sobre explotación sin restauración.
Vienen a la memoria decisiones como las del presidente Theodore Roosevelt para crear los parques de reserva nacional, iniciativa imitada luego en sitios clave del orbe. Paralelamente prosperó la idea de proteger a las especies en extinción donde se detectara el peligro y muchos de los resultados han sido espléndidos.
Es en referencia a ello que irónicamente Asdrúbal plantea a los ambientalistas que dirijan sus miradas a esa especie en innegable peligro de extinción, la de la libre expresión del pensamiento, médula de la especie más amplia y global también asediada de la libertad en general.
El tema tiene actualidad con el incidente del “hacker” australiano Julian Assange, prófugo de la justicia británica y sueca y ahora refugiado en la embajada ecuatoriana en Londres. Assange está acusado de violar a dos mujeres en Suecia y para juzgarlo, las autoridades suecas han pedido su extradición a Estocolmo. El acusado apeló, lo que los británicos negaron restando tan solo la extradición a corto plazo.
Assange se habia refugiado en casa de un protector y se comprometió a acatar el fallo. No lo hizo y subrepticiamente se deslizó a la embaja donde lo recibieron con los brazos abiertos. Pidió asilo político, según lo pactado con el régimen de Correa, pero ni aún así lograría escapar. Los gendarmes británicos están vigilantes y el momento que de un paso fuera de la sede diplomática, lo capturarán.
No cabe asilo político. A Assange nadie lo persigue por motivos políticos. En Suecia lo quieren para que se defienda de acusaciones por crímenes sexuales. En Estados Unidos se lo quiere extraditar por cómplice de un delito de traición a la patria, ya que difundió información diplomática y militar secreta y confidencial, proporcionada por un militar ahora en prisión.
Correa lo protege dentro de su cruzada contra los Estados Unidos y los medios de comunicación independientes del Ecuador. Lo considera periodista modelo porque en la información secreta y confidencial que Assange divulgó por Internet sobre el Ecuador, incluye versiones de la embajadora norteamericana en Quito en las que se refiere a Correa como lo que es, deshonesto e inconfiable. (A raíz de la difusión, la embajadora fue expulsada)
Los gobiernos, desde remotos tiempos, se relacionan entre si a través de embajadores y plenipotenciarios. Estos transmiten a sus gobiernos, por canales secretos, toda información válida con juicios de valor sobre autoridades y demas personajes que influyan en las políticas del país huésped. Es la modalidad para mejor diseñar las estrategias de relación intergubernamental.
Cuando un funcionario viola secretos de Estado y los divulga, comete un delito de traición a la Patria, en tiempos de paz o de guerra. Un periodista profesional lo sabe. Assange no es periodista pero con sus asistentes ha montado una maquinaria cibernética impresionante de saqueo de información secreta que ha afectado a todas las naciones.
Su crimen es comparable al que asalta una residencia y a hurtadillas, viola cofres y cajas de seguridad para robar joyas, documentos, cartas íntimas, bonos u otros valores similares. En el periodismo, un medio o un reportero tiene derecho, en determinadas circunstancias, de exigir a los gobiernos la entrega confidencial de documentos sobre algún suceso de interés. Las autoridades están obligadas a la entrega, pero siempre que los datos no afecten en esos momentos a la seguridad nacional.
Por degracia ese principio ético ha sido violado, sobre todo en los Estados Unidos. El The New York Times lo hizo con datos secretos sobre la guerra de Vietnam y ha vuelto a hacerlo al divulgar los ataques cibernéticos de Israel contra las centrales nucleares de Irán, en cuyo diseño colaboraron los Estados Unidos.
Lo contradictorio es, según se ha mencionado, que Correa quiera proteger a Assange por su condición de “valiente periodista independiente”, cuando en el Ecuador él ha aplastado con todo el peso de su autoritarismo precisamente a todos los medios de comunicación independientes que han osado criticarle.
Su última acción contra la libertad de expresión ha sido prohibir a ministros y más autoridades dialogar con los periodistas de estos medios. Lo justifica repitiendo que los medios privados son corruptos y distorsionadores y urge a sus partidarios que lean lo que ocurre en su administración solo en los medios públicos (confiscados a empresarios privados).
Pero estos medios no tienen lectores, porque no tienen credibilidad. No obstante y paradógicamente, si bien Correa impone a sus subalternos una mordaza frente a los medios privados, él sigue teniendo espacio en éstos cuando le place y siempre para denostar y humillar a empresarios y periodistas. Su verborrea se publica literalmente y sin réplica, lo cual es desconcertante.
Una columnista de El Comercio, Milagros Aguirre, finalmente ha tenido el coraje de decir a sus colegas que esta conducta servil de los medios es condenable y que debe terminar. Sugiere una inteligente opción: aplicarle la “ley del hielo” o del silencio a Correa y sus colaboradores, de modo que la rebeldía no aparezca como desafío sino como aceptación de reglas impuestas por el propio gobierno.
El periodismo audiovisual e impreso, dice Milagros, podría dedicarse así a hacer un periodismo más profundo e investigativo de lo que ocurre en la sociedad ecuatoriana, más allá del papel de simple eco de las sandeces e insultos que a diario profiere el autócrata. La experiencia sería fabulosa y nada imposible que a la postre culmine con doblegar a Correa.
¿Qué opina El Comercio, otrora líder en la defensa de las libertades y particularmente de la libertad de expresión? Y la Asociación de Diarios ¿para qué sirve? Algunos columnistas se han lamentado y con razón de que existe una pasividad popular enfermiza y generalizada frente a las agresiones constantes de Correa.
Es misión de los medios líderes despertar al pueblo y rescatarle de esa inacción y letargo. Pero para ello son los dirigentes de los medios los que primero tienen que despertar. La palabra de Milagros Aguirre marcha en esa dirección, por lo cual hay que felicitarla.
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