Pese a que ya muchos republicanos estén apoyando aunque sea a regañadientes al virtual candidato Mitt Romney, aún están escépticos acerca de su evidente debilidad frente al presidente Barack Hussein Obama, quien busca ser reelegido en noviembre próximo.
No les falta razón pues Mitt aparece inclusive peor candidato que ese otro impuesto por el "establishment" en el 2008, John McCain, el héroe militar de la guerra de Vietnam que fue apabullado en los comicios presidenciales por el desconocido y misterioso Obama. McCain al menos tenía la aureola de sobreviviente de años de prisión en una mazmorra norvietnamita y de contar con un récord límpido como republicano de principios durante sucesivos periodos como senador por Arizona para el Congreso federal, donde todavía permanece activo con sus 76 años de edad.
Romney, en cambio, tiene una historia política sinuosa desde sus primeras incursiones en política. Como gobernador de Massachussetts creó el sistema público de salud obligatorio para todos, que sirvió de modelo al que Obama obligó al Congreso de mayoría demócrata a aprobarlo pese a la oposición de la mayoría, no solo de los republicanos sino del pueblo.
La ley aprobada a la fuerza está ahora en estudio de la Corte Suprema de Justicia por demandas de inconstitucionalidad y sea o no vetada, será el talón de Aquiles de Romney en la campaña. La ley es condenada porque encarece costos, limita servicios a los de la tercera edad y eleva aún más la deuda pública, que bordea los 16 trillones de dólares. Y, por cierto, asigna fondos fiscales para expandir los abortos gratuitos.
Pero la peor objeción a Romney es su tendencia, similar a la de McCain, de tratar de conquistar el voto de los "independientes" mediante la renuncia a los postulados básicos del GOP para aparecer centrista o sea tolerante con la izquierda, cuyo máximo y más radical exponente es precisamente su rival Obama.
En su pasado Romney fue partidario del libre aborto y aunque dice que ahora es pro life o pro vida, muchos interpretan su postura como oportunista, esta vez para conquistar a los republicanos de las bases como ahora quiere hacerlo con los indefinibles independientes. La táctica es equivocada. Ronald Reagan no arrasó en 49 de los 50 Estados porque apareciera complaciente con los no conservadores, sino precisamente por lo contrario. Su firmeza en criticar a su rival Jimmy Carter y en proponer superar los problemas que tenían postrado al país con fórmulas abiertamente capitalistas y de libre mercado, lo llevaron a la Casa Blanca de manera espectacular.
Claro que Romney, un mormón con jerarquía equivalente a obispo y multimillonario empresario, ofrece convalecer la economía que está en ruinas con los mismos mecanismos capitalistas que él ha usado con tanto éxito. Pero carece del carisma de un Reagan y su mensaje sin contenido social no atrae a los millones de gente sin trabajo y sin esperanza.
Acaso la mayoría de esos desempleados votó por Obama que les ofreció cambio y esperanza y quizás vuelvan a votar por él porque no les seduce la alternativa de un líder que habla de gobernar como si fuese gerente de un banco en quiebra, sin piedad para despidos, sin claros planteamientos para crear empleo y riqueza. Con el agravante de que Obama insiste en que el fracaso de su gestión no es culpa suya sino de su predecesor, George W Bush y de los ricos, a los que promete gravar con más impuestos para redistribuir “su mal habida riqueza” entre los pobres.
No surte efectos la aclaración de que el desempleo del 8,2% o más se debe al excesivo gasto público que aumentó con Obama en cinco trillones de dólares, más que el gasto de todos sus predecesores juntos. Y que este gasto, sumado a mayores impuestos, no haría sino seguir desalentando la inversión, único motor para la creación de empleo.
Obama confunde y al igual que en España, Grecia y otros países de la maltrecha y moribunda Unión Europea, sigue sosteniendo que el crecimiento resulta no de la austeridad en el gasto sino de la keynesiana y equivocada creencia de que a mayor gasto público mayor demanda. Pueril argumento, pues la riqueza no la crean los gobiernos sino el sector privado.
A menos que, claro, la riqueza provenga del esfuerzo esquilmado a las colonias como en tiempos de Roma, la Gran Bretaña o la antigua España, o de los recursos mineros como el petróleo extraídos, procesados y comercializado con tecnologías y capitales extranjeros, como en el caso de los califatos árabes o mini países de África y América Latina.
Obama ha puesto en marcha en su campaña mentiras contra Mitt Romney como éste empleó contra sus rivales en las primarias. Básicamente está explotando la lucha de clases y la discriminación racial, no obstante que él es un mulato que ha escalado con el voto de los blancos y maniobras de escalamiento social cuya verdad no se ha hecho pública.
Si Mitt no sufre una transformación de carácter y liderazgo, que a su edad es imposible esperar, Obama lo derrotará con su retórica demagógica y populista. Como algún comentarista lo dijo, no apela al raciocinio ni a los frutos de su gestión, nada positivos, sino al sector de votantes menos ilustrado y, por cierto, a los radicales de izquierda y a la gente de la raza negra que casi sin excepción ni análisis lo respaldan ciegamente.
Esa gente está grata con él, porque ha expandido el gasto fiscal para darles foodstamps y beneficios de desempleo, que les desincentiva para la búsqueda del empleo, sún si hubiere la oferta. También creen que no tendrán necesidad de adquirir seguros de salud, pues el sistema será estatal y gratuito, convencidos como están de que el fisco tiene arcas oocultas donde no se acaba el dinero.
O si se acaba, está a la mano la solución: quitarles a los ricos para darles a los pobres, sin importar el razonamiento de que los impuestos no van a los menesterosos y mendicantes, sino al fisco para aumentar el gasto y para aumentar el endeudamiento en fuentes extranjeras, sobre todo China y Japón.
En tales condiciones, la única opción para frenar a Obama y acaso derrotarlo, radica en el mismo Obama, dada la fragilidad de su contrincante. ¿Cómo? En la confianza de que su fracaso como gobernante y líder salido de la nada se torne tan monumental, que ni siquiera sus fanáticos negros y “liberals” (izquierdistas) podrían votar (o no votar) por él con desvergüenza.
Hay motivos de optimismo. Aún cuando la campaña electoral no ha comenzado, puesto que hay que esperar a la Convención Republicana de junio en Tampa para que se designe al candidatro de ese partido, Obama ya ha esparcido ponzoña por todos los rincones.
Los precios de las gasolinas siguen en alza y se empecina en vetar que se extraiga más crudo en tierra firme y en aguas costeras. Sigue bloqueada la ampliación y creación de nuevas refinerías, por supuestas aprensiones de carácter ambiental. Subsidia inversiones fiscales de riesgo en alternativas de energía no petrolera, que quiebran con perjuicio de los contribuyentes. Da dinero al Brasil para que explore, pero quiere castigar (crucificar, dijo uno de sus súbditos) a las petroleras que de todos modos invierten aquí.
Sus políticas pro gay y pro aborto le han abierto un frente de lucha abierta en el obispado católico de los Estados Unidos y vacila en conceder asilo en la embajada de Beijin a un disidente chino que protesta por el mandato de aborto a las parejas que pretenden procrear más de un hijo. Más de 13 millones de seres inocentes se sacrifican en China cada año por ese método, frente a un millón en USA.
En Egipto, el apoyo de Obama al cambio fue para que se implante allí un gobierno radical islamista, muy próximo a ser elegido por mayoría del voto popular. Ya han advertido que abolirán los convenios con Israel, país al que quieren borrar del mapa, al igual que Irán. Pero Obama sigue con el subsido anual de 3.000 millones de dólares, más una cifra menor a los palestinos, no autorizada por el Congreso.
La gente, inclusive sus partidarios, está iracunda frente al gasto de Obama en lo personal. Su mujer y cohorte no paran de viajar a Europa, Las Vegas, Colorado y cualquier otro sitio exclusivo de veraneo y descanso, con dinero no de la millonaria pareja, sino del fisco. Obama mismo se burla de la situación y no tiene empacho en celebrar fiestas y cenas en Palacio con cualquier pretexto y a cualquier costo.
La imagen de los Estados Unidos ha declinado a su nivel más bajo. Eso se probó una vez más en Cartagena, donde Obama se vio eclipsado por su propia mediocridad, agravada con el incidente tan revelador de la crisis de liderazgo que protagonizaron sus agentes de seguridad con varias prostitutas del puerto.
Su retórica se desborda lo que podría culminar con su descrédito entre algunos de sus fanáticos y entre los indecisos. El último ejemplo lo dio al tratar de explotar políticamente el aniversario de la muerte de Osama Bin Laden. Pese a que todos conocen de su desprecio por las fuerzas armadas de este país y en general por todo lo militar, en un aviso de TV se atribuye a si mismo todos los méritos de la acción de los marines.
Afirma que si Romney hubiera estado en su puesto, no habría dado la orden de liquidar a Bin Laden. Es una hipótesis sin base, perversa e imposible de probar. Mitt respondió que inclusive Jimmy Carter lo habría hecho, alusión sardónica a la debilidad de ese presidente con el cual Obama disputa el “privilegio” de ser considerado el peor líder que haya tenido USA en los últimos tiempos.
Bin Laden, como comentan muchos, fue ejecutado no por decisión de Obama sino a pesar de Obama. El almirante a cargo del operativo en el sitio donde fue ubicado Bin Laden comunicó al comando central que todo estaba listo. El presidente jugaba al golf y fue llamado a último momento. Tuvo que aprobar la acción, no sin antes asegurarse de que si fallaba por algún factor imprevisto, la culpa se la achacaría al almirante, no a él.
En fin, el desgobierno de Obama en lo interno y externo es descomunal. Y si alguien le exigiese lo elemental, su verdadera identidad y lugar y fecha de nacimiento, estaría descalificado antes de llegar a las urnas. Pero eso no va a ocurrir. Como lo dijo un legislador republicano, imagínense, se crearía una crisis constitucional comparable a la que desató la Guerra Civil en este país a mediados del siglo XIX, con la secesión y la esclavitud.
¿Es válido ese argumento, ese temor? ¿Será preferible dejar de lado las dudas y vivir una farsa? ¿Qué habrían opinado Lincoln o Washington? La preferencia de eludir el desafío, no obstante, aceleraría el proceso de descomposición social, cultural y política de esta nación, con la renuncia al papel de primera potencia del mundo libre, tal como en varias oportunidades lo ha vaticinado el propio Obama.
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