Por regla general nadie se inclina en favor de la guerra. Pero éstas son inevitables, pues son consustanciales a la condición humana y se desatan sea por afán de conquista y retaliación, o para la defensa si sobveviene un ataque.
Pero, bienvenida o no, toda nación involucrada en una guerra para atacar o defenderse debe fijarse como objetivo central el salir victorioso. Nadie, ni en el más absurdo de los casos, podría preferir ir a la guerra con la idea preconcebida de perderla.
Pero ese extraño fenómeno está registrándose en épocas recientes con la potencia militar sin parangón, los Estados Unidos. No obstante haber sido el factor clave para la derrota del Eje en la II Guerra Mundial y de unir a su potencial bélico el económico y cultural, su papel de defensor del sistema democrático de gobierno ha sufrido grandes tropiezos.
Aliado con la Unión Soviética para vencer a la Alemania nazi y poco más tarde autor unilateral de la rendición del Japón con el lanzamiento de la bomba atómica, Estados Unidos no fue firme para hacer valer el acuerdo con la URSS para imponer la democracia en las naciones liberadas del nazifascismo.
Franklin D Roosevelt, con la resistencia de Churchill, toleró a la URSS que en la Alemania dividida, en Polonia, Checoeslovaquia y otras naciones liberadas se impusiera el comunismo controlado por Moscú, sistema idéntico al nazifascista en cuanto a suprimir las libertades con un gobierno intolerante y rígido.
Truman, que sucedió a FDR (un demócrata sin los extremos radicales del actual presidente Barack Hussein Obama), terminó por hacerse eco de las advertencias de Churchill sobre la expansión del comunismo y la férrea dictadura tras la Cortina de Hierro y propuso al menos una alternativa de contención.
La URSS, tras la terminación de la Guerra Mundial centró sus esfuerzos en fortalecer su poder militar y en ampliar el número de sus satélites no solo en Europa sino en el resto del mundo. Para ello aplicó las tácticas de infiltración, soborno y desinformación, con el objetivo de desestabilizar a los gobiernos de línea democrática y sustituirlos con ideólogías afines a Moscú.
Invirtió millones de dólares en la tarea y tuvo éxito especialmente entre intelectuales de izquierda, profesores y estudiantes universitarios y entre los principales medios de comunicación escritos y de radio, luego de TV. Los efectos perduran hasta la fecha, aún dentro de los Estados Unidos.
La URSS no solo se limitó a las tácticas de asedio indirectas. En ocasiones instigó y financió acciones armadas como en Corea en 1950, Vietnam en el decenio siguiente o en Cuba con la revolución castrista de 1959 que aún sobrevive. La amenaza comunista era clarísima: expandir el imperio como lo quiso el Eje y debilitar al mayor obstáculo del mito comunista, los Estados Unidos.
FDR y Truman, demócratas, pensaban en el apaciguamiento. Tras la guerra los Estados Unidos mantenían la hegemonía nuclear, un crecimiento sin límites de la economía y un territorio intocado por el enemigo. Pese a ello nunca pensaron en la conquista usual de los guerreros victoriosos sino en lo contrario: ayuda a la reconstrucción de los territorios enemigos devastados por la guerra.
Frente a las abiertas amenazas de Moscú contra el capitalismo, se optó por contemporizar con la esperanza de disuadirlos del error. Cuando el nuevo eje Moscú/Pekín decide invadir Corea para incluír a toda la península en el redil comunista, Estados Unidos decidió actuar pero tras el escudo de las Naciones Unidas.
Cuando el general Douglas McArthur, al mando de las fuerzas coaligadas, planteó aumentar el poder militar para liquidar al invasor, Truman reculó. Prefirió cancelar al héroe de la II Guerra Mundial y al protagonista de la transformación hacia la democracia de Japón y decretó el armisticio, en virtual capitulación.
Las consecuencias de esa debilidad aún se experimentan hoy con Corea del Norte, respaldada por China y su régimen absolutista que asfixia al pueblo y lo hambrea, para poder financiar un poder nuclear con el cual chantajea a Occidente. El contraste de prosperidad y libertad es Corea del Sur.
Pocos años más tarde del armisticio de 1953, Fidel Castro se tomó Cuba en 1959 y a poco dejó de simular para convertirse abiertamente en el primer satélite soviético de América Latina. Su posición antinorteamericana ha sido clara desde entonces así como su disponibilidad a servir de trampolín para la expansión comunista en la región con la guerrilla en Bolivia (y en África con Angola) y la infiltración.
El gobierno del republicano Eisenhower se propuso derrrocar al enemigo a 50 kilómetros de la Florida, con el apoyo a soldados cubanos rebeldes. Pero su sucesor, el demócrata Kennedy, no dio el respaldo clave de aviación al momento de la invasión en Bahía de Cochinos y el plan fracasó.
Envalentonado, Jrushov fue más allá: ordenó instalar bases de lanzamiento de cohetes con ojivas nucleares en la isla satélite, luego de haber desarrollado la bomba atómica con fórmulas yanquis robadas por espías yanquis pro soviéticos. Su propósito era mantener en jaque al “imperio” con amenazas de ataque. Esta vez Kennedy reaccionó y bloqueó el acceso de los buques rusos a Cuba con el bagaje bélico, llevando a la histeria al mundo ante la inminencia de una guerra nuclear que nunca se produjo. Pero la URSS salió aventajada del conflicto.
Kennedy se comprometió a respetar a Castro y a no instalar bases nucleares peventivas en Turquía y otras zonas limítrofes con la Cortina de Hierro. Pero la expansión comunista siguió campante, al punto que John Kennedy, con su hermano Robert, decidió asesinar a Fidel. Todo estaba listo para fines de noviembre de 1963, pero el 22 John fue asesinado, no por una conspiración comunista, sino por la mafia narcotraficante.
Mientras tanto, Moscú había resuelto tomarse otra península, la de Vietnam, apoyando la invasión vía Vietnam del Norte. Esta vez Estados Unidos, por decisión de Kennedy, actuó unilateralmente tras la retirada de Francia y envió “asesores”. La guerra tuvo una escalada y se encaminaba a la victoria militar cuando el sucesor de Kennedy, Lyndon B.Johnson, se dejó intimidar por la izquierda pro Moscú infiltrada en los medios y universidades y optó por otra vergonzosa capitulación.
La retirada de tropas, que a su regreso a los Estados Unidos fueron abucheadas y escupidas, generó asesinatos de millones de personas en el Vietnam del Sur, Laos y Camboya. El espíritu norteamericano, humillado con tanto revés tras la victoria en la II Guerra Mundial, llegó a los niveles más bajos hasta que llegó al poder el republicano Ronald Reagan.
Contra la crítica del izquierdizo Departamento de Estado resolvió instalar bases nucleares de defensa a lo largo de la Europa sojuzgada por Moscú, desatando con ello una guerra económica que terminó por destruir a la URSS por los gastos militares más allá de sus recursos reales. Luego de la prédica de Reagan a Gorbachov, “tumbe el Muro de Berlín”, el imperio soviético se disolvió en 1989, sin un solo disparo.
Estados Unidos participó con el republicano George H Bush en otra guerra como parte de una coalición, para liberar a Kuwait de la invasión del Irak de Hussein. La Guerra del Golfo terminó en victoria, pero Hussein siguió al frente de un régimen despótico protector de terroristas. En el 2001 se produjo el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, que causaron casi 3.000 muertos. Todo se planeó en Afganistán, con musulmanes protegidos por el gobierno talibán.
En retaliación el republicano George W Bush ordenó atacar a Afganistán para derrocar al gobierno enemigo. Éste cayó en un operativo relámpago, pero los talibanes sobrevivieron y aún sobreviven. En vista de que todos los informes de inteligencia señalaban que Hussein tenía armas químicas y nucleares, la guerra se extendió a Irak con apoyo de 37 países. Hussein cayó y tras ser juzgado fue condenado a la pena capital, pero la estabilidad democrática futura de Irak aún es incierta.
Y es incierta porque ahora está al mando de las Fuerzas Armadas Barack Hussein Obama, un radical de izquierda que permanentemente ha expresado su desprecio por los militares y por el papel de los Estados Unidos como potencia líder del mundo libre. En su campaña que lo llevó a la Casa Blanca el 2009, prometió acabar las guerras en Irak y Afganistán y lo está cumpliendo.
Pero ¿a qué precio? Irak puede caer bajo el influjo y control directo de Irán con el retiro ya anunciado de todas las tropas norteamericanas. Irán se arma nuclearmentre ante la pasividad de Obama, apoyada por Corea del Norte, China y Rusia y en el Irak cuenta con muchas facciones pro iraníes. Desde Teheran se busca consolidar un bloque de respaldo contra Occidente, incluído Israel, país al que repetidamente ha dicho que se lo borrará del mapa.
En Afganistán la primera potencia militar el mundo ha sido incapaz de liquidar al enemigo talibán, pese a sus poderosos recursos humanos, tecnológicos y bélicos. ¿Por qué? Porque entre otros factores a los soldados se les impide combatir sin las nuevas “rules of engagement” que originalmente fueron adoptadas por WBush por presión de la izquierda.
En síntesis estas reglas de combate buscan rodear al enemigo con las garantías que un delincuente goza dentro de los Estados Unidos, sin considerar que ellos son eso, enemigos en combate fente a los cuales solo existe la opción de matar o ser muertos, o apresarlos y enjuiciarlos en tribunales militares, no civiles. Los soldados están atados de pies y manos para luchar y se abstienen ante el peligro de ser juzgados por crímenes de guerra.
Obama acaba de ir a Afganistán para pactar con los talibanes. Se reafirmó en su decisión de suspender las hostilidades con ellos, alentándoles a que se integren al gobierno de Karzai a quien incluso antes de posesionarse en la Casa Blanca le expresó su total repudio. Es como si FDR hubiese viajado a Berlín a pactar con Hitler en medio de la II Guerra Mundial, o que Truman haya ido a Tokio para decirle a Hirohito que no invadirá al Japón ni lanzará ninguna super bomba, en busca de la paz.
Lo que contrita es que la actitud de Obama no despierte ningún clamor popular. Se exceptúan pocos analistas y ex militares. Parece que el morbo socialista continúa y se esparce por todos los confines. Si eso ocurre también aquí al reelegir a Obama para otros 4 años, será difícil predecir lo que le espera a la humanidad. La economía por la vía socialista no lleva sino al fracaso al creer que la solución a los problemas es el gasto imparable de los gobiernos “protectores”, con dinero que se cree brota de alcancías milagrosas.
Miles de soldados norteamericanos han muerto o han quedado heridos y baldados en las ya demasiadas guerras sin victoria de los Estados Unidos, guerras inútiles emprendidas para defender las libertades. Y trillones de dólares de gasto militar, sin rédito. Agréguese a esta vergüenza una economía en ruinas y se comprenderá por qué el ideal socialista no sea el más esperanzador.
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