Parece que la ola epidémica que pugna por un retorno al pasado, sigue contaminando y esparciéndose por el mundo ante la mirada estupefacta, consternada e impotente de algunos, que al parecer son cada vez minoría.
No es evocación de un pasado romántico reflejado en las buenas novelas, inolvidables algunas, ni en los recuerdos más felices de nuestros ancestros. Es lo contrario, es una incomprensible búsqueda de modelos políticos que históricamente siempre se quiso superar: autarquías en las que unos pocos privilegiados gobiernan para los demás, sin el derecho de réplica.
Según tales modelos, todo es regulado sin oposición y la voluntad del Inca, rey, emperador, tirano o dictador tiene que acatarse a cualquier precio. El discernimiento popular, o sea la libertad para pensar, escoger y decidir se desvanece y el “dolor” y el “peso” de pensar lo asume el autócrata.
La humanidad ha luchado desde tiempos inmemoriales para modificar ese esquema de dominación de unos pocos sobre los más. Por cierto que la convivencia exige una cesión concertada y colectiva de poder de uno pocos en beneficio de regulaciones para evitar fricciones, disturbios y batallas.
Pero el problema eterno ha sido que quienes llegan al poder generalmente se adhieren a él y no admiten cuestionamientos cuando afloran los excesos. El poder es como una droga que distorsiona la visión de la realidad(cratopatia): frente a las críticas, la droga no induce a la moderación sino al uso cada vez más intensivo de la droga del poder.
Eso ha ocurrido no únicamente con seres mediocres, sino con personajes de talento excepcional, como Napoleón, Julio César y otros líderes que accedieron al poder no solo por la fuerza, sino por alguna forma de votación o consenso popular, sucedánea por lo general de una convulsión social.
La noción de autoridad, a cualquier nivel, está unida a la capacidad de ejercerla, en el mejor y más pacifico de los casos por la fuerza de la ley. Pero aún dentro del marco legal, una autoridad no está inmune a no exceder los límites de esa autoridad. Pero en estos casos, los excesos tienen un sistema de control que la misma ley señala para evitarlos y para prevenir la impunidad.
Pensadores como el inglés Locke o el francés Montesquieu entendieron ya en el siglo XXXVIII que esa tendencia al uso y abuso del poder era inherente a la condición humana y que la única solución para bloquearla debía basarse en arbitrios igualmente humanos, no míticos, mesiánicos ni utopistas.
¿Cuál la fórmula? La que propusieron y que luego se aplicó, de manera práctica y efectiva, en los Estados Unidos. En síntesis, se consideró que el poder de los gobernantes emana de la voluntad popular por lo cual tenía que ser alternativo y, para evitar abusos, debía fraccionarse en tres fuentes de poder: una para legislar, otra para aplicar la ley y la tercera para solucionar conflictos de aplicación de la ley,
Desde que comenzó a operar el sistema en los Estados Unidos en 1776, la garantía de libertad para pensar, comerciar, inventar y emprender generó la sociedad más próspera, estable y generosa en la historia del hombre. Pero la evidencia de este hecho, irrefutable, no ha bastado para silenciar y aislar al utopismo.
Con Locke, Montesquieu y los fundadores de USA jamás se aspiraba a crear una sociedad perfecta. Pero si a una sociedad más abierta a las libertades y a las oportunidades para prosperar por medios pacíficos de competencia y de intercambio comercial y de ideas. La condición humana impredecible y ahita de claroscuros no iba a desaparecer, pero si a atenuarse con la aplicación de la ley.
Los utopistas, desde Platón a Marx, han sido rehacios a la realidad. En todos los casos pretenden ser dioses capaces de modificar la condición humana proclive tanto al bien como al mal, a la excelencia como a la depravación, para recrearlo sin defectos si acepta vivir en la utopía del mundo feliz...regulado y controlado por ellos con la imposición de la fuerza.
Mas todos los ensayos en esa dirección han fracasado. La promesa de un mundo feliz que presuponga la cesión de poderes absolutos a la autoridad y sus pocos escogidos, se ha disipado siempre en caos, cuya única salida ha sido casi sin excepción la violencia de los oprimidos. Pero cuando la autarquía es sustituída por otra autarquía, la miseria y el terror se repiten y adviene otra idéntica etapa de inestabilidad.
En los Estados Unidos, del cual emana el modelo de república democrática, capitalista y liberal, el influjo de los utopistas (socialistas, fascistas, democradicales) ha ido minando la solidez del sistema a través de la enseñanza pública, las universidades, los juzgados y los principales medios de comunicación audiovisual y escrita.
La estrategia de desintegración, inspirada por Marx y el leninismo, comenzó a esparcirse a comienzos del siglo pasado con el presidente Wilson y luego cobró fuerza con el partido demócrata y principalmente con los largos periodos presidenciales de Franklin D Roosvelt y más tarde de Lyndon B Johnson.
Poco a poco el concepto de que el individuo es dueño de su destino y que si se le rodea de iguales oportunidades para que desarrolle sus talentos en el comercio, el arte, los deportes o el entretenimiento, los beneficios son buenos no solo para los artífices de ese progreso sin para la colectividad, se ha ido desvaneciendo paulatinamente.
Aún cuando hasta hace pocos años la izquierda radical ha sido minoría en este país, sin embargo ha logrado conquistas legales que han favorecido la ampliación del poder del gobierno federal para crear el “social welfare” o sociedad de bienestar, que desalienta la formación de la riqueza individual y colectiva, en aras de una sobreprotección no financiada.
Pero esa minoría radical, sin embargo, acaba de llegar al poder en la Casa Blanca en el 2009 por extrañas circunstancias políticas y su misión, desde un principio, ha sido acentuar la destrucción del sistema capitalista bajo la convicción proclamada pública e internacionalmente de que es un sistema injusto, al que hay que “transformar”.
Transformar no reformar. Las imperfecciones propias de toda obra humana como lo es la república, no las quiere corregir porque en concepto de él y de su grupo, hay que enterrar el sistema para reemplazarlo por uno justo y perfecto: el socialista/fascista/utopista, en el cual una de las claves sea la redistribución de la riqueza.
Barack Hussein Obama, el instrumento de la transformación, tiene para su ideología logros espectaculares. La deuda pública supera a la riqueza nacional y tiene que apoyarse en compradores de bonos de China y Japón. Más de la mitad de los ciudadanos no paga impuesto a la renta, el número de los recipientes de foodstamps y subsidios se ha triplicado y la solución al déficit creciente es crear más impuestos a los ricos y más gasto fiscal.
El welfare state ha ahogado a Europa, con los ejemplos salientes de Italia, Grecia, España y Portugal. El socialismo de la URSS se quebró a los 70 años en 1989 y el caudillismo castrista en Cuba, con más de 50 años, está en la cloaca de la historia. Los fascistas de Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Argentina van por el mismo camino.
El golpe de gracia al sistema en USA lo dio Obama con el obamacare, que eliminaría la libre competencia en la provisión de servicios de salud, que ha convertido a este país en líder en la materia. El reemplazo es salud para todos, pero con provisión autorizada por burócratas y financiada con más deuda trillonaria.
La obligatoriedad en la compra de seguros de salud, inclusive para los jóvenes o ricos que no lo desean, es inconstitucional. La Corte Suprema de Justicia iniciará esta semana un alegato en tal sentido, para fallar este verano, pero pocos creen que la ley vaya a ser detenida. Los costos por las primas de salud se han elevado y es un hecho la eliminación de seguros compartidos por las empresas privadas y sus empleados.
Lo que ha ocurrido con la propagación del welfare state ha contagiado a otros aspectos culturales. La proliferación del uso de anticonceptivos ha reducido las tasas de natalidad y ha debilitado la posición de la mujer frente al hombre. El número de madres solteras se ha disparado a casi el 75%, con irreparable desmedro para la economía del hogar y la crianza de niños, sin padre.
La institución familiar también se ha vulnerado, con la “revolución sexual” promiscua iniciada en la década de 1960 y con la exégisis diaria del homosexualismo en diarios, revistas, estaciones de TV y radio, escuelas, colegios y universidades. Ser homosexual y apoyar al matrimonio gay es moderno, es bueno, es plausible según los medios.
A lo cual se añade la neo cultura de la muerte, favorecedora del aborto como un “derecho” de la mujer. Las dictaduras de Hitler, Lenin/Stalin y Mao han sido calificadas como abominables por el exterminio de seres humanos a los que se juzgaba enemigos del régimen. Ahora, en plena República y con subsidio fiscal, el radicalismo extremo extermina a seres indefensos sin cuyas vidas se corrompe y debilita aún más a esta nación.
Los opositores de Obama y su concepción fascista del Estado pertenecen al partido republicano, más independientes de pensamiento afin. Ahora el GOP está engolfado en las elecciones primarias para escoger al candidato presidencial que trate de obstruir a Obama. El panorama es incierto, pues el “establishment” del partido quiere que se seleccione a Mitt Romney.
Pero los realmente anti Obama del partido no lo quieren, pese a que Mitt está de puntero en la lid que a él ya le cuesta 40 millones de dólares, más del triple que sus rivales juntos. Pese a sus esfuerzos no logra ganarse a esa fracción vital del electorado. Este se divide hasta hoy entre Rick Santorum y Newt Gingrich.
Santorum gana adeptos por la defensa de principios sociales sobre la familia, la defensa de la vida, el derecho a la libertad religiosa. No obstante, ha tenido errores crasos como el de indicar que si no gana él, no vería mal que el voto republicano se vaya con Obama o que Puerto Rico, si se pronuncia por la estatidad con USA, tendría que renunciar al idioma español.
Romney no se queda atrás. Su principal asesor acaba de decir que una vez nominado no le será problemático quitarse la careta de conservador y ponerse la de moderado liberal, para ganarse a los independientes. Antes dijo que, como empresario próspero, se siente feliz cuando de cancelar a empleados innecesarios se trata.
Gingrich continua en la disputa electoral, pese a su tercer lugar. Es el más coherente, imaginativo y terminante en sus pronunciamientos. Fue el primero que enfrentó directamente a los medios izquierdistas, el primero que acusó a Obama de atentar contra la libertad religiosa (del catolicismo en particular), el primero en denunciar la elevación de los precios de la gasolina (callado por los medios) como resultado de las medidas negativas del mandatario en lo energético.
Newt fácilmente se colocó de líder en la campaña hasta comienzos de este año. Brilló en las primarias de Carolina del Sur, pero a raíz de su silencio frente a una acusación impertinente de Romney en TV, perdió en la Florida y de allí su actuación ha declinado. Pero no sería cuerdo eliminarlo. Mitt y Rick están mutuamente destrozándose y ninguno de los dos acaso llegue al mínimo de 1144 delegados electorales para la convención de Tampa.
En ese caso, la decisión para elegir al nominado quedaría abierta para agosto. Si ni Romney, el moderado que podría ser una reedición de John McCain ni Santorum, cuya radicalismo de derecha desalienta a muchos republicanos, no convencen, acaso la solución sería Gingrich. De otro modo Obama podría ser reelecto para así acelerar el retroceso de la historia, en marcha desde el 2009.
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