El demócrata Barack Hussein Obama comenzó a aplicar su agenda ultra izquierdista desde el momento mismo en que se posesionó de la Casa Blanca en enero 20 del 2009. Y no ha parado de hacerlo, no obstante que se juega la reelección en noviembre próximo.
Lo que quiere Obama y lo está logrando, es transformar la cultura de este país en todos los niveles. Lo sustantivo de esta nación desde que se fundó hace casi 300 años es un sistema de libertad que permita a los individuos desarrollar a plenitud sus capacidades, con mínima interferencia del gobierno.
Esa concepción de la vida la comparte la mayoría de norteamericanos pero ahora gobierna una minoría que piensa lo contrario: más intervención del gobierno de unos pocos, para regular las acciones de los más, sin derechos a réplica. Es un retroceso hacia las dictaduras.
El pueblo advirtió de inmediato que no es eso lo que le conviene a los Estados Unidos y reaccionó de manera colectiva, anónima y entusiasta en los cuatro puntos cardinales de la Unión. Esa oposición no fue violenta, ni se convirtió en un partido político. Fue un movimiento que se autocalificó de Tea Party, como en la Revolución Americana.
La expresión del Tea Party fue espontánea y se irradió entre republicanos, demócratas no radicales e independientes, hombres y mujeres de todas las edades, etnias y clases sociales. En suma, el Tea Party quería y ha querido siempre decirle no a Obama en su cruzada antinorteamericana.
Esa voluntad se reflejó en votos en las elecciones de medio término de noviembre del 2010. Los demócratas obamistas fueron arrasados y el GOP asumió el control de la Cámara de Representantes con mayoría total y amplió el número de los suyos en las gobernaciones estatales y otras dignidades locales.
El mensaje era claro. La conversión hacia el socialismo/fascismo de Obama, con la expansión del intervencionismo estatal y la vituperación del sistema democrático, capitalista y liberal, está en abierta contradicción con lo que estipula la Constitución de 1776 y sus 27 enmiendas. O se frena esa tendencia, o el país y su sistema colapsan.
El pueblo norteamericano envió un mensaje parecido al presidente Bill Clinton, también demócrata, en las elecciones de medio término en su primer período (1993/1997). En ese momento, Clinton quería extremar su izquierdismo con el proyecto de estatización de los servicios de salud, que su mujer Hillary se encargó de promover. Pero la votación de la oposición fue contundente.
Clinton archivó el proyecto y modificó rumbos y giró hacia el centro. Con ello la economía se vigorizó, el ambiente político entró en calma y le fue fácil, por esas razones, ganar la reelección para un segundo período que culminó en el 2001, cuando le sucedió George W Bush.
Con Obama la situación es diferente. El llamado del 2010 no halló eco en él y siguió gobernando inflexible en su marcha hacia la izquierda tanto en el frente interno como externo. Los 37 zares, con los que gobierna sin el control del Congreso (que es el caso de los ministros o secretarios de Estado), continúan en su misión imperturbables, así como el aumento de la deuda fiscal, el desempleo y la desinversión.
El Tea Party, que no tiene mejor mecanismo de expresarse que las urnas, está desconcertado ante la tozudez del gobernante. Si bien controla la Cámara de Representantes, su fuerza se debilita pues los demócratas aún están en mayoría en el Senado, lo que obstruye cualquier esfuerzo por rectificar los daños causados por Obama.
La ley de salud, frenada en tiempos de Clinton, pasó en este régimen con maniobras sin precedentes en un Congreso totalmente dominado por los demócratas. El proyecto de 2.700 páginas no fue leído y se lo aprobó a ciegas con los votos serviles de los demócratas y la traición de seudo republicanos como Arlen Specter y Olympia Snowe. Ni uno solo de los republicanos conscientes lo apoyó.
La economía está en zoletas, con una deuda de 15 trillones de dólares que sobrepasa el PNB y un desempleo oficialmente del 8,3%, pero que en realidad es de al menos el 13%. En lo externo, Obama continúa en su tarea de borrar la impresión de nación excepcional de USA y someterla a los dictámenes de regulaciones internacionales, a cargo de un ente como las Naciones Unidas.
A su juicio la era del petróleo ha terminado. Considera que el aceite no solo contamina el ambiente, sino las mentes humanas y estimula la codicia de las Siete Hermanas, las grandes petroleras internacionales y sus filiales. Comparte la teoría de la conspiración que atribuye a dichas compañías el control de la economía mundial en todas sus fases.
Al petróleo quiere sustituirlo con el viento, el sol, las algas y las olas del mar. No dice qué ocurriría si de pronto el petróleo deja de usarse, pues esas opciones no sirven para mover automotores ni para reemplazar, por ejemplo, la petroquìmica presente en todas las invenciones de la época moderna.
Acaba de decir, en su arremetida contra toda noción de empresa privada con derecho a lucrar por sus inversiones, que hay que castigar a las petroleras suprimiendo los subsidios que reciben para sus inversiones. Los precios de las gasolinas se han duplicado en los tres años de su gobierno y esta receta dice que servirá para reducir el déficit fiscal.
Es un disparate. Debido a las restricciones de los demos ambientalistas, la inversión petrolera para explorar, explotar y refinar petróleo se ha reducido dramáticamente en los últimos 30 o 40 años, por lo cual la importación de crudo y refinados constituye ya el el 80% del consumo. Los subsidios se crearon para estimular la inversión, aumentar la oferta y reducir los precios.
Si las petroleras continúan siendo hostigadas, preferirán invertir en zonas más favorables. La demanda de consumo crece aceleradamente a nivel mundial con China, India y otras naciones de economía emergente. Lo lógico sería dejar en cero los impuestos para que aumente la producción interna de crudo y refinados y reducir a cero las importaciones.
Pero esta lógica no funciona con Obama. Él piensa en la conspiración como el autor del folleto de hace decenios El Festín del Petróleo, Jaime Galarza, ecuatoriano. Pero no está solo en esa visión. Lo que deja atónito es que igual piense, por ejemplo, Bill O’Really, el más popular de los comentaristas y entrevistadores de la TV en este país.
La mayoría del Tea Party tiene una idea distinta del petróleo y de las empresas que lo buscan y procesan: sus beneficios son tantos, que sin llegar al extremo de llevarlo a un altar para adorarlo (como lo hizo el “Bombita” en el Ecuador), hay que admitir que descubrirlo y explotarlo ha hecho al hombre más libre y más próspero.
¿Cómo revertir el proceso demoledor de Obama? La respuesta se complica por la complicidad de los mayores medios de comunicación, que lo respaldan de modo nada profesional. El Presidente miente, como miente en el asunto energético, como miente sobre su lugar de nacimiento y sus preferencias politicas -pero el periodismo calla.
En vista de que la campaña de reelección no puede basarse en logros (malos para la mayoría, buenos para la minoría radical), se ha dedicado a explotar el racismo y la lucha de clases, mintiendo. Su veto a la construccción de un oleoducto desde el Canadá al Golfo de México para abastecer de crudo a las refinerías, su veto a las perforaciones en el Golfo y en otros puntos clave del país, dice que no es factor para el alza de las gasolinas.
La razón, según él, está en la codicia especulativa de las petroleras (que dan al fisco 80 millones de dólares por día en impuestos), a las que hay que exprimir para que paguen más impuestos. La explotación en tierras del Estado ha bajado en 100 millones de barriles por culpa de las restricciones. ¿Cómo se aspira a que con estas políticas bajen los precios de los derivados?
Un vigilante latino con apellido gringo George Zimmerman, mató a un joven negro en un incidente aún no esclarecido, pero Obama se adelanta y dice que esa muerte le duele como si hubiera sido la del hijo suyo que no tuvo (tiene dos hijas). El vigilante sostiene que actuó en defensa propia, podría ser absuelto, pero ya se desencadenó la ola de marchas en defensa de la raza negra “mártir”.
Igual ocurrió cuando un policía blanco arrestó a un catedrático negro, por una contravención. Obama dijo que la acción era por acoso a la raza. Luego se aclaró en favor del policía y el gracioso presidente no pidió perdón pero invitó a uno y otro a un vaso de cerveza de conciliación en los jardines de la Casa Blanca.
Newt Gingrich, todavía en la campaña para las primarias republicanas, dijo con acierto y sin demora que la declaración de Obama en el caso del vigilante era una desgracia, por su connotación racista. Para O’Really, que funge de independiente, lo dicho por Obama reflejaba un verdadero dolor de padre y nada más. ¿Habría dicho Obama lo mismo si la víctima era un joven blanco y el victimario un negro?
Entrevistado por O’Really sobre el tema, Gingrich cedió ante el Zeus de la TV y no se reafirmó en su condena a la connotación racista del presidente. Y eso ocurrió en Fox, más al centro que otros sistemas de TV que no ocultan su obamismo izquierdista. Según se ha comentado, si Obama no contara con ese respaldo del periodismo, acaso sus probabilidades de reelección estarían por los suelos.
Pero no lo están. Los republicanos no deciden aún cuál candidato será el que enfrente a Obama en noviembre. Los del Tea Party no quieren a Mitt Romney y hasta el momento reparten sus votos entre Rick Santorum y Newt Gingrich, aparte de los pocos que van a Ron Paul. Rick y Newt sumados tienen más votos que Mitt.
Pero el establishment del partido quiere a Mitt, quien hasta la fecha nunca ha acumulado más del 30% de los sufragios, no obstante una campaña propagandística que arrancó hace seis años y supera en dinero hasta siete veces más que el acumulado de sus rivales. Lo que si sigue acumulando es el respaldo de grandes nombres del partido.
El primero fue John McCain, que perdió ante Obama en el 2008. Luego papá Bush, su hijo Jeb y acaba de hacerlo Paul Ryan, fruto del Tea Party y autor de la proforma presupuestaria niveladora del déficit, presentada para llenar el vacío de proformas de este régimen en más de 1.000 días.
Marco Rubio también ha endosado a Romney. Lo ha exaltado diciendo que es un conservador auténtico, que lo probó siendo gobernador de Massachussetts. Pero precisamente la resistencia del Tea Party a Romney se debe a que en dicha función apoyó el aborto, el matrimonio gay y otras regulaciones opuestas a los principios del movimiento en materia fiscal y, sobre todo, en materia de salud pública.
Si a la postre los esfuerzos del establishment se imponen y el nominado es Romney, su talón de Aquiles será el romneycare, como precedente e inspirador del obamacare, no importa cuál fuere el fallo en junio de la Corte Suprema de Justicia sobre su constitucionalidad.
Obama lo demolería en ese tema. Y también sucumbiría ante la campaña que Obama ha puesto en marcha de odio a los ricos, de odio a las empresas privadas, de rechazo a la injusta distribución del ingreso. Romney es por antonomasia el poseedor de todos esos males causantes, según él, de la pobreza, especialmente de los de la raza negra. Y por añadidura ha prometido, como McCain, no batallar con Obama en lo personal, que es el factor mas vulnerable de este misterioso individuo. En otras palabras, "no hara olas", como lo quiere el establishment.
La evidencia de que Romney no es visto favorablemente por el Tea Party, podría repetirse en la población en general al momento de votar en noviembre. Hay quienes creen que Obama es tan negativo (para los que piensan como ellos) que cualquier candidato republicano lo ganaría. La verdad podría ser otra si se recuerda que la “mafia” de Chicago puede hacer “milagros” de cualquier naturaleza por defender a su escogido.
Rick Santorum, segundo en la contienda, denota muchas flaquezas. Una de las últimas fue decir que aceptaría acompañar a Romney como candidato a la vicepresidencia. ¿Qué respondió Romney a un comediante que le preguntó en la TV al respecto? Quizás, dijo, podría escogerlo para secretario de prensa...
En cuanto a Newt Gingrich, el más solido intelectualmente, cada vez se debilitan más sus posibilidades de disputar la nominación a Romney. Ya no tiene dinero, redujo su personal a un tercio y ahora su mirada está puesta en conseguir delegados electorales para una eventual pelea en la Convención del partido en agosto, si Romney no alcanza hasta junio el mínimo de 1144 delegados.
Son incógnitas imposibles de predecir. El establishment pugna por evitar que se llegue a la Convención abierta, pues podría peligrar su candidato. Pero la verdad es que Romney no entusiasma, no arrastra. Es igual o peor que el anterior candidato del establishment, McCain y muchos preferirían no volver a desperdiciar esta vez su voto por un perdedor.
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