Los gobernantes y políticos de la línea autoritaria están convencidos de que la libertad no es un derecho natural de los hombres, sino una dádiva graciosamente concedida y regulada por parte de los regímenes de turno.
La Declaración de Independencia y la Constitución de los Estados Unidos de América tienen un concepto radicalmente opuesto al de los demócratas, aquí llamados liberals. Tales documentos consideran a la libertad como un derecho inalienable de inspiración divina, que ninguna institución puede suprimir.
Los “founding fathers” o fundadores de la Patria juzgaron que el bien más preciado que había que defender desde los inicios de esta nación eran las libertades humanas. Por el simple razonamiento de que la historia había demostrado (y sigue demostrándolo) que cualquier sistema de gobierno tiende a abusar del poder y perpetuarse si no se le crean restricciones.
¿Cuáles restricciones? La fórmula, tomada principalmente de John Locke y Montesquieu, consistió en fraccionar el poder que los ciudadanos conceden temporalmente a sus gobernantes, en tres ramas: la legislativa, para crear leyes; la ejecutiva, para ponerlas en vigor y la judicial para juzgar y sancionar contravenciones.
Los elegidos para tales funciones no tienen sino una delegación efímera de poder, indispensable para armonizar las distintas fuerzas internas de la comunidad. No son ellos las que otorgan derechos, como la libertad y la propiedad privada, sino que son los encargados de preservarlas. Pero los demócratas y afines piensan distinto.
Creen que los derechos naturales, como los citados que ampara la Constitución americana, no son tales, sino concesión flexible según el parecer de los gobernantes y las circunstancias. El Presidente Barack Hussein Obama, líder de esta tendencia, afirma que la Constitución es obsoleta y que debe cambiar para adaptarse a la modernidad.
Obama en ello no es original. En esa línea le precedieron los presidentes demócratas Woodrow Wilson y Franklin D Roosevelt, quienes declararon que había que incorporar en la Constitución los “novísimos” derechos de la justicia social, que implicaban igualdad en la educación, redistribución de ingresos, defensa compulsiva de la salud para todos y otras utopías.
El derecho natural a la libertad de los individuos, por lo mismo, había que regularlo, reducirlo y acomodarlo a la nueva ideología diseñada y aplicada según el parecer de unos pocos elegidos, irónicamente por voto popular. La batalla en esa dirección la han estado ganando de manera paulatina los demócratas desde los tiempos de Wilson y Roosevelt, pero ha dado un brinco violento y casi irrefrenable con Obama.
La cesión de las libertades se ha dado por la actitud acomodaticia y dócil de una mayoría de norteamericanos que no piensa así, pero que ha supuesto que ceder “un poco” ante el enemigo es garantizar la concordia. No ha sido así ni lo será jamás, pues como dijo el presidente Reagan, la democracia y las libertades son algo que hay cultivar y preservar hoy y todos los días, pues mañana puede amanecer marchita.
En aras de la justicia social, el demócrata Lyndon Johnson, con apoyo de los republicanos, creó el programa de Guerra a la Pobreza en el decenio de 1960. Cincuenta y más años más tarde y trillones de dólares tomados de los contribuyentes y malgastados, existe más pobreza en el país.
La estrategia de los liberals no solo se asienta en forzar el apoyo de la parte contraria. Lo hace autoritariamente, por sobre la tradición y las leyes, inclusive en este país de tan sólidas instituciones. La peor prueba es el Obamacare, programa de salud estatal que terminará con el sistema de provisión privada y competitiva para sustituirla con una versión regulada y financiado con recursos fiscales.
La aprobación se hizo con la oposición casi total de los republicanos en el Congreso (dos seudo republicanos definieron la votación) y con el repudio de la mayoría de la población, según las encuestas. La nueva ley, si no la rechaza la Corte Suprema de Justicia o un nuevo gobierno en noviembre de este año, entrará en plena vigencia a partir del 2013.
La mentira con que trató de venderse el proyecto fue que se abaratarían los costos de atención. Desde ya se está comprobando lo contrario. Y que se universalizaría la cobertura, lo cual también es falso. Se crearán comités que decidirán cuándo pueden ahorrarse costos si se niega la atención y curación a deshauhuciados, a viejos, a lisiados. En lo que no habrá restricciiones es en seguir fomentando los anticonceptivos y los abortos.
Dentro de la ley, Obama ordenó a todas las instituciones involucradas en los cuidados de salud que provean de anticonceptivos gratis a sus empleados, incluídas las entidades religiosas. La Iglesia Católica, seguida luego de algunas protestantes y judías ortodoxas, reaccionaron con energía a esta imposición y anunciaron que no la acatarían.
Obama pretendió rectificar su posición, eximiendo a hospitales y otros entes católicos de esa obligación. Pero ordenando a las aseguradoras de salud que doten gratuitamente de anticonceptivos a todos los empleados que la requieran. La Iglesia rechazó por igual este supuesto cambio, aduciendo que la Constitución prohibe al gobierno decirle qué debe y qué no debe hacer con respecto a sus principios.
Los anticonceptivos “gratis” no son tales, no pueden serlo. Los costos se cubren con fondos fiscales, con dinero de los contribuyentes. Una estudiante de la universidad católica de Georgetown, regentada por jesuitas, arguyó ante un comité del Senado que discute la controversia, que hay tanta actividad sexual entre los estudiantes, que la sola compra de anticonceptivos le representa como 3.000 dólares al año, lo que arruina su economía.
La minstra de salud de Obama, Kathleen Sebelius, “católica”, en el mismo debate sostuvo que el costo de los anticonceptivos se va a compensar con el ahorro que implica el embarazo y cría de niños. Los anticonceptivos están clasificados dentro de los programas de prevención de la salud, al igual que la ayuda para matar criaturas antes de salir del vientre materno.
Y no solo antes. Catedráticos de alcurnia de la universidad británica de Oxford, encargados de fijar normas de Ética para la prácrtica médica, acaban de dictaminar que es moralmente aceptable matar a un niño que nace con deficiencias no detectadas previamente, tal como es aceptable moralmente al aborto tradicional.
Obama, cuando era senador por Illinois, votó a favor de que se impida que las criaturas que sobreviven por una u otra causa al aborto, tengan derecho a vivir y ser protegidos. Eso, en términos penales, se conoce como infanticidio, que los de Oxford pretenden defender como una opción tan moral como el aborto.
El tema de los anticonceptivos y el derecho constitucional a que Obama respete la libertad religiosa, podría inclinarse por la tesis constitucionalista. Si tal ocurre, se podría especular que si la Iglesia Católica y otras instituciones contrarias al aborto batallaban con igual ahinco contra su aprobación contenida en la decisión Roe vs Wade de 1973, quizás otra habría sido la suerte de más de un millon de seres inocentes sacrificados cada año sin defensa debido a esa resolución.
(Si los medios de comunicación en el Ecuador hubieran actuado con más energía para defender una libertad de expresión que no es dádiva de Correa, otro habría sido el desenlace de tanta humillación, incluído el “perdón” (¿?) a El Universo y periodistas acusados)
En China, la doctrina un solo niño por familia ha significado en parecido lapso la muerte de 450 millones de seres humanos. Un alto funcionario se refirió a las estadísticas con orgullo, afirmando que eso demostraba cómo su país estaba favoreciendo al control de la población y la disminución de la pobreza. Como lo creen Obama y Sebelius.
Si la libertad es un derecho natural, más lo es obviamente el derecho a la vida, como así lo estipula la Constitución. Ese derecho está borrado con Roe vs Wade y este régimen quiere acentuar la tendencia criminal con más abortos financiados y fomentados por el gobierno, con dineros fiscales y más anticonceptivos y la píldora para el día siguiente, igualmente abortiva.
Si Sebelius quiere prescindir de la moralidad y concentrarse en la utilidad material de la no concepción, yerra también. En Europa, Japón, Rusia y en la misma China, los fenómenos demográficos derivados de la no concepción y el aborto son devastadores. La población cada vez envejece más, pero el crecimiento demográfico es negativo: se “producen” menos niños y por tanto menos jóvenes y mano de obra para mantener operativa la maquinaria económica.
La compensación de que habla Sebelius no se va a dar, si baja el crecimiento vegetativo en este país, que en alguna forma se compensa con la inmigración aún no contaminada con esta nueva religión de la muerte. Pero ¿hasta cuándo? Si la batalla es finalmente ganada por quienes opinan que la libertad no es un derecho natural sino una regulación administrada por el Estado, la grandeza de esta nación se extinguirá.
Hay signos escalofriantes: la dependencia a una u otra forma de dádiva del gobierno creció en un 23% con Obama, 67 millones de personas, a un costo fiscal de 3.5 trillones de dólares, solo comparable con los gastos de guerra en 1945. La deuda pública con respecto al PNB subió del 40.5% en el 2008 al 67.7% el año pasado, calculándose que excederá del 100% este año.
Políticas de “justicia social” han fracasado en Europa y fracasarán en los Estados Unidos. Allá, como aquí, se intenta salir de la crisis con más crédito, con más deuda. Lo cual es absurdo, está reñido con la lógica. Pero en Europa, por lo menos, se han percatado de los yerros en tanto que aquí Obama y su séquito quieren despeñar al país en ese precipicio de equivocaciones.
Imposible predecir al ganador de la actual batalla cultural. Los liberals, aún cuando son minoría, ocupan la Casa Blanca y manejan billones de dólares para la campaña de la reelección y una táctica rayana en mafiosa. En vista de que la economía está en receso, el arma de pelea es explotar la lucha de clases de “pobres” contra ricos y la negritud del mulato Obama.
Mientras tanto, en el lado republicano no se sabe aún quién será nominado candidato presidencial para disputarle a Obama. El favorito del “establishment” acomodaticio es Mitt Romney, pero de cerca le sigue Rick Santorum. Preguntado Romney a qué atribuía el surgimiento de Santorum, respondió: cualquiera que lance cosas incendiarias contra Obama logra repunte en las encuestas, yo no lo haré jamás.
Exactamente como John McCain, quien ordenó a Sarah Palin y al partido que no ataquen “a ese buen hombre” que es Obama, ni se mencione las pruebas fraudulentas de su ciudadanía o de su pasado desconocido como estudiante aquí y en Indonesia. ¿Resultado? Perdió.
Igual ocurrirá con Romney y la opción Santorum tendrá igual o peor suerte. La única personalidad sólida por sus convicciones, ideas y capacidad persuasiva es Newt Gingrich. Este “super” martes se sabrá si aún quedan esperanzas para su nominación. Si se concreta y si escoge a un negro como Herman Cain para la vicepresidencia, podría pensarse en una victoria sobre la cultura de la muerte y la autocracia.
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