Rafael Correa es un firme candidato para convertirse en el peor gobernante de la historia en el Ecuador. Si Barack Hussein Obama sigue gobernando como hasta hoy, a solo un par de semanas de haberse posesionado, acaso llegue también a tener igual calificación en la historia de los Estados Unidos.
La mayoría de votantes se obnubiló con él en los Estados Unidos. Hablaba “bonito”, era negro y las mujeres dicen que es muy atractivo. Pero carecía y carece de los atributos para erigirse como líder de la potencia mayor del planeta.
Siempre se desenvolvió en ambientes afines a su ideología “liberal” o izquierdista y nunca desempeñó un cargo de responsabilidad ni en el campo de la actividad pública ni en la privada. Fue profesor, dio discursos, escribió, estuvo en organismos de ayuda comunitaria, pero nada más.
Como senador de escaso tiempo y asistencia, jamás presentó un proyecto de ley que fuese importante o polémico y por el cual hubiese tenido que pelear con los opositores. Votó, eso si, siempre “liberal” (en lo que ostenta un récord) o se abstuvo diciendo tan solo “presente”.
Su crianza como niño y adolescente es conflictiva. Su madre, una “hippy” del decenio de rebeldía juvenil de 1960, le dejó sembrado en su espíritu el rechazo a principios clave de la sociedad norteamericana y la noción de que sin un ente militar fuerte, esos principios pueden ser destruidos por los enemigos.
Su convicción religiosa es ambigua. Se profesa cristiano, pero se asoció por más de 20 años con un grupo protestante que ha execrado constantemente a los Estados Unidos por su historia militar en defensa de las causas democráticas. Su padre biológico fue un kenyianio musulmán y su segundo padre, adoptivo, también islámico que lo matriculó como musulmán en una escuela de adoctrinamiento (madrasa) en Indonesia.
Su repudio a lo militar se hizo evidente en los primeros decretos ejecutivos al momento mismo de posesionarse. Ordenó el cierre de Guantánamo y la suspensión de los juicios a los terroristas y envió mensajes a los líderes enemigos del extremismo musulmán en señal de pedir perdón por la lucha antiterrorista de su antecesor George W Bush.
En entrevista que se apresuró a conceder a la cadena árabe de TV, Al Aribaya, Obama dijo que quería volver a la época dorada de las relaciones que prevalecía hace uno 20 o 30 años, algo incomprensible dicha por cualquier adulto, no digamos por un profesor que es ahora mandatario de un país en guerra con el terrorismo musulmán.
La “época dorada” a la que alude Obama no fue tal. Los extremistas árabes asaltaron en 1979 a la embajada norteamericana de Teherán y mantuvieron como rehenes a decenas de funcionarios que fueron liberados solo cuando Ronald Reagan reemplazó a Carter en la presidencia dos años más tarde (Jimmy Carter, hasta la fecha, figura como el peor presidente de la era moderna en los Estados Unidos).
En ese lapso, además, hubo el embargo petrolero árabe que descalabró la economía occidental y mundial. En el Líbano los terroristas asesinaron a casi 300 militares de los Estados Unidos, cuando atacaron con granadas a un cuartel de vigilancia de la paz, en 1983 y quedaron impunes por incomprensible impavidez de Reagan. La “época dorada” incluyó también el asesinato a Anuar Sadat de Egipto (que reconoció a Israel) y los crímenes en serie de Yasser Arafat (quien con Carter recibió jocosamente el Premio Nobel de la Paz).
Las acciones terroristas árabes son incontables antes y después del lapso citado con tanto desparpajo por Obama. Y llegaron al climax con la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York y el ataque al Pentágono, con el deceso de más de 3.000 ciudadanos inocentes. Era el segundo intento pues el primero no ocasionó el daño esperado en las Torres Gemelas. Algunos de los autores fueron aprehendidos y sancionados, pero con levedad.
Los musulmanes no se han detenido en sus ataques para destruir a Occidente. Continúan y continuarán por mandato del Corán y sobre todo si Occidente baja la guardia, como ya lo ha anuncia Barack Hussein. Tras el ataque del 9/11, el terrorismo ha seguido causando muerte de inocentes en Londres, Madrid, Argel, Yakarta, Manila y muchas otras partes del mundo donde el islamismo aún no es mayoría.
Obama afirma que extenderá la mano a los enemigos árabes para saldar la paz, en tanto distiendan sus puños agresivos. Mahmoud Ahnedinejad, jerarca de Irán, dice que la oferta no basta, que Obama tiene que pedir perdón por los daños perpetrados por el “imperio” en los últimos, no 30 sino 60 años..., para aprobarle.
Adicionalmente le conmina a que retire todo apoyo al zionismo, esto es, a Israel y ordene el inmediato retiro de las fuerzas militares en Irak y Afganistán. Obama, con su crisis de identidad, no ha respondido, aunque circulan versiones de que Obama, con anterioridad a la elección, envió seceretamente emisarios para que dialoguen en su nombre con líderes del mundo musulmán.
En cuanto a política interna, no ha podido ser más patética su falta de liderazgo que tanto ha fascinado a la negritud y al izquierdismo de esta nación. Todos o casi todos sus nombramientos para el gabinete ministerial y puestos clave han estado teñidos de dudas, sombras, acusaciones. Varios, como el Secretario o Ministro del Tesoro son evasores de impuestos. Otro, que era su escogido para Salud, fue obligado a renunciar por fraude fiscal y otras acciones impropias.
En su campaña prometió purificar a Washington y cerrarles el paso a los “lobbyists” o cabilderos que gestionan (legalmente) en favor de corporaciones y grupos de presión. Pero 17 de sus nombramientos han recaído en cabilderos (Daschele, propuesto para ministro de Salud, era uno de ellos, acaso el más condenable). El Procurador, Holder, preparó el terreno para que Clinton perdonase al gangster internacional Marc Rich.
Hay quienes han comentado que parecería que a la Casa Blanca ha llegado el pleno de la mafia política de Chicago, de donde emergió Obama y de la cual recibió apoyo para su ascenso meteórico primero en Illinois, más tarde en Washington D.C. La sesión del Senado para calificar a la candidata a la Secretaría del Trabajo, una latina, tuvo que suspenderse porque se descubrió que su marido cometió también fraude fiscal.
La cónyuge de un marido infiel que perjuró siendo Presidente de los EE.UU.(gravísimo delito en este país) y que fue su rival en las primarias demócratas, fue escogida por él para el cargo de Secretaria de Estado, sin más mérito que haber sido mujer de Bill Clinton y terciado y perdido en las elecciones presidenciales.
Para superar la crisis económica que se vive en los Estados Unidos y que repercute en el mundo entero, Obama delegó a Nancy Pelosi para diseñar un plan de estimulo a la economía. Pelosi, acaso la más inepta presidenta de la Cámara de Representantes, elaboró una monstruosidad de 700 páginas que no hace sino multiplicar hasta la estratósfera el gasto público (casi 1 trillón o un millón de millones de dólares) en lo que se conoce como “pork expenses” o gastos improductivos y superfluos acordados por razones de clientelismo.
No solo los republicanos sino los demócratas se han indignado con semejante esperpento y tal como está será rechazado por el Senado luego de haber sido aprobado en la Cámara Baja sin un solo voto republicano. Hoy Obama anunció el nombramiento de un comité asesor que le sugerirá qué hacer para salir de esta otra metedura de pata colosal (la otra, por él admitida, fue la fallida designación del Secretario de Salud).
Ese comité debió haberlo nombrado antes para elaborar un plan de estímulo real y aceptable. El proyecto debió someterse luego a estudios de las comisiones de las dos cámaras del Congreso, antes de discutirlo, aprobarlo, modificarlo o rechazarlo, según se estila usualmente por mandato constitucional. El bisoño Presidente, sin embargo, ha preferido actuar como cualquier Correa del Ecuador, aunque parece que no saldrá tan bien librado como su “par” ecuatoriano.
En cuanto a Correa, si tuviese sensibilidad y si el pueblo no estuviese enceguecido con él, debería haber renunciado para evitar un juicio por traición a la Patria. Al cabo de casi un año parece confirmarse lo que todo el mundo intuía: que su gobierno conocía y permitía al jefe terrorista colombiano Raúl Reyes tener su campamento en territorio ecuatoriano.
El encargado de revelarlo ha sido el Subsecretario de Gobierno Chauvín, quien ha caído en desgracia por denuncias de vinculación con el narcotráfico. Ha dicho que con Raúl Reyes se entrevistó al menos unas 7 veces en misión oficial, delegado por el Ministro de Gobierno de entonces, Gustavo Larrea. Este también había dicho anteriormente que dialogó con el líder guerrillero (aparentemente lo hizo también su hermano), para negociar la liberación de algunos presos de la FARC, entre ellos Ingrid Betancourt.
¿Dónde se entrevistaron los Larrea y Chauvín? Obviamente en Angostura, en el lugar ecuatoriano de frontera pulverizado por la Fuerza Aérea de Colombia el 4 de marzo pasado y que tanto dolió e irritó a Rafael Correa. Claro, ni Correa ni Gustavo Larrea lo admiten. Este último ha confesado que los encuentros se hicieron “en otro pais”, sin indicar cuál.
Correa ha pedido que Chauvín precise más detalles sobre sus encuentros con Reyes y adelantó que sería traición a la Patria si lo hubiere hecho en Angostura. ¿Hay algún ecuatoriano que se trague el cuento de que Reyes pudiera haber abandonado no una sino 7 veces el campamento para entrevistarse con Larrea o alguno de sus delegados, “en algún otro país”? No hay que olvidar que Reyes era prófugo de la justicia en su país natal. ¿Podía viajara cómodamente “a otro país para charlar con Larrea? ¿A Suiza talvez, por su pasado neutral con el Eje?
En Colombia hay algarabía por estas noticias. Prueban que el Presidente Álvaro Uribe no tenía otra alternativa que bombardear a Angostura sin el consentimiento ni el conocimiento de su “par” ecuatoriano. Y demuestran el por qué de la furia distrafrazada de patrioterismo de Correa por el ataque,que le movió a romper relaciones diplomáticas con Colombia.
Correa es simpatizante de las FARC, como lo es de Hamas, Hezbollah, los hermanos Fidel y Raúl Castro, el Ché Guevara, Hugo Chávez y Mahmoud Ahmedinejad, grandes propulsores todos ellos del terrorismo en cualquier sitio del orbe donde haya objetivos de la cultura y civilización judeocristianas que destruir. Correa quiso demostrarlo con las conversaciones con Raúl Reyes que él admite haberlas autorizado y que jamás las autorizó Uribe.
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