Si Barak Hussein Obama, el candidato presidencial demócrata, no hubiese sido negro con seguridad que habría quedado último en las elecciones primarias que el partido celebró para designar al candidato finalista.
Habría quedado último por detrás de Joe Biden, quien terció como pre candidato y ahora es su compañero de fórmula para la vicepresidencia. Obama sorprendió a todos y pasó a disputar la final con una mujer, Hillary Clinton, que había sido la favorita indiscutida de sus admiradores en los medios de comunicación y entre los más populares analistas políticos y no solo del ala liberal.
Pero Hillary, si bien tenía sus fans también tenía una implacable oposición en el partido por su arrogancia y excesiva ambición y porque fue demasiado débil en su actitud frente a las infidelidades y perjurio de su marido y ex presidente Bill.
Obama, ayudado por un 51% de los demócratas que no quería que Hillary fuese la escogida, surgió como espuma con su retórica populista y con lo que muchos califican de carisma. Pero acaso lo que más le sirvió en su auge fue el hecho de que era negro (si bien su madre era blanca).
La primera persona en destacar este hecho no fue republicano: fue una mujer demócrata, Geraldine Ferraro, la primera en optar por la vicepresidencia de la república, con Walter Mondale como candidato presidencial. Ambos perdieron y en esta ocasión, Ferraro respaldaba a Hillary.
Las palabras de Ferraro generaron la inmediata y furibunda protesta de los obamistas, quienes la tildaron de racista. Lo que dijo Ferraro era y es un hecho real e indiscutible. Los obamistas, desde entonces, no han dejado de utilizar el recurso del racismo para proteger a Obama de toda pregunta o acusación que se le hace en torno a su brumoso pasado político y familiar.
(Un juez federal acaba de rechazar el juicio que se le seguía a Barak Obama en
Filadelfia para exigirle que exhiba su partida de nacimiento legal. Según las investigaciones, documentadas con testimonios de su abuelastra nigeriana y sus dos hermanastros, él no nació en Hawaii sino en Kenia, lo que lo descalificaría como candidato presidencial. Los certificados de su nacimiento en Hawaii son contradictorios y no convincentes. John McCain, su opositor demócrata, nació en Panamá pero los documentos los exhibió sin tardanza para probar que nació en la Zona del Canal de jurisdicción entonces de los Estados Unidos).
Barak Hussein Obama es, en efecto, el candidato con menos calificaciones y con menos experiencia que registra la historia política de los Estados Unidos. No obstante, a 9 días de las elecciones presidenciales las encuestas le atribuyen una ventaja de entre 6 y 12 puntos. En cuanto a experiencia y calificaciones McCain tiene las condiciones exactamente opuestas a las de Obama.
¿Cuál la explicación de este fenómeno, que de concretarse en una victoria para Obama colocaría a los Estados Unidos en igualdad de condiciones que países tercermundistas, como un Ecuador con Rafael Correa? La respuesta está dada en el análisis de Geraldine Ferraro, sustentado y fundamentado en la historia de esta nación.
Los demócratas fueron el partido de la esclavitud. Cuando en 1960 Abraham Lincoln se perfiló como candidato presidencial republicano con la misión de iniciar el proceso de liquidación de lo que calificaba como el peor crimen moral de los Estados Unidos, los demócratas especialmente del Sur se escandalizaron y amenazaron con la secesión si triunfaba. Lincoln triunfó y los demócratas desencadenaron la Guerra Civil.
Tras centenares de miles de muertos de ambos bandos, la Unión se preservó y la esclavitud fue finalmente abolida. Sin embargo, los negros no llegaron a gozar a plenitud los derechos civiles como el resto de norteamericanos, pese a los esfuerzos, por ejemplo, del general Ulysses S. Grant (el que condujo a la victoria de la Unión y fue más tarde Presidente 1869/1877) por poner en práctica el Plan de Reconstrucción. Este buscaba complementar lo hecho por el asesinado presidente, para que los negros pudiesen votar y acceder a las oportunidades generales para prosperar, sin discrimen por el color de su piel.
Hubo de transcurrir más de 100 años para que la discriminación contra el negro comenzara a ceder en los Estados Unidos. Para prohibirla se dictó una ley. El encargado de firmarla y ejecutarla fue Lyndon Johnson, presidente demócrata converso de su activismo segregacionista.
Está bien, por cierto, que alguien rectifique una cultura de odio y se resuelva a abogar por la causa de sus anteriores víctimas (como Robert Byrd, el senador demócrata por West Virginia, un ex miembro del Ku Klux Klan todavía en funciones con sus más de 90 años de edad) . Lo que no está bien es que se trate de rehacer la historia. Casi no hay negro de los Estados Unidos que no sea y vote demócrata, pero pocos admiten que quien los liberó de la esclavitud fue un republicano que optó por la Guerra Civil para defenderlos aunque fue otro presidente, esta vez demócrata, John Kennedy (parecería ahora republicano por sus políticas fiscales) quien envió tropas militares para que el estudiante negro James Meredith ingrese a la universidad de Mississipi sin ser discriminado.
El pasado esclavista de los demócratas parece rondar aún en el alma y espíritu de los demócratas. Todavía siguen considerando al negro como Jefferson los consideraba: inferiores, de segunda clase. Ello explica la expedición de la ley Affirmative Action que obliga a las universidades estatales que reciben subsidio fiscal a aceptar una cuota mínima de estudiantes negros (se incluyó también a hispanos y mujeres), aunque estos no se ciñesen a los niveles académicos mínimos de ingreso. La penalidad por incumplir con la cuota es la suspensión de los fondos y subsidios fiscales.
Los resultados han sido funestos. Puesto que no todos estos negros, hispanos y mujeres eran aptos para el ingreso, redujeron los estándares de admisión para llenar la cuota y la calidad académica se resintió. Los negros mal preparados se sintieron ellos mismos discriminados y se refugiaron en ghettos. Cuando algunos estudiantes blancos acudieron a universidades negras para ingresar con similares derechos, fueron rechazados.
Esta visión despectiva del negro ha impedido su total integración a la sociedad norteamericana. Martin Luther King, el apóstol de la negritud, predicó que soñaba en el día en que los ciudadanos en este país fuesen juzgados no por el color de su piel, sino por su carácter, su personalidad y atributos intrínsecos de cualquier ser humano.
La discriminación racial persiste, aunque no en el grado de asignar a los negros ubicación especial en ómnibus, bares y restaurantes o cerrarles el acceso a los centros educativos o recibir trato especial en las fuerzas armadas. Pero no será ese sentimiento despreciativo del demócrata hacia el negro el que termine por eliminar el discrimen sino cuando todos convengan, negros incluidos, que esa etnia tiene tantas dotes para superarse y enfrentar los retos como cualquiera de las demás.
Obama y su mujer Michelle se educaron en las universidades de Harvard y Princeton, de las de mayor prestigio en el país. Se titularon y ambos ocuparon y ocupan posiciones prestantes en el mercado profesional y él es, por cierto, un político prominente.
Pero ambos destilan amargura y resentimiento. Se asociaron por más de 20 años con gente que odia a los Estados Unidos, cuya prosperidad está basada en el sistema democrático capitalista que aborrecen y prometen sustituir por un socialismo de corte europeo. Condenan a las fuerzas armadas y Obama, en su visita a Berlín, pidió perdón por los excesos por ellas cometidas (¿como liberar acaso a Europa de tiranías tras dos guerras mundiales?).
Como un Correa cualquiera, Obama rechaza a la gente de éxito, a los ricos y ha prometido reiteradamente elevar los impuestos directos a ellos, a sus empresas y a las ganancias de capital. Quiere que no se exporten capitales ni mano de obra, pero aumentará los impuestos por sobre el 35% que hoy rige en USA, uno de los más altos del mundo.
A Pepe el Plomero (Joe the Plumber) le dijo que si gana más de 250.000 dólares en la pequeña empresa que sueña en crear, le caerá con impuestos “para que se propague la riqueza a los demás”. Es el mismo concepto igualitario y empobrecedor de los correas y chávez de la América Latina. Los impuestos van al fisco y no a los bolsillos de los pobres, pero la idea fascina a los ingenuos.
Los negros votarán por Obama porque es negro, la raza que los demócratas se empeñan en sobreproteger juzgándolos minusválidos, para aumentar más aún su dependencia del fisco. Mas el fisco no crea riqueza, absorbe impuestos y en general estimula la corrupción y el desperdicio. Si suben los impuestos, decrece la inversión y disminuye la producción y el empleo. ¿No es así, “economista” Correa?
Pero no solo los negros votarán por Obama. Votarán los “liberal democrats”, que así buscan expiar sus sentimientos de culpa esclavista y expresar su rechazo al sistema que tanto detestan desde el decenio de 1960 y la guerra de Vietnam. Y votarán los judíos liberales que quieren evitar así ser racistas si prefieren a McCain. Lo cual recuerda el voto que dieron a Hitler en 1933 para que asumiera poderes absolutos, que usó para desencadenar la II Guerra Mundial y el Holocausto.
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