Mientras en los países como el Ecuador, Zambia, Venezuela, Cuba, Kenya o Nicaragua sus pueblos se empobrecen y desangran por culpa de los malos gobiernos, en los Estados Unidos se está viviendo otra jornada fascinante del proceso para elegir democráticamente a un nuevo presidente de la República.
El sistema es único en todas sus fases, confuso y complejo para muchos, pero incuestionablemente el más límpido y translúcido del mundo para seleccionar de modo riguroso a los nuevos candidatos. En estos instantes los dos partidos más fuertes, el republicano y demócrata, compiten en su interior para designar a los que disputarán las elecciones generales de noviembre venidero.
Los comentaristas y las encuestadoras ensayan pronósticos diariamente, pero muy rara vez aciertan, lo que le hace aún más atractivo al proceso. En este aspecto, mucho se parecen estos adivinos a los meteorólogos, algunos de los cuales se empecinan en predecir un calentamiento global mientras otros creen que lo que se avecina es una nueva época glacial.
En uno y otro caso, meteorólogos y encuestadores yerran porque pretenden “jugar a ser dioses”. Suponer que el clima es alterado por el hombre, sobre todo por el hombre de las naciones más desarrolladas, es pueril. Como pueril resulta intentar adelantar y peor inducir a la gente a que adopte determinada decisión sobre sus preferencias políticas.
Antes de las primarias y cocuses, eventos en los que cada partido selecciona al candidato presidencial en cada Estado, los agoreros predijeron una victoria arrolladora de Hillary Clinton por los demócratas y de Rudy Giuliani por los republicanos. A medida que el proceso avanza los resultados ofrecen sin embargo proyecciones distintas.
En el lado demócrata, la contienda se ha reducido prácticamente a dos de ellos: Hillary, cónyuge del ex presidente Clinton y Obama Hussein Barak, senador negro por Illinois, de 42 años de edad, cuya oratoria populista ha fascinado sobre todo a la gente joven.
Entre los republicanos, el hecho de que por primera vez en decenios no se ha presentado como candidato el vicepresidente del gobierno saliente, ha acentuado la incertidumbre entre los votantes partidistas. Unos críticos dicen que la razón por la cual no se ha perfilado tempranamente un puntero es porque ninguno tiene valores salientes.
Otros opinan lo contrario: que la vacilación se origina en que cualquiera de los seis o más precandidatos republicanos tiene cualidades excelentes lo que complica, al menos en los niveles iniciales del proceso, la decisión por uno u otro.
La primera gran sorpresa en las primarias fue la derrota en Iowa de la favorita de los vaticinadores del campo demócrata: Obama “barrió” a Hillary y ya hubo quienes “bailaban de gusto en su entierro”, según frase del cónyuge Bill. Pero en la siguiente elección de New Hempshire. Hillary se recuperó y volvió a ganar en Nevada.
Los devotos de la mujer de Bill recuperaron la fe pero nadie puede predecir la evolución que tendrá la contienda en las próximas semanas, sobre todo en la del “super Martes”, la del 5 de febrero, en que se registrará la votación masiva de 21 Estados. Aunque la maquinaria electoral de los Clinton es demoledora, varios factores podrían actuar en contra de Hillary y dar la victoria a Obama.
En primer lugar, aquí se detesta las dinastías. Hay cansancio por la repetición en el gobierno de los Bush/Clinton/Bush como para aceptar a otro Clinton. Además, el nuevo Clinton serían dos, pues Bill pasaría a cogobernar con Hillary. Y sobre Bill pesan muchos defectos, sobre todo el haber hollado la respetabilidad de la Oficina Oval de la Casa Blanca para tener sexo oral con una pasante y luego negarlo bajo juramento.
Adicionalmente, Obama atrae no solo por su oratoria, sino por su juventud y sus promesas vagas de cambio. Aunque diga y no lo cumpla si llega a Presidente, su condena a la intervención militar en Irak atrae a los jóvenes pacifistas, así como su deseo de que prevalezca la diplomacia sobre la guerra, inclusive con diálogos con ese remedo de Hitler que es Ahmadinejad del Irán.
Con respecto a los republicanos, los sabios de la derecha radical encabezados por Rush Limbaugh, el más influyente comentarista de radio en los Estados Unidos, se han equivocado del medio a la mitad en sus pronósticos. Dos de los precandidatos menospreciados, el senador John McCain y el gobernador de Arkansas, Mike Huckabee, ocupaban los últimos puestos en sus presagios. Hoy están entre los primeros.
Huckabee, predicador bautista, escaló rápidamente pese a no contar con dinero y sorprendió al ganar en Iowa. Igual McCain, que triunfó en New Hempshire y volvió a ganar en South Carolina. El favorito Mitt Romney, gobernador mormón del Estado de Massachussets, tiene resultados mediocres hasta la fecha, pese a lo mucho que ha invertido en la campaña. La nueva votación republicana en la Florida, para el martes 29 de este mes, será clave para todos.
Previamente a las elecciones, Giuliani era el favorito de los republicanos. Pero decidió concentrar su dinero y gasto en la Florida, donde habitan muchos judíos de Nueva York y ello al parecer le resultó contraproducente. Perdió el liderato no solo a nivel nacional, sino en la Florida donde está relegado al tercero o cuarto lugar en las encuestas. Pero, hay que reiterar, las encuestas yerran.
En todo caso, el proceso de selección es meticuloso y quienes salgan adelante serán los mejores, por decisión y exhaustivo análisis del votante. El dinero influye, pero no es el ingrediente decisivo, como lo prueban un Huckabee o el mismo McCain, frente a un Romney atiborrado de billetes de su alcancía personal.
¿Qué ocurriría si en el Ecuador se adaptara un parecido proceso democrático para seleccionar y preseleccionar a los candidatos? ¿Se impondrían de todos modos demagogos como Rafael Correa? La respuesta es hipotética, pero aquí en los Estados Unidos si algo le perjudicó a Romney fueron sus ataques personales contra los rivales de partido. Igual le sucedió a Hillary contra Obama.
En el Ecuador Correa parece competir con Hugo Chávez en el uso de los adjetivos para humillar a quienes discrepan con él. E igual ha recurrido, como sus predecesores Bucaram y Velasco Ibarra, a manifestaciones con gente pagada para tratar de amedrentar a la oposición. Lo que acaba de registrarse en Guayaquil es elocuente: subsidió el viaje, alimentación y estada de empleados públicos de todo el país para la marcha en esa ciudad, calificada con acierto como una bufonada.
El sistema electoral de los Estados Unidos sigue las pautas fijadas por los fundadores de la república en el siglo XVIII. Los partidos eligen a sus candidatos por Estados y los candidatos ganan por voto popular y por número de delegados. Son estos delegados los que luego se reúnen en convenciones nacionales a mediados de año para sellar la nominación final de los elegidos.
Igual ocurre con la elección general. Los candidatos presidenciales tienen que ganar en cada Estado por voto directo y por delegados. En contadas ocasiones un candidato ha sido elegido Presidente por los delegados, aunque su votación popular haya sido menor. Hay quienes reprochan esta modalidad y abogan por una sola votación popular directa en los 50 Estados.
Cuando se fusionaron las 13 colonias para independizarse de Gran Bretaña surgió el dilema de cómo equilibrar las fuerzas entre las grandes colonias como Nueva York y las pequeñas como Delaware. Se optó porque cada estado elija dos senadores y tantos representantes o diputados según la población, dividida en precintos y con cuotas porcentuales de delegados.
Si la votación fuese general, como en el Ecuador, los grandes estados liberales o de izquierda como Nueva York o California definirían los resultados. Ello no es así y la pugna se establece y mantiene entre grande y pequeños estados, unos azules, otros rojos, gracias e este sistema sui generis.
En la campaña electoral actual, el tema que se vislumbraba como principal, el de la intervención militar en Irak y Afganistán en la lucha contra el terrorismo, dejó de ser tal por los resultados positivos del incremento de tropas. Ahora nadie habla de fracaso ni de equivocaciones garrafales por parte de Bush. El tema sustitutivo es ahora la situación de la economía.
La preocupación surge del mal manejo bancario para la concesión de préstamos hipotecarios. Protegidos por los bajos intereses artificiosamente inalterados por la Reserva Federal, la banca se excedió en los créditos fáciles a prestatarios no idóneos. El mercado de bienes raíces sufrió un grave quebranto y ello repercutió en otras área de la economía, de aquí y del mundo entero.
Pero no hay síntomas de recesión, como sostienen algunos. No hay causales para ello. La producción sigue en aumento, el desempleo a la baja, la productividad está entre las más altas del mundo industrial y el comercio exterior al alza por la caída del dólar. El nerviosismo es psicológico, estimulado por los analistas agoreros del desastre.
El Presidente Bush, para contrarrestar esos efectos, ha propuesto un corte de impuestos de 145.000 millones de dólares, mediante el cual los individuos y los matrimonios recibirían entre 800 y 1.600 dólares este año para dinamizar la economía. El objetivo no es una intervención estatal para contrarrestar el influjo adverso de la burbuja resultante del crédito fácil y su subsecuente estallido, lo cual es privativo del mercado. Lo que se busca es reducir los temores y falsas expectativas que ellos sí podrían afectar a la economía global.
Si los anuncios de depresión fueran reales, nadie querría invertir en USA, como nadie en su sano juicio quiere ahora invertir en el Ecuador. Pero las cifras oficiales revelan que la inversión extranjera en este país fue el año pasado de 414.000 millones de dólares en las industrias automotriz, bancaria, agrícola y demás. Es una cifra récord, inimaginable para micro naciones como el Ecuador.
Lo que se observa en el Ecuador es un arrasamiento de todo vestigio de vida y sistema en democracia. La industria petrolera ha vuelto a caer en manos de los militares, que ya manejaron FLOPEC, Petroecuador o CEPE en tiempos de una dictadura como la de hoy, pero totalmente militar. Los resultados de la gestión de los uniformados están a la vista. Pero para corregirlos, Correa reincide en el error.
El primer signo de lo desacertado de la resolución es un contrato de 20.000 millones de dólares a FLOPEC para almacenamiento. No hay estudios, no hay concurso de ofertas, no hay posibilidad de fiscalización. La corrupción y la ineficiencia serán la sola cosecha de este capricho, como igual sucederá con la refinería estatal de Montecristi, que Correa quiere construir al alimón con Hugo Chávez.
Mientras tanto, entre bufonadas, la Asamblea Constituyente sigue resonando al toque de Correa en todo lo que a éste se le venga en gana. Le escuchó con la cerviz gacha su Informe a la Nación y sigue a sus órdenes para introducir cualquier nueva ley, reforma o nombramiento que le plazca. (El indulto a los narcotraficantes, por ejemplo, trágica forma suya de “honrar” a su padre que fue apresado por ese delito en los Estados Unidos)
La asamblea va a tornarse itinerante. ¿Lo hará en caravanas circenses, para así imitar la tónica de su jefe? Pero sería un error. La que debían hacer es ubicar a los asambleístas de manera permanente en cualquier cuartucho del ministerio de Gobierno en Quito, con Alberto Acosta como mensajero entre ese reducto y Carondelet.
Con ese ahorro, Correa y Patiño podrían continuar organizando otras bufonadas de respaldo al gobierno en los demás confines de la Patria, que “ya es de todos”, hasta que todos se cansen y decidan frenarlos para siempre.
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