Los ciudadanos con vocación de servicio tienen la opción de involucrarse en la política. La política por tanto no es intrínsicamente mala sino todo lo contrario. Pues frente a las imperfecciones de la vida en comunidad, siempre quedará abierto el camino a los cambios hacia la perfectibilidad, que es por cierto una quimera inalcanzable.
Esa realidad social es tan vieja como la humanidad. En todo conglomerado social ha habido y habrá personas insatisfechas, idealistas y generosas que no se conforman con una situación imperfecta, con la injusticia, el abuso o la corrupción. Y se inclinan por discutir, participar y plantear soluciones y cambios para in tentar enderezar entuertos en beneficio de la colectividad.
La gente tiene desde luego diferencias en cuanto a perspectivas y propuestas. Las personas que piensan igual se agrupan y así surgen los partidos políticos. En consecuencia, ni la política ni los partidos son perversos en sí. Muy al contrario, sirven a los más altos fines de la comunidad.
Los problemas de convivencia entre partidos brotan primeramente de los métodos. Para los más impacientes, la vía rápida de solución es la violenta y mesiánica. La finalidad es destruir lo existente, sus instituciones y principios, no rectificar los errores que han determinado una operación ineficiente o censurable.
Por lo general la vía violenta viene apoyada por el uso de las armas. Corren ríos de sangre y a la postre se instauran regímenes autocráticos que duran poco y causan daños, descomunales en comparación con los pocos cambios positivos que pudiesen generar. Son los casos de tantas revoluciones como las de Francia, Rusia, Cuba y en el mismo Ecuador.
En muy pocas ocasiones la violencia se ha instituido sin el uso de las armas, basada en la manipulación de las mismas leyes e instituciones del sistema que líderes carismáticos pretenden suplantar. Es lo que está sucediendo en Venezuela y Ecuador y corre peligro de fracasar en Bolivia. Si bien no han corrido ríos de sangre, igual están fundiéndose los cimientos de un sistema democrático que aunque débil, fue y es preferible a cualquier autocracia.
¿Por qué los sistemas democráticos de Ecuador y Venezuela se han debilitado al extremo de facilitar el advenimiento de tiranuelos como Hugo Chávez y Rafael Correa? Si la política y los políticos son, en principio, buenos y necesarios para la salud y la renovación e innovación de las sociedades ¿por qué la crisis en esas y otras naciones de cultura similar?
Y cabe una interrogante de contraste: ¿por qué países como los Estados Unidos tienen tanta estabilidad política pese a las conmociones internas y externas, incluso asesinatos a jefes de Estado? ¿Hay alguna razón genética o cultural que explique la razón de estas diferencias?
Si se descarta a los políticos violentos como Chávez y Correa, que destruyen partidos políticos para borrar la oposición y también a los revolucionarios y terroristas, habría que analizar la suerte de los otros partidos que buscan el cambio por la vía pacífica a través de elecciones y respeto a la institucionalidad, pero fracasan. ¿En qué se parecen y en qué son distintos estos partidos?
En países como el Ecuador, la línea doctrinaria de los partidos ha sido y es tenue, casi inexistente. Antaño el conflicto era menor cuando había tres partidos más o menos bien definidos: liberal, conservador y socialista. Con José María Velasco Ibarra advino el elemento de la confusión del que no se ha desprendido el país: el populismo.
Velasco Ibarra desvaneció las frágiles diferencias entre los partidos y confundió a todos. Su corazón comenzó a bambolearse entre la izquierda y la derecha y terminó por no estar en ninguna parte. Escogió como colaboradores a gente de cualquier tendencia y partido y con la misma facilidad que los nombró, los decapitó.
Decenios más tarde, los maltrechos partidos no han convalecido. Han sucumbido hoy sin ofrecer resistencia alguna al populista de nuevo cuño, que igual que Velasco Ibarra ha formado su propio partido o legión de seguidores, el “correista”, que acabará en el mismo tacho basura de la historia que el velasquismo.
Con el rotundo fracaso del quinto velasquismo sobrevino una dictadura militar más y una serie de gobiernos civiles que han durado uno o dos años en ejercicio, hasta la llegada de Correa que aunque por el momento habla de no imitar a Chávez en cuanto a la reelección indefinida, es probable que termine por aceptarla.
En ese largo lapso los partidos políticos no han podido plantear con claridad una doctrina y ello explica la falta de respaldo popular y la eficiencia en el ejercicio del poder que les ha tocado desempeñar cuando han accedido por votaciones populares. ¿Cuál es el peor escollo doctrinario que les mantiene humillados y perdidos?
Probablemente sea la percepción clara o borrosa que los partidos y sus líderes tengan del papel que el gobierno deba tener en la solución de los problemas de la sociedad y de la nación. Aún cuando haya retórica y líneas en la Constitución a medias en vigencia, los partidos políticos no han declarado con suficiente convicción qué papel le asignan al Gobierno en la vida social.
Tradicionalmente en el Ecuador se ha impuesto una consciencia estatista, en el sentido de que es el Ejecutivo fuerte e interventor, como el patrón y sus mayordomos en las haciendas feudales de la época colonial, el que debe trazar pautas de conducta a los ciudadanos, en todos los campos: no solo en la seguridad interna y externa del país sino en todos los ámbitos de la educación, la salud, la economía.
Esa obstinación perdura y es el principal origen del retraso cultural, político y económico de la nación. Lejos de sugerir y proponer una transformación, esta si revolucionaria, en la concepción del papel que el gobierno debe tener en la comunidad, la tendencia ha llegado al extremo opuesto con el actual presidente Rafael Correa.
En lugar de plantear menos gobierno interventor y más libertad para crear, comerciar, invertir, el mandatario populista pide darle más protagonismo al Estado para acabar con la pobreza, la injusticia y la corrupción. Según sus palabras, ha sido “la larga noche neoliberal” la causante de las actuales desgracias del país.
Cuando habla de neoliberalismo, Correa quiere decir un sistema libre y abierto para el manejo sobre todo de la economía que supuestamente se ha aplicado en el país a partir del decenio de 1990, por presión del “imperio” (USA). Y al hacerlo yerra como ha errado en tantas otras de sus apreciaciones sobre política y economía.
En el Ecuador no se aplicó ninguna política liberal, sino lo contrario. El Estado, en ese lapso, incrementó su intervencionismo. Ya hizo un análisis en ese sentido el economista Franklin López en un artículo que se publicó en este BLOG. Ahora la tesis se confirma con datos frescos y oficiales, en la columna de Gabriela Calderón aparecida en el Diario El Universo.
En la supuesta “larga noche neoliberal” los impuestos en el Ecuador se duplicaron y el sector público acaparó el 48% de la economía total o PIB. En otras palabras, el Estado no liberó fuerza ninguna de los ciudadanos, constriñó más su capacidad de invertir en libertad y generar riqueza y empleo. Correa no quiere alterar esa tendencia sino acentuarla y ha arremetido ahora contra la inversión extranjera en campos clave como la minería y el petróleo, principales fuentes de acopio de recursos fiscales.
Los partidos políticos deberían profundizar en el estudio de esta realidad y probar que la redención del país no está en más intervencionismo del Estado, sino en lo contrario. La absorción de poderes por parte del Estado, en un solo hombre, desemboca en la quiebra financiera y el caos.
Grecia y Roma iniciaron su declinación cuando las repúblicas, en las que el poder se fraccionaba para blindarlas de la tiranía, gradualmente cedieron a ella. En Francia la revolución acabó con la monarquía pero degeneró en el terrorismo jacobino y ulteriormente en esa otra versión del absolutismo con Napoleón.
Los peregrinos de Europa llegaron a América del Norte para alejarse del absolutismo de monárquico y la intolerancia religiosa. Con el correr de los años formaron una sociedad de libre empresa y libre pensamiento y religión. En la Filadelfia de Benjamín Franklin judíos, católicos y protestantes convivían pacíficamente en sus callejuelas principales, según se revive con las imágenes animadas de la época que se exhibe en museos.
La historia de los partidos políticos en los Estados Unidos, con altibajos, podría decirse que no es enmarañada. Está dominada por dos partidos, unidos en el respeto inalterado a la Constitución pero con una diferencia básica: los republicanos abogan por una ingerencia menor en los asuntos ciudadanos, mientras los demócratas pugnan por un gobierno de creciente ayuda social con más impuestos.
Las diferencias entre los dos partidos han subido de grado por momentos y originaron incluso una guerra civil. Los republicanos, liderados por Abraham Lincoln, propiciaban el fin de la esclavitud, los demócratas sureños la defendían al extremo de promover la división de la República. Tras casi medio millón de muertes, Lincoln y la Unión prevalecieron pero el reconocimiento de los derechos civiles de los negros tardó más de una centuria en traducirse en ley, por oposición demócrata.
Los partidos políticos en el Ecuador deberían renacer y pronunciarse ante la Asamblea y ante el público en contra de las pretensiones proteccionistas de Correa con el pretexto falso de que la “larga noche neoliberal” es el origen de los males del país. Y trazarse una agenda concisa y clara de qué medidas sugieren adoptar para que el tamaño del gobierno se reduzca para estimular exponencialmente las libertades ciudadanas.
Los países que así lo han hecho, son los que más han prosperado. No hay ejemplo de prosperidad en ninguna nación con regímenes autárquicos, como lo anota Calderón en su comentario. Si los partidos no se definen en asunto tan trascendental, la parálisis y la agonía de los partidos políticos en el Ecuador continuarán.
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