La sorpresiva selección de Francisco como nuevo Papa, con seguridad no fue bien recibida por los apologistas y promotores del homosexualismo y el matrimonio gay. La posición del Papa sobre el tema ha sido inalterable e inflexible desde que inició su sacerdocio en su nativa Argentina.
Jorge Mario Bergoglio, su nombre original, ha sido un hombre que dice siempre lo que piensa y lo que piensa no lo oculta. Lo ha demostrado en sus confrontaciones con la actual presidente de Argentina Cristina Fernández y con su cónyuge, ya fallecido, (también presidente) Néstor Kirchner.
En coincidencia con el nombramiento papal, el senador republicano por Ohio, Rob Portman, acaba de anunciar que repudia su apoyo que dio al Acta en Defensa del Matrimonio (tradicional) suscrita hace 17 años por el presidente demócrata Bill Clinton. Anuncia que ahora está abiertamente en favor del matrimonio gay con iguales derechos que el tradicional.
¿La razón? Que su hijo de 21 años y estudiante de Yale ha confesado que es gay. Rob y su mujer, con quien está casado 26 años y procreado tres hijos, han resuelto frente a esa realidad que no pueden negarle a su hijo homosexual la felicidad que ellos han disfurtado como marido y mujer, cuando su hijo se case gay.
¿Cuáles fueron las razones de Portman para oponerse al matrimonio gay y respaldar el Acta de Clinton? Esas razones ¿han cambiado porque su hijo ha salido del closet? El senador no puede equiparar la unión en matrimonio de un hombre y una mujer para formar una familia y procrear hijos, con la unión homosexual impulsada para satisfacer una sexualidad contra natura.
El nuevo pontífice ha condenado a la presidente Fernández por promover y sancionar la legalidad del matrimonio gay, junto con los demás componentes de libre distribución de anti conceptivos y el aborto en todas sus formas. Le ha dicho, como lo dice la Iglesia Católica, que esas son prácticas diabólicas propias de la cultura de la muerte.
Dada su personalidad, sin duda alguna el Papa Francisco reiterará su rechazo a esta tendencia globalizada, aún con mayor fuerza desde su posición de líder de la cristiandad. Y es probable que lo hará en toda oportunidad que se le presente, ya que para él se trata de un asunto clave para la subsistencia de la humanidad.
El Papa Francisco será ungido en la ceremonia del martes próximo en la Catedral de San Pedro. Entre los jefes de Estado asistentes estará la presidente Fernández de Argentina. Cabe preguntarse: ¿habrá diálogo entre los dos, será posible tener una constancia del cruce de palabras si se da y trasciende el diálogo meramente ceremonial?
También estarán otros dos personajes católicos que apoyan abiertamente al matrimonio gay, el aborto y los anticonceptivos. Son el vicepresidente de los Estados Unidos, John Biden y la congresista Nancy Pelosi, ambos demócratas. Van en representación, por cierto, de Barack Hussein Obama, el presidente que se dice cristiano aunque muchos piensan que sigue siendo musulmán como en su niñez y adolescencia.
Obama ha convertido en objetivo de gobierno repudiar el Acta en Defensa del Matrimonio y presiona para que se reconozca el derecho al matrimonio tradicional. Incluso ha llegado al extremo de aleccionar a la Corte Suprema de Justicia para que anule la prohibición del matrimonio gay en California, aprobada por voto popular.
El Cardenal Bergoglio, antes de su elección, pidió en Argentina excomulgar a los católicos partidarios del matrimonio gay, del aborto y la distribución gratuita de anticonceptivos, incluídos los abortivos. Si el Papa persiste en su posición, católicos como Biden y Pelosi deberían ser excomulgados sin dilación.
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Mientras los sucesos originados en el Vaticano han acaparado la atención general, junto con la continuación de las discusiones sobre cómo superar la aberrante deuda fiscal de 16.2 trillones de dólares que ahoga a esta nación, otras noticias del frente externo como la política de Obama en Afganistán han pasado a segundo plano.
La guerra allí dura diez años y no ha culminado con una victoria para los Estados Unidos. Al igual que en Vietnam, los “pacifistas” encabezados por los demócratas se han opuesto a que en el frente de batalla se apliquen las reglas de la guerra, cuya meta es derrotar al enemigo, previo a cualquier diálogo y negociación.
Alemania y Japón fueron derrotadas porque los soldados norteamericanos sabían que tenían que luchar para matar o morir. Una vez vencidos los enemigos y ocupados sus territorios, se establecieron reglas de juego para que los derrotados formen sus gobiernos bajo vigilancia, para que no vuelvan a brotar nuevos raptos de miltarismo expansionista. Hasta la fecha hay bases militares en Alemania, Japón y otras regiones clave del planeta con ese fin.
Pero a partir de Corea y Vietnam, la visión de la guerra ha cambiado y se piensa que el combatiente tiene que sujetarse no a las leyes de la guerra sino a las leyes civiles. En Corea, Truman decidió no aplastar al enemigo con toda la fuerza militar de primer rango, sino ir al armisticio. Corea del Norte, apoyada siempre por la URSS y China, continua con una dictadura convertida en amenaza nuclear construída sobre la miseria del pueblo.
En Vietnam, la hostilidad a la intervención militar surgió con la negativa de los jóvenes cómodos a la conscripción militar obligatoria. Esa protesta halló eco en profesores, estudiantes y medios de comunicación que comenzaron a tachar a la acción militar como “imperialista yanqui” y no como lo que era, un acto de seguridad nacional para evitar el avance de las fuerzas comunistas de China y la URSS, como en Corea.
La campaña dio frutos y a la postre: el Congreso congeló los fondos para la guerra de Vietnam. Las tropas, que tenían la victoria “ad portas”, salieron en estampida y fueron recibidos de vuelta con insultos y escupitajos. Era la primera derrota militar de USA, generada por fuerzas internas.
La subsiguiente, por excepción, culminó con una victoria a medias: la del Golfo. Kuwait fue liberada de la ocupación de Hussein de Irak, pero éste continuó indemne como dictador. Lo fue hasta la nueva guerra ocasionada por el ataque terrorista musulmán del 9/11 en el 2001 y que a la final significó su muerte por decisión de un tribunal de justicia iraquí.
Las guerras, en Afganistán y en Irak pudieron haber terminado en corto tiempo si se dejaba a las fuerzas militares combatir con todo su poder bélico. Pero se les impuso reglas de juego para no herir la susceptibilidad del enemigo, mientras simultáneamente se les encargó cumplir tareas no militares de mejoramiento ambiental, educación y otras, que en todo caso debieron ser sucedáneas a la capitulación del enemigo.
Ahora la situación es confusa y caótica en los dos países, agravada por el anuncio de Obama de retirar las tropas en noviembre de este año y febrero del 2014. En Afganistán los talibanes se sienten revitalizados y recibieron con bombazos al nuevo ministro de Defensa Haegel, que se volvió pacifista luego de combatir en Vietnam.
Los talibanes se identifican con Al Qaeda, que también se ha robustecido con la política pro Hermandad Musulmana de Obama en Egipto, Líbano y otros países árabes. Irán, pronto un país nuclear, promueve a los grupos terroristas citados y otros como Hamas. Si Afganistán e Irak son abandonados por los Estados Unidos, caerán en manos extremistas bajo el control de Irán.
Si el desprestigio de los Estados Unidos nace casa adentro y se proyecta en la retórica y las acciones del propio gobernante, no es difícil explicarse por qué ahora el liderazgo de esta nación ha caído al nivel más bajo de su historia. No se recuperará la imagen ni la fuerza real del liderazgo mientras no se cambie al actual Presidente por otro que si crea en este país y en su excepcionalismo.
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