Sunday, May 15, 2011

UN JUEZ CON "COJONES"

Últimamente se ha popularizado en los Estados Unidos el uso de la palabra española cojones para exaltar la gallardía y entereza de la personas, hombres o mujeres, que defienden sus puntos de vista no obstante las amenazas para permanecer callados.

Este es el caso del juez de la corte penal de Pichincha que ha absuelto al director del Hospital Militar de Quito, acusado por el presidente Rafael Correa de tramar su asesinato en la asonada del pasado septiembre 30, resultante de una irresponsable actuación del mandatario.

El Director, coronel de policía César Carrión, fue apresado el 27 de octubre en compañía de otros tres oficiales supuestamente cómplices. El juicio, pese a la precariedad del sistema institucional en el Ecuador, culminó el viernes pasado con la absolución y orden de libertad de Carrión y los tres oficiales.

Horas antes el ministro del Interior (de gobierno y policía), José Serrano, que acababa de reemplazar a Alfredo Vera (un izquierdista a quien Correa inexplicablemente despidió del cargo), en sus primeras declaraciones advirtió al juez del Tribunal, Hugo Sierra, que si el fallo era contrario a los deseos de Correa (o sea condenatorio), lo enjuiciaría.

El juez y los conjueces no se amilanaron. Los oficiales de policía están libres para iracundia del Presidente, quien afirma que apelará de la sentencia. Es probable que o bien la apelación sea retirada o que, si se concreta, la sentencia se ratifique. Lo que queda muy claro es la actitud caudillista, intemperante y fascistoide del jefe de Estado.

Es irónico que una de las 10 preguntas de la Consulta Popular que acaba de concretarse con triunfo total de Correa, se refiera a la libertad que el pueblo le concede para reestructurar la Función Judicial a su antojo, de suerte que la integren únicamente “jueces probos” e independientes.

Lo último que persigue Correa es independencia de las tres funciones o poderes, clásica en el sistema democrático. A comienzos de su mandato clausuró el Congreso y lo sustituyó (tras la venia popular expresada en otro refrendo) por una Asamblea a su entera disposición. Con apoyo de los asambleistas incondicionales, ha intervenido ya en la función judicial de modo directo e indirecto, pero con la última Consulta va a acertarle la estocada final.

Si bien la última consulta no la ganó Correa con los mismos amplios márgenes de las cinco precedentes, de todas maneras la ganó. Si el juez de Quito tuvo “cojones”, aún falta mucho para que la mayoría en el Ecuador recupere su virilidad testicular y cierre el paso al caudillo. Habría que averiguar a los especialistas qué tratamiento hormonal conviene a los ecuatorianos para que superen tal deficiencia.

La impotencia e incapacidad para vivir en democracia no es nueva en el Ecuador, como tampoco lo es para otros países similares del tercer mundo. Lo que acaso si no tenga precedente es que el apoyo para debilitar la democracia y fortalecer al autócrata haya sido libremente resuelto con votos por la mayoría del pueblo, no una sino varias veces en una misma administración.

¿Por qué ese apego al caudillismo? Quizás los antecedentes, en el Ecuador, se remonten a la era de la dominación inca, seguida sin transición por la dominación española. Los españoles, a diferencia de los anglosajones en América del Norte, no crearon nuevas instituciones de gobierno sino que trasladaron lo peor del sistema feudal de la Madre Patria. Filtros como las Leyes de Indias no sirvieron para nada.

Con la independencia subsistió el régimen hacendario con una clase dominante y una vasta población indígena y mestiza, sumisa y obediente. La Revolución Liberal de Alfaro fue inconclusa y contradictoria en cuanto a las concepciones democráticas. El “liberador” terminó de caudillo incinerado por las turbas. Sucesivamente advinieron regímenes elegidos en las urnas, si, pero con tantas falencias de fondo y forma que dificilmente podrían ser considerados democráticos.

En 1948 se inició una fase de estabilidad propulsada por Galo Plaza, que se prolongó hasta 1960 con José María Velasco Ibarra y Camilo Ponce. Pero las esperanzas de que la estabilidad continuaría para que madure el proceso de institucionalización democrática se vino al suelo cuando el pueblo volvió a elegir a JMVI en 1960. Su mandato fue caótico y los militares se vieron forzados a intervenir.

No por ello el pueblo entendió y aprendió. En 1968 volvió a elegir a JMVI y 4 años más tarde otra vez los militares se tomaron el poder. La herencia del caudillo ha sido intensa y se ha regado por todos los poros de la cultura nacional. No han escapado de ella sino pocos gobernantes y el actual por supuesto no es ninguna excepción.

A Correa le incomoda la democracia. Porque la democracia es tolerancia y él es esencialmente intolerante. La democracia es compartir el poder que se recibe del pueblo en tres funciones: legislativa, ejecutiva y judicial. Correa quiere absorber todos los poderes. Toda disidencia, como la de la prensa, la juzga subversiva y mediocre y busca acallarla con cualquier recurso.

Ahora cuenta con el recurso que el pueblo le ha dado: una junta que regule los contenidos de los medios, aprobando los que apruebe Correa y reprobando los que repruebe Correa. Como dijo en la campaña para la consulta, así es como él quiere garantizar la independencia de la prensa “corrupta”: con una sola orientación, pura y correcta, la suya.

A los medios de comunicación del Ecuador también les ha faltado “cojones”. A una víbora como Correa no se la domina con simples editoriales ambiguos y corteses, ni con marchas de empleados de las empresas. Hay que combatirlos con frontalidad. Los propietarios de diarios están organizados en un comité pero no han hecho uso de su poder para amansar a esta sierpe.

Los insultos contra los periodistas y la libertad de expresión son diarios y la prensa sigue dándole espacio sin protesta. Ha habido clausuras de radios y televisoras y apropiaciones, sin consecuencias. Correa veja y ordena suspender permisos de cobertura a los medios y nada pasa.

¿Por qué no un boicot al gran insultador? Cuando JMVI ordenó a El Comercio que publicara un comunicado ofensivo contra uno de los diarios y para el periodismo en general, el entonces director, Jorge Mantilla Ortega, se negó. Los gendarmes llegaron al edificio del Diario y lo apresaron, clausurando el medio.

Fue una jornada de gloria para el periodismo. A la postre Velasco cedió, Mantilla quedó libre y el periódico se reabrió con el aplauso de todos. El director recibió elogios y preseas internacionales por su gallardía, es decir por sus “cojones”. ¿Qué director de algún diario u otro medio en el Ecuador sería acreedor a un galardón parecido por enfrentarse al gran insultador de hoy?

Es probable que la vacilación de los medios obedezca al temor de que sus negocios sufran por retaliaciones del líder. En verdad, se trata de decisiones riesgosas, pero la inacción es peor. Acaba de comprobarse con la última Consulta. Ahora Correa puede hacer y deshacer de los medios y de la libertad de expresión, cobijado como está “por la voluntad popular” expresada en la mayoría de votos de respaldo.

Cualquier abuso que se cometiere a futuro (más allá del abuso que ya es en si el antidemocrático Comité para la Regulación de los Medios), no podrá ser cuestionado ante los tribunales. Porque éstos van a ser reestructurados como una rama más del Ejecutivo, a capricho de Correa y siempre con el respaldo popular.

Respaldo que recuerda el que le dieron los alemanes, incluídos judíos, a Hitler en 1933 y que luego han tenido, para llegar al poder o perpetuarse en él, autócratas fascistas como Nasser, Fidel Castro o Hugo Chávez. ¿Se sentirán más felices los adoradores de Correa en el Ecuador con esta comparación?

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