La mayoría, exceptuada gran parte del mundo islámico, ha sentido alivio con la desaparición de Osama Bin Laden. En la penumbra durante 10 años desde su golpe maestro contra las Torres Gemelas, era sin embargo el símbolo de la guerra a muerte contra la democracia de Occidente.
No obstante, como toda obra y palabra de quien autorizó liquidarlo, Barack Hussein Obama, el hecho está envuelto en tinieblas, contradicciones, falta de coherencia y consecuentemente incertidumbre. No es la primera vez que quien se ha encaramado en la Casa Blanca de muestras de misterio y falta de transparencia.
Obama, de lo poco que se conoce de su paso por la universidad o como “community organizer”, mas tarde senador y luego Presidente, se mostró siempre como un izquierdista de extrema que detestaba a la institución militar de los Estados Unidos y sus intervenciones en el extranjero. A poco de asumir el mando, viajó a Europa y Medio Oriente para pedir perdón.
Ahora los medios de comunicación, casi todos de izquierda y afines al pensamiento de Obama, lo exaltan por su coraje en la lucha contra el terrorismo y su decisión de ordenar a los Navy Seals ejecutar a OBL. No mencionan, por cierto, que como candidato y al comenzar su presidencia, se negó a condenar a los musulmanes terroristas y a llamarlos con este calificativo.
Con su pasado musulmán ancestral (hay quienes sostienen que todavía lo es) se dedicó a ensalzar a esa religión y sus contribuciones al desarrollo de la cultura y de la paz, no solo en Oriente Medio, sino en los Estados Unidos, aseveración que carece de fundamento histórico. Dijo buscar con ellos no la controversia, sino la amistad.
Como lo prometió en la campaña quiso clausurar la cárcel de Guantánamo en Cuba, creada por George W Bush como sitio ideal para encerrar e interrogar a los islámicos terroristas. A Obama le pareció esta prisión inhumana y mientras gestionaba el cierre, prohibió que continúen los interrogatorios, especialmente los de inmersión, por considerarlos tortura.
Igualmente, ordenó que los juicios a los combatientes de mayor riesgo sean juzgados no por tribunales militares, como se estila en tiempos de guerra, sino por tribunales civiles y en la ciudad de Nueva York. Los acusados, en esas circunstancias, podrían acogerse a las protecciones legales y a la Contituición norteamericana, como cualquier delincuente común.
El repudio a Obama y su Fiscal General Eric Holder por tales decisiones fue en todo el país unánime y ambos proyectos están frenados. Se ignora si la orden de matar a OBL hará cambiar a Obama su posición sobre estos temas, así como sobre otros, como el atinente a los interrogatorios.
George W Bush, con el consenso de sus asesores civiles y militares en seguridad nacional y de delegados bipartidistas del Congreso, resolvió que a los detenidos en Guantánamo y otras prisiones especiales en Europa, había que extraerles la mayor cantidad de información por ser clave para desmantelar la red terrorista internacional y bloquear sus proyectos de exterminio.
Para ello había que reforzar las técnicas de interrogación. Una de ellas, nada nueva, era la de someter al reo a inmersiones continuas en agua, hasta el límite máximo de resistencia. El objetivo no era ni es que ese momento confiesen, sino que acepten cooperar para las confesiones usuales. No es tortura. No hay heridas, no hay amputaciones, no hay muerte.
Pero Obama y sus áulicos creen que es una tortura que puede afectar a la sensibilidad de los terroristas y por eso la suprimió el dia mismo en que se posesionó. Ahora se vanagloria de su coraje por ejecutar a OBL, pero bien sabe que la información que condujo a ello fue obtenida gracias a la inmersión que regía en la anterior administración.
Parecería que Obama, horrorizado ante la posibilidad de que OBL pudiese ser capturado vivo y sometido a las inmersiones (o “waterboarding”, en inglés), prefirió dar la orden de asesinarlo con un par de tiros en el ojo izquierdo y arrojar su cadáver en el mar. Una y otra decisión serán motivo de un debate sin fin.
Pero previamente hay que reflexionar. ¿Fue espontánea y sincera la actitud de Obama al ordenar la muerte del símbolo del terror? La pregunta es válida, porque su pasado demuestra que siempre estuvo contra la respuesta militar al terrorismo. En El Cairo prometió, en su lugar, extender la mano al buen musulmán e idéntico mensaje envió al Irán.
¿Cambió Obama de la noche a la mañana? ¿Se volvió de pronto un sincero seguidor de la doctrina Bush? Porque lo que decidió contra OBL es lo que quería Bush desde la tragedia del 9/11 y que él y los demócratas en mayoría en el Congreso lo impidieron con toda suerte de obstrucciones de carácter legal.
Desde el 2009, cuando Obama reemplazó a Bush, los interrogadores de la CIA (los mismos que han permitido la “hazaña” de matar a OBL) están sometidos a juicio por el Procurador Holder. Los interrogatorios, como quedó dicho, se han suspendido en Guantánamo. Los fondos de la CIA se han reducido (al igual que su moral) y para el próximo presupuesto Obama tiene previstos inmensos recortes de fondos para disminuir el poder militar norteamericano.
Hay indicios de que Obama fue forzado a tomar la decisión que tomó, tanto por parte del Director de CIA, Panetta, como del grupo militar una de cuyas ramas son los célebres Navy SEALS. Las investigaciones habían avanzado al punto de máxima evidencia y no cabían vacilaciones, como la de Bill Clinton que ordenó no disparar a OBL cuando los de la CIA lo tenían encañonado en un desierto de Sudán.
Obama, el domingo pasado, jugaba golf. Panetta lo trajo de urgencia a la Casa Blanca, a los pocos hoyos de juego. Le dijo, estamos en ésto, tienes que optar por lanzar un cohete a la mansión de OBL o enviar los comandos que están listos para el asalto. Prefirió esta última opción, que era la más razonable.
Pero en lugar de capturarlo vivo, dio orden de matarlo. Estaba inerme. No había resistencia armada en el complejo. Tomar posesión de él sin pérdida de vidas no era un imposible para superhombres como los SEAL. Pero éstos cumplen órdenes y lo mataron. Con Bush, Hussein fue capturado vivo y sometido a un juicio penal por los iraquíes.
¿No habría sido mejor para la humanidad que OBL hubiera comparecido ante un mini tribunal de Nuremberg? ¿Y por qué se lo lanzá al mar y por qué no se divulgan fotografías de este acto incomprensible así como de su ajusticiamiento? Sea de ello lo que fuere, OBL ha desaparecido de la faz de la tierra no por Obama, sino a pesar de él.
Luego de la caida del Muro de Berlín y la fracción del imperio soviético, el presidente Bill Clinton dispuso que se resten fondos a la CIA y a las fuerzas armadas. Para él, su personal bonhomía era suficiente para aplacar a los enemigos de USA o para seducir a las Lorenas Lewinskys de su entorno.
Es ls misma mentalidad demócrata de los Obamas. Cuando por fuerza de sus funciones elogian a los militares, lo hacen de labios para afuera. No aceptan que su papel sea comparable a la hemoglobina para combatir las enfermedades. Éstas, como los enemigos, jamás desaparecerán, como no desaparecerá nunca el mal. Lo militar existe en USA no para expandir un imperio inexistente, sino para defender un sistema de vida en libertad.
Obama, con encuestas de opinión cada vez más negativas por su mala conducción del gobierno especialmente en lo económico, ha tratado de resarcirse con su “hazaña”. Pero el repunte ha sido magro y en el fondo es más bien una aprobación a las estrategias antiterroristas de Bush. Para la reelección en el 2012, Obama necesitará mucho más que la ficción de su sorpresivo y supuesto amor por lo militar para triunfar.
La economía está por los suelos con una inflación acelerada, con precios de la gasolina en una imparable alza, con un desempleo que no baja del 9% o más y una política exterior y de defensa nacional vacilante e imprecisa. No son factores ciertamente que la vayan a favorecer con el voto en los próximos comicios presidenciales.
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