Algunos medios impresos fuera del Ecuador, como el Miami Herald, titularon en sus primeras páginas que la doblegada sublevación de la Policía en ese país había “fortalecido al presidente Rafael Correa”.
Es una apreciación disparatada, pues la revuelta policial y la humillación que sufrió Correa al intentar dominar la insurreción con su sola presencia en el Regimiento Quito, lejos de fortificarlo lo han debilitado, acaso para siempre.
Correa pudo fortalecerse si hubiese actuado como un Jefe de Estado responsable para controlar el conflicto. Hizo lo contrario y los resultados son seis o más muertes y casi dos centenares de heridos. El alzamiento no adquirió mayor volumen pues se limitó a un grupo social y a un reclamo que pudo tratarse en paz por la vía legal.
Correa, en su iracundia y prepotencia, quiso adquirir dimensiones heróicas y acusó a los insurrectos de tramar un golpe de Estado y de quererlo asesinar. Esta figura se ha desvanecido con los hechos. Tras recibir gases y vejaciones, los mismos policías llevaron al Presidente al hospital policial contiguo al Regimiento para protegerlo y asistirlo.
Los médicos atestiguan que quedó en plena libertad para comunicarse vía telefónica para ejercer el poder y para salir del recinto cuando lo deseara. Él, sin embargo, se negó a hacerlo pacíficamente y a sus ministros, que iban y salían del hospital sin tropiezo, les conminó a difundir que estaba secuestrado y en espera de ser rescatado.
Médicos y enfermeras cuentan que Correa quería que los militares vinieran en plan de combate y al hacerle notar que ello podría causar violencia con los policías, con muertes y heridos, comentó: “Eso a mi no me importa”. Y se empecinó en su posición.
Más tarde, ya “liberado”, lloriqueó ante el micrófono y dijo que le dolían los muertos. Declaración hipócrita, pues lo que buscaba es precisamente eso, los muertos para crear el marco dramático y falso de secuestro y golpe de Estado, lo cual fue divulgado profusamente en el exterior.
Hillary Clinton, Sarkozy, varios presidentes latinoamericanos y de otras áreas le congratularon a Correa y se alegraron por el triunfo de la “institucionalidad democrática”, por sobre una supuesta intentona para derrocarla. Y no faltaron las comparaciones con el caso de Honduras.
Pero allí la situación fue diametralmente opuesta. Fueron las instituciones democráticas las que prevalecieron frente al intento del presidente Zelaya de someter al país a los dictados de Hugo Chávez y su “Revolución Socialista del siglo XXI”. En el Ecuador ocurrió y sigue ocurriendo algo muy distinto.
Correa se encaramó al poder por elecciones libre, no para defender la democracia sino para triturarla y guiarla por la ruta Chávez hacia la informe revolución socialista que, en definitiva, no es sino caudillismo en el cual desaparece el equilbrio y mutuo control de los tres clásicos poderes que conforman el sistema democrático.
La democracia no estuvo en peligro con la revuelta policial del jueves. Se halla en peligro desde que Correa está en el gobierno para manipular y distorsionar los recursos de la propia democracia, para destrozarla. En el país dejaron de existir Congreso y Función Judicial independientes. Es Correa quien legisla con una asamblea servil e igual sucede con la administración de justicia.
Correa no va a caer por la fuerza de una revuelta policial ni por un golpe de Estado militar, como otrora. Las fuerzas armadas, como en Venezuela, han sido aduladas por el régimen y los respaldan en cualquier instancia.
No obstante ello, Correa salió debilitado este pasado jueves y con su actuación y sus mentiras, bien podría decirse que determinarán que su historia o biografía en Carondelet sean muy diferentes antes y después de la asonada.
¿Cómo detener el frenesí del “correismo”? Si no por la fuerza ¿cómo? La respuesta, quizás, esté en la utilización de las mismas tácticas para manipular el sistema, que Correa aprendió de Chávez y Fidel Castro. Éste, dicen que con la ayuda reflexiva de Mao, vio que la revolución armada que el Che Guevara pretendió divulgar sin resultados por África y Ámerica Latina, había que descartarla por imposible.
En su lugar, el consejo fue tomarse el poder por las urnas y, una vez en él, implantar el “socialismo” o “fascismo” con manipulaciones de apariencia legalista y constitucional. Chávez fue el primer discípulo en aplicar la nueva doctrina. Le siguieron Correa, Morales, Ortega y lo está haciendo Obama en los Estados Unidos.
Pero ya hubo una clarinada, la de Honduras. El presidente Zelaya se fue y pese a la presión de partidarios confesos y no confesos de Chávez (el gobierno Obama, por ejemplo), se vigorizó en Honduras la democracia, las elecciones presidenciales se cumplieron y hay allí ahora un régimen libre que resistió heróicamente cual David frente a un Goliat multifacético.
¿Podría ocurrir algo parecido en el Ecuador frente a Correa? Es decir ¿frenarlo sin las armas, sin volencia? Parecería que si en vista de que lo que en principio parecía una quimera inalcanzable, ahora toma fuerza: reunir votos para revocar el mandato del Presidente, recurso que consta en la mañosa, contradictoria e irritante Constitución que él mismo ordenó aprobar en la Asamblea.
El movimiento lo dirige el periodista Carlos Vera, inicialmente un fervoroso partidario de Correa en la campaña eleccionaria y en los comienzos de su administración. Se pueden hacer críticas a su carácter veleidoso, a su concepto ambiguo y ambivalente sobre la profesión del periodismo y la política activa, pero no se le puede negar coraje.
El mito de la invulnerabilidad de Correa está fracturado. Su miedo a él y a sus implacables colaboradores va a declinar, como es propio con estos tiranuelos de lengua latigueante, con la que pretenden disimular su cobardía. La incógnita radica en saber si Vera logrará respaldo y fondos para culminar con su campaña.
Correa, por su parte, envanecido por su “victoria” del jueves, no asimilará lecciones y persistirá en sus acciones autoritarias. Es probable que trate de aplastar a quienes promueven la revocatoria. O que la desconozca, si resultare positiva. Para ello tendría que utilizar nuevamente la violencia y la represión, lo que precipitaría al país en el caos.
De todos modos, bien vale la aventura de la revocatoria “dentro de los cauces legales”, como es la proclama del día. Hay resultados fructuosos, no solo el de Honduras, sino también el de Venezuela. La opción tiránica va contra natura y termina derrotada, como lo demuestra la historia.
¿Por qué los defensores de Correa y la democracia no han protestado por sus constantes violaciones de la democracia? La liquidación del “Mono Jojoy”, principal cabecilla de las FARC, refresca la memoria de esa otra brillante acción militar colombiana para terminar con “Raúl Reyes” en el campamento en territorio ecuatoriano, protegido por Correa.
Correa, en campaña electoral y ya de Presidente, se mostró protectivo con las FARC, a cuyos integrantes se negó a calificarlos como lo que son, narcoterroristas. Los llamaba “luchadores por la libertad”. Cuando supo de la muerte de Reyes, rompió relaciones con Colombia. Al caer el Mono Jojoy prefirió no comentar, pero su canciller insistió en que el gobierno sigiue dispuesto a mediar entre los asesinos y el gobierno de Santos.
Esa mediación no fue aceptada por Álvaro Uribe ni por su sucesor, porque no se negocia con el enemigo sino cuando éste es derrotado. En Colombia la diputada Córdoba, íntima de las FARC, quiso mediar y la Fiscalía la acusa de traición, la descalifica y le prohibe ejercer cargos públicos por 18 años. Si hubiese una fiscalía nacional (o regional, como ahora quiere UNASUR), Correa recibiría igual castigo y ya no sería necesaria la revocatoria.
Con Santos hubo dudas en un comienzos sobre su posición, resultado de sus coqueteos con Chávez. Pero está clara su posición frente a la narcoguerrilla. Con Uribe fue él el ejecutor del asalto contra Reyes y fue él el determinante del asalto al Mono Jojoy. Es un ejemplo no solo para América Latina sino para el mundo en lucha contra el terror.
La eficiencia militar y de inteligencia de las fuerzas armadas de Colombia cuenta con la ayuda financiera y tecnológica de los Estados Unidos. ¿Cree alguien que la primera potencia militar no hubiera dado término hace tiempo con la resistencia en Irak o Afganistán, si el gobierno de este país así lo hubiere dispuesto?
Pero Obama no habla de victoria, quiere la retirada. Es la mentalidad derrotista y falsamente pacifista de los demócratas de extrema, como el que ahora está de tránsito en la Casa Blanca. Lo confirma el libro que acaba de publicar el periodista Bob Woodward. Obama busca transar con los talibanes, con Ahjmadinejad, con el terrorismo islámico. Por eso ordena a los soldados no disparar, aún si fueren atacados.
Pero es axiomático que con los enemigos no se transa, a menos que haya una rendición incondicional de su parte. En Colombia se transó, se cedió territorio a los terroristas y la guerra se prolongó por cinco décadas. En Afganistán se combate ya diez años. Si Bill Clinton hubiera actuado a su tiempo como un Uribe o un Santos, Al Qaida y Bin Laden estarían pulverizados.
En suma: si alguien pudiera salir fortalecido del levantamiento policial del jueves en el Ecuador, podría ser Carlos Vera. Siempre que el pueblo y sus dirigentes despierten, se sacudan del miedo y hablen y actúen. Por los “cauces legales” como ahora predican los correístas y sus admiradores.
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