Mucho se lo venera, casi adora todavía, no solo dentro de este país sino sobre todo fuera de él. En Europa, América Latina y otras regiones la selección de Obama parece como que ha reducido el repudio al "imperio" y ahora los gringos son recibidos en tierra extraña "como buena gente".
El columnista argentino residente en Miami, Andrés Oppenheimer, que él dice es leído en no menos de 40 diarios importantes de América Latina aparte del The Miami Herald, luce feliz con Obama y con un informe del Departamento de Estado según el cual el poderío norteamericano ha comenzado a declinar en los últimos años y ocurrirá peor en los próximos.
Según relata el columnista del informe, el dólar se debilitará y la globalización de la economía, si bien seguirá consolidándose ya no seguirá el "modelo" yanqui. De otro lado, según el informe, el terrorismo y Al Qaeda seguirán declinando por lo cual ya no se justificará tratar de perseguirlos "por todas partes".
En otras palabras, a medida que se debilita el "imperio" Andrés cree que el cariño por Estados Unidos aumentará. Es tesis cuestionable. Primeramente porque especular sobre la declinación del "imperio" no pasa de ser especulación y segundo que las economías del mundo no crecerán si no se expande la iniciativa privada y el libre comercio por todo el orbe, con leyes a las cuales sujetarse y cumplir.
Si ese modelo basado en la lógica y el sentido común quiere ser atribuído casi en exclusividad al modelo norteamericano, pues bievenido, ya que la alternativa, esto es, una mayor restricción al esfuerzo privado y una mayor ingerencia de los gobiernos en la conducta de la gente no conduce sino a la miseria y pérdida de la libertad.
Cuando Oppenheimer menciona que el terrorismo debilitado dará paso más bien a una discusión de ideas, yerra. Si a él y a los autores del informe les parece que fuerzas terroristas han decrecido, las informaciones y los últimos hechos desalmados en varios puntos del orbe prueban lo contrario. Lo que si ocurre es que en Irak y ahora en Afganistán las fuerzas militares occidentales los han acorralado y puesto en fuga (lo que sucederá pronto en el segundo país).
La lucha contra el terrorismo, de otro lado, es una lucha ideológica, es una lucha de ideas. El extremismo musulmán busca exterminar a Israel y a las potencias del mundo occidental nacidas y formadas en la cultura judeo cristiana. Con ellos, los terroristas, no hay posible diálogo: todos los intentos han fracasado. La sola opción es doblegarlos por la fuerza de las armas.
La economía de los Estados Unidos atrviesa por un grave quebranto, pero no por la falla de sus principios sino porque fueron ellos vulnerados por tendencias y prácticas izquierdizantes que creen que más intervención estatal es mejor para alcanzar una supuesta justicia social con redistribución de la riqueza.
El campeón de la tendencia es precisamente Barack Hussein, el uncido, como lo demuestra su récord de votaciones en su corto lapso por el Senado . Es probable que por sus ideas extremas sobre el papel de los gobiernos en las sociedades -lo que ideológicamente le coloca muy cerca a los regímens fascistas de izquierda o de derecha- su candidatura no habría emergido de las primarias demócratas.
Pero triunfó de manera espectacular, primeramente sobre Hillary Clinton, que parecía imbatible y sobre el republicano John McCain, que fracasó por su inconsistente defensa de los principios medulares de esta nación que su opositor cuestiona.
Obama, de oratoria fluida frente a un teleprompter pero vacilante fuera de ellos, ha tenido la carrera más rápida hacia la Casa Blanca de toda la historia política de este país. Algunos enamorados de él pretenden retratarlo como un ser pobre, de origen muy modesto, hijo de un inmigrante de Kenya, de duro batallar para alcanzar notoriedad. Nada de eso es cierto.
Su padre lo abandonó cuando era muy tierno, pero no fue inmigrante. Llegó a los Estados Unidos legalmente como estudiante universitario, conoció a la joven madre cuando ella era menor de edad, la abandonó y luego volvió a su país de origen donde tuvo un final miserable, como alcohólico. La madre, originalmente de Kansas y una típica hippy, volvió a casarse con un indonesio y por un tiempo vivió allí con su hijo Obama, quien asistió a una escuela musulmana, la religión de su padre y su padrastro.
Pero la educación del presidente electo corrió a cargo de su abuela blanca (hacia quien se refirió en tono despectivo en la campaña), quien le permitió estudiar en las mejores escuelas y colegios. Luego accedió a la elitista universidad de Harvard, se conectó con la "mafia" política "eterna" de Chicago y fue promovido a legislador estatal y luego federal.
Casó con Michelle, procreó dos hijas, tiene una residencia en Chicago de casi dos millones de dólares y junto son su mujer, que es abogada de Princeton, recibían un salario anual de 7 cifras. Todo lo cual es admirable y encomiable, excepto si no se tratara de ocultar la verdad para hacerlo aparecer como si proviniese de los negritos de los ghettos de Chicago o Alabama, descendientes de esclavos. (El padre de Obama nunca lo fue, por cierto. Siempre fue ciudadano libre de Kenya).
Pese a que Obama y Michelle constituyen el mejor ejemplo de la amplitud de oportunidades que la sociedad norteamericana ha logrado desarollar a favor de la gente de color (y de otras minorías étnicas), otrora esclavizada y discriminada de facto y por ley, la pareja ha mantenido un tono agrio y resentido contra los fundamentos de este país que les ha permitido surgir y contra los "opresores", es decir, los blancos con fortuna.
Durante la campaña ha prometido el "cambio". Aunque impreciso, se supone que es un cambio para alterar el sistema liberal de la economía y la política, para sustituirlo por otro estatista que grave a los ricos con la supuesta intención de favorecer a los desposeídos.
Ayer anunció las primeras medidas que aplicará en esa dirección. Confirma que reducirá los impuestos al 95% de la población que gana menos de 250.000 o 200.000 dólares (no está claro cuál es el tope), lo que implicaría que el 40% que no paga ningún impuesto por su reducida renta, recibirá un bono de 600 o más dólares.
Lo cual está bien. Esto es, que el fisco renuncie al menos a esa franja de impuestos y los devuelva al contribuyente, aún cuando haya el peso del gasto fiscal por el subsidio al citado 40%. Pero esa medida no crea ni riqueza ni empleo. Lo que si afectaría y negativamente a la economía es su oferta no solo de no prorrogar el corte general de impuestos de Bush más allá del 2010 autorizado por el Congreso, sino suspenderlo ya y crear más tributos a la renta por ganancias de capital y otras operaciones.
Si ocurren simultáneamente las dos medidas, esta última será desastrosa, como ya lo está siendo aún antes de aplicarla. La Bolsa de Nueva York no reacciona pese a los estímulos, precisamente por el temor a las amenazas tributarias de Obama y su clan. Ello se comprobó con el rumor del nombramiento como Secretario del Tesoro a Timothy F. Geithner, alguien más confiable por su expriencia en la Bolsa de Nueva York.
Pero ¿que es lo que anuncia para estimular la economía? Es un remedo de lo que hizo Franklin D. Roosevelt para agravar la Gran Depresión de 1929: quiere crear en dos años 2.5 millones de nuevos empleos. ¿Cómo? Invirtiendo dinero fiscal en carreteras, puentes, reparación de escuelas y obras parecidas. Claro que habrá empleo, pero temporal y con dineros fiscales. Las carreteras y las escuelas están bien, pero no crean riqueza por si mismas e implican mayor gasto fiscal.
En lo energético, asunto clave en cualquier economía, dice que va a reducir el consumo de petróleo para reemplazarlo con fuentes energéticas como molinos de viento, energía solar y plantas nucleares. No cita la opción etanol, que es loable, como es también su aceptación (por fin, tras tanta oposición demócrata) a las centrales nucleares de las que ahora se abastece primordialmente Francia. Pero es ingenuo suponer que con viento y sol se reemplazará al petróleo.
Si no libera la exploración y refinación en suelo norteamericano, la dependencia del crudo árabe o venezolano aumentará. La industria y el nivel de vida basada en el petróleo no puede ni debe ser arrancada de tajo por capricho de boberías relativas a la preservación del medio ambiente.
Distinto sería que, paralelamente al hallazgo y explotación de nuevas fuentes de petróleo propias, se estimule el desarrollo de fuentes alternas como plantas nucleares, eólicas y solares. Así se destinarán menos dólares a regímenes poco amigos o enemigos y al propio tiempo se preservará la calidad de la vidad de los norteamericanos. Es obvio que sería preferible que por calles y carreteras circulen vehículos no contaminantes impusaldos por hidrógeno. Pero ello es un ideal que desarrollará por propia iniciativa la empresa privada y tomará tiempo. Mientras tanto, no hay que descuidar que el hecho adicional de que el petróleo y la petroquímica probablemente jamás dejarán de utilizarse para tantas maravillosas invenciones que han hecho la vida diaria más fácil y placentera, con los plásticos y derivados solo como ejemplo.
Si Barack Hussein Obama insiste en obligar a las fábricas de automotores a producir modelos basura que nadie compra (frente a modeles japoneses o euroreos y muy pronto chinos o hindúes), la industria irá a un descalabro mayor.
La Ford, Chrysler y General Motors están en virtual quiebra por esa razón y porque los sindicatos han impuestos beneficios cuya carga hacen imposible la competencia con las rivales de dentro y fuera de los Estados Unidos. Si aspiran a una ayuda fiscal, deberían estar condicionados a una bancarrota que facilite la reestructuración de las empresas, para hacerlas así más productivas y por ende más competitivas.
Ello ocurrió con el presidente Ronald Reagan a quien los famosos CEOs o ejecutivos de las automotoras acudieron para pedir similar subsidio para seguir sufragando iguales gastos "obscenos". Reagan negó el pedido de prohibir la importación de vehículos japoneses para subsidiarlos (en esa época no había filiales en los Estados Unidos) y les pidió que compitan o sucumban. Se reestructuraron, tuvieron un auge impresionante, pero han caído otra vez, algunas de ellas, no todas, en la virtual quiebra por falta de calidad gerencial.
La quiebra bancaria, teóricamente, debió superarse por fuerzas del propio mercado, corrigiendo los errores de prestar a quienes no podían pagar, con la garantía absurda de dos empresas estatales. Se dice que la magnitud del daño hacía imposible esa opción. Se convino por ello en ofrecer un subsidio de rescate de 700 mil millones de dólares, pero la medida aún no surte efecto, hay algo que anda mal. ¿Qué? No precisamente la aplicación justa y clara del sistema de libre mercado que ha hecho grande a esta nación, sino todo lo contrario.
La disipación del mito Obama acaso se concrete más temprano que tarde si de entrada aplica las ofertas estatistas que no crean riqueza, que no crean empleo sino lo opuesto. A menos, claro está, que inesperdamente se torne juicioso, pragmático y con sentido común y haga lo que debe hacerse aquí y en cualquier otra parte del mundo que anhela crear riqueza a corto, mediano y largo plazo: fortalecer, no disminuir, una auténtica economía de libre mercado, sustentada en leyes acatadas y cumplidas por todos.
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