Bueno, esa es al menos la frase que se ha popularizado en la historia. Aranha habría dicho, en realidad según los documentos: "Vayan y digan a su país que primero sean una fortaleza. Una vez que sean fuertes, reclamen al mundo sus derechos.
En el fondo, el ministro brasileño, uno de los más brillantes de la tradicionalmente brillante diplomacia brasileña, estaba diciendo lo mismo. Al hablar de fortaleza no se refería solo al aspecto militar, sino a la fortaleza de país en su conjunto cultural, social, económico y político, indispensables para alcanzar respetabilidad.
Sin esas fortalezas no cabe pensar en una hipotética fortaleza militar. Ésta es resultante de ellas, no lo contrario. Hitler lo entendió así cuando se trazó como objetivo denunciar el Tratado de Versalles que humilló a la Alemania derrotada en la I Guerra Mundial.
Concentró los poderes para rearmar a Alemania y fortificarla en todos los planos. Una vez que lo logró, denunció no con la retórica sino con las armas el Tratado y no solo se limitó a ello, sino que se propuso y casi lo logra, expandir su poder bélico por Europa y otros continentes.
Ecuador no siguió los consejos de Aranha de "hacer país" primero para merecer el respeto de las naciones, sino que reinicidió en acciones absurdas como la de Velasco Ibarra de "denunciar" el Protocolo de Río sin ningún respaldo militar ni diplomático. La denuncia cayó así en el vacío y solo sirivió para alimentar una huera retórica en cuarteles, aulas y espacios periodísticos.
La retórica no siempre fue verbal y pasiva. En otras dos ocasiones se tradujo en acciones bélicas descabelladas, como la de Paquisha y el Cenepa, de las cuales el país fue librado del desastre solo por acción de la diplomacia de los mediadores. A la final la leyenda de los "sagrados derechos territoriales" concluyó con un acuerdo bilateral por el cual el Ecuador terminó por reconocer lo que ya era reconocido por todos: la validez del Protocolo de Río.
La migaja que recibió a cambio el Ecuador (¿a cambio de qué? habría que preguntar) fue una chacra en el monte, donde no se ha podido cultivar ni chochos. Lo positivo, eso si, ha sido la apertura sin restricciones de la frontera entre Ecuador y Perú, lo que ha multiplicado varias veces las transacciones comerciales mutuas y las inversiones y, con ello, la prosperidad binacional.
La eliminación de las tensiones de frontera permitió reducir gastos militares de control. Pero los dividendos de paz no han durado mucho, pues con el actual presidente colectivista Rafael Correl, el país se ha abierto unilateralmente otro frente de batalla: Colombia, pese a que siempre las relaciones con el vecino del norte fueron cordiales, acaso con la excepción de la disputa por el triángulo de Leticia.
Pero Correa ha corrompido esas relaciones y todo por una incursión militar dispuesta por el presidente colombiano Álvaro Uribe para destruir un campamento clave de narcoterroristas en territorio del Ecuador, de cuya existenciasa conocían el mandatario y su ministro de Seguridad Francisco Larrea. Éste incluso se entrevistó varias veces en ese campamento con "Raúl Reyes", el comandante del grupo y segundo a bordo de las FARC.
Reyes y una veintena de terroristas de varias nacionalidades murieron en el bombardeo del 1 de marzo pasado. Este fue calificado como el Día de la Infamia por el poeta ministro de Defensa Javier Ponce Ribadeneira, no obstante que debió ser reconocido como el Día de la Gratitud por quienes consideran al narcoterrorismo como uno de los peores enemigos de la humanidad en los tiempos presentes.
Contrariamente al objetivo de "hacer país", Rafael Correa ha emprendido una "revolución" ciudadana que es involución o regresión a lo peor del pasado en prácticas de gobierno. En lugar de corregir los defectos propios de cualquier régimen democrático, los está agravando a pasos acelerados, destruyendo el control del poder central con las funciones legislativa y judicial (y electoral).
Éstas han sido borradas del esquema y quienes pretenden representarlas son subalternos no deliberantes de Correa. No hay Congreso, no hay Corte Suprema. Correa gobierna por edictos, o decretos leyes de emergencia (más de 47) que nadie supervisa ni controla. Entrega el control de Petroecuador a la Marina en acto dictatorial y el fracaso es rotundo. Igual sucede con la vialidad y la construcción de viviendas y escuelas en manos del Ejército. Los contratos se hacen a dedo, sin concurso ninguno.
Uno de esos contratos fue concedido así a la empresa brasileña Odebrecht para la construcción de la hidroeléctrica San Francisco, con financiamiento brasileño. Algo falló en la estructura que ningún fiscalizador detectó previo a la recepción de la obra (porque no lo hubo) y la obra se paralizó.
Correa montó en cólera, dijo que no pagaría el préstamo y expulsó a la compañía brasileña sin más trámite. La cancillería brasileña, que protege a sus compañías por principio y hasta que se prueben posibles yerros, protestó y llamó a Brasilia a su embajador en Quito. Paralelamente detuvo todo otro proceso de cooperación con el Ecuador.
El préstamo para la San Francisco fue de unos 286 millones de dólares que ahora Correa dice que no pagará, vulnerando toda ley y convenio internacional sobre la materia. También quedará en el aire un negocio de compraventa de aviones de combate Toucán y un avión presidencial con crédito brasileño por unos 261 millones de dólares.
El poeta Javier Ponce desmintió que los aviones iban a ser financiados con crédito brasileño. Afirmó que la transacción sería con pago al contado. ¿Dice la verdad el poeta? A nadie con sentido común se le ocurre realizar una compra de ese volumen con pago "cash", salvo talvez en un caso de guerra declarada.
Pero ¿para qué van a o iban a servir los Toucan (son, o eran, 12 o 14)? El frente del "enemigo secular" peruano desapareció. Pues ahora hay uno nuevo: Colombia. No, las armas no van o iban a servir para cooperar con Uribe en la lucha contra el enemigo común, el terrorismo. No. Es para evitar, como lo han dicho varios funcionarios, que se repita otro Día de la Infamia. En otras palabras, ni Correa ni Ponce tolerarían nuevas acciones bélicas en territorio ecuatoriano para matar a más narcoterroristas colombianos. Para eso los Toucan.
Ojalá el distanciamiento entre Lula y Correa frustre la compra al contado de armamento inútil. Hacerlo sería una locura, en momentos en que el precio del petróleo está a la baja y continuará estándolo por mucho tiempo. Ni el mentor de Correa, Hugo Chávez de Venezuela, se siente ya dispuesto a continuar los gastos enloquecidos, pese a que la producción petrolera en ese país es unas 10 veces superior a la ecuatoriana.
Con los ingresos fiscales en crisis por los precios del crudo y la baja en las remesas de los emigrantes en Europa y Estados Unidos, amén de la crisis financiera global, la fiesta del gasto de Correa está llegando a su final. Para superarla no habla de reducir el gasto sino de aplicar más y más obstáculos al desarrollo de la producción y productividad nacionales. En lugar de propiciar la inversión la desalienta con confiscaciones de bancos, empresas y amenazas de intervenciones en la propiedad agrícola.
Puesto que no le preocupan la ley ni del Congreso, acaba de ordenar a dedo que se incrementen los aranceles a la importación de un millar de artículos "suntuarios", igual que en las peores dictaduras militares, a sabiendas que los efectos son contraproducentes, desalientan la producción y estimulan el contrabando. Paralelamente dice que si en un año todas las tierras de los "pelucones" (oligarcas) no están en plena producción, las confiscará (o pagará el precio catastral, que es lo mismo) para entregarlas en gratuidad a los "campesinos" pobres para que las cultiven. No cabe, ha dicho, que los pelucones guarden sin cultivar las tierras para especular sin compensar la inversión fiscal en caminos y riego.
Las experiencias colectivistas en esta área han fracasado sin excepción en todas las épocas y en todas partes, generando hambrunas como en la URSS. Algo de eso se observó con la repartición de los huasipungos en el decenio de 1960 en el Ecuador. La gente, sin conocimientos y sin capital, nada pudo hacer con los lotes asignados. Y la potencial unión en cooperativas o fusión para mejorar la producción no se dió debido a la prohibición de comercializar los lotes en uno u otro sentido.
Correa es un colectivista o "socialista del siglo XXI", aborrecedor de la formación de capital por el esfuerzo e iniciativa privados, la libre competencia y el libre mercado. Cree que todo debe provenir del Estado planificador, regulador y concentrador de poderes. Hacia allá va y lo está consiguiéndolo apoyado en Chávez y los 2/3 o más de la población ecuatoriana.
Cuando menciona confiscaciones, revela su repudio al principio fundamental del capitalismo (sistema dentro del cual han emergido y prosperado las naciones más ricas y libres del planeta): el derecho a la propiedad. Sin ese derecho básico se frustran los estímulos para crear y ahorrar y sin él, la libertad de competencia es inconcebible. En cambio el talento y el sentido empresarial ebullen cuando hay ganancia en compensación, paso previo a la formación del ahorro y el capital.
La distribución, o redistribución, de la riqueza no crea riqueza. Es confiscatoria por parte del fisco y reduce la capacidad de crecimiento e inversión. Si las amenazas confiscatorias de tierras o a través de más aumentos tributarios a los "ricos" se cumplen, el inversionista buscará otros lares para guardar sus recursos o invertirlos en ambientes más propicios. Eso puede ocurrir no solo en el Ecuador sino inclusive en los Estados Unidos si Obama cumple sus promesas de campaña en parecida dirección.
En decenas de países se está aplicando un estímulo real para evitar la emigración, fomentar la inversión e incrementar la riqueza. Muy lejos de confiscaciones y elevaciones tributarias, lo que se está experimentando es lo opuesto, mediante el llamado flat-tax o fair-tax, o sea impuesto único o impuesto justo. Con variantes, en suma la idea es eliminar la maraña del impuesto a la renta por uno general del 19%. En USA puede llegar al 38%. Los impuestos a las ganancias de capital bajarían al 15%, del casi 38% que rige en Estados Unidos.
La filosofía liberal y democrática es aumentar, no reducir el número de ricos y dar oportunidad al mayor número de personas a que prospere. Por cierto el libre mercado deja de ser tal cuando los agentes involucrados en él dejan de cumplir las leyes y regulaciones para chantajear, eludir impuestos o vulnerar la competencia mediante ardides fraudulentos como monopolios y carteles.
Es propio de la condición humana ceder a las tentaciones. Cuando ocurren, hay que detectarlas y castigar a los responsables, no castigar a la sociedad corrompiendo el sistema de producción. Cuando se obstruye la libre producción y competencia, como lo quiere Correa, los perjudicados son los más débiles de la sociedad. Y el Estado interventor termina por sucumbir ante la corrupción y la ineficiencia.
Correa y sus incondicionales van por ese camino. Sus peroratas y bravuconadas contra todos y contra todo lo que se opone a su modo de pensar y actuar, aún tiene amplio respaldo popular. Pero irá decayendo. Es inevitable: lo demuestra la historia. Sobrevendrán algún momento el caos, el desconcierto y por enésima vez brotará la esperanza de que por fin llegue alguien con dotes de líder para hacer realidad lo que Aranha aconsejaba al Ecuador: que algún día termine por "hacerse país".