Obama defraudó una vez más con su discurso de anoche, dicho en tiempo preferencial en TV para referirse al nuevo ataque terrorista ocurrido en esta ocasión en San Bernardino, California, con 14 muertos y 21 heridos, víctimas de una pareja árabe musulmana.
Unos pensaban que anunciaría un cambio en su actitud pro islámica y que finalmente se decidiría por responder, con todo el poder militar de esta nación, al reto de la guerra declarada hace mucho tiempo por el Islam contra los Estados Unidos y Occidente.
Aunque otros anhelaban que se ratificase en su teoría de que el terrorismo y la violencia, que se han acercentado durante sus siete años de gobierno, se debe a la libertad que existe para adquirir armas de fuego en el mercado, garantizada por la II Enmienda de la Constitución.
Aunque este tema tocó en su discurso de 12 minutos, Obama sin embargo no amenazó lo que quisiera, confiscar las armas de fuego en manos de los ciudadanos y prohibir totalmente las ventas. No lo hizo porque la mayoría rechaza su posición, como lo prueba el aumento de ventas de armas a raíz de los últimos atentados terroristas aquí y en Europa.
El Presidente insistió en su pretensión de desligar al Islam del terrorismo radical islámico, que se ha convertido en tesis oficial de esta administración. Si bien admitió que lo de San Bernardino fue un acto terrorista, se abstuvo de atribuirlo al radicalismo islámico, pese a las pruebas en contrario.
Obama, Hillary Clinton (su Secretaria de Estado, ahora candidata por los demócratas a la Presidencia), el canciller John Kerry y demás funcionarios sostienen que el uso de la expresión “radical Islam” hiere a la mayoría de quienes practican esta “religión de la paz”, por lo cual prefieren utilizar el calificativo de “extreme jihadists” o jihadistas extremistas, “que han usurpado el Islam para cometer actos de terror”.
La gente se pregunta ¿qué es el jihad? y cualquier diccionario le responde: es la “guerra santa” del Islam contra los infieles. ¿Y qué son los jihadistas extremistas? Son todos, pues no hay jihadistas que prefieran degollar “con moderación” y otros “sin moderación” a cristianos, judíos y musulmanes “apóstatas” (opuestos a su visión radical de conducta). ¿Hay jihadistas que no sean musulmanes? No.
Dentro del galimatías verbal en que se sumerjen Obama y sus seguidores, figura el intento de aislar al Islam del ISIS, al que lo llaman ISIL (no por capricho: esconde un propósito y una meta. ISIS involucra solo a Irak y Siria, mientras que el ISIL a Levante, incluídos Israel...e Irán). Es el ISIS y no el Isil, dicen (¿?) el que fomenta a los terroristas en Europa, África, los Estados Unidos, Asia.
Es teoría que se destruye por si misma. Desde la aparición de Mahoma en el siglo XII el Islam ha buscado expandirse a sangre y fuego, en contra de otras religiones y los musulmanes apóstatas. La pretensión globalista islámica es similar a la de las ideologías dictatoriales del nazifascismo y el comunismo de Stalin y Mao.
La táctica expansionista islámica tomó un nuevo giro con Obama. En el 2011 el terrorismo islámico había sido doblegado en el Irak y allí regía un gobierno democrático parlamentario que necesitaba del respaldo militar de los Estados Unidos para consolidarse. Pero el nuevo líder del “mundo libre” ordenó el desmantelamiento de más de 100.000 tropas y el abandono del armamento.
Los jihadistas resurgieron y formaron un ejército de unos 50.000 hombres con equipo norteamericano gratuito y millonarios yacimientos petrolíferos para financiar los operativos terroristas en la región y fuera de ella. Se formó el califato en Irak y Siria que ha causado tantos estragos y que solo a partir de la intervención militar inicial de Putin ha comenzado a resquebrajarse.
Pero si desaparece el ISIS o ISIL, el radicalismo islámico seguirá vigente en cualquiera de sus denominaciones, para continuar organizando directa o indirectamente atentados terroristas en cualquier lugar del mundo y que serán de inenarrables consecuencias cuando comience a funcionar la maquinari nuclear mortífera de Irán.
Todos los terroristas recientes han sido musulmanes. Ello no quiere decir que todos los musulmanes sean terroristas. Pero la mayoría calla, sea por respaldo o temor a represalias. Farouk y su mujer eran extremadamente radicales, pero lucían pacíficos y devotos. Los servicios de inteligencia nunca los tuvieron en la mira.
Allí radica la raíz del problema. Los terroristas no van a pasearse por calles y plazas con turbantes y fajas cargadas de bombas para la inmolación suicida. Están inmersos en la población como ciudadanos comunes, listos para actuar en el momento que ellos por si mismos o por órdenes superiores lo determinen. ¿Cómo identificarlos?
El escrutaje en los puertos de entrada es insuficiente. Muchos islámicos entran legalmente, otros ilícitamente por la frontera, otros son nacidos aquí como en el caso de Farouk. La solución la da el candidato Donald Trump: hay que abrir un registro de todo musulmán que resida e ingrese a los Estados Unidos y a cada uno de ellos, previa investigación, se le exigirá una declaración juramentada de respeto a la Constitución y las leyes de los Estados Unidos.
Porque muchos de ellos, en Michigan y Texas, por ejemplo, pugnan porque se les acepte vivir aislados bajo la ley Sharia, que se opone a la Constitución y que aplica normas de conducta del Medioevo. Son los musulmanes que inmigran a este país los que tienen que adaptarse a sus leyes y costumbres, no viceversa. Porque “inmigración sin asimilación es invasión”.
Raymond Ibrahim, un profesor musulmán de la Universidad Prager, dice que en el mundo hay unos 1.500 millones de musulmanes de los cuales al 10% los tilda de “islamistas”, que practican el Sharia, o sea 150 millones. De éstos, dice, no menos del 2% son terroristas, o sea 3 millones de personas. Es mucha gente.
En los dos atentados de París de este año, el número de asesinos no fue de más de 10, en San Bernardino fue una pareja, en Boston dos hermanos y en Malí y Chad igualmente muy pocos. Están en reserva 3 millones. Y hay el Califato y en perspectiva un Irán nuclear.
Súmese a todo ello la evidencia de que por primera vez en la Casa Blanca está alguien que no se sabe si está en favor o en contra de los Estados Unidos y se comprenderá por qué la gente siente miedo, por qué quiere armarse, por qué desconfía de un Presidente que no dice la verdad se refugia en una melosa telaraña verbal que solo a pocos podrá engañar.
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