Todavía columnistas y analistas de los principales medios de comunicación de este país, así como de los partidos políticos, se preguntan por qué la mayoría de la gente es tan estúpida que no lee ni escucha sus consejos y sigue respaldando de manera constante al candidato republicano Donald Trump.
Han esgrimido toda suerte de argumentos en su contra desde que anunció su candidatura hace unos tres meses. Lo tildaron de payaso, cómico de la legua, insultador, manipulador de la TV y pronosticaron que a pocos días, luego semanas, y ahora meses, su liderazgo se desplomaría para ceder paso a un candidato “serio” y “adulto”.
Nada de ello ha ocurrido, sino lo contrario. El candidato favorito al que aluden, Jeb Bush, se ha desplomado al 4% y los alternativos, Marco Rubio y los demás de la lista de 16 flotan el primero con dos dígitos y los otros por debajo de esa cifra, salvo Carson. Pero aún alimentan la esperanza de que algo suceda con Trump para que se esfume.
Ben Carson es el único que le sigue de cerca a Trump y en una ocasión llegó a igualarlo e incluso superarlo. Ahora ha vuelto a la zaga. Es un cirujano negro eminente, respetable, pero inclusive los propios columnistas anti Trump lo consideran impreparado para la Presidencia. Con seguridad los votantes que ahora lo respaldan, en la definición de las primarias y en las presidenciales de noviembre próximo, irán con Trump.
¿Qué atrae en Trump, que no lo entienden los “sesudos” columnistas? Es algo simple: los electores ven en él la esperanza de frenar la tendencia destructiva de este país, iniciada en el 2009 por el presidente Barack Hussein Obama, quien prometió en la campaña y al posesionarse que transformaría radicalmente a este país, que nació basado en la libertad y respeto a la Constitución.
La mayoría del pueblo expresó ya en el 2010 su arrepentimiento por haber elegido a Obama, creyendo que así expiaría su sentimiento de culpa por el esclavismo de generaciones pasadas. Pero el racismo se acentuó y con él se puso en marcha un proceso socializante basado en la multiplicación de la burocracia, la deuda pública y el irrespeto al Congreso.
En las sucesivas elecciones de medio tiempo, el rechazo a las políticas de Obama se repitieron y los republicanos retomaron el control de la cámara de Representantes y la mayoría de gobernaciones. Lo lógico habría sido que Obama no fuese reelecto en el 2012, pero lo fue a consecuencia de que su opositor de campaña, Mitt Romney, hizo todo lo desaconsejable para no derrotarlo.
En el 2014, el partido opositor también logró la mayoría en el Senado pero no la suficiente para el control total. Como resultado, Obama sigue gobernando a su antojo y el líder de los Representantes, John Bohener, fue sustituido por Paul Ryan, un republicano de prestigio con quien se espera que mejore en algo la situación.
Pero ésta no variará sustancialmente si a la Casa Blanca no llega un líder de la fortaleza ideológica e independencia que Donald Trump. Ninguno de sus rivales del GOP tiene la capacidad como él para enfrentar al enemigo externo en lo militar, comercial y financiero. Ni Carson, ni Rubio podrían doblegar, por ejermplo, al Ayatola de Irán, destapado con toda su fuerza por Obama.
Tampoco a nadie se lo ve con suficiente energía como Trump para barrer con el mito de lo “políticamente correcto” y detener el fomento irracional de la homosexualidad, la feminización en las fuerzas armadas, la protección al terrorismo islámico, los ataques a Israel y el cristianismo, la lenidad ante la incontrolada invasión de los ilegales árabes y latinos.
El martes pasado el sentimiento pro Trump, que a la postre es pro America como la concibieron los fundadores de la nación en el siglo XVIII, una vez más se puso de manifiesto en las elecciones parciales en Kentucky, Texas, Missouri y otros Estados. Los votantes rechazaron medidas en pro del uso libre de la mariguana, leyes sobreprotectivas a los gays y recuperaron más gobernaciones y legisladores para el GOP.
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