Falta todavía un año y tres meses para que (!por fin!) Barack Hussein Obama deje la Casa Blanca, pero bien puede adelantarse a decir desde ya y a pleno pulmón: “mission accomplished” (misión cumplida). Luego de casi dos períodos en el gobierno, los Estados Unidos han quedado desechos y desmoralizados.
Ese era su propósito cuando se posesionó en enero del 2009: transformar al país de manera radical, no mejorarlo dentro del sistema, no corregir los errores, sino dar un vuelco a la concepción con la cual fue creada esta nación de la Declaración de la Independencia de 1776 y la Constitución de 1778.
Obama ha terminado por ceder el liderazgo mundial de los Estados Unidos a Rusia y a su líder Vladimir Putin. Putin lo ha humillado desplazándolo del Medio Oriente para pulverizar en tres días al ISIS, el estado islámico o Califato que brotó en el área merced a la capitulación del jefe de la Casa Blanca frente al Islam.
Las tropas norteamericanas se retiraron del Irak en el 2011 una vez que el terrorismo islámico había sido doblegado. Fue entonces que surgió el ISIS. Obama se negó a admitir que eran terroristas e islámicos, rehusándose a emplear la única fuerza posible para fenarlos y destruirlos, que es la militar. Con sorna, incluso calificó de aprendices a los militantes del ISIS.
Por la presión popular, Obama finalmente accedió a que la fuerza aérea bombardee algunos puntos estratégicos en manos del ISIS, pero no autorizó el envío de tropas en tierra. Los resultados fueron nulos y el ISIS extendió su dominio por Irak y Siria. El presidente de este país, Bashar al-Assad no tuvo otra alternativa que pedir ayuda a Putin.
El líder ruso hizo lo que Estados Unidos pudo y debió hacer con George W. Bush desde el inicio de la campaña en Irak y Afganistán en el 2003, es decir, emplear todo el poder militar para derrotar al enemigo, para luego negociar las condiciones de paz. No ocurrió así y la guerra aún sigue inconclusa, agravada por Obama.
El general Douglas MacArthur decía lo obvio: si entras en guerra, tu propósito debe ser ganarla. Eso ocurrió con la II Gran Guerra, pero ese espíritu declinó en Corea con el mismo presidente Truman (que autorizó el lanzamiento de las bombas en Japón), cuando despidió a MacArthur que quiso aplastar a las tropas norcoreanas semiderrotadas, que apoyaban China y la URSS.
Esa guerra terminó con un armisticio, que dejó al norte de la península convertida en una prisión comunista protegida por China. La misma actitud derrotista se repitió en Vietnam, donde las fuerzas comunistas de la URSS y de China insistieron en expandir el imperio rojo más allá de sus fronteras. Por primera vez en una guerra los soldados norteamericanos salieron de allí en fuga.
Durante el conflicto de Vietnam arreciaron las campañas anti militares en los Estados Unidos, especialmente en los campus universitarios cuyos estudiantes se negaron al servicio militar obligatorio. No por conciencia pacifista sino por no abandonar las comodidades fruto de las ventajas que recibieron sus padres como veteranos de guerra.
En esos mismos años floreció el usos de narcóticos, la libertad sexual y el rechazo a la tradición y las autoridades. En ese medio se cultivaron seres como Obama, que comenzaron a absorber prédicas marxistas que marcan a los Estados Unidos como el responsable de las miserias del universo y que en ningún caso lo ubican como un líder del mundo libre.
En cuanto asumió el poder, Obama viajó por varios continentes a implorar perdón por los pecados cometidos por esta nación, prometiendo rectificarlos mediante el desmantelamiento militar y la implantación de la diplomacia y el aproximamiento con el enemigo, como fórmula para ganar la paz.
Luego de dejar sin custodia militar al Irak, en momentos en que todavía no se había concretado la victoria (en contraste, aún hay tropas en Alemania, Japón, Corea del Sur...), Obama por propia iniciativa se inclinó ante el Ayatola del Irán y le prometió un acuerdo para que prosiga en su plan de desarrollo de armas nucleares.
Irán es el país promotor del terrorismo por antonomasia y el mayor enemigo de los Estados Unidos, por propia y reiterada confesión. La ONU le prohibió que se nuclearice y le aplicó sanciones comercales y financieras. Obama ha logrado que se levante el embargo y ahora el Irán dispondrá súbitamente de alrededor de 150.000 millones de dólares.
Es suma infinitamente mayor que la asignada al Plan Marshall para la recuperación de la Europa devastada por la guerra. Pero esa suma llegó cuando el Eje había sido derrotado. A Irán le vienen esos fondos como trofeo de triunfo sobre un enemigo que se le arrastró a sus pies.
En la última conferencia de prensa causó angustia y vergüenza escuchar la respuesta de Obama a un pregunta sobre Putin en Siria. Desbarró, se contradijo, apareció débil, incoherente. La prensa servicial no ha sido lo suficientementre crítica para analizar su comportamiento en ese episodio. En suma, Putin aparece como un líder mundial sin contrapeso en Obama.
Putin perteneció (con el alto cargo de jefe de la KGB) a una URSS que se deshizo en 1989 por la presión militar, económica y moral de Ronald Reagan, en unidad con el Papa Juan Pablo II y Margaret Thatcher. Ahora Putin resucita por valor propio, pero sobre todo por la nulidad de su rival de la Casa Blanca.
Hay contrastes positivos en Putin: no tolera a los terroristas musulmanes (a los que Obama protege) y le repugnan los gays, el matrimonio homosexual y el aborto. En lo religioso no solamente que no defiende al Islam ni repudia al cristianismo (como lo hace Obama) sino que han reverdecido sus creencias ortodoxas, herencia de su abuela.
Por cierto que el dirigente ruso es una incógnita, especialmente en lo que se refiere a su alianza con Irán. Pero lo que no queda duda es el legado de Obama en cuanto al repliegue de Estados Unidos como líder del mundo libre en el Medio Oriente, Asia, África del Norte, Europa y América Central y Meridional.
Aliado con el Papa Francisco, Obama pidió perdón a los Castro y les rogó que acepten reasumir las relaciones diplomáticas y comerciales. Ni él ni el Papa mencionaron las crímenes cometidas por los dos tiranos a lo largo de más de media centuria en contra del pueblo cubano y sus libertades, mediante fusilamientos, cárceles y además, exportación del terrorismo.
La mayoría de norteamericanos está desconcertada con la situación y no entiende cómo Obama ha podido imponerse, pese a que en los comicios intermedios del 2012 y 2014 expresó su voluntad con el voto para que se detenga la avalancha. El Congreso, ahora con mayoría del GOP, nada ha hecho y el líder de la Cámara Baja acaba de ser removido por esa circunstancia.
Pero la gran prueba tendrá que venir con las elecciones presidenciales de noviembre del 2016. Donald Trump sigue encabezando las encuestas. La gente lo busca, acaso porque ve en él al hombre masculino, resuelto, emprendedor, en suma nada afeminado, que es el esterotipo fomentado por Obama y sus seguidores marxistas/socialistas, de la post “revolución sexual” de los 60s.
Un líder a lo Ronald Reagan o a lo John Wayne es probablemente lo que se está cociendo en el imaginario subconsciente de las masas, que no se conforman con el derrotismo de Obama y los suyos. Estados Unidos se pudo convertir en la Primera Potencia Mundial gracias a una filosofía basada en la libertad y los derechos naturales, no en una corrompida igualación de sexos, un “liderazgo desde la retaguardia” o la pasividad frente al diario y legalizado genocidio del aborto.
(Carlos Alberto Montaner opina sobre los acuerdos con Cuba)
(Carlos Alberto Montaner opina sobre los acuerdos con Cuba)
Raúl Castro atacó al “bloqueo”, reclamó la base de Guantánamo y pidió el fin de las transmisiones de Radio Martí. Defendió a Nicolás Maduro y a Rafael Correa. Se colocó junto a la Siria de El Assad, a Irán, a Rusia, a la independencia de Puerto Rico. Criticó la economía de mercado y cerró con broche de plomo con una cita de su hermano Fidel, gesto obligatorio dentro de la untuosa liturgia revolucionaria cubana.
Poco después, se reunió con el presidente norteamericano. Según cuenta el Washington Post, Obama le mencionó, algo decepcionado, el ignorado asunto de los derechos humanos y la democracia. No hubo el menor atisbo de apertura política.
Obama no entiende que con los Castro no existe el quid pro quo o el “toma y daca”. Para los Castro el modelo socialista (lo repiten constantemente) es perfecto, su “democracia” es la mejor del planeta, y los disidentes y las “Damas de Blanco” que piden libertades civiles son sólo asalariados de la embajada yanqui inventados por los medios de comunicación que merecen ser apaleados.
El gobierno cubano nada tiene que rectificar. Que rectifique Estados Unidos, poder imperial que atropella a los pueblos. Que rectifique el capitalismo, que siembra de miseria al mundo con su mercado libre, su asquerosa competencia, sus hirientes desigualdades y su falta de conmiseración.
Para los Castro, y para su tropa de aguerridos marxistas-leninistas, indiferentes a la realidad, la solución de los males está en el colectivismo manejado por militares, con su familia en la cúspide dirigiendo el tinglado.
Raúl y Fidel, y los que los rodean, están orgullosos de haber creado en los años sesenta el mayor foco subversivo de la historia, cuando fundaron la Tricontinental y alimentaron a todos los grupos terroristas del planeta que llamaban a sus puertas o que forjaban sus propios servicios de inteligencia.
Veneran la figura del Che, muerto como consecuencia de aquellos sangrientos trajines, y recuerdan con emoción las cien guerrillas que adiestraron o lanzaron contra medio planeta, incluidas las democracias de Venezuela, Argentina, Colombia, Perú o Uruguay.
Se emocionan cuando rememoran sus hazañas africanas, realizadas con el objetivo de crear satélites para gloria de la URSS y la causa sagrada del comunismo, como en Angola, cuando consiguieron dominar a las otras guerrillas anticoloniales, y luego a sangre y fuego vencieron a los somalíes en el desierto de Ogadén, sus amigos de la víspera de la guerra, ahora enfrentados a Etiopía, el nuevo aliado de La Habana.
No sienten el menor resquemor por haber fusilado adversarios y simpatizantes, perseguido homosexuales o creyentes, confiscado bienes honradamente adquiridos, separado familias, precipitado al éxodo a miles de personas que acabaron en el fondo del océano. ¿Qué importan estos pequeños dolores individuales, ante la gesta gloriosa de “tomar el cielo por asalto” y cambiar la historia de la humanidad?
¡Qué tiempos aquellos de la guerra no-tan-fría, cuando Cuba era la punta de lanza de la revolución planetaria contra Estados Unidos y sus títeres de Occidente! Época gloriosa traicionada por Gorbachov en la que parecía que pronto el ejército rojo acamparía triunfante en las plazas de Washington.
El error de Obama es haber pensado que los diez presidentes que lo antecedieron en la Casa Blanca se equivocaron cuando decidieron enfrentar a los Castro y a su revolución, señalándolos como enemigos de Estados Unidos y de las ideas que sostienen las instituciones de la democracia y la libertad.
Obama no entiende a los Castro, ni es capaz de calibrar lo que significan, porque él no era, como fueron Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford, Carter, Reagan y Bush (padre), personas fogueadas en la defensa del país frente a la muy real amenaza soviética.
Incluso Clinton, ya en la era post-soviética, quien prefirió escapar antes que pelear en Vietnam, comprendió la naturaleza del gobierno cubano y aprobó la Ley Helms-Burton para combatirlo. Bush (hijo) heredó de su padre la convicción de que a 90 millas anidaba un enemigo y así lo trató durante sus dos mandatos.
Obama era distinto. Cuando llegó a la presidencia, hacía 18 años que el Muro de Berlín había sido derribado, y para él la Guerra Fría era un fenómeno remoto y ajeno. No percibía que había sitios, como Cuba o Corea del Norte, en los que sobrevivían los viejos paradigmas.
Él era un community organizer en los barrios afroamericanos de Chicago, preocupado por las dificultades y la falta de oportunidades de su gente. Su batalla era de carácter doméstico y se inspiraba en el relato de la lucha por los derechos civiles. Su leitmotiv era cambiar a América, no defenderla de enemigos externos.
Como muchos liberals y radicales norteamericanos, especialmente de su generación, pensaba que la pequeña Cuba había sido víctima de la arrogancia imperial de Estados Unidos, y podía reformarse y normalizarse tan pronto su país le tendiera la mano.
Hoy es incapaz de entender por qué Raúl se la muerde en lugar de estrecharla. No sabe que los viejos estalinistas matan y mueren con los colmillos siempre afilados y dispuestos. Es parte de la naturaleza revolucionaria.
No comments:
Post a Comment